La misión evangelizadora de la Iglesia
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La misión evangelizadora de la Iglesia

Juan Carlos Carvajal Blanco

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La misión evangelizadora de la Iglesia

Juan Carlos Carvajal Blanco

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A los cincuenta años de la publicación del decreto conciliar Ad gentes, la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, en sintonía con las sugerencia emanadas de la Congregación para la Evangelización, propuso a los obispos españoles la posibilidad de celebrar esta conmemoración con actividades que ayudaran a reflexionar sobre el mensaje aprobado por los Padres conciliares. La Cátedra de Misionología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso recibió con responsabilidad esta petición y ha querido responder con la realización de esta obra. Ad gentes, después de sus numerosas redacciones, logró una verdadera contextura teológica que era preciso desentrañar para comprender su mensaje y redescubrir su actualidad. Es lo que con acierto hacen los autores de esta publicación, logrando, a un tiempo, una complementariedad entre los diversos enfoques de sus estudios.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2016
ISBN
9788428829649
Categoría
Teología
1

LA MISION EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA:
FINALIDAD Y NATURALEZA

ELOY BUENO DE LA FUENTE
Facultad de Teología del Norte de España
Burgos
Al releer Ad gentes desde nuestra experiencia pastoral y eclesial resulta sorprendente su enorme actualidad respecto a la concepción de la misión y su relación con la Iglesia. Este juicio no carece de ironía a causa de las paradojas de la historia. Tras la clausura del Vaticano II, la recepción de Ad gentes fue muy limitada, pues, para la mayoría de los observadores, se refería a un sector muy concreto y determinado de la vida eclesial: «las misiones»; por eso –se daba por supuesto–, poco podía aportar a las grandes cuestiones y anhelos que se abrían en el período posconciliar; sin embargo, precisamente al estudiarlo cincuenta años después se hace más patente y clamoroso su carácter profético: apuntaba al futuro, desplegaba un horizonte en el que se iban a encontrar todas las diócesis de una Iglesia mundial. Podemos afirmar desde esta perspectiva que, si en aquel momento se le hubiera prestado más atención, se hubiera encontrado luz y orientación para tantas incertidumbres, experimentos y tanteos de aquellos decenios tan intensos en la vida de la Iglesia 1.
Ciertamente no podemos negar sus limitaciones: como testigo y producto de un momento de transición contiene todavía elementos del paradigma anterior. Pero tiene el mérito de haber hecho posible esa transición, contribuyendo de modo notable a la inmensa tarea del Vaticano II. Como ha dicho acertadamente un fino observador como L. Sartori, Ad gentes es en cierto modo la «medida hermenéutica» del Vaticano II, su primera interpretación desde el seno del itinerario conciliar 2. No olvidemos que fue aprobado en los momentos finales del Concilio, por lo que recoge la reflexión y el aprendizaje de los obispos para situar a la Iglesia en un nuevo escenario social y cultural. Aunque, como decimos, su recepción fue limitada y sectorial, su relectura nos permite una mejor valoración del Vaticano II 3 y comprender la evolución que ha experimentado la Iglesia en el difícil aprendizaje de vivir la misión –y la misión universal– en el corazón y en la esencia de la Iglesia, de cada Iglesia.
Para honrar adecuadamente Ad gentes debemos arrancar del período anterior, con el fin de captar sus aportaciones e innovaciones 4; a partir de ahí mencionaremos los desarrollos posteriores sobre la concepción de la misión evangelizadora de la Iglesia hasta el presente 5.
1. Las misiones extranjeras en la época moderna
Tradicionalmente, el término «misión» venía usándose en la doctrina trinitaria y en la organización jurídica de la Iglesia. Para referirse a lo que después se denominará actividad misionera se hablaba de propagación de la fe, conversión de los gentiles, promulgación del Evangelio… En el siglo XVI se produce un cambio sustancial en función de las nuevas circunstancias históricas, que provocarán una figura peculiar de misión y de praxis misionera.
Tras las grandes empresas de navegación desarrolladas por españoles y portugueses se desplegó un escenario histórico insospechado en el que se hacían presentes numerosos pueblos y grupos humanos que no habían oído hablar del Evangelio. En aquella encrucijada histórica, la Iglesia reaccionó con un esfuerzo inmenso y con dosis heroicas de generosidad para ofrecerles la novedad salvífica de Jesucristo. Lo hicieron en el marco de la teología y de la estructura política de la época, pero con una convicción tal que determinará el destino del mundo y de la Iglesia.
La misión evangelizadora de la Iglesia adoptará en aquel período la figura de misiones extranjeras. Misiones procede del ámbito de los jesuitas: los miembros de la recién nacida Compañía de Jesús expresaban su fidelidad al papa aceptando cualquier misión (o tarea) que se les encomendara; esta misión inicialmente se realizaba en ámbitos diversos (pastoral en zonas rurales abandonadas, controversia con los reformadores…), pero finalmente el término quedó fijado para referirse a las actividades entre los gentiles o paganos (según la terminología de la época); estas actividades tenían lugar en lugares lejanos y distintos, en regiones exóticas respecto a la tradición cristiana; por eso se hablará de misiones extranjeras.
Las misiones extranjeras se sostienen en la teología de la Contrarreforma. Por ello tienen una visión muy negativa de las posibilidades salvíficas de los destinatarios, que deben ser rescatados «de las tinieblas y sombras de muerte» (Sal 107,30); gracias al bautismo era posible «salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). Así quedaba claramente establecida la naturaleza y la finalidad de las «misiones».
De cara a este objetivo se establecía la Iglesia en aquellas regiones, como trasposición del estilo eclesial del Occidente cristiano, de carácter clerical y jerárquico. El Evangelio iba acompañado de la conciencia de superioridad de la civilización occidental. La misión evangelizadora y la tarea civilizadora se identificaban: el cristianismo se presentaba como la religión de los europeos y de los blancos.
La figura del misionero era muy valorada en el ámbito eclesial: se le veía como el supercristiano que entregaba su vida al servicio de los no cristianos. Pero «las misiones» eran competencia fundamentalmente de los misioneros, a quienes se respetaba y se apoyaba; no pertenecían a la naturaleza misma de la Iglesia, y por ello no se las veía como responsabilidad de todos; quedaban reducidas a un espacio geográfico y territorial determinado.
A partir del siglo XIX van surgiendo nuevos fermentos que paulatinamente mostrarán toda su fecundidad: cuando disminuye el apoyo de las autoridades, el pueblo cristiano asume su responsabilidad para apoyar la «propagación de la fe» la experiencia de pobreza y de esclavitud estimula la generosidad del pueblo cristiano y suscita un auténtico movimiento misionero; se multiplica la fundación de institutos y congregaciones de carácter específicamente misionero; se ve la urgencia de defender los derechos humanos y la dignidad de la mujer; se destaca la conveniencia de que los nativos sean los evangelizadores de sus pueblos; se impone la realidad nueva de cristiandades pujantes que deben tener su clero nativo; las actividades de carácter educativo y sanitario van adquiriendo mayor importancia, y por ello se constata la necesidad de personal especializado…
El período de las «misiones extranjeras» fue teniendo en éxito enorme desde el punto de vista histórico. Iban surgiendo nuevas diócesis en muchos lugares del mundo 6. Ello dio origen a la misionología como especialidad teológica dedicada a ese campo tan amplio y tan rico de la vida eclesial. Las dos escuelas más influyentes en el ámbito católico en la primera mitad del siglo XX pretenden una definición de las misiones y de su naturaleza y finalidad: La Escuela de Münster destacaba el objetivo de la salvación de las almas, acentuando la dimensión religiosa y la dirección de la jerarquía 7; la Escuela de Lovaina señalaba como meta la implantación de la Iglesia, sobre todo desde el punto de vista organizativo e institucional. El desarrollo de la misionología ha sido abundante y riquísimo 8.
2. Ad gentes: un nuevo horizonte teológico e histórico
El decreto...

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