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- Spanish
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eBook - ePub
Historia del reino visigodo español
Descripción del libro
Una excelente síntesis sobre los hechos políticos, analiza las instituciones, la realidad socio-económica y la vida religiosa y cultural.
El presente libro es una obra de madurez. Sus destinatarios habrán de ser jóvenes estudiantes y estudiosos de historia; pero también un público amplio de lectores cultos que sientan interés por conocer el pasado de nuestro pueblo. Un pasado para el que esta época encierra un interés particular.
Porque no puede perderse de vista que aquellos visigodos, tan remotos a los ojos del hombre de nuestro tiempo, tienen en su haber un logro histórico memorable: ellos fueron quienes "inventaron" y construyeron España como unidad nacional.
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Información
Categoría
HistoriaCategoría
Historia europeaPRIMERA PARTE
EVOLUCIÓN POLÍTICA GENERAL Y ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA
I
LAS FUENTES HISTÓRICAS
Son muy diversas —aunque no siempre tan ricas como sería deseable— las fuentes que suministran información sobre el período histórico de la Antigüedad tardía: restos arqueológicos, inscripciones, monedas, obras literarias, leyes civiles, cánones conciliares, etc., suministran al historiador materiales y noticias válidas para rehacer el cuadro de la vida española durante los tres siglos que transcurrieron entre las invasiones germánicas y la desaparición del reino visigodo español. Pero hay un grupo más de fuentes que, por su propia naturaleza, revisten una importancia primordial: se trata de aquellas de índole más genuinamente histórica, como son las Crónicas e historias que guardan especial relación con el mencionado período. La descripción de estas fuentes —las de mayor valor para el conocimiento de la España visigótica— puede servir para mejor información del lector y facilitarle incluso el acceso a los textos históricos, en el caso de que deseara consultarlos directamente.
Dos hispanos, originarios del noroeste de la Península, Paulo Orosio e Hidacio de Chaves, son autores de dos obras que constituyen nuestras principales fuentes para el conocimiento del período de las invasiones germánicas. Orosio, en los VII Libros de Historia contra los Paganos, relata la entrada en la Península de los pueblos barbáricos, en unos años pródigos en usurpadores y «tiranos», que se alzaron en las Galias contra el legítimo emperador Honorio. Pero la narración de Orosio termina muy pronto, hacia el año 417, cuando el rey visigodo Walia, hecha la paz con los romanos, lucha en la Península Ibérica contra los otros pueblos invasores. Mayor entidad y valor tiene para la historia de Hispania en el siglo V la Crónica de Hidacio. La obra de este historiador —testigo presencial durante largas décadas de los acontecimientos españoles— constituye la fuente fundamental para la historia peninsular en el tiempo comprendido entre el año 409 y el 468, en que termina la Crónica.
Cuando concluye la Crónica de Hidacio y durante un período de un siglo, aproximadamente, la información acerca de la Península Ibérica se hace mucho más pobre e incompleta. Lejos de España, un godo de la Mesia al servicio del emperador Justiniano —Jordanes— incluía en su Gética diversas noticias sobre el reino visigodo de Tolosa, alguna de las cuales tiene que ver con España, como la referente a las campañas de Teodorico II contra los suevos. Mayor interés encierran las informaciones de Jordanes acerca de los comienzos del reino visigodo español, en los tiempos en que experimentó de manera muy intensa la influencia ostrogoda. La Gética termina en el año 551, mientras en la Península ardía la guerra civil, consecuencia de la rebelión de Atanagildo contra el rey Agila, y de Constantinopla había salido un ejército, al mando del patricio Liberio, destinado a auxiliar al magnate rebelde. La única fuente española específicamente dedicada a esta época de eclipse informativo son los fragmentos que se han conservado en el Cronicón Cesaraugustano, obra quizá del obispo Máximo de Zaragoza, el personaje que cierra la lista de los Varones ilustres, de san Isidoro, y a quien éste atribuye la autoría de una Historiola. El Cronicón recoge de manera lacónica pero precisa noticias relativas al período 450-568; las más interesantes y numerosas corresponden a la región del nordeste peninsular, y en particular a Zaragoza y su comarca.
Los tiempos de Leovigildo y el primer lustro del reinado de Recaredo —tan decisivos para la historia de la España visigoda— constituyen un período privilegiado, desde el punto de vista de la información. Ello se debe sobre todo a un cronista contemporáneo, el abad Juan de Bíclaro, quien, desde 568 a 590, registró puntualmente, año tras año, los acontecimientos españoles, de los que él mismo fue testigo y, en ocasiones, actor. La Crónica del Biclarense recoge también los hechos más destacados de la historia del mundo, dedicando especial atención a cuanto se relacionaba con el Imperio bizantino. Sobre este período suministra igualmente abundante información el célebre historiador de la Francia merovingia Gregorio de Tours. Su gran Historia de los Francos se refiere reiteradamente a acontecimientos de la historia visigoda contemplados desde un punto de vista franco, a partir sobre todo del reinado de Alarico II y la destrucción del reino tolosano, a comienzos del siglo VI. Gregorio de Tours relata con abundantes pormenores muchos sucesos que tuvieron lugar en España durante la crucial década de 580 al 589, año en que termina la obra. Las noticias de Gregorio son a menudo de primera mano, recogidas directamente a su paso por Tours de los diversos embajadores francos y visigodos que iban y venían entre unos y otros reinos, con motivo sobre todo de las bodas principescas franco-góticas, algunas de ellas realizadas, y otras sólo proyectadas.
San Isidoro fue historiador de godos, vándalos y suevos; pero su contribución original es más bien modesta. En su Historia de los Godos se basa en Hidacio, el Cronicón Cesaraugustano y la Crónica del Biclarense, para los períodos contenidos en estas fuentes. La aportación original de Isidoro está centrada en la época comprendida entre los reinados de Recaredo y Suínthila. La Historia de los Vándalos se ciñe a los años de su permanencia en Hispania, y la Historia de los Suevos no suministra nuevas informaciones que arrojen luz sobre el oscuro período de un siglo transcurrido entre el final de la Crónica de Hidacio y la segunda conversión del reino suevo al catolicismo, por obra de san Martín de Braga. Para la época visigodo-católica, que se inició con el reinado de Recaredo, otra Crónica franca, la del Pseudo Fredegario, contiene también noticias de interés. Cronológicamente, la Crónica de Fredegario llega más lejos que la Historia de los Godos de Isidoro, alcanzando el reinado de Chindasvinto, y hace el relato más acabado de las célebres «purgas» de adversarios políticos realizadas por este monarca.
En los últimos 80 años de existencia de la España visigoda no apareció ningún escritor contemporáneo que intentase escribir la historia de aquel período. Por fortuna, la abundancia de actas de los numerosos concilios que se reunieron y las leyes civiles promulgadas por diversos monarcas suplen en cierta medida esa carencia. La continuación de la Historia isidoriana no se intentó hasta mediados del siglo VIII, por un clérigo mozárabe. La Crónica mozarábica, que así se llamó su obra, comprende desde el reinado de Sisebuto hasta el final del reino hispano-godo y las primeras décadas de dominación árabe. Las más antiguas crónicas asturianas —sobre todo la Albeldense y la Rotense— son interesantes para la época de los últimos monarcas visigodos, a partir de Wamba. Las historias musulmanas —en especial el Ajbar Machmuâ— presentan la caída del reino de Toledo, desde el punto de vista islámico.
Noticias aisladas sobre la historia de la España visigótica se hallan todavía en diversas fuentes, latinas unas, como la Crónica de Próspero de Aquitania o los Diálogos de Gregorio Magno, griegas otras, como la Guerra gótica de Procopio de Cesarea o los Fragmentos de Olimpiodoro. Hay que señalar, por último, la existencia de algunos textos que informan sobre acontecimientos históricos específicos o relativos a una región en particular. Entre ellos merecen citarse, por más significativos, los siguientes: las Vidas de los Padres de Mérida, con noticias sobre historia eclesiástica y civil de la metrópoli lusitana en el siglo VI; la Vida de San Millán, escrita por san Braulio, que hace referencia a la Cantabria independiente y su conquista por Leovigildo; y la Historia del rey Wamba , de san Julián de Toledo, una obra que narra con detalle la campaña contra la rebelión del duque Paulo en la Galia Narbonense y que constituye uno de los textos sobre historia militar más importante de la Antigüedad tardía.
II
LA ESPAÑA DEL SIGLO V
Entre la Antigüedad y la Alta Edad Media
La época de la Antigüedad tardía que se expone a continuación comprende un período de tres siglos, iniciado en el año 409 con la irrupción de los primeros pueblos barbáricos que se instalaron en la Península Ibérica, y que terminó en el 711 con la conquista de España por los árabes. Se trata de un período histórico largo, que no es impropio designar con la denominación genérica de «Antigüedad tardía», porque, contemplado con la perspectiva de los siglos, resulta indudable que presenta los signos característicos de un tiempo de transición entre dos épocas de la historia.
Es cierto que todas las épocas del pasado pueden considerarse en mayor o menor medida como épocas de transición, porque la historia humana siempre está en camino y no cabe imaginar momentos en los cuales el tiempo se detenga y la vida quede cristalizada e inmóvil. Pero es también notorio que han existido largos períodos de relativa estabilidad social y política, mientras que otros registran cambios profundos y sustanciales. Los tres siglos que aquí se contemplan presenciaron importantes migraciones de pueblos, y acontecimientos políticos y religiosos llamados a dejar una huella perdurable en la vida de Hispania y de sus pueblos, aunque las estructuras sociales evolucionaran dentro de una línea fundamental de continuidad. El calificativo de época de transición parece en cualquier caso plenamente justificado si se atiende al significado histórico de los momentos inicial y terminal del período: el año 409, en pleno Imperio de Honorio, debe considerarse todavía Antigüedad, mientras que el Islam español, inaugurado en el 711, y los núcleos cristianos del norte que aparecen casi de inmediato son ya Edad Media y contienen el germen de lo que va a ser la historia de España en los posteriores siglos medievales.
Los tres siglos comprendidos en el presente estudio no constituyen un período homogéneo; así se irá viendo a lo largo de la exposición. Pero puede resultar oportuno, para orientación del lector, señalar desde ahora los rasgos más salientes de los sucesivos momentos históricos vividos entonces en Hispania. A lo largo del siglo V, hasta el último cuarto de la centuria, se asistió al progresivo desmoronamiento de la autoridad romana, cuyo vacío provocó el auge de los particularismos regionales, bajo la égida de las diversas aristocracias autóctonas. Entre tanto, los pueblos germánicos invasores —los vándalos al principio y luego los suevos— extendían su acción militar sobre gran parte de Hispania, mientras los poderosos visigodos, asentados en las Galias, realizaban desde su reino de Tolosa reiteradas incursiones a la Península Ibérica y establecían en ella sus primeras guarniciones y centros de poder. La ocupación de la provincia Tarraconense por Eurico, tras la definitiva desaparición del Imperio romano de Occidente, fue un paso altamente significativo hacia la implantación del dominio visigótico en tierras de España.
La victoria del rey franco Clodoveo sobre el visigodo Alarico II provocó, a principios del siglo VI, la destrucción del reino tolosano. Casi toda la Galia pasó a poder de los francos, pero la intervención de Teodorico, el gran monarca Ostrogodo de Italia, aseguró la supervivencia de un reino visigodo desplazado al sur de los Pirineos y que, a partir de entonces y durante 200 años, protagonizó la historia de España. Hasta la mitad del siglo VI, el reino visigodo español experimentó una sensible influencia ostrogoda y durante 70 años más, a partir de esa mitad de siglo, una gran porción del Levante español estuvo bajo el dominio del Imperio bizantino.
El último cuarto del siglo VI tuvo extraordinaria importancia para los destinos del reino visigodo. Establecida la capital en Toledo, el reino toledano —que así pudo llamarse desde entonces— extendió de modo efectivo su poder sobre casi toda la Península por obra de un gran monarca, Leovigildo, que anexionó también a sus dominios el reino suevo de Galicia, que sobrevivía independiente en el noroeste peninsular desde la época de las invasiones. El hijo de Leovigildo, Recaredo, fue el promotor de la conversión de su pueblo al catolicismo, iniciando así la época de la Monarquía visigodo-católica, que se prolongó hasta principios del siglo VIII. El siglo VII presenció en España un notable florecimiento cultural, cuyo máximo exponente fue san Isidoro de Sevilla. Ese siglo revistió también extraordinaria importancia desde el punto de vista constitucional, con la institucionalización de la Monarquía electiva; eclesiástico, por la reunión de la célebre serie de concilios toledanos; y jurídico, por la promulgación de un gran código de legislación civil. Pero, por debajo de estas brillantes apariencias, una larvada crisis minaba el reino visigodo español, que se derrumbó súbitamente en el año 711 ante el ataque del Islam, en una de las catástrofes políticas más fulgurantes que registra la historia del mundo.
Las invasiones germánicas: suevos, vándalos y alanos en Hispania
El 31 de diciembre del año 406, masas de vándalos y alanos penetraron en las Galias, tras haber superado el limes romano y cruzado las aguas heladas del Rhin. La proximidad del peligro alertó a los hispanos, y tenemos dos noticias que hacen referencia a algunas medidas defensivas que se tomaron para tratar de impedir que la marea de los bárbaros anegara la Península Ibérica. Los Pirineos constituían una excelente barrera, pero no hay noticias de que unidades regulares del ejército romano asumieran ahora su custodia. Por lo que hace a los pasos del Pirineo occidental a que se refieren algunas informaciones, nada dicen las fuentes sobre participación en la defensa de la cohorte estacionada en el siglo IV en Veleia (Álava). Los jefes de las milicias reunidas en Pamplona se dirigieron al emperador Honorio, y éste les respondió en la primavera del año 408. La carta de Honorio —publicada por Lacarra— les exhortaba a la defensa, y concedía el derecho de reclamar a los vecinos de la ciudad el hospitium, derecho de alojamiento. Mas el único esfuerzo defensivo serio fue el llevado a cabo por unos jóvenes magnates hispanorromanos, emparentados con la familia imperial teodosiana, los hermanos Dídimo, Veriniano, Lagodio y Teodosiolo. Estos nobles españoles reclutaron a sus expensas, entre los siervos rústicos de sus dominios, un ejército privado que guareció fielmente, durante cierto tiempo, los pasos pirenaicos. Fue un general romano, que se alzó contra el legítimo emperador Horacio, quien puso fin a la gesta militar de los próceres hispanos.
El comandante de las legiones romanas de Britania había pasado con sus tropas al continente y se proclamó «antiemperador», siendo también reconocido por las legiones de las Galias. De este modo, el llamado Constantino III vino a engrosar, junto a Máximo, Eugenio, Heracliano, Sebastián, Juan y hasta el noble e infeliz Atalo —exaltado y luego abandonado por los visigodos—, la relación de usurpadores que por estos años —hasta el 413— se alzaron contra el emperador occidental Honorio: el «catálogo de tiranos», en frase de Paulo Orosio. Constantino pretendió extender su autoridad a las tierras romanas de Hispania, y a tal efecto envió a su hijo Constante al frente de un ejército de «honoríacos» —mercenarios bárbaros—. Dídimo y Veriniano fueron vencidos, capturados y muertos; los «honoríacos» se hicieron cargo de la custodia de los pasos pirenaicos, que abandonaron para saquear los Campos palentinos, la Tierra de Campos. Desguarnecidas las defensas de la Península, vándalos, alanos y suevos irrumpieron en Hispania. La Crónica de Hidacio precisa exactamente la fecha de su entrada: se había producido el 12 ó 13 de octubre del año 409, por los puertos de fácil acceso del Pirineo occidental. Otras fuentes fijan aquella fecha en el día 28 de septiembre.
Los años siguientes a la entrada de los bárbaros en Hispania fueron dramáticos. Hidacio ha dejado un relato estremecedor de las calamidades que se abatieron entonces sobre los hispanos: peste, mortandad, asaltos por las fieras, hambre extrema, hasta el punto de haberse dado episodios de antropofagia, en que las madres comieron los cuerpos de sus hijos muertos; y como colofón, cual si se tratara de una plaga más, las exacciones y violencias de los tiránicos recaudadores de impuestos. La noticia de los casos de antropofagia aludidos por Hidacio impresionó sin duda a los cronistas contemporáneos, pues el griego Olimpiodoro se hizo eco en uno de sus fragmentos. Paulo Orosio —en la línea del providencialismo agustianiano— ofrece una versión menos trágica de los hechos; y aunque registra los sufrimientos de las poblaciones hispanas durante aquel terrible bienio, advierte que devastaciones semejantes habían sufrido ya los españoles durante los 200 años de lucha contra los romanos, o en los 12 de las incursiones germánicas, bajo el imperio de Galieno.
Una sensible bonanza se dejó sentir en Hispania tras estos tiempos de prueba. Los bárbaros adoptaron una actitud más pacífica frente a las poblaciones indígenas, hasta el punto de que Orosio, con visión esperanzada, escribió que abandonaron las espadas para empuñar los arados y comenzaron a tratar como compañeros y amigos a los romanos supervivientes. Lo que parece indudable es que pudo llegarse de momento a una relativa normalización y a cierto grado de asentamiento territorial de los invasores. Orosio habla de una distribución entre aquellos pueblos, en virtud de la suerte, de las regiones peninsulares. La Crónica de Hidacio expone los hechos con mayor detalle: en el año 411, los bárbaros se repartieron por sorteo las provincias donde cada pueblo habría de habitar: Gallaecia —la provincia romana que comprendía la actual Galicia, más otras tierras astur-leonesas y del norte de Portugal— correspondió a los vándalos asdingos y suevos. Lusitania y Cartaginense a los alanos; la Bética, por fin, a los vándalos silingos. Los hispanos —concluye Hidacio— se sometieron al poder de los nuevos dominadores.
Los visigodos en Hispania y las Galias
La instalación de los pueblos bárbaros en tierras de la Península Ibérica dio lugar a una fluida y compleja situación políticomilitar, que se prolongó durante casi cuatro lustros y marcó la pauta de los ulteriores desarrollos de la historia española a lo largo de todo el siglo V. La provincia Tarraconense parece haber quedado libre de la ocupación de los invasores y en manos de los rebeldes romanos alzados contra el emperador Honorio, que habían abierto las puertas de Hispania a las bandas germánicas. Mas el curso de los acontecimientos experimentó en breve tiempo un cambio sustancial, de resultas de la entrada en juego de dos factores: la decidida acción de un gran general fie...
Índice
- SUMARIO
- INTRODUCCIÓN
- PRIMERA PARTE EVOLUCIÓN POLÍTICA GENERAL Y ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA
- SEGUNDA PARTE SOCIEDAD Y ECONOMÍA
- TERCERA PARTE LA IGLESIA Y LA CULTURA EN EL PERÍODO SUEVO-VISIGÓTICO
- CUARTA PARTE DOCE PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA
- ÍNDICE ONOMÁSTICO
- ÍNDICE MAPAS