Pericles
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Pericles

Una biografía en su contexto

  1. 336 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Pericles

Una biografía en su contexto

Descripción del libro

Pericles fue el líder más famoso de la democracia griega, y quizá el más controvertido. ¿Fue realmente un imperialista sin escrúpulos, dispuesto a oprimir al resto de Grecia, o más bien un defensor de Atenas, que solo reclamaba respeto para su pueblo ante un mundo hostil? Su preparación intelectual le permitió defender ideas que resultaban peligrosas a los ojos de sus contemporáneos, pero supo persuadirlos de un modo asombroso. ¿Cómo logró hacerlo? ¿Cuál fue su responsabilidad en el fracaso de la Guerra del Peloponeso? La influencia de su familia, sus experiencias como refugiado de guerra y su excelente educación, son factores determinantes de la personalidad de este gran político, cuyo talante racional no fue suficiente para proteger a su pueblo de la tragedia.

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9788432149290
Edición
1
Categoría
Storia
Categoría
Storia mondiale
1.
La célebre historia familiar de la madre de Pericles
COMO ERA HABITUAL EN LOS PARTOS de la antigua Grecia, Agarista dio a luz a su segundo hijo rodeada de mujeres. Las madres traían a sus hijos al mundo en sus propias casas sin que hubiera un solo hombre presente en la habitación. También en la vida diaria las mujeres de la familia y las esclavas domésticas controlaban determinadas zonas de la casa que se consideraban vedadas a los varones. El trato de los antiguos padres griegos con los recién nacidos era relativamente escaso, aunque al cabeza de familia le asistía el derecho legal de repudiar al niño y de negarse a educarlo si lo creía ilegítimo. Cuando alguien daba un paso tan radical (y extraordinario), su decisión anulaba el estatus de ciudadano libre de ese niño indefenso y lo condenaba al abandono en plena calle, a disposición de quien lo encontrase para venderlo o utilizarlo como esclavo.
Tanto la historia familiar como las relaciones personales ejercían una poderosa influencia sobre las vidas de los atenienses: los recién nacidos se integraban en un mundo en el que las decisiones de las que dependía su estatus se tomaban en el mismo momento en que abandonaban el vientre de su madre y se prolongaban hasta la edad adulta: ¿realmente eran vástagos del padre?; ¿se reconocería su legitimidad y crecerían como miembros libres del hogar familiar?; ¿los aceptaría la asociación de herederos (fratría) que determinaba su rango social?; y, por último, al final de la adolescencia ¿los reconocerían como ciudadanos de pleno derecho los miembros de la circunscripción local (demo) a la que había pertenecido siempre la familia de sus padres? (El conjunto del estado democrático ateniense estaba formado por unos 130 o 140 demos independientes). Eran la familia, los parientes y los vecinos de los niños quienes dictaban sentencias tan definitivas como estas: el gobierno central no solía involucrarse en las decisiones que condicionaban la vida y definían el estatus individual de libre o esclavo, de ciudadano o extranjero.
Cerca de una semana después del nacimiento de su hijo, el padre de Pericles cumplió con la tradición de tomar en brazos al recién nacido y dar varias vueltas alrededor del fuego del hogar. Después ofreció el sacrificio que certificaba la legitimidad del niño y su acogida en el seno de la familia. La gozosa ceremonia fue seguida de un banquete tradicional compartido con la familia y cuyo menú incluía pulpo y calamares. A los pocos días, como dictaba la costumbre, los padres anunciaron públicamente el nombre de su hijo varón. Al llamarlo Pericles no hacían sino manifestar su confianza en el futuro de aquel miembro de una familia ilustre y adinerada, al tiempo que lo vinculaban al pasado: la partícula –cles del nombre «Pericles» procede de la palabra griega kleos, que significa la «fama del héroe», un término conocido desde la poesía de Homero con el que se expresaba el objetivo de los guerreros legendarios de ganarse una reputación imperecedera de excelencia. Unida a –peri, –cles compone un nombre cuya traducción aproximada equivaldría a «de gran fama» o «rodeado de fama». A juzgar por los testimonios conservados, el hijo de Agarista fue el primer ateniense que recibió ese nombre. (Antes aparece recogido en la poesía lírica de Arquíloco, natural de la isla de Paros).
La fama a la que se refería el nombre de Pericles residía sobre todo en la línea materna, cuya historia estaba salpicada de antepasados célebres. Las fuentes conservadas no ofrecen una identidad ni una cronología exactas de los miembros más antiguos de la familia de Agarista y la reconstrucción del árbol familiar que presentamos aquí es motivo de debate. Pero, afortunadamente, la visión general no deja lugar a dudas: la familia de la madre de Pericles era tan notoriamente selecta como notoriamente controvertida.
Conocida como los Alcmeónidas («descendientes de Alcmeón»), la tradición afirmaba que sus orígenes se remontaban a Néstor de Pilos (en el oeste del Peloponeso), un anciano héroe que la Ilíada califica de sabio consejero del ejército griego durante el sitio de Troya. Aun así, lo que hacía más conocidos a los Alcmeónidas en Atenas eran una larga controversia cuyas raíces se extendían hasta el siglo VII y el violento resultado de un intento de conspiración política para controlar Atenas protagonizada por los ciudadanos más poderosos. El hecho de que en el siglo V tanto Heródoto (Historia V, 71) como Tucídides (Historia I, 126) den cuenta de él y de las amargas consecuencias de su violencia —que aún coleaban en tiempos de Pericles— demuestra la persistencia de este episodio en la memoria de los griegos.
Ambos historiadores documentan que fue Cilón de Atenas quien suscitó el golpe de estado. Cilón se convirtió en una celebridad internacional en torno al año 640, después de ganar una carrera en los juegos olímpicos. Ese éxito fulgurante le sirvió para obtener de Teágenes, gobernante del estado de Mégara (en el límite occidental de Atenas), la autorización para casarse con su hija (era deber del padre concertar el matrimonio de sus hijas). La esposa extranjera de Cilón pertenecía al rango superior de la sociedad griega, ya que su padre ejercía el cargo supremo de tirano. En la antigua Grecia los tiranos eran autócratas que no habían seguido el procedimiento habitual para acceder a su cargo (o que habían utilizado para ello medios ilegítimos) a diferencia de los reyes —cuya legitimidad política estaba garantizada por herencia— o de los altos funcionarios de un gobierno oligarca o democrático, que ocupaban sus cargos después de haber sido elegidos por sus iguales políticos.
En la antigua Grecia la denominación de tirano aplicada a un gobernante no implicaba automáticamente —como ocurre hoy en día— el empleo de la coacción y la violencia en interés propio. En ocasiones los tiranos griegos gobernaban con cierta moderación y sus medidas populistas promovían cambios dirigidos a mejorar la suerte de los ciudadanos con menos recursos. No obstante, con el tiempo el intento de perpetuar el gobierno de la familia de generación en generación convirtió a la mayoría de las tiranías griegas en dictatoriales. En toda tiranía, por benigna que fuera, quienes compartían con el tirano la pertenencia a la élite social de la comunidad aborrecían estar bajo su control y solían conspirar para socavar su posición. De ahí que los tiranos emplearan sus recursos para establecer sólidos vínculos con gobernantes y familias influyentes de otros lugares. Los tentáculos de poder de la aristocracia de la antigua Grecia traspasaban los límites de los lazos políticos locales y étnicos (igual que las relaciones internacionales que forjan las megaempresas modernas sirven para incrementar sus beneficios y su influencia). Así pues, la célebre victoria atlética de Cilón y la situación acomodada de su familia ateniense (en aquella época los vencedores olímpicos pertenecían a la élite social) hicieron de él una opción atractiva para Teágenes, quien con el matrimonio de su hija creaba una alianza mutuamente provechosa.
Figura 5. Escena de una carrera masculina. Vasija griega. © Museo Metropolitano de Arte. Fuente: Art Resource, NY.
Con el nuevo estrellato y su prestigioso matrimonio a Cilón se le subieron los humos a la cabeza y tramó una conspiración contra su patria. Quizá fue su suegro el que alentó en él un proyecto tan osado, ya que Mégara no solía mantener buenas relaciones con la vecina Atenas. Respaldado por un círculo de jóvenes reclutados tanto en Mégara como en Atenas, en torno al año 632 Cilón lanzó un ataque sorpresa para hacerse con el control de la acrópolis ateniense e instaurar una tiranía similar a la de su suegro. El intento de traición fracasó cuando los atenienses acudieron en masa al centro de la ciudad para enfrentarse a los conspiradores. Hasta donde las fuentes nos permiten entrever, los ciudadanos unieron sus fuerzas espontáneamente y arriesgaron sus vidas con tal de impedir que un único hombre se impusiera violentamente sobre ellos, tanto en el plano personal como colectivo: un indicio significativo del sentido solidario que ya en fechas tan tempranas animaba a las masas atenienses cuando estaba en juego su libertad política, fundamento de la identidad nacional.
La respuesta de Atenas obligó a rendirse a Cilón y a sus conspiradores, que se apiñaron junto a una estatua de la diosa Atenea, asegurándose así su protección. Los funcionarios del gobierno allí presentes —los magistrados elegidos anualmente conocidos como arcontes— prometieron a los jóvenes no darles muerte si se apartaban de la imagen sagrada y los acompañaban. Los conspiradores accedieron. Aún seguían aferrados a los altares del santuario en el que se habían refugiado aterrados cuando fueron ejecutados. Ni Heródoto ni Tucídides mencionan el cómo o el porqué de aquel sangriento desenlace. Lo que sí está claro es que más de uno consideró un grave delito que los oficiales hicieran uso de la fuerza y arrancasen con violencia a los suplicantes de la protección divina antes de matarlos, por mucho que la traición de los conspiradores mereciese un castigo. Sus muertes violaban un juramento y constituían una acción impía, una ofensa grave a los dioses.
Según la tradición religiosa de los griegos, esta clase de crimen impío atraía una maldición sobre los responsables del delito, cuya presencia en la comunidad generaba una mancha que, en caso de no borrarse, significaba una peligrosa amenaza para toda la población. Los dioses, decían, castigarían a toda comunidad que albergara a un solo individuo relacionado con tamaño ultraje a la majestad divina. La historia de Edipo, rey de Tebas, que hicieron célebre las tragedias de Sófocles proclamaba alto y claro esta verdad y, al mismo tiempo, demostraba que la fuerza destructora de la maldición podía durar indefinidamente, como ocurrió en el caso de Pericles.
Mucho tiempo después, la maldición acabaría repercutiendo en él, ya que Megacles, uno de los funcionarios que gobernaba Atenas durante el episodio de Cilón, pertenecía a la familia de los Alcmeónidas. Tras la ejecución de los conspiradores suplicantes, los atenienses manifestaron un odio y un miedo tan intensos hacia la familia de Megacles que todos sus miembros fueron expulsados de sus hogares y enviados al exilio, y los huesos de sus difuntos se desenterraron para arrojarlos fuera del territorio ateniense. Desde aquel antepasado de su madre del siglo VII hasta el siglo V en que vivió Pericles, la familia Alcmeónida seguía en la memoria de todos —o al menos en la de los rivales de su poder y su riqueza— por la mancha de los sacrílegos asesinatos de los conspiradores dirigidos por Cilón. Los enemigos de los Alcmeónidas no olvidaron nunca la maldición de los dioses recaída sobre Megacles y su descendencia, quienes representaban un peligro para la comunidad.
El hecho de que los Alcmeónidas reaparecieran en escena relativamente pronto demuestra que no todos los atenienses los consideraban culpables de un delito contra la religión. En torno al año 595, un hijo de Megacles, el general ateniense Alcmeón (el primer miembro de la familia con ese nombre aparece sólidamente documentado en la historia), se distinguió por su papel en lo que recibió el nombre de primera guerra sagrada, librada —según los atenienses— para vengar los sacrilegios cometidos por otros griegos contra el oráculo de Delfos, el santuario del dios Apolo que gozaba de fama internacional. Situado en el centro de Grecia, este lugar sagrado atraía a peregrinos de todo el mundo mediterráneo deseosos de obtener una respuesta del dios a través de su profetisa. Los particulares hacían cola para plantearle preguntas sobre su vida privada tales como «¿me casaré con este o aquel?» o «¿debo partir de viaje?»; los emisarios enviados por gobiernos y dirigentes le consultaban sobre asuntos políticos tan apremiantes y decisivos para ellos y sus comunidades como «¿es el momento de declarar la guerra a nuestros enemigos?», o bien: «¿Qué sacrificios debemos ofrecer para aplacar la ira de los dioses desatada contra nosotros?».
Quizá Alcmeón obtuvo el cargo de general porque, pese a vivir en el exilio, conservaba una influencia suficiente entre algunos de sus compatriotas para que le recordaran sus deberes militares cuando los atenienses, envueltos en un conflicto de alto riesgo del que dependía ganar o perder el favor de los dioses, necesitaron generales de primer orden. El éxito de la misión de Alcmeón logró que buena parte de los atenienses vieran en el servicio que había prestado a Apolo la expiación exigida por el supuesto crimen cometido por su familia contra los dioses durante la conspiración de Cilón, lo que permitió el regreso de los Alcmeónidas a sus hogares. Es posible que en los juegos olímpicos de 592 Alcmeón ganara la carrera de cuadrigas; la victoria conseguida en el principal evento del festival internacional convirtió a Alcmeón en una celebridad nacional. Aun así, los rivales de su familia no permitieron nunca que la historia de la maldición heredada por los Alcmeónidas cayera en el olvido. Pericles debió de conocer a través de sus padres el amargo peso de esa acusación de impiedad heredada; e hicieron bien en prevenirle, porque —como veremos— ese peso acabó recayendo sobre él mucho después, durante el conflicto con Esparta que encendió la mecha de la guerra del Peloponeso a finales de la década de los 30.
Otra de las historias que sin duda tuvo que escuchar Pericles fue el asombroso relato de la inmensa fortuna familiar reunida por Alcmeón: una historia legendaria que empezó cuando este empleó sus contactos para prestar un servicio a los funcionarios de Lidia (una región que no formaba parte de Grecia situada en lo que hoy es el oeste de Turquía), enviados por su rey a Delfos para consultar el oráculo de Apolo. Según Heródoto, el rey de Lidia era Creso (aunque los especialistas modernos se inclinan por considerar más probable que en aquella época reinara Aliates, su padre). Hoy en día Creso sigue siendo célebre por su papel protagonista en la expresión moderna «tan rico como Creso», alusiva a la inmensa riqueza del rey, documentada históricamente.
Cuenta Heródoto que, cuando Creso se enteró de la ayuda prestada por Alcmeón a sus representantes en Delfos, invitó al solícito extranjero a Sardes, la capital del reino. Al llegar a la corte de Lidia, el visitante ateniense recibió este mensaje: podía regresar a casa con tanto oro del tesoro de aquel rey fabulosamente rico como fuera capaz de sacar de allí de una sola vez. Alcmeón quiso aprovechar al máximo la ocasión que se le presentaba y trazó un plan: se hizo con una túnica ancha para poder plegarla y cargarla de piezas de oro y se calzó las botas más altas y flexibles que encontró. Una vez dentro de la cámara del tesoro, repleta de metales preciosos, Alcmeón cargó la túnica con piezas del valioso metal, tomó oro en polvo, se espolvoreó la cabeza con él y se metió en la boca todo el que pudo hasta que se le inflaron los carrillos. Cuando el rey vio salir a su invitado tambaleándose bajo aquel peso y con el aspecto de un bufón mofletudo rebozado en oro, estalló en carcajadas y le hizo un segundo regalo tan lucrativo como el que Alcmeón intentaba transportar. Por increíble que parezca, así fue como el antepasado materno de Pericles se cubrió literalmente de millones. El relato de la aventura de Alcmeón parece verosímil, ya que —como hemos señalado antes— en el mundo griego de esa época los aristócratas solían establecer estrechos vínculos con los extranjeros buscando el interés mutuo.
La historia de la siguiente generación Alcmeónida vino a ilustrar una vez más las posibles consecuencias de los vínculos internacionales entre los miembros de la aristocracia de los distintos estados. Desde el año 600 a 570 aproximadamente, la ciudad de Sición, situada al norte de la costa central del Peloponeso, estuvo gobernada por el tirano Clístenes. Llegado el momento de ...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. DEDICATORIA
  5. CITA
  6. ÍNDICE
  7. ILUSTRACIONES
  8. MAPAS
  9. CRONOLOGÍA
  10. GENEALOGÍA ALCMEÓNIDA DE PERICLES
  11. PRÓLOGO. Una biografía de Pericles en el contexto de las fuentes antiguas
  12. 1. La célebre historia familiar de la madre de Pericles
  13. 2. Las duras lecciones de la carrera del padre de Pericles
  14. 3. Pericles se convierte en un adolescente en medio de una crisis familiar y de una emergencia nacional
  15. 4. Pericles se convierte en refugiado mientras atenas afronta un grave peligro
  16. 5. Pericles se convierte en un adulto mientras Atenas construye un imperio
  17. 6. Pericles y su innovadora educación para el liderazgo en la democracia ateniense
  18. 7. Pericles se convierte en líder y Atenas y esparta en enemigas
  19. 8. Pericles se convierte en el primer ciudadano de Atenas
  20. 9. La responsabilidad de Pericles en la rebelión Samia y en la Guerra del Peloponeso
  21. 10. El destino de Pericles, desde entonces hasta hoy
  22. LECTURAS RECOMENDADAS
  23. AGRADECIMIENTOS
  24. THOMAS R. MARTIN