Segunda parte
Entrevistas
Confesiones de un educador
[Entrevista realizada por el periodista Humberto Werneck, 1989.]
Alguna vez lo bautizaron, muy atinadamente, el “apóstol del abecé”. Quien así lo definió no solamente tuvo en cuenta su figura algo clerical… empezando por la barba blanca e indisciplinada que se dejó crecer para escudarse contra el frío del exilio, veinte años atrás. Pernambucano de Recife, de 67 años, Paulo Reglus Neves Freire es un hombre marcado por la fe; más específicamente, por la fe en la educación; y en el ejercicio de ese obstinado sacerdocio alcanzó proyección mundial al crear el método de alfabetización de adultos que lleva su nombre. Muchos de sus dieciocho libros, entre ellos Pedagogía del oprimido, han sido traducidos en los cuatro puntos cardinales del planeta Tierra, y nada menos que catorce respetadas universidades en el mundo le han concedido el título de doctor honoris causa.
Basado en el principio de que el proceso educativo debe partir de las realidades que rodean al educando (“No basta con saber leer Eva vio la uva”, ejemplifica; “hay que comprender qué posición ocupa Eva en su contexto social, quién trabaja para producir las uvas y quién lucra con ese trabajo”), el método Paulo Freire le valió galardones menos rimbombantes a su creador… aunque no por ello menos honrosos: encarcelado en 1964 bajo la acusación de ser “subversivo e ignorante”, pasó setenta y cinco días encerrado antes de abandonar el país para sus quince años de exilio en Bolivia, Chile, Estados Unidos, Suiza y varios países africanos.
Padre de cinco hijos y varias veces abuelo, casado en segundas nupcias con su ex alumna Ana Maria Hasche, Nita, hombre de hablar sereno que saborea visiblemente cada palabra que dice, Paulo Freire es, desde el primer día de este año, secretario de Educación en el municipio de San Pablo, durante la gestión de Luiza Erundina, del PT, tarea que lo aproxima todavía más al objeto central de su pasión de educador: los niños pobres, sus “chicos populares”, para quienes sueña con edificar una “escuela alegre”, como explica en esta entrevista.
ELLE: ¿Cómo es la “escuela alegre”?
PAULO FREIRE: Ante todo, quiero dejar en claro que no tiene nada que ver con una escuela fácil, irresponsable. Por el contrario, es una escuela cuidadosa, que trabaja críticamente la disciplina intelectual del niño estimulándolo y desafiándolo a comprometerse en serio en la búsqueda del conocimiento. Muchos de nosotros, que nos bañamos con agua tibia desde que nacimos, que nos cambiamos la camisa todos los días, que hicimos un curso, solemos pensar que los niños de las áreas populares no aprenden, que son incompetentes. No es así. La gran diferencia entre esos niños y los niños que residen en Morumbi [barrio de clase alta de San Pablo], por ejemplo, en relación con la competencia para el aprendizaje de la escritura, radica en que los niños de Morumbi tienen una convivencia, una experiencia con la palabra escrita, con la actividad intelectual de los miembros de su familia, en tanto los niños de las favelas no tienen en su casa un padre que lee libros. Su experiencia es preponderantemente oral.
E: Usted suele hablar de la “lindura” del lenguaje de los niños que dicen cosas como “la gente somos”.
PF: He sido malinterpretado en cuanto a este punto. El menosprecio por la lengua y la cultura que el niño trae a la escuela –por parte de quien las considera erradas– termina haciendo que ese niño introyecte la certeza de su incompetencia. Es lo que hacen muchos educadores cuando utilizan el lápiz rojo para marcar los “errores” en el uso del portugués. No estoy a favor de excluir al niño popular del conocimiento del estándar culto de la lengua, el así llamado portugués correcto. Andan diciendo por ahí que yo niego el acceso al estándar culto, y que niego el error. Nada de eso. Defiendo el respeto por la cultura popular y propongo una comprensión diferente del error, al que veo como un momento en la búsqueda del acierto.
E: Si usted tuviera un hijo en edad escolar, ¿en qué escuela lo matricularía? ¿En la escuela pública o la privada?
PF: Mire, cualquier respuesta que dé podría considerarse mentirosa, precisamente porque esa es una hipótesis lejana y sabemos que nadie toma decisiones tan alejadas de lo concreto. No tengo ningún hijo en edad escolar y, por eso mismo, no puedo tomar una decisión al respecto. Pero sí puedo manifestar mi opinión: yo daría prioridad a una escuela pública y lucharía junto a la dirección de esa escuela para que fuera mejor.
E: Usted no tiene hijos en edad escolar, pero sí nietos.
PF: En vez de responder por esta escuela o por la otra, ¿por qué no ampliamos la pregunta, que en el fondo es de naturaleza política y no pedagógica? De naturaleza política, sí. ¿Por qué no peleamos para que la escuela pública sea respetada? Aquí en San Pablo las escuelas se vienen abajo y son una amenaza de muerte para los alumnos y las maestras… ¿y por qué nosotros nunca luchamos contra eso? Precisamente porque, desde la perspectiva de nuestra función de clase, es más fácil mandar a nuestros hijos a la escuela privada y dejar que la escuela pública se acabe.
E: ¿La escuela privada no estaría acaso más cerca de “la escuela feliz” que la pública?
PF: Yo hago justicia. Soy un hombre radical, pero no sectario. No voy a mencionar nombres para que no parezca que estoy haciendo propaganda, pero conozco escuelas privadas en verdad serias a las que catalogaría como lo que yo llamo “escuela linda”. Quiero que eso se generalice. Quiero que esas escuelas dejen de pertenecer pura y exclusivamente a los niños que pueden pagarlas.
E: ¿Qué piensa de la utilización de instrumentos modernos, como la computadora y el video, en el proceso educativo?
PF: Siempre he intentado ser un hombre de mi tiempo. Como individuo rechazo la computadora porque creo en mi mano. Pero, como educador, pienso que la computadora y el video son muy importantes.
E: ¿El método Paulo Freire puede enseñarse por computadora?
PF: A mi entender, lo fundamental es: ¿la computadora y la curiosidad crítica del niño pueden ir juntos? Sí. La computadora puede incluso aumentar esa curiosidad. Pero en cuanto al uso de esos instrumentos en las escuelas privadas no tengo la menor duda: necesariamente ensanchará la brecha entre nuestros niños y los niños populares. Porque, incluso sin computadoras, nuestros niños ya tienen una enorme ventaja sobre los niños de las áreas populares.
E: ¿Usted tuvo una “escuela alegre” en su infancia?
PF: No. Pero tuve una maestra alegre, una mujer extraordinaria. Cecília Brandão, que fue mi maestra particular de motu propio: un día le ofreció darme clases particulares a mi madre.
E: En cierto modo, ella fue su computadora…
PF: Fue mi computadora…
E: ¿De dónde viene su interés por la pedagogía?
PF: Desde niño me ha gustado el estudio, comprender las cosas, hablar de las cosas. Y esos gustos forman parte de la práctica de la pedagogía. Después, en la adolescencia, me hice profesor de portugués; primero particular, para ayudar a mi madre, y después, a los 19 años, empecé a dar clases en la escuela secundaria donde había estudiado.
E: ¿Usted corregía con lápiz rojo los trabajos de sus alumnos?
PF: Sí, pero no con tanto énfasis como se acostumbraba en la época. Cuando los niños presentaban sus trabajos escritos, yo los leía uno por uno y anotaba en un papel los descuidos que habían cometido; después daba una clase completa sobre esos descuidos, sin nombrar a nadie. Haber sido profesor de portugués fue mi primer impulso hacia la educación. El segundo fue mi encuentro con una educadora extraordinaria, Elza, que fue mi esposa y lamentablemente falleció hace dos años. Viví cuarenta y dos años de plenitud con Elza. Sin hiatos, incluso cuando no estábamos de acuerdo.
E: Usted volvió a casarse.
PF: Hace dos años, con una ex alumna mía y gran amiga de Elza, excelente profesora de Historia de la Educación. No tuve miedo de rehacer mi vida a los 66 años. Y no volví a casarme para reemplazar a Elza ni para prolongarla. Volví a casarme para seguir vivo y porque amé de nuevo. Y a los 67 años acepté ser secretario de Educación de la ciudad de San Pablo…
E: ¿Es su primer puesto público?
PF: A decir verdad, es el segundo. Por causa del primero (presidente de la Comisión Nacional de Cultura Popular y coordinador del Programa Nacional de Alfabetización de Adultos, del Ministerio de Educación y Cultura, en 1963) fui a parar a la cárcel y luego al exilio.
E: ¿No es raro que nunca haya escrito en una lengua dirigida a los niños, que son su mayor pasión?
PF: Mire, si yo pudiera… Usted no se imagina cuánto me gustaría. Pero, como sea, se me metió en la cabeza que no soy capaz de hacerlo. Posiblemente alguien me dijo que yo no tenía capacidad para escribir, tanto que me llevó años poder escribir mis pedagogías.
E: ¿Cómo se define en materia de religión y política?
PF: Soy un hombre de fe… prefiero decir de fe más que religioso, porque el concepto de religiosidad conlleva una connotación mágica que francamente no me agrada. Una fe medio gratuita, sin grandes discusiones. Por ejemplo: mi mujer murió, murió en mi pecho, y yo casi me muero también, de dolor… pero nunca pregunté ¿por qué? Ni siquiera una vez. No me sentía con derecho a hacer esa pregunta. Ahora –y quiero que quede bien claro–, mi fe jamás me llevó a adoptar una actitud reaccionaria, jamás. Por el contrario, siempre me empujó a una posición progresista, a veces muy ingenua y a veces no tanto. No puedo aceptar en paz, bajo ningún concepto, la sociedad tal como está. Mi fe no me vuelve cínico, me vuelve indignado.
E: ¿Y en política?
PF: Mi opción es socialista. Socialista y democrática, pero no socialdemócrata.
E: Si la vida se terminara ahora, ¿cuál sería su balance de su paso por la Tierra?
PF: Diría: traté de amar. Y, tratando de amar, nunca dejé de querer conocer.
La construcción de la escuela democrática en el sistema de enseñanza pública
[Agosto de 1993.]
GIZ: Paulo, Giz nació con el sueño de ser un instrumento para la construcción de una escuela democrática. Desde su perspectiva, ¿cuáles serían los elementos fundamentales para esa construcción?
PAULO FREIRE: La democracia no surge por casualidad ni tampoco por gusto de unas pocas personas que se la regalan o imponen a las mayorías. A decir verdad, la democracia es una creación social, una construcción política paciente y persistentemente trabajada, sobre todo en sociedades como la nuestra, con tradiciones autoritarias tan arraigadas. A nosotros nos gusta mandar, someter a los otros a órdenes y determinaciones de un modo tan incontenible que, teniendo en las manos cinco centímetros de poder, el que detenta ese poder tiende a transformarlo en diez metros de arbitrariedad.
Sin embargo, el hecho de que nuestra experiencia histórica haya sido tan vertical, tan autoritaria, no implica que el autoritarismo sea un rasgo inmutable, irremovible, de nuestro ser. Ningún pueblo es esto o aquello en su totalidad. Estamos siendo esto o aquello, o más o menos esto o aquello, en la experiencia histórico-cultural de las clases y los grupos sociales que actúan en la sociedad.
Creo que el ensayo autoritario que nos asfixió durante todo el período de los gobiernos militares terminó por generar, en gran parte de la sociedad brasileña, un gusto por la libertad que los políticos y los educadores deberíamos aprovechar en el sentido de cultivar la democracia.
La construcción de la escuela democrática no depende, tampoco, de la voluntad de algunos educadores y educadoras, de algunos alumnos, de ciertos padres y madres. Esta construcción es un sueño por el que debemos luchar todas y todos los que apostamos a la seriedad, la libertad, la creatividad y la alegría dentro y fuera de la escuela.
La lucha coherente por este sueño nos exige respetar a los otros, asumir el deber de cumplir nuestras tareas, de luchar por nuestros derechos, de no huirle a la obligación de intervenir como educadores o educadoras, de poner límites a nuestra autoridad como asimismo a la libertad de los educandos. Nos exige capacidad científica, formación permanente –por la cual debemos luchar porque es nuestro derecho– y claridad política –sin la cual dificultamos nuestras decisiones–. Esa claridad política, que nos exige un profundo sentido de responsabilidad, intensifica esta lucha en los procesos electorales, en el momento de las elecciones. ¿Cómo puedo votar a un candidato reaccionario y autoritario que no disimula sus opciones si alimento un sueño democrático y antielitista?
La “mejora” que tal o cual político experimenta a lo largo de su vida no es suficiente para el militante progresista.
La mejora puede potenciar su reaccionarismo. Lo que le importa al progresista es saber si el candidato A o B ha revelado prácticas democráticas o si, antes reaccionario, ahora da pruebas de cambio concreto. Pruebas concretas, no discursos demagógicos.
Me parece necesario agregar algo más, teniendo en cuenta el espíritu de la pregunta. Si la democracia no es obra de unos pocos iluminados y bienintencionados, si no resulta de la voluntad todopoderosa de unos pocos, la unidad escolar democrática tampoco puede surgir del empeño magnánimo de algunos educadores de buena voluntad. ¡Pero sí puede surgir de la lucha de unos pocos que se transforman en muchos y convierten a los padres, las madres, los alumnos, los celadores, las ecónomas, las directoras, las coordinadoras!
G: ¿El sistema público tiene condiciones para ser democrático? ¿Qué se necesita para que lo sea?
PF: El sistema público puede ir creando en sí mismo las condiciones para ser democrático en la medida en que la sociedad, históricamente, venga experimentando más democracia, en que el “¿usted sabe con quién está hablando?” vaya desapareciendo y volviéndose una absoluta rareza. En la medida en que los presos no sean asesinados y después se diga que atacaron a los representantes de la ley; en que no se asesine a menores en la plaza pública y se diga que deben desaparecer porque son malhechores; en que los presidentes y los ministros sean castigados por sus delitos.
El sistema público puede crear las condiciones necesarias para ser democrático en la medida en que, movilizándose y organizándose, luche contra la arbitrariedad, supere el silencio que le están imponiendo y consiga...