Cursillo de historia sagrada
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Cursillo de historia sagrada

  1. 152 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Cursillo de historia sagrada

Descripción del libro

Este segundo título de la Biblioteca Argos es un particular recorrido por los personajes y los hechos, vistos bajo la óptica del sentido común, pero narrados con un gran humor. De la mano de Argos irá descubriendo facetas desconocidas de la Biblia, que sin duda lo harán reír mucho.

Preguntas frecuentes

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Información

Año
2004
ISBN del libro electrónico
9789587574029

Moisés

Y PASARON AÑOS Y AÑOS, Y LOS HEBREOS, que era como les decían a los hijos y nietos y bisnietos y tataranietos y choznos de Abraham y de Isaac y de Jacob, pues esos tales hebreos dijeron a tener una explosión demográfica espantosa, porque como les encantaba mucho cumplir ese mandamiento de crecedy multiplicaos. Y además, qué planeación familiar iba a haber en ese tiempo que no tenían píldora ni nada: tanto que un faraón nuevo, que ni siquiera había oído mentar a José, se quedó aterrado cuando vio ese gentío, y ahi mismo dio orden que a los hebreos hombres los pusieran a trabajar pa él como esclavos y que a todo machito que naciera lo echaran a ahogar al río y que no dejaran sinó las hembritas. Ese faraón si era más práctico que las feministas de ahora pa acabar con el machismo.
Y resulta que una de esas mujeres, de la tribu de Leví, tuvo un muchachito, y le pareció tan lindo y tan perfectico, que dijo:
—Yo esta hermosura sí no voy a dejar que me lo maten. Tienen que pasar por encima de mí.
Y lo escondió tan sumamente bien, por allá en una de las piezas de atrás, que ni siquiera se oía cuando lloraba la criaturita. Pues así logró tenerlo tres meses, hasta que al fin se puso tan insoportable encerrado en esa pieza que no tuvo de otra que meterlo entre una canasta y decirle a una hijita de ella, es decir, a una hermana del muchachito, que se lo llevara y lo escondiera entre el yerbal de la orilla del río y que se quedara escondida cuidándolo a ver qué le pasaba.
Pues esa misma tarde fue a bañarse al río la hija del faraón, acompañada de unas sirvientas, y cuando se estaba desvistiendo pa ponerse su bikini —¡ah bueno haber estado por ahi cerquita, escondido detrás de un matorralito!—; digo que en ésas empezó a lloriquear el carajito y entonces ella mandó a una de las sirvientas a que trajera ese canasto a ver qué era la cosa, y cuando se lo llevaron y vio semejante culicagadito tan hermoso, y se puso a examinarlo por todas partes y vio que tenía mocho el forro de la puntica del pipí, dijo:
—¡Ve, y es hebreo!
Y cuando estaba en esa examinación fue llegando la hermanita del niño y le dijo:
—Señorita: si quiere yo le consigo una mujer hebrea que se lo críe.
Y ella le dijo:
—Si, mija. Andá traela.
Y se fue la muchachita y trajo a la propia mama de ella y del niño, y se lo entregaron, y la hija del faraón le dijo que lo criara a toda leche, como si fuera un emergente, y que no se preocupara por el costo, que ella le costeaba todo. Que cuando estuviera grandecito se lo devolviera.
Y así fue. Muy a boca que pedís que se crió el muchacho, y cuando estaba ya polligallo se lo devolvió la mama a la hija del faraón.
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Y LA PRINCESA HIJA DEL FARAÓN LO PUSO MOISÉS, que quiere decir salvado de las aguas, como el sombrero del ahogado.
Y una mañana salió Moisés a darle vuelta a sus hermanolos, que así llamaba él a los hebreos, porque a él no le daba vergüenza ser de los mismos y eso que se había criado en el palacio del faraón. Y cuando llegó donde los tenían mayaleando, pisando barro pa hacer adobes, vio que un capataz de esos egipcios le tenía prendida la loma a puro rejo a uno de esos pobres lungos, y esto que alcanza a ver Moisés y que se le deja ir al capatacito ése y de un guascazo lo dejo nocaut... ¿Nocaut? Tieso del pipo fue que lo dejó, y Moisés, creyendo que nadie lo había visto, lo tiró a una chamba y lo tapó con arena.
Pues al otro día volvió al mismo punto y vio que uno de sus hermanolos hebreos estaba insultando y pegándole a otro de ellos, y él no se aguantó y agarró al que le estaba pegando y le gritó muy golpeado:
—Soltalo. Dejá de ser abusivo. ¿Le estás pegando porque lo ves más chiquito?
Y le contesta el tangalón:
—¿Y vos quién carajos sos que venís aquí a dártelas de autoridad? Ahora me irás a matar, como te berreaste ayer al capataz…
Y con esto se dio cuenta Moisés de que lo habían visto, y voló a esconderse. Pero el faraón ya sabía lo de la muerte del capataz y había mandado a los del F2 a que le echaran mano, pero él ya iba lejos, y por ahi a los muchos días llegó a un pozo y se sentó a descansar a la orilla, cuando van llegando siete muchachas, sardinonas ellas, pero hay que ver qué bizcochos… la boca se me vuelve agua y el corazón me palpita. Ahi no había qué escoger.
Eran las hijas de Jetró, uno de los gamonales de esa tierra. Y empiezan ellas a sacar agua con las coquitas y a echarla en una canoa que había al lado, pa darles de beber a las ovejitas, cuando va llegando una pandilla de pastores descarados y ¡se las espantan, hombre!
—¡Ah, hijuemadres! —les gritó Moisés, y sale detrás de ellos voleando un garrote, pero ellos se volaron en desgracia y así pudieron volver las ovejitas a beber. ¡Citas!
Ese Moisés se me parece como a don Quijote, que volaba a defender a todo el que estaban jodiendo.
Y cuando las muchachas volvieron a la casa, lo primero que hicieron fue contarle al papá de ellas que un señor muy querido las había defendido de esos malditos pastores. Y él les dijo:
—¿Y quién es él? Vuelen tráiganlo, que aquí lo acomodamos y le damos posada.
Y fueron ellas por él y lo invitaron a la casa y le arreglaron la pieza del forastero. ¡Ah maluco pa él! ¿No? Cómo les parece: debajo del mismo techo con esas siete candidatas pa Cartagena. Eso es como amarrar un gato con un sartal de siete longanizas.
Bueno: no seamos mal pensados. Lo cierto del caso fue que el amigo Moisés se acomodó muy bien en esa casa, y a las pocas matas le dio Jetró a Séfora, que era la más galleta de todas, y también le enseñó a cuidar ovejas y lo puso de mayordomo de la finca.
Pues una tarde estaba Moisés cuidando sus animalitos cuando de pronto ve unas llamaradas lo más de raras, y era que ahi cerquita estaba prendido un chamicero, sin nadie haberle arrimado candela, y cuando él se fue acercando a curiosear, va saliendo una voz de entre la llamarada que gritó:
—¡Moisés! ¡Moisés!
Y él contestó, todo asustado:
—¡A ver! ¡A la orden! ¿Con quién hablo?
Y siguió la voz:
—Quitate esas quimbas y no te acerqués de a mucho, que esto aquí es sagrado. Pa que no hablemos muy largo, yo soy nada menor que el Dios de Abraham, y de Isaac y de Jacob, y he resuelto que volvás a Egipto y te encargués de sacar de allá a tus hermanolos, como vos los llamás, porque allá los tienen muy humillados y muy pordebajeados a los pobres. Les voy a dar una tierra «que mana leche y miel».
(Eso le dijo el Señor a Moisés, pero lo que no le quiso decir es que a los vecinos de ellos, que vienen a ser los árabes, nietos de Abraham con Agar, les iba a dar era petróleo, pa que compraran toda la leche y la miel que les diera la gana. Pero iba a ser por allá a los tres mil años. No me hagan caso, que éstas son carajadas que se me ocurren, pero que no están en el Libro.)
Y empezó Moisés a disculparse y como a sacarle el cuerpo a esa comisión tan trabajosa, y le decía al Señor:
—Pero, Señor: cuando yo vaya y les diga que fue Usted el que me mandó, no me van a creer.
—Tranquilo, que sí te creen. Dejate y verés. Yo te enseño a hacer milagros, pa que los descrestés. Mostrá a ver qué es eso que tenés en la mano.
—Pues un bordón, Señor.
—Tiralo al suelo.
Y Moisés lo tiró al suelo y se fue volviendo una verraca de culebra lo más de azarosa.
Dejemos la culebra enroscándose ahi hasta el domingo, que será que seguimos.
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HABÍAMOS DEJADO A MOISÉS ATERRADO viendo enroscarse esa macha de culebra, cuando se oye otra vez la voz del Señor, que salía de la candela, y le dice:
—Agarrala ahora de la cola.
Moisés, siempre medio cabreado, se le dejó ir pasitico por detrás, y a lo que le medio tocó la punta de la cola quedó otra vez vuelta bastón.
Y pensó: ¡Éstas si son pruebas! ¡Ah bueno poder hacerles lo mismo a las culebras de uno!
Pero la voz del Señor siguió hablándole:
—Si no te quieren creer con esa prueba, haceles esta otra: metete la mano por entre la camisa. ¡A ver!
Y Moisés se la metió y la sacó toda descolorida, como de leproso, y, muerto de pavor, volvió a esconderla y cuando la volvió a sacar estaba buena y sana otra vez.
Y volvió a hablarle el Señor:
—Ahora: si no te creen con ninguna de estas dos: sacá agua del río con las dos manos y vacíala en la tierra y verés que se vuelve sangre. Con estas pruebas te tienen que creer que sí fui Yo, el Señor, el que te mandó que los sacaras de Egipto.
Pero Moisés seguía sacándole el cuerpo a esa comisión tan encartadora, porque él conocía el almendrón que eran los hebreos, y empezó a decirle al Señor:
—Se… Señor: yo... yo soy muy ma... malito pa hablar en público, po… por lo gago.
Pero el Señor le atajó la disculpita, porque le dijo:
—Eso es lo de menos: Yo pongo a hablar por vos a tu hermano Aarón, que ése sí tiene buena labia.
Porque, en verdad, Moisés sí era más trabado pa hablar que Alberto Acosta, pero el hermano mayor de él, que se llamaba Aarón, ése sí tenía licencia número no sé qué del Ministerio de Comunicaciones.
Entonces a Moisés no le quedó más que armar viaje pa Egipto con mujer, hijo y coroticos, y en el camino se topó con Aarón y siguieron juntos y llegaron donde los hebreos.
Pues allá juntaron a todos los viejos del pueblo y Aarón les contó todo lo que había dicho el Señor de que los iban a sacar de esa tierra pa llevárselos pa otra mucho mejor, y más fértil, y que todavía no había en ella ningún Arafat que la reclamara.
Pa que los viejos no se fueran a imaginar que ellos no eran sinó un par de descrestadores que querían hacerles creer que Moisés había hablado con el Señor, le dijo Aarón a Moisés que les hiciera las pruebas de magia que él sabía hacer y él se las hizo y ahi sí creyeron.
Entonces se fueron el par de hermanos pa donde el faraón, y allá le dijo Moisés en la voz de Aarón, como dicen los locutores, que dejara salir a los hebreos, porque tenían que ir a hacerle una fiesta en el desierto al Dios de ellos…
Pero el faraón le cortó el chorro:
—¿Que los deje ir...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Presentación
  4. La historia sagrada
  5. Caín y Abel
  6. El Diluvio
  7. Noé
  8. Abraham
  9. Sodoma y Gomorra
  10. Esaú y Jacob
  11. Raquel
  12. José
  13. Moisés
  14. Josué
  15. Jueces
  16. Rut
  17. Saúl
  18. David
  19. Salomón
  20. Elías
  21. Eliseo
  22. Tobías
  23. Judit
  24. Daniel
  25. Créditos
  26. Biografía