Espiritualidad rusa
  1. 165 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Descripción del libro

Textos de la literatura espiritual de cuatro grandes autores rusos. Tiene un carácter más ascético que místico, donde apenas asoma una interioridad profundamente enamorada de Jesucristo. Dirigen sus palabras solo a quienes están dispuestos a una lucha realmente comprometida. En la mística oriental, el alma busca ante todo el silencio y se sumerge en la humildad, mediante el recuerdo continuo de Jesús. La belleza de sus textos es impresionante. La palabra se torna pura como el cristal y revela un alma transformada en luz, sencillez, pureza y amor.

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Información

Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788432147005
Edición
2
Categoría
Religión
SILVANO DEL MONTE ATHOS (1866-1938)
DE SUS ESCRITOS
Es un campesino de la Rusia central, sensual, violento, guerrero; pero la gracia de Dios le persigue insistentemente y no le deja en paz. Después del servicio militar, deja la familia, deja la patria y se va al monte Athos para responder a la llamada de Dios. Durante años y años deberá practicar el rudo combate de la ascesis; deberá superar —en una fidelidad heroica en la oración— la desesperación, la angustia, el sentido del vacío, de la inutilidad de la oración y de la vida religiosa. Después, con la humildad perfecta, vino la paz. No tuvo encargos especiales, excepto el de vigilante de trabajos y superintendente de unos almacenes; muy pocos conocieron la profundidad de su vida interior. Siguió siendo lego hasta su muerte, pero tuvo el “gran hábito” desde 1911. En una oración incesante la caridad consumía toda su vida: oraba por todos, se sentía uno con todos, vivía el ansia de toda la humanidad alejada de Dios. La suya era una oración humilde y silenciosa; las lágrimas brotaban de sus ojos, que no parecían conocer el sueño, sin sollozos, sin llanto, y eran lágrimas de pena por los hombres, eran lágrimas de deseo y de amor por Dios. Ha dejado algunos escritos, que han sido publicados en Rusia por el Archimandrita Sophronios, que ha escrito también su vida.
1. Recuerdos
En el primer año de mi vida en el convento, mi alma conoció al Señor en el Espíritu Santo.
El Señor nos ama infinitamente; Él me lo reveló por el Espíritu Santo que me dio por su misericordia. Yo soy viejo y me preparo a morir, y escribo la verdad, escribo por causa de los hombres. El Espíritu de Cristo desea la salvación de todos, desea que todos conozcan a Dios. Él dio el paraíso al ladrón y lo dará al pecador arrepentido.
* * *
Soy un malvado delante del Señor, más feo que un perro roñoso, por mis pecados. Pero he pedido a Dios que me los perdone, y no sólo me concedió el perdón, sino también el Espíritu Santo —y en el Espíritu Santo reconocí a Dios—.
* * *
El Señor es misericordioso; mi alma lo sabe; pero no es posible describirlo con palabras. Él es infinitamente manso y humilde; y si el alma lo ve, se transforma: se convierte en amor por el prójimo, se hace mansa y humilde también ella. Pero si el hombre pierde la gracia, llorará como Adán, cuando fue expulsado del Paraíso. Todo el desierto oía sus gemidos, y sus lágrimas estaban llenas de amargura y aflicción.
Danos, Señor, el arrepentimiento de Adán y Tu Santa Humildad.
Cuando recibí la gracia del Espíritu Santo supe que Dios había perdonado mis pecados. Su gracia me lo testimoniaba; y creía no tener necesidad de nada más. Pero no hay que pensar así. Aunque nuestros pecados hayan sido ya perdonados, deberíamos recordarlos durante toda nuestra vida con compunción y arrepentimiento. Yo, al no hacerlo así, perdí la compunción y tuve que sufrir mucho de los demonios. No podía comprender qué había sucedido en mí: mi alma conocía al Señor y su amor —¿por qué me venían malos pensamientos?—. Pero el Señor tuvo piedad de mí y me mostró la vía de la humildad: Mantente conscientemente en el infierno y no desesperes. Con esto fue vencido el enemigo. Si, en cambio, me vuelvo y dejo con mi conciencia el fuego del infierno, los malos pensamientos cobran nuevo vigor.
* * *
El Señor me concedió ver al starzo Russik, un monje-sacerdote, mientras confesaba, en forma de Cristo. Aunque sus cabellos eran blancos por la vejez, su rostro era bello y joven como el de un niño. Estaba indeciblemente radiante, en el lugar de la confesión. De igual modo vi una vez a un obispo durante la Sagrada Liturgia. Cuando el padre Juan de Kronstadt celebraba la liturgia, su rostro era semejante a la faz de un ángel. Se sentía el deseo de mirarlo sin cesar. Yo mismo lo he visto así.
Así embellece la gracia de Dios al hombre. El pecado, en cambio, lo deforma.
* * *
Un día, durante vísperas, estaban rezando delante del icono del Salvador, mirando a la efigie: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí pecador”. Al decir estas palabras vi en lugar del icono al Señor Cristo vivo, y la gracia del Espíritu Santo me llenó alma y cuerpo. Conocí, en el Espíritu Santo, que Jesucristo es Dios, y me sentí movido por el deseo de sufrir por Cristo. Desde aquel momento mi alma ardió en el amor de Dios. No me dio ya placer ninguna cosa terrena. Dios es mi delicia y mi vigor, Él es mi sabiduría y mi riqueza.
Alabanza y bendición a tu Misericordia, oh Señor, que hace saber al alma cuánto amas a tu criatura, y mi alma ha reconocido en Ti a su Señor y Creador.
* * *
También yo quise una vez realizar un podvig (“acto heroico”, “esfuerzo”) según mi voluntad. Estaba ocupado en el economato del monasterio, y quise ir al starzo Russik. Allí se ayunaba rigurosamente y se comía sin grasa, a excepción del sábado y el domingo. Muy pocos iban allí a causa del ayuno severo. En aquel tiempo estaba a cargo del convento el padre Seraphion, que se alimentaba sólo de pan y agua. A este le sucedió el padre Onisíforo, que atraía a muchos por su bondad, humildad y elocuencia. Era tan manso y humilde, que sólo de mirarlo se hacía uno mejor; tanta era la paz que irradiaba este hombre. Viví con él mucho tiempo. Allí estaba también el padre Savin, que no había dormido en una cama desde hacía siete años. Vivía también el padre Dosifeo, un monje perfecto desde todos los aspectos. Y estaba el padre Anatolio, un Schimonach que tenía el don de la penitencia y —como decía— reconocía sólo ahora, después de muchos años, la acción de la gracia. Con el starzo Russik también vivía el padre Ismael. Se le había aparecido la Madre de Dios. Era ya muy viejo y había visto también a san Serafín de Sarov. Y había alrededor de la casita, donde ahora está el huerto, una hierba alta, y yo la cortaba.
El padre Ismael estaba sentado en una banqueta bajo una encina verde, con los Tsochotki (“rosario”, “cuerda de oración”) y yo acudí a él. Estaba también un monje joven; me incliné delante de él con veneración, diciendo: “Bendíceme, padre”. “Dios te bendecirá, hijo de Cristo”, respondió amorosamente. “Ved, padre —le dije—, estáis aquí solo y se puede hacer aquí una oración espiritual”. “La oración no puede existir sin espíritu —me dijo—, pero ved, nosotros estamos sin espíritu” (literalmente: ignorantes). No comprendí el sentido de estas palabras; me sentía avergonzado y no me atrevía a pedirle una explicación. Sólo más tarde entendí su significado: “Somos ignorantes” porque no vivimos como se debe, porque no sabemos servir a Dios. Yo quería irme a vivir con estos ascetas. Obtuve con muchos ruegos el permiso del padre Abad, y dejé el economato. Pero no le agradaba a Dios que viviese allí, y después de un año volvía a mi antiguo servicio.
* * *
El 14 de septiembre de 1932 hubo un fuerte terremoto en el Athos. Estábamos en maitines, para la celebración de la exaltación de la Cruz. Yo estaba en el coro, junto al lugar de las confesiones. El superior del convento estaba junto a mí. En la sala de las confesiones caían las piedras. El gran edificio del monasterio temblaba, los candeleros y las lámparas se bamboleaban, se desprendía la pintura de las paredes, las campanas sonaban en el campanario, incluso la gran campana, a consecuencia de las sacudidas. Primero me atemoricé, pero me calmé enseguida pensando: Dios quiere que hagamos penitencia. Miraba a los monjes que estaban en la iglesia y en el coro: había algunos muy atemorizados. Seis salieron de la iglesia, pero los demás permanecieron en sus puestos. La liturgia prosiguió regularmente, como si nada hubiese sucedido. Pensé: qué poderosa es la gracia del Espíritu Santo, que hace permanecer tranquilos a los monjes durante un terremoto tan violento.
2. Combate espiritual
Nuestra lucha es dura y rabiosa, pero sólo para los orgullosos y los soberbios; es, en cambio, fácil para los humildes, que aman al Señor; Él les da un arma poderosa: la gracia del Espíritu Santo. Nuestros enemigos temen a este arma que les pulveriza. Este es el camino más breve y más fácil para nuestra salvación: sé obediente y casto, no juzgues, preserva tu pensamiento y tu corazón de los malos pensamientos, piensa que todos los hombres son buenos y que el Señor los ama.
* * *
Estamos en lucha cada día, cada hora.
* * *
Toda nuestra lucha debe tender a adquirir la humildad. El maligno cayó por su orgullo e intenta tentarnos también a nosotros. Nosotros, en cambio, hermanos, ...

Índice

  1. PRESENTACIÓN
  2. SERAFÍN DE SAROV (1759-1833)
  3. MACARIO DE ÓPTINA (1788-1860)
  4. JUAN DE KRONSTADT (1829-1909)
  5. SILVANO DEL MONTE ATHOS (1866-1938)