Descolonizar el pensamiento crítico y las prácticas emancipatorias
El colonizado es un perseguido que sueña permanentemente con transformarse en perseguidor.
Frantz FANON
Los movimientos antisistémicos cuentan con tres fuentes de aprendizaje: la historia de las resistencias, la reflexión sobre las luchas que protagonizan en cada período histórico y las experiencias de otros movimientos en otras partes del mundo. En síntesis: el pasado, el presente y las experiencias de los otros abajos. Así ha sido siempre en la historia de los movimientos. La principal diferencia que aportan los pueblos indios de América Latina es la actualización del pasado. «Caminamos en las huellas de nuestros antepasados», suele decir Carlos Pérez Guartambel, dirigente quichua del Ecuador.
En las últimas décadas los movimientos indígenas y campesinos trabajaron arduamente en la recuperación de sus tradiciones, en los modos como resistieron durante cinco siglos, tanto las luchas explícitas y frontales contra los opresores como aquellas invisibles, las que no dejaron huellas, pero fueron fundamentales tanto para el desgaste de los opresores como para la propia sobrevivencia. El pasado está aportando los marcos de comprensión de la historia larga de los pueblos y, de ese modo, contribuye a hilvanar el variopinto tapiz en el que se entremezclan las resistencias de todos los tiempos.
El papel inspirador de las revoluciones encabezadas por Tupac Amaru, Tupac Katari y Bartolina Sisa para los quechuas y aymaras, la recuperación de las quintiniadas (1914-1917) para los nasa del Cauca colombiano, promovidas por el cacique Manuel Quintín Lame, la centralidad de Emiliano Zapata en el movimiento zapatista o la presencia del toki Lautaro en el corazón del pueblo mapuche nos enseñan el papel de la historia en la revitalización de las resistencias. Esos y otros referentes son creaciones colectivas de los pueblos en los períodos en los que se levantan y se convierten en sujetos. Aunque la historia no puede indicar caminos certeros, ofrece una suerte de armadura simbólica para enfrentar las dificultades y los dolores del combate.
Los símbolos que enarbolan los pueblos cuando se levantan son también reconstrucciones de la historia. La bandera multicolor del movimiento katarista en Bolivia, la whipala, fue reconstruida por el movimiento cuando comenzaba a dar sus primeros pasos. La vieja bandera-estandarte de los rebeldes de 1780, dirigidos por Tupac Katari, cuarenta y nueve cuadrados con los siete colores del arcoíris, flameó por vez primera luego de casi dos siglos, en la Semana Santa de 1970, en la provincia de Pacajes, a ciento cincuenta kilómetros de La Paz. Ese mismo año volvió a exhibirse ante treinta mil indios, el 15 de noviembre, al inaugurarse en Ayo Ayo el monumento a Tupac Katari. El subprefecto de La Paz informó a las autoridades que «los indios de Pacajes habían hecho flamear una bandera extranjera» (Zibechi, 2009: 36). La whipala fue recuperada y rediseñada por los rebeldes, y con el tiempo se convirtió en uno de los símbolos nacionales de Bolivia.
La reflexión interna sobre las acciones y los caminos de los movimientos es ya una constante en todos los procesos de luchas. Por lo menos en América Latina se ha instalado, como sentido común, el balance colectivo de las acciones, a través de asambleas, reuniones, talleres y encuentros en los que suelen apelar a metodologías nacidas en el seno de la educación popular inspirada en el trabajo teórico y práctico de Paulo Freire. La evaluación colectiva es uno de los pasos adelante que están dando los movimientos en los últimos años, que los diferencia de las organizaciones sociales clásicas en las que los análisis suelen estar restringidos a las direcciones.
Sin embargo, el diálogo entre movimientos es escaso y suele circunscribirse a los dirigentes. Por eso la escuelita zapatista es tan importante: es la primera vez que miles de personas visitan comunidades en resistencia de forma directa, sin la intermediación de los dirigentes, en un vínculo cara a cara entre militantes en el que corresponde a las comunidades mostrar lo que hacen y enseñar su resistencia a quienes acuden a aprender. La escuelita debe entenderse también como una doble siembra. Permite que muchas personas en otros países y en el resto de México conozcan el modo zapatista de cambiar el mundo, de resistir y de construir lo nuevo. Pero además difunde ese modo otro de enseñar y aprender, sin aulas, sin currícula y sin la clásica división entre sujetos que enseñan y objetos que aprenden. Aprendemos haciendo, conviviendo, compartiendo los espacios y los tiempos de la vida cotidiana, desde la cocina hasta la milpa, la lectura de textos y las asambleas. En la escuelita no hubo un lugar ni un tiempo para la enseñanza, ya que todos los espacios y todos los momentos eran parte del aprendizaje. En realidad, los zapatistas nos colocaron, y se colocaron ellos, en una situación y en un clima afectivo propicio para el autoaprendizaje entre todos y todas.
Uno de los objetivos de quienes acudimos a la escuelita es ser puentes entre experiencias. Cuanto más puentes existan, cuanto más plurales y multicolores sean esos puentes, tanto más profundos serán los intercambios y los aprendizajes. En esto de los puentes también vale la diversidad. No sirve que haya un puente que trasmita una visión de lo aprendido. No queremos una verdad oficial, sino puentes donde quepan las diversas miradas y las diferentes interpretaciones, porque el mundo son muchos mundos y cada persona que participó en la escuelita tiene su propia forma de verla, que se complementa con otras, y otras.
Las líneas que siguen pretenden ser puentes entre dos experiencias que me tocó vivir en el año 2013. En mayo estuve en el Cauca, en el pueblo de Guambía, en una reunión con varios de los fundadores del movimiento indígena del Cauca, hace más de cuatro décadas. En agosto participé en la escuelita, en una comunidad del caracol Morelia. Aunque en ocasiones anteriores había acompañado al movimiento nasa y al zapatismo, esta vez aprendí cosas nuevas y pude comprobar cuánto desconozco. Pude comprobar que las experiencias de cada quien echan luz sobre las otras experiencias. Las reflexiones de los taitas en Guambía me permitieron calibrar más profundamente el proceso zapatista. A su vez, la participación en la escuelita me hizo ver el caminar nasa desde un lugar distinto.
En los últimos años, trabajo para responderme una pregunta que considero central: ¿cómo cambiar el mundo desde la zona del no-ser? Esto es, desde el lugar de quienes ven negada su condición humana, siguiendo el trabajo de Fanon. Los condenados de la tierra de hoy, los que no tienen nada que perder más que sus cadenas, son los genuinamente interesados en cambiar el mundo. Son, en el lenguaje zapatista, los que viven en el más abajo. El pensamiento crítico y emancipatorio ha nacido y se ha desarrollado en los países del Norte, en los ambientes que Fanon define como la zona del ser. De lo que se trata es de reconocer los límites de ese pensamiento para dar cuenta e inspirar las resistencias de los pueblos del Sur. Aprender de movimientos como el zapatista y el indígena del Cauca, en particular, las luchas del pueblo nasa, así como el mapuche, el aymara y tantos otros, es una oportunidad para abrir las propuestas de cambio social, de revolución o como queramos llamar al trabajo para crear un mundo nuevo, a los saberes que solo podemos conocer participando y preguntando, como uno más entre muchos, como alumnos y hacedores.
Autocrítica de los fundadores
El 2 de mayo de 2013 participé en un encuentro con cuatro taitas fundadores del movimiento indio del Cauca, en la pequeña ciudad de Silvia, a unos sesenta kilómetros de Popayán, capital del departamento de Cauca. Durante algo más de tres horas, unas veinte personas mantuvimos un intercambio sobre los caminos adoptados por el movimiento, los logros y los errores, los aciertos y los pasos en falso. Fue un debate profundo y riguroso sobre temas que habitualmente no entran en discusión, pero resultan fundamentales a la hora de comprender qué está sucediendo y qué caminos deben tomarse.
El trasfondo fue el proceso de paz que vive Colombia, las negociaciones entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC en La Habana. Pero el centro del debate fueron las dificultades por las que atraviesa el movimiento, las opciones hechas por las dirigencias y las consecuencias que están teniendo sobre el conjunto de los pueblos indios de Colombia. La dinámica del encuentro consistió en una breve introducción hecha por Manuel Rozental sobre la coyuntura actual y por mi persona acerca de los problemas que generan las políticas sociales gubernamentales, luego escuchamos a los cuatro taitas y después se abrió una ronda de palabras entre los asistentes, en la que intervinieron nueve personas más.
Salimos de Popayán muy temprano. En la estación de autobuses nos encontramos con Floro Tunubalá, uno de los cuatro taitas que nos acompañaron aquel día. Luego de una hora larga en microbús, zarandeándonos en las curvas del camino, llegamos hasta la hermosa plaza de Silvia, cabecera de un municipio que contiene seis resguardos indígenas (Ambaló, Guambía, Kisgo, Pitayó, Quichaya y Tumburao), a más de dos mil quinientos metros de altura, en la cordillera Central, cerca del río Piendamó.
La reunión se llevó a cabo en lo que fue la residencia de un terrateniente de la zona cuyas tierras fueron recuperadas por la lucha de los guambianos, llamada El Paraíso. Sin que nadie lo hubiera dispuesto, se formó un círculo alrededor de los cuatro taitas, que se sentaron uno al lado del otro delante de un ventanal, de modo que la luz les daba de espaldas y nos podían ver a todos y todas las asistentes. Quienes los observábamos podíamos tener la impresión de que la luz brotaba detrás de ellos y nos iluminaba.
Un tercio eran mujeres, casi todas provenían del Tejido de Comunicación. La mitad eran jóvenes, o por lo menos no superaban los 35 años. Había algún cargo municipal y la mitad eran personas de Silvia, y el resto, de Santander de Quilichao, donde tiene su sede el Tejido de Comunicación y la ACIN. Manuel fue de algún modo el moderador, quizá porque jugó un papel en la convocatoria. Ambos éramos los únicos que no teníamos ascendencia india. Está de más decir que los taitas eran el centro de la reunión. De cierta forma, taita es un título honorífico dado por los indígenas a las personas de reconocida autoridad dentro de las comunidades.
Trataré de detallar los pasajes centrales de las cuatro intervenciones iniciales. Taita Álvaro dijo muy serio: «No tengo mucha experiencia, escuchando nomás uno aprende». Aseguró que lo más delicado es «cuando nuestra propia gente se está volteando», en referencia al apoyo de indígenas al presidente Juan Manuel Santos. Su crítica principal a los indígenas es que creen que han hecho una opción para dejar de ser pobres que consiste en aliarse con las multinacionales. Por el contrario, en el Cauca, «sin depender de las organizaciones, los guambianos han hecho cosas muy grandes». Aludía a que «en vez de hacer tantos proyectos de soberanía alimentaria, trabajen por su comida».
La siguiente intervención correspondió a Lorenzo Muelas. Por su amplia trayectoria, taita Lorenzo era uno de los centros de la reunión. Participó en movimientos de recuperación de tierras, estuvo preso, fue uno de los fundadores del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) y en 1985 fue elegido gobernador de la comunidad misak, cargo que ejerció durante un año, al cabo del cual entró a formar parte del Consejo de Ancianos que dirige el Cabildo. En 1990 fue electo miembro de la Asamblea Nacional Constituyente que redactó la Constitución de 1991. En 1994 fue elegido senador con veintisiete mil votos por la circunscripción especial indígena, para el período 1994-1998.
Lorenzo dijo que el sistema está imponiendo «una nueva conquista». Fue muy crítico con su propio pueblo: «La sombra de los conquistadores no se ha desaparecido. Los indígenas mismos se están prestando para esto y uno se pregunta hasta dónde tienen esa conciencia de ser indígenas si llegan a ese lugar como Evo Morales y usan las mismas palabras para empotrarse en esos poderes y hacer lo mismo». No tuvo dudas en hablar de lo que llamó «crisis del movimiento indígena», que hoy está mucho peor que cuando fueron «terrajeros miserables», cuando sin embargo «nunca pedimos a pesar de la pobreza».
Ahora, por el contrario, el movimiento tiene una política de pedir; «se espera mucho a que papá Gobierno nos resuelva» y en consecuencia «estamos con la mente monetarizada». El aspecto central de su análisis, que giró en torno a los problemas que atraviesa el movimiento, consistió en que «no hemos sido capaces de ir más allá de lo que hay». Los errores comenzaron con la Asamblea Constituyente de 1991, cuando «uno pensaba que todos los indígenas iban a superar la dominación», pero en realidad estaban «en lo que los partidos tradicionales les enseñaban». O sea, algo muy parecido a la politiquería.
Según Lorenzo, hay que hacer un alto y mirar hacia atrás para proyectar el futuro. La lucha consiguió expulsar a los terratenientes, poner fin al terraje y recuperar las tierras. No es poco. En cierto momento dijo: «La terrajería sigue vigente a través de las instituciones». Que es tanto como afirmar que los avances logrados han sido neutralizados por una suerte de recolonización del imaginario y por una nueva dependencia, ahora no del terrateniente, sino del Estado. A finalizar dijo: «A veces me jartan, por eso me fui para la montaña a cultivar, no para traer al pueblo, sino para mi plato de comida, me fui a ver los pájaros, las montañas, quiero escribir mi segundo tomo. Estoy pendiente».
Segundo Tombé fue gobernador de Guambía y es una autoridad del pueblo misak. En 2003 fue secuestrado por las FARC cuando regresaba del consejo comunal con el presidente Uribe, en Popayán. Fue rescatado por los indígenas, que caminaron durante la noche hasta reunirse con un jefe de la guerrilla al que exigieron la liberación de su hermano. «Hasta 1990 el movimiento indígena llegó con mucha claridad a la Constituyente.» En este punto coincidió con Lorenzo. Pero 1990 fue el comienzo de un prolongado retroceso para el movimiento indígena: «Pensamos que la Constituyente era nuestra salvación. El error fue entregarle nuestras banderas al Estado, pero la grave confusión es que a través de los Estados todas las organizaciones se han sentado a negociar. Hoy las mesas de negociación son la compra y venta de los pueblos indígenas. Llegamos a eso». Quienes se beneficiaron fueron los burócratas de las organizaciones, «pero la gente está peor».
Se detuvo en los principales cambios respecto al período anterior a 1990: «Antes los enemigos los veía uno cerquita, éramos sardinos y los terratenientes estaban a la oreja de nosotros, y uno le demostraba a la gente que teníamos contra quién luchar, cómo luchar, y meternos en las fincas a recuperarlas, que en realidad ha sido fácil. Hoy no es visible el enemigo, pero es mucho más peligroso. Lo que pasa es que no logramos entender, pensamos que es diferente Santos de Uribe. Toda la vida el Estado ha sido enemigo de los pueblos indígenas, pero este gobierno nos ha logrado confundir, nos puso transporte, comida, alojamient...