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Estepa, el cardenal de la catequesis
This book is available to read until 14º enero, 2026
- 208 páginas
- Spanish
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Estepa, el cardenal de la catequesis
Descripción del libro
No es este un libro de memorias al uso. Tampoco una biografía total. Se trata de unas memorias biografiadas en las que el protagonista va tamizando en su corazón el tiempo pasado. Esta es la trayectoria del hoy cardenal José Manuel Estepa, a quien ya se le puede llamar "el cardenal de la catequesis".Libro escrito por el sacerdote y escritor, Juan Rubio, que refleja de modo dinámico y preciso las etapas fundamentales de esta dilatada biografía humana y pastoral.
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Información
1
UNA LLAMADA INESPERADA DESDE ROMA
La sorpresa del nombramiento. «Lo de ser cardenal debe de ser algo importante». El trato con cinco papas. En Roma de nuevo, pero ya de cardenal.
I
Cuando a las once de la mañana del 19 de octubre de 2010 sonó el teléfono en su modesto piso de la madrileña calle Luis de Salazar, perpendicular a Clara del Rey, el arzobispo emérito castrense José Manuel Estepa Llaurens atendía una visita rutinaria. Desde que se jubiló y pasó a ser emérito, este es su hogar. Rodeado de libros y con trabajo pendiente siempre en la mesa, Estepa devana su tiempo entre la lectura y los encargos que no faltan, como tampoco las visitas y viajes, más mermados ya por las dificultades de movilidad. Muy cerca de su casa, llena de recuerdos, vive uno de sus hermanos y algunos sobrinos. En la parroquia cercana tiene su archivo. Su biblioteca, especializada en catequesis, la donó no hace mucho a la Facultad de Teología de la recién creada Universidad San Dámaso, en Madrid, para que pueda servir a los estudiosos de la catequesis. Sobre su mesa de trabajo hay textos de historia, biografías, y asoman libros de literatura portuguesa, una de sus aficiones. Esa mañana andaba ocupado conversando con un viejo conocido, un amigo médico con el que trata de asuntos de salud, propios de la edad. Al otro lado del teléfono estaba el nuncio, Mons. Renzo Fratini. Saludos y cordialidad, aunque también extrañeza. Le pregunta por la salud y le pide que, si es posible, acuda a la Nunciatura esa misma mañana. La sede de la Nunciatura no está lejos de su casa, en la calle Pío XII. Don José Manuel se extraña. No suelen los nuncios llamar a esas edades, más allá de la cortesía. Cuando se es más joven siempre se piensa en un traslado o en algún asunto relacionado con el gobierno pastoral. Con ochenta y cuatro años, la llamada no es frecuente. Habrá que ver. Despidió a la visita, tomó un taxi y a la una de la tarde ya estaba atravesando el amplio jardín que da acceso a este edificio estrenado hace poco más de medio siglo. La antigua sede de la Nunciatura le era bien conocida, pues había pasado a ser la residencia del arzobispado castrense en la calle Nuncio, en el corazón del viejo Madrid de los Austrias, precisamente su domicilio durante dos décadas. Llega solo y sube las escaleras de la legación pontifica en Madrid. Se saludan, se acomodan y, sin más preámbulos, Fratini le dice a bocajarro: «El Papa lo ha nombrado cardenal. Mañana se hará público su nombramiento para el tercer consistorio, que tendrá lugar en Roma dentro de un mes». Don José Manuel queda «extrañado». No reacciona al principio. Eso sí que es verdad que no entraba en sus cálculos. Su respuesta fue simplemente de perplejidad: «Supongo que, si el Papa lo ha decidido, ya no podré decirle nada más». Y siguieron charlando de otras cosas durante un rato hasta la hora de la despedida.
Vuelve a casa, almuerza y espera a que se hiciera público el nombramiento, del que ya alguien más debía de estar al tanto. Así son las cosas curiales. Pero antes llamó al arzobispo castrense, Mons. Juan del Río, y al vicario general, Pablo Panadero. Ambos estaban de viaje pastoral fuera de Madrid. No eran temas para hablar por teléfono. Ya entrada la tarde llamó el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Valera, quien, sabedor de la noticia, le felicitó a la vez que le ofrecía la sede del arzobispado para el anuncio oficial, que se haría público al día siguiente. No creyó que hubiera inconveniente. A Estepa le pareció normal.
Al fin y al cabo yo procedo de Madrid y siempre he estado vinculado a la diócesis madrileña como sacerdote, como obispo auxiliar y después como castrense. Además de mis actividades en la sede de la Conferencia Episcopal en la Subcomisión de Catequesis. No vi nada extraño en que este acto se celebrara en la sede del arzobispado de Madrid.
No se hace a la idea. Permanece instalado en la sorpresa.
En la mañana del miércoles día 20, una nota del Departamento de Medios de Comunicación del arzobispado madrileño convocaba a una rueda de prensa para las doce y media. No es algo habitual. Este tipo de convocatorias «urgentes» suele hacerse cuando se produce un nombramiento episcopal, pero Madrid tenía cubierto el cupo de obispos auxiliares y no se preveía nombramiento alguno. Incluso al cardenal Rouco le quedaba aún poco menos de un año para presentar la renuncia. No era probable un recambio.
Empiezan las especulaciones. Precisamente ese miércoles, durante la Audiencia General, se especulaba sobre la posibilidad de que el Papa convocara un consistorio y anunciara los nombres de los nuevos cardenales. Es costumbre anunciarlo un mes antes de su celebración. Pocos periodistas creían que el prelado español integrante de la lista de cardenales fuera Estepa Llaurens, si bien su nombre había sonado ya en los pasillos vaticanos. Yo mismo me extrañé cuando me lo comentaron off the record unas semanas antes, tomando una pizza en Borgo Santo Spirito, en Roma. Se apuntaba a otros. En ese momento no eran cardenales los arzobispos Braulio Rodríguez (Toledo), Carlos Osoro (Valencia), Juan José Asenjo (Sevilla) o Julián Barrio (Santiago de Compostela), sedes todas ellas con cierta tradición cardenalicia. Alguno de ellos podría estar en el listado de los nuevos cardenales. Había que esperar a las doce para saberlo. Incluso se hablaba del arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, ex presidente de la Conferencia Episcopal Española y actual vicepresidente, quien en esos días había recibido el encargo del Papa de seguir trabajando en responsabilidades delicadas relacionadas con los Legionarios de Cristo. Hubo incluso quien dio el nombre de dos sacerdotes, el padre jesuita Cándido Pozo, de la Facultad de Teología de Granada, fallecido posteriormente, y el teólogo español Olegario González de Cardedal, de la Universidad Pontificia de Salamanca, viejo conocido del Papa y a quien en junio de 2011 se le distinguiría en Roma con el primer Premio Ratzinger de Teología junto a otros dos teólogos europeos. También sonó el nombre de Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona, quien, según los mentideros curiales, ya estuvo como candidato en otro momento, siendo elegido el entonces arzobispo de Valencia, García-Gasco. Ninguno de ellos. El elegido era el arzobispo emérito castrense. Sorpresa inicial al escuchar su nombre de labios del Papa. Con él serían ya once los cardenales españoles. España ocuparía el tercer lugar en cuanto al número en el colegio cardenalicio. En activo en España había solo dos hasta el momento, los cardenales Antonio María Rouco Valera, de Madrid, y el cardenal Lluís Martínez Sistach, de Barcelona. El cardenal Antonio Cañizares, aunque en activo, estaba en Roma como prefecto para la Congregación del Culto Divino. Los otros ya eran eméritos: Francisco Álvarez (Toledo), Ricardo María Carles (Barcelona), Carlos Amigo (Sevilla) y Agustín García-Gasco (Valencia), quien falleció en Roma posteriormente, el 1 de mayo de 2011, horas antes de la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II. En Roma estaban ya jubilados Julián Herranz, Martínez Somalo y Urbano Navarrete. Con el nuevo cardenal serían once, siete de ellos eméritos. Al día siguiente del consistorio, cuando los cardenales aún estaban en Roma, el número quedaría reducido de nuevo, tras la muerte del antiguo rector de la Universidad Gregoriana, Urbano Navarrete. En total eran diez, seis de ellos ya eméritos.
El Papa lo daba a conocer en la Audiencia General de ese miércoles, como se venía diciendo. Estepa Llaurens estaba entre los veinticuatro nuevos cardenales, tres de ellos eméritos. Como después se ha sabido, el nombre del nuevo cardenal español fue una decisión personal del Papa, un viejo conocido con quien, como se verá, había trabajado con intensidad en las tareas de redacción del Catecismo de la Iglesia católica en la década de los ochenta. A media mañana del día 20 de octubre, miércoles, Estepa comparecía en el arzobispado madrileño ante los medios de comunicación convocados. Sereno y sonriente, acompañado por el cardenal arzobispo de Madrid, Rouco Varela, y por dos de sus auxiliares, Juan Antonio Martínez Camino y Fidel Herráez, fue respondiendo a la batería de preguntas de los periodistas con respuestas claras, mostrando en ese momento una de sus cualidades más apreciadas, su mano izquierda: «Yo ya estoy amortizado. Ya soy mayor. He servido a la Iglesia muy contento y nunca he dicho, ni siquiera lo he pensado, si alguien me debe o no me debe algo»; respondía a quien le preguntaba si consideraba la púrpura como un premio a su trabajo en la elaboración del Catecismo de la Iglesia católica. «Me siento un pastor anciano, pero no inútil»; contestaba a quien le recordaba la edad. A las preguntas sobre las, en ese momento, agitadas relaciones del Gobierno con la Iglesia, Estepa contestaba con mano izquierda e ironía: «Yo no entiendo de esas cosas. En mi época de arzobispo castrense me mantuve en estrecha relación con el ministerio de Defensa y con la Casa del Rey. Desde que me jubilé me dedico a leer la prensa y ahí conozco lo que pasa, nada más. Prefiero mantenerme al margen». Todo era un puro agradecimiento: «Dada mi edad, es un signo de amistad y benevolencia de Su Santidad para conmigo. Mi corazón está lleno de gozo por haber servido a la Iglesia como sacerdote y como obispo ya viejo. Estoy muy agradecido de haber trabajado mucho y de que me hayan dejado hacerlo».
En esos días, el nuevo cardenal vivió instalado en la sorpresa. Felicitaciones de diversos rincones de la geografía eclesial española y universal, así como de diversos estamentos eclesiásticos, civiles, académicos, culturales, sociales y militares. Y también llegaron los preparativos. Aprovechando la fiesta de Todos los Santos, acudió a Roma para encargar esos detalles indumentarios domésticos que parecen bagatelas, pero que tienen su importancia simbólica, y para Estepa el símbolo siempre fue importante. Antes de partir, y tras saludar a los miembros de la Subcomisión de Catequesis –que preside el obispo de Tortosa Javier Salinas, buen amigo–, reunidos ese día y con la que siempre ha venido manteniendo unas estrechas relaciones y que le viene mostrando un gran afecto, partió para la Terminal 4 de Barajas. El vuelo salía a primeras horas de la tarde. En los trámites de embarque, una mano le sustrae el bolso de mano. En el interior había algunas cosas personales. Desaparecieron también un pequeño crucifijo que lo ha acompañado desde hace años y una larga carta personal de Benedicto XVI anunciándole el nombramiento y felicitándole. Estepa pensó que en su vida, desde su niñez, había perdido muchas cosas y otras muchas se las habían quitado. Nadie, sin embargo, le arrebataría la emoción y el agradecimiento al Papa por este detalle para con él a su edad. Eso iba ya guardado en su corazón. Al día siguiente, el nuevo cardenal ya estaba en Roma preparando detalles, probándose las nuevas sotanas y roquetes y visitando, una vez más, como había hecho desde la primera vez que puso sus pies en Roma, la tumba de san Pedro, visita obligada siempre, gesto de fe y comunión. Allí, emocionado, repitió una vez más: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica». Y también «romana». La misma Iglesia a la que durante muchos años ha venido sirviendo desinteresadamente y que ahora lo llamaba a un ministerio nuevo. No podía decir que no. Nunca se había negado a cualquier servicio que la Iglesia le pidiera. Era ya anciano, se sentía amortizado, pero había que dar un paso más y seguir respondiendo a la llamada.
Y llegó el día señalado, coincidiendo con la fiesta litúrgica de Cristo, Rey del universo. Roma en el epicentro de la Iglesia una vez más, y desde Roma la solicitud pastoral del sucesor de Pedro por todas las Iglesias. Veinticuatro nuevos cardenales. La palabra «cardenal» procede del latín cardo (bisagra). Algo así como las virtudes «cardinales», que son las virtudes «bisagra». Así como la puerta gira sobre las bisagras y el universo gira alrededor de los cuatro puntos «cardinales», del mismo modo el edificio de las virtudes gira sobre las cuatro virtudes «cardinales». Con referencia a los cardenales, ellos son las «bisagras» sobre las cual...
Índice
- Portadilla
- Cita
- Prólogo, de Mons. Javier Salinas Viñals
- Introducción. El valor de la memoria
- 1. Una llamada inesperada desde Roma
- 2. En Andújar, «una Sevilla pequeña y alegre»
- 3. Ordenación sacerdotal y estudios en el extranjero
- 4. Estepa, obispo auxiliar del cardenal Tarancón
- 5. El servicio religioso en las Fuerzas Armadas
- 6. La catequesis, un eje transversal de su ministerio
- Apéndice
- Contenido
- Créditos