Martín Lutero
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Martín Lutero

Su vida y su obra

Federico Fliedner

  1. 240 páginas
  2. Spanish
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Martín Lutero

Su vida y su obra

Federico Fliedner

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La Reforma del siglo XVI es uno de los hechos claves en la historia moderna y el punto de partida de todas las iglesias cristianas evangélicas actuales etiquetadas popularmente como "protestantes". Dentro de la Reforma, su detonante y eje central tiene un nombre propio: Martín Lutero.Conocer, pues, a fondo la biografía de Martín Lutero y con ella las claves teológicas y sociológicas de la Reforma es algo esencial para todo cristiano evangélico que anhele descubrir las raíces comunes de su fe y, así, contribuir a un mejor entendimiento entre las distintos grupos, iglesias y denominaciones cristianas.La presente biografía de Lutero, considerada como la mejor que se ha escrito en lengua española hasta la fecha, se completa con ilustraciones de la época, una amplia bibliografía de obras escritas por Lutero y la transcripción de numerosos documentos de la época, entre ellos las famosas 95 Tesis.

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Información

Año
2002
ISBN
9788482673936
CAPÍTULO III
LAS NOVENTA Y CINCO TESIS
El papa León X, amante del esplendor y las artes, y necesitando mucho dinero para la magnificencia de su corte, había hecho predicar indulgencias en los años 1514 y 1516, es decir, indulgencia plenaria o indulto de las penas que la Iglesia impone a los hombres por sus pecados, a cambio de una cantidad de dinero previamente determinada. La primera vez tomó por pretexto la guerra con los turcos; la segunda, la terminación de la basílica de San Pedro en Roma. El comisario general de las indulgencias en Alemania era el príncipe elector de Maguncia, Alberto, muy semejante al papa en muchas cosas, y principalmente en eso de necesitar siempre dinero, al paso que se cuidaba muy poco de la salvación de las almas. Este príncipe se encargó, mediante el estipendio de la mitad del dinero recogido en aquel negocio, de enviar lo restante a Roma. Calcúlese, pues, cuántos esfuerzos no haría para que esta venta fuese grandemente provechosa. Envió frailes por todas partes de Alemania para ofrecer las indulgencias, obligándolos bajo juramento, a no cometer con él fraude alguno; y dejándolos, en cambio en entera libertad para engañar a las pobres almas, con tal que le trajesen dinero. Como instrumento principal de este tráfico de indulgencias, eligió a un hombre que en verdad realizó toda clase de esfuerzos para hacer el negocio tan productivo como pudiera desearse. Este hombre fue el nunca bastante censurado Juan Tetzel, nacido en Leipzig, y fraile de la Orden de los Dominicos en el convento de Pirna; hombre atrevido y dado a torpes concupiscencias; el cual ya anteriormente, por adulterio y por su conducta licenciosa, había sido condenado a morir ahogado en un saco; y sólo por la intercesión de una ilustre dama había salvado la vida. Este hombre degradó hasta lo sumo la práctica de las indulgencias (que ya de suyo constituía una irrisión de la religión cristiana), y no hizo de ellas sino un robo sacrílego y una impostura insigne. En sus discursos de alabanza y recomendación de las indulgencias, omitía deliberadamente la cláusula que siempre se añade a las bulas que las conceden, es decir, que la eficacia de las referidas indulgencias dependen principalmente del arrepentimiento y de la enmienda. Su cinismo e insolencia sobrepujó a todo lo que hasta entonces se había visto. El adulterio, según su tarifa, costaba seis ducados; el robo de las iglesias, el sacrilegio y el perjurio, unos nueve ducados; un asesinato, ocho ducados. Hasta dio cartas de indulgencias para pecados que se pudiesen cometer en el porvenir.
Cuando Tetzel subía al púlpito, mostrando la cruz de la que colgaban las armas del papa, ponderaba con tono firme el valor de las indulgencias a la multitud fanática, atraída por la ceremonia al santo lugar; el pueblo le escuchaba con asombro al oír las admirables virtudes que anunciaba.
Oigamos una de las arengas que pronunció después de la elevación de la cruz.
«Las indulgencias –dijo– son la dádiva más preciosa y más sublime de Dios. Esta cruz (mostrando la cruz roja) tiene tanta eficacia como la misma cruz de Jesucristo. Venid, oyentes, y yo os daré bulas, por las cuales se os perdonarán hasta los mismos pecados que tuvieseis intención de cometer en lo futuro. Yo no cambiaría, por cierto, mis privilegios por los que tiene San Pedro en el cielo; porque yo he salvado más almas con mis indulgencias que el apóstol con sus discursos. No hay pecado, por grande que sea, que la indulgencia no pueda perdonar; y aun si alguno (lo que es imposible, sin duda) hubiese violado a la Santísima Virgen María, madre de Dios, que pague, que pague bien nada más, y se le perdonará la violación. Ni aun el arrepentimiento es necesario. Pero hay más; las indulgencias no sólo salvan a los vivos, sino también a los muertos. Sacerdote, noble, mercader, mujer, muchacha, mozo, escuchad a vuestros parientes y amigos difuntos, que os gritan del fondo del abismo: ¡Estamos sufriendo un horrible martirio! Una limosnita nos libraría de él; vosotros podéis y no queréis darla.»
¡Calcúlese la impresión que tales palabras, pronunciadas con la voz estentórea de aquel fraile, producirían en la multitud!
«En el mismo instante –continuaba Tetzel– en que la pieza de moneda resuena en el fondo de la caja, el alma sale del purgatorio. ¡Oh gentes torpes y parecidas casi a las bestias; que no comprendéis la gracia que se os concede tan abundantemente!... Ahora que el cielo está abierto de par en par, ¿no queréis entrar en él? ¿Pues cuándo entraréis? ¡Ahora podéis rescatar tantas almas! ¡Hombre duro e indiferente, con un real puedes sacar a tu padre del purgatorio, y eres tan ingrato que no quieres salvarle! Yo seré justificado en el día del juicio, pero vosotros seréis castigados con tanta más severidad cuanto que habéis descuidado tan importante salvación. ¡Yo os digo que aun cuando no tengáis más que un solo vestido, estáis obligados a venderlo, a fin de obtener esta gracia! Dios nuesto Señor no es ya Dios, pues ha abdicado su poder en el papa.»
Después, procurando también hacer uso de otras armas, añadía: «¿Sabéis por qué nuestro señor, el papa, distribuye una gracia tan preciosa? Es porque se trata de reedificar la iglesia destruida de San Pedro y San Pablo, de tal modo que no tenga igual en el mundo. Esta iglesia encierra los cuerpos de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y los de una multitud de mártires. Estos santos cuerpos, en el estado actual del edificio, son, ¡ay!, continuamente mojados, ensuciados, profanados y corrompidos por la lluvia, por el granizo. ¡Ah!, estos restos sagrados, ¿quedarán por más tiempo en el lodo y en el oprobio?»
Esta pintura no dejaba de hacer impresión en muchos. ¡Ardían en deseos de socorrer al pobre León X, que no tenía con qué poner al abrigo de la lluvia los cuerpos de San Pedro y de San Pablo!
En seguida, dirigiéndose a las almas dóciles, y haciendo un uso impío de las Escrituras decía: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os aseguro que muchos profetas y reyes han deseado ver las cosas que veis y no las han visto, y también oír las cosas que vosotros oís y no las han oído!» Y, por último, mostrando la caja en que recibía el dinero, concluía regularmente su patético discurso, dirigiendo tres veces al pueblo estas palabras: «¡Traed, traed, traed!» Luego que terminaba su discurso, bajaba del púlpito, corría hacia la caja, y, en presencia de todo el pueblo, echaba en ella una moneda, de modo que sonara mucho.
Rara vez encontraba Tetzel hombres bastante ilustrados, y aun menos, hombres bastante animosos para resistirle; por lo común, hacía lo que quería de la multitud supersticiosa. Había plantado en Zwickau la cruz roja de las indulgencias, y los buenos devotos se apresuraban a ir y a llenar la caja con el dinero que debía libertarlos. Cuando Tetzel tenía que partir, los capellanes y sus acólitos le pedían la víspera una comida de despedida; la petición era justa; pero ¿cómo acceder a ella, si el dinero estaba contado y sellado? A la mañana siguiente hacía tocar la campana mayor, la muchedumbre se precipitaba al templo, creyendo que había sucedido algo de extraordinario, porque la fiesta era ya concluida; y luego que estaban todos reunidos, les decía: «Yo había resuelto partir esta mañana, pero en la noche me he despertado oyendo gemidos; he aplicado el oído y… era del cementerio de donde salían... ¡Oh Dios! ¡Era una pobre alma, que me llamaba y me suplicaba encarecidamente que la librase del tormento que la consume! Por esto me he quedado un día más, a fin de mover a lástima los corazones cristianos en favor de dicha alma desgraciada; yo mismo quiero ser el primero en dar una limosna, y el que no siga mi ejemplo, merecerá ser condenado».
¿Qué corazón no hubiera respondido a tal llamamiento? ¿Quién sabe, por otra parte, qué alma es aquella que grita en el cementerio? Dan, pues, con abundancia, y Tetzel ofrece a los capellanes y a sus acólitos una buena comida.
Los mercaderes de indulgencias se habían establecido en Haguenau en 1517. La mujer de un zapatero, usando de la facultad que concedía la instrucción del comisario general, había adquirido, contra la voluntad de su marido, una bula de indulgencia, a precio de un florín de oro, y murió, poco después; no habiendo el marido hecho decir misas por el descanso del alma de su mujer, el cura le acusó de impío, y el juez de Haguenau le intimó a que compareciese a su presencia; el zapatero se fue a la Audiencia con la bula de su mujer en el bolsillo, y el juez le preguntó:
–¿Ha muerto tu mujer?
–Sí –respondió el zapatero.
–¿Y qué has hecho por ella?
–He enterrado su cuerpo y he encomendado su alma a Dios.
–¿Pero has hecho decir una misa por el descanso de su alma?
–No, por cierto, porque sería inútil, pues ella entró en el cielo en el instante que murió.
–¿Cómo sabes eso?
–He aquí la prueba; y al decir esto sacó la bula del bolsillo; y el juez, en presencia del cura, leyó en ella: «La mujer que la ha comprado, no irá al purgatorio cuando muera, sino que entrará derechamente en el cielo...»
–Si el señor cura pretende todavía que es necesaria una misa –añadió–, mi mujer ha sido engañada por nuestro santísimo padre, el papa; y si no, el señor cura me engaña a mí.
Nada podía responderse a esto, y el acusado fue absuelto.
Así el buen sentido del pueblo hacía justicia a estos sacrílegos fraudes.
Un gentilhombre sajón que había oído predicar a Tetzel en Leipzig, quedó indignado de sus mentiras; acercóse al fraile y le preguntó si tenía facultad de perdonar los pecados que se pensaba cometer.
–Seguramente –respondió Tetzel–, he recibido para ello pleno poder del papa.
–Pues bien –replicó el caballero–, yo quisiera vengarme de uno de mis enemigos, pero sin atentar a su vida, y os doy diez escudos si me entregáis una bula de indulgencia que me justifique plenamente.
Tetzel pasó algunas dificultades; sin embargo, quedaron conformes en treinta escudos. Poco después salió el fraile de Leipzig; el gentilhombre, acompañado de sus criados, le esperó en un bosque entre Iueterbock y Treblin; cayó sobre él, hizo darle algunos palos, y le arrancó la rica caja de las indulgencias que el estafador llevaba consigo; éste se quejó ante los tribunales, pero el gentilhombre presentó la bula firmada por el mismo Tetzel, la que le eximía con anticipación de toda pena. El duque Jorge, a quien esta acción irritó mucho al principio, mandó a la vista de la bula, que fuese absuelto el acusado.
Pero para que se vea que esto no era obra de un solo hombre malvado, citaremos algunos datos de la instrucción del obispo de Maguncia.
Los plenipotenciarios, después de haber ponderado a cada uno en particular la grandeza de la indulgencia, hacían a los penitentes esta pregunta: «¿De cuánto dinero podéis privaros, en conciencia, para obtener tan perfecta remisión?» «Esta pregunta –dice la instrucción del arzobispo de Maguncia a los comisarios– debe ser hecha en este momento para que los penitentes estén mejor dispuestos a contribuir.»
Éstas eran todas las disposiciones que se requerían.
La instrucción arzobispal prohibía aun el hablar de conversión o contrición. «Solamente –decían los comisarios–, os anunciamos el completo perdón de todos los pecados; y no se puede concebir nada más grande que una gracia tal, puesto que el hombre que vive en el pecado está privado del favor divino, y que por este perdón total obtiene de nuevo la gracia de Dios. Por tanto, os declaramos que para conseguir estas gracias excelentes no es menester más que comprar una indulgencia Y en cuanto a los que desean librar las almas del purgatorio y lograr para ellas el perdón de todas sus ofensas, que echen dinero en la caja, y no es necesario que tengan contrición de corazón ni hagan confesión de boca. Procuren solamente traer pronto su dinero; porque así harán una obra muy útil a las almas de los difuntos y a la construcción de la iglesia de San Pedro.» No se podían prometer mayores bienes a menos precio.
Como Tetzel tenía también su obra y sus abominables predicaciones en Iueterbock (1), Lutero, en su confesonario, sentía las consecuencias de estas diabólicas artes de seducción. Los confesonarios quedaban casi vacíos, porque el pueblo gustaba más de aquella manera fácil y cómoda de remisión de los pecados; y los que todavía se confesaban, siguiendo las antiguas costumbres eclesiásticas, apelaban siempre al perdón de los pecados que ya habían comprado de Tetzel, y no querían seguir ninguno de los preceptos paternales que el fiel sacerdote les quería imponer. Entonces Lutero se sintió obligado, en conciencia, a amonestar al pueblo y apartarle de abuso tan pernicioso; empezó, como él dice, predicando con dulzura. En estos primeros discursos sobre las indulgencias, no trató más que de corregir los errores más graves y manifiestos sobre la materia, demostrando que las indulgencias no tienen ninguna fuerza en cuanto a los castigos divinos contra los pecados, sino que sólo se refieren a las penitencias y buenas obras. –Y éstas –decía– es mejor tomarlas sobre sí y hacerlas para enmendarse que no evadir su cumplimiento con el dinero; una buena obra hecha en favor de un pobre, vale más que todas las indulgencias. Que las almas salgan del purgatorio mediante las indulgencias, no lo sé y no lo creo; tampoco la Iglesia lo ha resuelto; y es mucho mejor que ores por ellas y hagas buenas obras, porque esto es más seguro y más probado.
Natural era que esta opinión modesta y fundada no hiciese impresión alguna en el ánimo de Tetzel, cuya endurecida alma había llegado al más aIto grado de cinismo. Empezó, pues, a dirigir sus apóstrofes y amenazas contra Lutero, mandó hacer una hoguera, y amenazó con quemar en ella a todos los que hablasen con desprecio de sus indulgencias. Entonces Lutero se resolvió por fin a hacer un agujero en aquel tambor.
El elector Federico de Sajonia estaba en su palacio de Schweinitz, a seis leguas de Wittenberg, dicen las crónicas del tiempo. El 31 de octubre, a la madrugada, hallándose Federico con su hermano el duque Juan, que entonces era corregente y reinó solo después de su muerte, y con su canciller, el elector dijo al duque: «Es menester, hermano mío, que te cuente un sueño que he tenido esta noche, y cuyo significado desearía mucho saber; ha quedado tan bien grabado en mi espíritu, que no lo olvidaría aunque viviese mil años; porque he soñado tres veces y siempre con circunstancias diferentes».
–¿Es bueno o malo el sueño? –preguntó el duque Juan.
–Yo lo ignoro; Dios lo sabe –le contestó su hermano.
–Pues bien, no te inquietes por eso; ten la bondad de referírmelo.
Y refirió el príncipe elector su sueño de esta manera:
–Habiéndome acostado anoche triste y fatigado, quedé dormido inmediatamente que hice mi oración; reposé dulcemente cerca de dos horas y media; habiéndome despertado entonces, estuve hasta medianoche entregado a todo género de pensamientos; discurría de qué modo celebraría la fiesta de Todos los Santos; rogaba por las pobres almas del purgatorio, y pedía a Dios que me condujese a mí, a mis consejeros y a mi pueblo según la verdad. Volví a quedarme dormido, y entonces soñé que el Omnipotente Dios me enviaba un fraile que era el hijo verdadero del apóstol San Pablo; todos los santos le acompañaban según la orden de Dios a fin de acreditarlo cerca de mí, y de declarar que no venía a maquinar ningún fraude, sino que todo lo que hacía era conforme a la voluntad de Dios; me pidieron que me dignase permitir que el fraile escribiese algo a la puerta de la capilla del palacio de Wittenberg, lo que concedí por conducto del canciller; en seguida el fraile fue allí y se puso a escribir con letras tan grandes, que yo podía leer lo que escribía desde Schweinitz; la pluma de que se servía era tan larga que su extremidad llegaba hasta Roma, y allí taladraba las orejas de un león que estaba echado (León X), y hacía bambolear la triple corona en la cabeza del papa; todos los cardenales y príncipes, llegando a toda prisa, procuraban sostenerla; yo mismo y tú, hermano mío, quisimos ayudar también; alargué el brazo… pero en aquel momento me desperté con el brazo en alto, lleno de espanto y de cólera contra aquel fraile, que no sabía manejar mejor su pluma; me sosegué un poco... no era más que un sueño. Yo estaba aún medio dormido; cerré de nuevo los ojos y volví a soñar. El león, siempre incomodado por la pluma, empezó a rugir con todas sus fuerzas, tanto que toda la ciudad de Roma y todos los Estados del Sacro Imperio acudieron a informarse de la causa; el papa pidió que se opusiesen a aquel fraile, y se dirigió sobre todo a mí, porque se hallaba en mis dominios; de nuevo me desperté y recé el Padre nuestro; pedí a Dios que preservara a Su Santidad y me dormí de nuevo... Entonces soñé que todos los príncipes del Imperio, y nosotros con ellos acudíamos a Roma y tratábamos entre todos de romper aquella pluma, pero cuantos más esfuerzos hacíamos, más firme estaba; rechinaba como si fue...

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Estilos de citas para Martín Lutero

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Fliedner, F. (2002). Martín Lutero ([edition unavailable]). Editorial CLIE. Retrieved from https://www.perlego.com/book/1922542/martn-lutero-su-vida-y-su-obra-pdf (Original work published 2002)

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Fliedner, Federico. (2002) 2002. Martín Lutero. [Edition unavailable]. Editorial CLIE. https://www.perlego.com/book/1922542/martn-lutero-su-vida-y-su-obra-pdf.

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Fliedner, F. (2002) Martín Lutero. [edition unavailable]. Editorial CLIE. Available at: https://www.perlego.com/book/1922542/martn-lutero-su-vida-y-su-obra-pdf (Accessed: 15 October 2022).

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Fliedner, Federico. Martín Lutero. [edition unavailable]. Editorial CLIE, 2002. Web. 15 Oct. 2022.