La construcción del enano fascista
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La construcción del enano fascista

Los usos del odio como estrategia política en la Argentina

Daniel Feierstein, Creusa Muñoz, Creusa Muñoz

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La construcción del enano fascista

Los usos del odio como estrategia política en la Argentina

Daniel Feierstein, Creusa Muñoz, Creusa Muñoz

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Aunque Argentina había logrado mantenerse a salvo, el fascismo cobra actualidad en el contexto de un mundo que comienza a recurrir nuevamente a la movilización reaccionaria y en el clima de época instalado por el macrismo, la campaña del voto celeste o el surgimiento o consolidación del nuevo partido Nos, que no han dudado en exaltar las fuerzas de seguridad, defender la antipolítica y recurrir a la estigmatización del otro como estrategia de agitación electoral.Este libro es un ensayo urgente y profundo sobre el fascismo, pero también una advertencia, un llamado a enfrentar al huevo de la serpiente antes de que sea demasiado tarde.

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Capítulo 1
Sobre las definiciones de fascismo
Preguntarse por el riesgo de una avanzada fascista en la Argentina requiere, antes que nada, clarificar de qué se habla cuando se menciona el término “fascismo” y qué sentido tendría utilizarlo hoy.
Los trabajos sobre el fascismo son innumerables y las perspectivas son de lo más diversas. También los modos actuales de utilización del término. Vale entonces iniciar este libro ingresando en la complejidad de los distintos usos del concepto para tomar una postura clara y explicitar en qué sentido se hablará aquí de fascismo, en qué sentido no, y cuál podría ser la ventaja de recurrir a dicho término para analizar la compleja realidad política contemporánea en nuestra región y, especialmente, en nuestro país.
Para comenzar a despejar el panorama, es bueno distinguir inicialmente tres usos muy empobrecedores del término que conviene evitar.
El primero es un modo falto de especificidad y simplificador, que califica como “fascista” cualquier rasgo autoritario o cualquier régimen con el que se disiente. Es así que, por ejemplo, Elisa Carrió califica a Cristina Fernández de Kirchner de “fascista de izquierda” (1), apelando a un término (fascismo de izquierda) ya de por sí cuestionable, aunque sin embargo utilizado por algunos autores, como Jürgen Habermas, Seymour Lipset o Irving Louis Horowitz. Aunque el propio término “fascismo de izquierda” es, a mi modo de ver, muy problemático, y no suele ser compartido, estos autores lo utilizan para experiencias políticas en modo alguno comparables a las lógicas del kirchnerismo, con lo cual la descalificación de su uso por parte de figuras políticas como Carrió sería doble. En el mismo tono, en su reciente libro El fascismo argentino (2), Ignacio Montes de Oca ubica en “el peronismo” (así, a secas) la matriz “autoritaria” del “fascismo argentino”, una concepción con mayor pregnancia histórica que las afirmaciones de Carrió y con acompañamientos varios en el plano político e intelectual, pero no con mayores méritos en cuanto al sentido teórico del término “fascismo” y su remisión a conductas de sujetos o a analogías sin mucho fundamento y de impacto más bien mediático, en lugar de intentar dar cuenta de prácticas sociales. Ya un autor clásico europeo como Ernst Mandel había planteado una referencia al caso argentino en sus propios libros, al considerar como “grave error” la concepción del peronismo como fascismo, fundamentalmente porque el fascismo se propuso históricamente destruir la organización sindical de los trabajadores y recortar sus derechos, en tanto que el peronismo logró exactamente lo contrario, algo que resulta absurdo que deba señalarnos un autor alemán a los argentinos cuando resulta tan evidente. (3)
Asimismo, también desde la izquierda política o incluso desde el peronismo se ha utilizado muchas veces el término fascismo como insulto, como adjetivación descalificadora o como remisión a la represión o al autoritarismo. Es así que se incluye en la calificación de “fascistas” los golpes militares de 1955, 1966 o 1976, o a todo movimiento político autoritario, a los “gorilas”, a cualquier conato represivo ante una manifestación de masas, al accionar policial regular contra el crimen o incluso a regímenes conservadores, liberales o neoliberales.
Una de las mejores críticas a esta banalización —por derecha o por izquierda— del concepto de fascismo puede encontrarse en un trabajo clásico de la izquierda marxista a propósito del surgimiento de dicha experiencia política en la Italia de los años ’20: la crítica de Palmiro Togliatti (contemporáneo de Gramsci y cercano a él) a esta generalización del uso del término en la izquierda. Decía Togliatti:
“Ante todo quiero examinar el error de generalización que se comete ordinariamente al hacer uso del término ‘fascismo’. Se ha convertido ya en costumbre el designar con esta palabra toda forma de reacción. Cuando es detenido un compañero, cuando es brutalmente disuelta por la policía una manifestación obrera (...) en toda ocasión, en suma, en que son atacadas o violadas las llamadas libertades democráticas consagradas por las constituciones burguesas, se oye gritar: ‘¡Esto es el fascismo! ¡Estamos en pleno fascismo!’ Es preciso dejar las cosas bien claras: no se trata de una simple cuestión de terminología. Si se considera justo el aplicar la etiqueta de fascismo a toda forma de reacción, conforme. Mas no comprendo qué ventajas ello puede reportarnos, salvo, quizás, en lo que hace referencia a la agitación. Pero la realidad es otra cosa. El fascismo es una forma particular, específica de la reacción; y es necesario comprender perfectamente en qué consiste esa su particularidad.” (4)
La segunda utilización problemática que vale la pena descartar es aquella que hace equivaler el concepto de fascismo con el ambiguo y confuso término de “totalitarismo”. Fascismo sería entonces una modalidad de ejercicio de este totalitarismo, que podría encontrarse tanto en regímenes de derecha como de izquierda y que cubriría desde las experiencias italiana o alemana hasta las de la Unión Soviética bajo Stalin, e incluso la de China con Mao (algunos hasta lo expanden hacia cualquier régimen de partido único, incluyendo el caso cubano y, ahora que se encuentra en el eje de la atención mediática, también la Venezuela de Maduro, aunque no tenga partido único). Pese al interés que poseen algunos de los análisis de Arendt en su clásica obra Los orígenes del totalitarismo (5), el término, en manos de autores como Carl Friedrich, Dwight Macdonald, Arthur Koestler o Zbigniew Brzezinski, entre otros, se transformó en lo que Slavoj Žižek ha llamado, simpáticamente, un “antioxidante ideológico”. (6) El concepto de totalitarismo, y el uso de “fascismo” como su equivalente, cobra su fuerza real (y, por tanto, su trampa conceptual) cuando se entronca en la lógica de la Guerra Fría como modalidad de igualación de nazismo y stalinismo, de autoritarismo de derecha y de izquierda y, por tanto, de rescate y glorificación de la democracia liberal “antitotalitaria” que se opondría a “ambos extremos” de la violencia. (7) Igualación banalizadora que cobra sus diversos sentidos en las “teorías de los dos demonios”. (8)
Es interesante observar cómo la homologación de nazismo y stalinismo resulta funcional tanto a esta perspectiva liberal (basada en el concepto de “totalitarismo”) como al revisionismo nacionalista de Ernst Nolte. Nolte plantea el nazismo como una “respuesta” al bolchevismo, que habría implementado una “violencia simétrica”, explicada en espejo por la violencia bolchevique, prefigurando las lógicas de “dos demonios” que tanta pregnancia han tenido unos años después para analizar el caso argentino. (9)
Lo significativo es que este revisionismo no se presenta como tal sino que se ha construido a sí mismo como voz hegemónica con respecto a la evaluación de la experiencia nazi-fascista, y ello ha permitido una formidable operación negacionista de los orígenes y fundamentos del fascismo en su igualación con las experiencias revolucionarias bajo la fórmula de “totalitarismo”.
El concepto de totalitarismo es el mejor ejemplo de cómo la elaboración de los procesos sociales se salda en su “realización simbólica”, en aquello que los discursos hegemónicos logran que la experiencia pueda significar, para ser apresada de una u otra forma. (10) La tesis del totalitarismo fue un tabique más sólido que los ladrillos del muro de Berlín para impedir que la caída del nazismo permitiera un reflujo de la autodeterminación de los pueblos, homologando al tirano con las formas políticas que permitieron derrotarlo.
Por último, existe otra fuerte corriente dentro del campo académico que, como contrapartida de la ampliación extrema de las dos miradas previas, busca restringir la utilización del término “fascismo” para la experiencia italiana de la primera mitad del siglo XX, considerando que cuenta con una especificidad incomparable a cualquier otro proceso histórico. (11) Cada vez más extendidas en el campo de la historia e incluso avanzando en el conjunto de las ciencias sociales, este tipo de miradas se niegan a cualquier posibilidad de comparación y restringen el conocimiento de los hechos a una mera descripción densa de cada caso histórico, sin poder comprender procesos de mayor nivel de generalidad y elementos comunes presentes en casos diferentes. Estas lógicas “literalistas” terminan derivando en análisis estériles que constituyen un fuerte obstáculo para las posibles utilizaciones del pasado en las disputas políticas del presente, eje fundamental del sentido del propio proceso de conocimiento, que no puede ser apenas una abstracción interesada en especificidades únicas y excluyentes que podrían encontrarse en cada caso. Esto es: que cada caso resulte único en muchas variables no elimina en modo alguno la legitimidad y utilidad del trabajo comparativo para la creación de conceptos que den cuenta de similitudes estructurales entre estos casos históricos específicos. El concepto de fascismo es un ejemplo privilegiado de la utilidad política de este conjunto de reflexiones, siempre que se comprenda lo que implica un procedimiento de abstracción, que en modo alguno significa postular la equivalencia absoluta de aquellas experiencias que se abstraen en el concepto común.
* * *
Es así que, más allá de encontrarse en polos enfrentados, las tres posturas descriptas previamente resultan empobrecedoras en un sentido teórico y político. Si todo régimen autoritario es fascista, si el fascismo iguala la consolidación de los sectores dominantes o su cuestionamiento (como en el caso del concepto de totalitarismo o de la díada “fascismo de derecha-fascismo de izquierda”), o si el caso italiano es tan único que no puede ser comparado con ninguna otra experiencia histórica, el análisis conceptual queda obturado. El desafío entonces radica en definir qué características estructurales darían cuenta de definiciones más útiles de fascismo para distinguir distintos proyectos, analizar sus consecuencias y evaluar, a partir de allí, en qué sentido existe un riesgo fascista en la Argentina contemporánea y en qué sentido dicho riesgo no es tal o no se deja comprender por las experiencias europeas que hemos conocido. Pregunta crucial para el presente y para todo movimiento que se proponga intervenir en la coyuntura política contemporánea.
Tres definiciones estructurales del fascismo
En un sentido más útil y comparativo, y en tanto abstracción que da cuenta de características estructurales de procesos históricos distintos, el término fascismo ha tenido tres tipos de definición:
1) en tanto ideología: la que se caracteriza por el monopolio de la representación por parte de un partido único de masas, la utilización de proyectos mesiánicos, el culto personalista del jefe, la verticalización autoritaria de la sociedad, la exaltación de la comunidad nacional y la estigmatización de quienes no pertenecerían a ella o resultarían en un peligro para su conservación, el desprecio del individualismo liberal articulado con un profundo y violento anticomunismo, la postulación de orígenes míticos de la identidad nacional y su vinculación con objetivos de expansión imperialista, la construcción de un aparato de propaganda centralizado y basado en la restricción o eliminación de los medios opositores, entre otros elementos;
2) en tanto régimen de gobierno: de carácter corporativo y vinculado al cuestionamiento de la democracia representativa liberal desde un modelo de conciliación y articulación de clases a través de las “fuerzas vivas” de la sociedad: empresarios, sindicalistas afines al régimen o creados desde el aparato estatal, estructuras militares o religiosas. Régimen tendiente, a su vez, a un dirigismo estatal de la economía; y
3) en tanto conjunto de prácticas sociales: que dan cuenta de un tipo específico de utilización de la demonización de los grupos minoritarios, de la exacerbación y proyección de los odios de los sectores medios, proletarizados o excluidos y la movilización política activa de los mismos, en tanto estrategia de los sectores concentrados del capital para destruir la organización popular —y muy en particular su expresión sindical— en contextos en los que la democracia liberal no logra resolver las contradicciones o encuentra problemas en la construcción de su hegemonía política.
A su vez, también es importante tomar en cuenta las condiciones de surgimiento de las experiencias fascistas europeas en la primera mitad del siglo XX, a saber: el rol de las crisis interimperialistas y la disputa por el control de los territorios coloniales en África y Asia, el surgimiento de burguesías nacionales en Alemania y en Italia con intenciones de disputar la hegemonía global anglofrancesa, las transformaciones generadas por la Revolución Soviética en toda Europa y la reacción de los sectores dominantes frente al cuestionamiento de los sectores populares en cada uno de los Estados europeos, el reagrupamiento de las derechas alrededor de una alternativa que permitiera reconfigurar el mapa político a partir de la derrota de las asonadas revolucionarias en Alemania, Hungría y España, entre otros numerosos elementos.
Vale la pena detenerse brevemente en cada una de las tres lógicas estructurales (el fascismo como ideología, como régimen de gobierno y como conjunto de prácticas sociales) para describir sus elementos fundamentales y evaluar su vigencia a la luz del contexto político contemporáneo argentino. Esto es, no solo para comprender en qué sentido puede ser pertinente el concepto de fascismo sino también para aclarar en qué sentidos no lo sería. Ello también tiene una profunda utilidad teórico-política.
El fascismo como ideología
Concebir el fascismo en tanto construcción ideológica puede tener su sentido, ya que permite observar prácticas históricas con características diferentes en aquellos puntos que tienen en común, por ejemplo, el fascismo italiano, el nazismo alemán o el falangismo español, o incluso las distintas experiencias de nacionalismos periféricos en Europa del Este, América Latina o Asia. Muchos de los trabajos teóricos sobre el fascismo tienden a priorizar este tipo de mirada estructural, la cual tiene utilidad, sobre todo en el campo de la teoría y la filosofía políticas. El riesgo, en algunos casos, es que se piense la ideología como reificada de las propias prácticas sociales en las que se inscribe y, por tanto, se termine concibiendo el fascismo más como “un modo de pensar” que como un constructo que articula modos de hacer y modos de representarse la realidad. Pero, de todas maneras, no deja de ser relevante analizar el fascismo en función del marco ideológico que estructura, en particular cuando se lo entiende como parte de las propias lógicas de la praxis.
Si tomamos la definición de fascismo presentada en el Diccionario de Política de Norberto Bobbio (12), por ejemplo, ocho de las trece características necesarias para considerar un régimen como fascista se vinculan con elementos de corte más o menos ideológico, a saber: monopolio de la representación política por parte de un partido único y de masas organizado jerárquicamente, ideología fundada en el culto del jefe, exaltación de la colectividad nacional, desprecio de los valores del individualismo liberal, colaboración entre clases, anticomunismo, objetivos de expansión imperialista y un aparato de propaganda fundado en el control de la información y de los medios de comunicación de masas.
En la mirada que prioriza este componente “ideológico”, el fascismo se caracteriza como un modo por el que los sectores dominantes buscan hegemonizar una visión del mundo en la cual se dan cita una concepción conspirativa, un nacionalismo de corte expansionista que construye como enemigos a las naciones o estados limítrofes y que busca establecer una cohesión interclasista desde la remisión a valores míticos o tradicionales. Ello se suele vincular con algunos elementos que, incluso, podrían remitir a un régimen de gobierno, como la conformación de un partido de masas, el rol de la dominación carismática y la identificación con un líder fuerte, la prohibición de los partidos de oposición y, sin dudas, la crítica a la modernidad (o incluso a la posmodernidad) desde la defensa de los valores de familia, tradición o patria. Uno de los riesgos de una mirada que se base demasiado en la perspectiva ideológica es el de perder de vista la articulación pragmática de estos núcleos ideológicos con las necesidades del capital, articulaciones que se buscará desarrollar con más detalle en el próximo capítulo.
Más allá de la caída de los fascismos en la segunda posguerra, siempre existieron, desde aquel momento, movimientos que podrían ser caracterizados ideológicamente como fascistas en distintos puntos del globo, aunque su fuerza real tendió a ser más bien limitada, ya que no se volvió a dar una articulación con las necesidades de los grupos dominantes. Así ocurrió también en el caso argentino, en el que, sin negar la existencia de agrupaciones identificadas ideológicamente con el fascismo tanto en el campo del antiperonismo como en el campo del peronismo, estas nunca lograron la conducción del proceso político en democracia ni en ninguna de las numerosas dictaduras militares. Los sectores fascistas fueron siempre minoritarios incluso dentro de las propias fuerzas armadas argentinas y, vinculados con cierto nacionalismo difuso y por lo general xenófobo, antiinmigrante y antisemita, tendieron a ser conducidos, derrotados o hegemonizados p...

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