1. Los hombres más dañosos a la población
Durante el verano de 1845, casi 4 mil soldados del ejército de Estados Unidos se desplazaron de las fortificaciones costeras y los puestos fronterizos aislados, donde antes habían trabajado en grupos pequeños, al asentamiento de Corpus Christi, en la costa de Texas, y, bajo las órdenes del general Zachary Taylor, empezaron el adiestramiento para combatir en el orden de batalla formal que la mayoría de sus oficiales conocía únicamente por los manuales o por sus lecturas de los relatos históricos de las guerras europeas. Corpus Christi sería su hogar durante muchos meses y no era un lugar cómodo: sus tiendas de campaña eran una protección inadecuada contra el calor y el frío extremos, y el agua disponible era salobre. Por lo demás, el comportamiento de sus oficiales debe de haber sido poco tranquilizador: más de uno no entendía las maniobras formales a gran escala que estaban practicando y, pronto, los oficiales empezaron a reñir entre sí por los grados y los privilegios. Tanto los oficiales como la tropa sentían una tensión de trasfondo con respecto a lo que claramente parecía ser la preparación para unas batallas cuyo resultado era incierto.1
De manera oficial, esos hombres estaban allí para proteger el estado de Texas, recientemente anexado a Estados Unidos. México había perdido el dominio efectivo de Texas debido a una serie de malos cálculos hechos, primero, por los dirigentes españoles y, después, por los mexicanos: las barreras geográficas —que hacían que, desde el punto de vista práctico, Texas fuese muy distante de las zonas más pobladas de México—, la carencia de recursos minerales —que, a pesar de todo, hubieran podido alentar una colonización importante— y la resistencia de los grupos de indígenas que la habitaban se habían combinado para que Texas tuviera una población hablante de español, mexicana desde el punto de vista cultural, muy poco numerosa. Lo exiguo de la población fue un problema relativamente menor hasta la década de 1810, cuando el aumento de la población de Estados Unidos y la creciente demanda de algodón motivó a los estadounidenses sureños a obligar a España a cederles la Florida y los territorios meridionales de Alabama y Misisipi. Texas también era vulnerable y las autoridades decidieron alentar su colonización por medio de extranjeros. Las autoridades de España y, más tarde, de México creían que los extranjeros realmente se asimilarían a la sociedad mexicana y les otorgaron tierras con la condición de que lo hicieran, en especial convirtiéndose al catolicismo; sin embargo, los nuevos inmigrantes provenientes de Estados Unidos simplemente ignoraron las condiciones y pronto se vieron reforzados por otros más, atraídos por la posibilidad de aprovechar la oportunidad de cultivar algodón en esas tierras vírgenes;2 además, desde el punto de vista de los nuevos colonizadores, ese cultivo requería mano de obra esclava, lo cual generó aún más tensiones. Tanto México como Coahuila, el estado mexicano al que pertenecía Texas, habían aprobado leyes que prohibían la venta o la introducción de esclavos y, en última instancia, la esclavitud misma.3 La cuestión de la esclavitud generó una importante brecha entre los colonizadores de habla inglesa y las autoridades mexicanas; sin embargo, el ímpetu que llevó a muchos texanos, tanto angloparlantes como mexicanos, a rebelarse a mediados de la década de 1830 fue la promulgación de una constitución centralista en México, la cual, al limitar la autonomía de los gobiernos regionales, eliminó la posibilidad de que esos dos grupos pudieran desarrollar una política y una economía regionales que los unieran para prosperar gracias a la proximidad de Estados Unidos.4
Al principio, los rebeldes abrazaron el federalismo, pero, una vez que el gobierno nacional envió tropas para meterlos en cintura, muchos de los mexicanos y de los colonizadores estadounidenses empezaron a abogar por independizarse de México. El cambio fue impulsado en parte por una oleada de nuevos estadounidenses de los estados del sur, que consideraban que la lucha por un Texas independiente era una manera relativamente rápida y barata de adquirir nuevas tierras algodoneras; la llegada de nuevos estadounidenses fue de capital importancia para la derrota final del ejército mexicano en Texas.5 La independencia de ese estado fue una catástrofe para México, no sólo porque perdió un territorio geográfico que tiempo después llegaría a ser extremadamente rico, sino también porque los sanguinarios esfuerzos de México por suprimir la rebelión texana y la manera en que los políticos y los escritores estadounidenses hicieron publicidad a esos esfuerzos y a las ricas tierras disponibles en Texas pusieron en movimiento una transición espectacular del punto de vista de los estadounidenses sobre los mexicanos: éstos, que ya no eran los ciudadanos de una república hermana amantes de la libertad, fueron catalogados en forma definitiva entre los individuos de razas inferiores con los que se comparaban los estadounidenses blancos para definirse como superiores, un grupo que incluía a los afroamericanos, encadenados a la esclavitud cada vez con mayor fuerza, y los indios, desplazados cada vez más por ser improductivos y porque los blancos no podían asimilarlos.6
Texas se mantuvo independiente durante diez años y su anexión final a Estados Unidos enturbió la política del país: en 1844, el Senado rehusó aprobar un tratado de anexión y, después de que el poco conocido James K. Polk ganara las elecciones presidenciales de ese año, los partidarios de la anexión eludieron con astucia la autoridad del Senado para aprobar tratados, lo cual requería una mayoría de dos tercios, y argumentaron que el Congreso podía admitir nuevos estados por medio de una resolución conjunta aprobada por la mayoría simple de todos sus miembros.7 La anexión generó una crisis internacional, porque México consideraba que Texas era una provincia en rebeldía, mientras que el gobierno de Estados Unidos la consideraba ya como un territorio estadounidense. Mientras Texas fue independiente, las tropas mexicanas llevaron a cabo incursiones ocasionales en la provincia y los políticos mexicanos hablaron con frecuencia de la necesidad de reconquistarla, por lo que a nadie sorprendió que Polk enviara tropas al nuevo territorio.
Sin duda alguna, Polk quería proteger Texas, pero también estaba apostando a un juego mucho más ambicioso: una pista de ello fue la cantidad de tropas, que era mucho mayor que cualquier fuerza que Estados Unidos hubiera reunido en un solo lugar desde el final de la guerra de 1812; otra pista fue el lugar donde se estacionaron, que estaba muy lejos de cualquier lugar donde los mexicanos y los texanos se hubieran enfrentado, pero que era conveniente para la villa mexicana de Matamoros e incluso más conveniente para aprovisionarlas por mar. Polk buscaba aprovecharse de un país vecino cuya debilidad política y económica despreciaba y cuyas posesiones codiciaba. Sus objetivos eran audaces: Polk quería que México vendiera a Estados Unidos vastas porciones de sus territorios septentrionales, en especial California, y que México reconociera de manera oficial que Texas era un territorio estadounidense; asimismo, quería que México reconociera que eso que los mexicanos llamaban río Bravo y los estadounidenses llamaban río Grande era la frontera, en lugar del Nueces, que marcaba los límites de la provincia mexicana de Texas. Aun cuando los lugares donde los dos ríos desembocan en el Golfo de México se encuentran separados solamente por unos cuantos kilómetros, sus cursos tierra adentro se apartan muchísimo; por lo demás, no había funcionarios texanos en las tierras entre los dos ríos y los habitantes de esas tierras eran mexicanos. Muchos observadores de ambos países creían que las afirmaciones de Polk en el sentido de que las tierras entre el Nueces y el Bravo formaban parte de Texas eran una invención deliberada; el teniente coronel Ethan Allen Hitchcock, oficial de las fuerzas del general Zachary Taylor, lo consignó de manera repetida en su diario y, cuando el ejército recibió un nuevo mapa enviado desde Washington, escribió: “Se le han añadido [énfasis en el original] al río Grande unos límites distintos. ¡Nuestro pueblo debería ser condenado por su impúdica arrogancia y su autoritario atrevimiento!” El mexicano José María Roa Bárcena sugirió burlonamente varios años más tarde en sus escritos que la base histórica de la reivindicación sobre el río Bravo como la frontera fue tan ridícula que Estados Unidos bien podría haber afirmado igualmente que Texas se extendía hasta el estrecho de Magallanes.8
El problema con la creencia de que Estados Unidos tenía un destino manifiesto de expansión era que los espacios a los que quería expandirse estaban habitados. ¿Cómo pudo Polk creer que podía intimidar a México al grado de que éste cediera sus territorios sin siquiera combatir por ellos? Polk despreciaba a México: creía que tenía un sistema político en bancarrota, antidemocrático, corrupto e inestable que no querría o no podría unificar a su población para combatir en una gran guerra para defender unos territorios remotos donde vivían pocos mexicanos; asimismo, Polk, que era un esclavista sureño, consideraba que los mexicanos eran racialmente inferiores.9 Si México no cedía sin combatir, sin duda habría de hacerlo después de una breve guerra de fronteras. Incluso mientras negociaba un arreglo relativamente débil con el Reino Unido sobre la frontera entre Estados Unidos y Canadá en el litoral noroeste del océano Pacífico, Polk provocó a propósito al gobierno mexicano al apoyar las exageradas reivindicaciones de los ciudadanos estadounidenses, que querían que se los compensara por las propiedades destruidas durante los conflictos políticos mexicanos; además, Polk exacerbó aún más las tensiones al enviar como emisario a John Slidell en una misión diplomática diseñada para fallar. México había interrumpido las relaciones diplomáticas con Estados Unidos cuando éste se anexó Texas; no obstante, el presidente mexicano, José Joaquín de Herrera, quien creía que la provincia era irrecuperable, dio señales de estar dispuesto a negociar sobre Texas con un enviado especial, pero, en lugar de un enviado especial, Polk envió a Slidell como representante diplomático general con órdenes de comprar más territorios a México, una jugada que implicaba que la cuestión texana había sido resuelta y que las relaciones diplomáticas ya se habían restablecido. Herrera no podía ni estaba dispuesto a aceptarlo, por lo que Slidell tuvo que regresar a Estados Unidos. Su misión estaba diseñada para asegurar al público estadounidense que Polk estaba buscando una solución pacífica y, al mismo tiempo, para hacer ver al gobierno mexicano que el conflicto era inevitable.10 Con todo, la última provocación se produjo cuando Polk ordenó al menos que entusiasta general Zachary Taylor que hiciera avanzar el ejército estadounidense que se encontraba en Corpus Christi pasando el río Nueces, hasta la desembocadura del río Bravo, donde se encontraría a tiro de piedra de la ciudad mexicana de Matamoros y su numerosa guarnición.11
LOS INSÓLITOS AGENTES DE LA PROSPERIDAD Y LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSES
Los hombres del ejército de Zachary Taylor eran la vanguardia de un gobierno sostenido por la confianza de muchos estadounidenses en que estaban destinados a llevar la prosperidad y la libertad, o al menos una versión de prosperidad y libertad que incluía la esclavitud, a todo un continente. Lo irónico es que la vasta mayoría de los hombres de ese ejército había experimentado poco de esa prosperidad y de esa libertad y que la mayoría de los ciudadanos estadounidenses los despreciaba. En la década de 1840, el servicio militar en el ejército regular de Estados Unidos sólo resultaba atractivo para los hombres muy pobres; los reclutadores del ejército insistían en los beneficios económicos de unirse a él, los cuales incluían una soldada modesta, comida, albergue y ropa. Los hombres que explicaban la razón de haberse unido al ejército invariablemente mencionaban su extrema pobreza y la urgente necesidad de tener qué comer; por ejemplo: Frederick Zeh hizo notar que, en las semanas anteriores a enlistarse, “frecuentemente me desmayaba de hambre”; George Ballentine se enlistó después de una infructuosa búsqueda de trabajo en Nueva York; Charles Stratford se unió al ejército después de un robo que lo dejó en la miseria y no pudo encontrar trabajo, y William McLaughlin, John Davis, John O’Donnell y Charles Isdepski explicaron que se habían decidido por el ejército para no morirse de hambre.12 Una indicación de la baja condición social de los reclutas del ejército regular es el hecho de que, en una población estadounidense en la que 90 por ciento de los blancos sabían leer y escribir, 35 por ciento de los reclutas del ejército ni siquiera pudo firmar con su nombre los documentos de reclutamiento.13
El ejército reclutaba sobre todo a los pobres de las ciudades del este, hombres que, como otros pertenecientes a la clase trabajadora internacional, luchaban por ganarse la vida en una economía que cambiaba aprisa y se caracterizaba por la inseguridad en el empleo y por la creciente dependencia de la mano de obra asalariada.14 Cuando por fin podían encontrar un trabajo, era en ocupaciones brutalmente físicas, temporales y mal pagadas, como la limpieza de las calles, la excavación de los canales, la descarga de los barcos y como marineros de cubierta en los barcos balleneros o los buques de vapor que navegaban por los ríos de Estados Unidos; algunos eran inmigrantes que ya antes habían servido en los ejércitos europeos.15 La precariedad misma de su existencia hacía de ellos hombres en movimiento y sin raíces, pues debían seguir el trabajo o los rumores de trabajo a dondequiera que oyeran que lo había; su pobreza, su inseguridad y su movilidad hacían que para ellos fuese extremadamente difícil formar y mantener una familia estable, una de las características de respetabilidad y ciudadanía en Estados Unidos. Esos trabajadores solían vivir en pensiones y en los barracones de las obras en construcción,16 por lo que la respetabilidad de los hombres establecidos estaba fuera de su alcance y, por lo general, su transitoriedad hacía que estuvieran lejos de ser considerados como residentes de algún lugar y como ciudadanos.17 Se creería que esos hombres sin raíces y siempre en movimiento aprovecharían las oportunidades que abría la expansión de las fronteras agrícolas del oeste, pero eran tan pobres que no podían reunir el dinero necesario para el transporte, las herramientas, la tierra y los víveres necesarios para sobrevivir hasta la primera cosecha; en consecuencia, se encontraban atrapados en unas ciudades que ya tenían un exceso de mano de obra.18 Lo peor de todo, no obstante, fue que cada vez se est...