PEER GYNT E IBSEN
(Contiene algo sobre erotismo, sobre odio y amor, el crimen y las ideas de padre e hijo)
Sobre Henrik Ibsen y su poema Peer Gynt
(en ocasión del 75 aniversario del autor)
En nuestra relación con las obras de un artista, haríamos bien en distinguir una variedad de aspectos: podemos encontrar en ellas pensamientos que nos iluminen, una solución que nos libere, una forma que nos agrade y que parezca encajar con el tema, habilidad por la que envidiamos al artista, fantasía que puede enardecer nuestro amor o nuestro miedo; y por otro lado, todo aquello del propio artista, en toda su subjetividad, que ha pasado a formar parte de la obra —del artista no como gran pensador y gran figura, sino simplemente como un hombre carente de genio—. Podría parecer que es precisamente este último elemento el que determina el «estilo» de su arte. «Estilo», es decir, un estilo propio; su estilo lo encuentran sólo los hombres de genio, en tanto que las diferencias en el estilo son consecuencia de otras diferencias en sus personalidades; y según lo próximas o distantes que sean éstas a las nuestras, podremos medir nuestra respuesta emocional al artista —y la gran mayoría de las personas basan exclusivamente en esto su último juicio sobre él—.
Debe tenerse esto en cuenta para entender la relación que la actual generación y sus portavoces tienen con Ibsen. La gente ya no se conmueve con él, ni a favor ni en contra. Es un «moderno», pero en absoluto es la «moda». Todos le han leído hace tiempo; a un lector le atrajo sobremanera, a otro le dejó indiferente, a un tercero le resultó francamente antipático; la gente sabe que «está» a favor de las mujeres y en contra de la vida en la mentira [Lebenslüge], y alaba sus diálogos. No se muestran tan partidarios de él como de Goethe, ni le maltratan como lo hacen con Schiller. Un hombre cuyos libros pueden ser comprados por unos pocos peniques apenas puede satisfacer la necesidad de un costoso equipamiento intelectual que tiene la cultura popular, para la que también sus lecturas son sólo una cuestión de meublements a ser posible raros; esta explicación del actual rechazo de Ibsen, o de la fría recepción de Ibsen, puede parecer extravagante, pero no es más extravagante que la lista de motivos que a día de hoy lleva al destronamiento y rechazo de los grandes artistas. Una época que siente como un defecto el malestar interno por su propia vulgaridad, y que busca desesperadamente arte a la moda como un contrapeso, se precipitó al creer que lo había encontrado en cualquier escritor mediocre de meros idilios como Gottfried Keller o Theodor Storm, a los que se atrevió a nombrar junto a Goethe sin miedo de ser objeto de las risas, en lugar de pensar, desconfiando vivamente de sí misma, en el trabajo interno, tarea por la que debe haberse sentido incómoda cuando Ibsen se la recordó. Este artista tuvo la desgracia de hallarse seriamente comprometido hasta en tres ocasiones. Siendo joven, cayó en manos de un periodista danés que debía su fama, sobre todo, al hecho de que fue el primero en no avergonzarse por satisfacer la naturaleza con que nació, es decir, entrevistar a todos los hombres famosos de Europa [1]. Su retórica increíblemente superficial sobre las tendencias existentes en la literatura del siglo XIX sólo pudo tener éxito porque lo que escribían los profesores universitarios acerca de la historia de la literatura había llegado a ser insufrible. La segunda desgracia fue que su obra coincidió con la demanda que hicieron las mujeres para ser admitidas en las profesiones civiles, coincidencia que la gente consideró causal y no meramente accidental. Como es fácil de entender, a las naturalezas más profundas les repugnaba apoyar a un hombre cuyas ideas le valieron el elogio de las mujeres. Por último, fue recibido con entusiasmo por los teóricos masculinos de la cultura contemporánea. Fue aclamado por el socialismo y la ética humanista. El mayor impacto fue siempre provocado por aquellas de sus obras que en parte eran de actualidad, y por tanto de valor pasajero; y así como las últimas palabras de Fausto se relacionaron de forma más estrecha con el «movimiento obrero» durante la segunda mitad del siglo XIX, todas las hembras de ambos sexos interpretaron la conclusión del Niño Eyolf como la esperanza en el «siglo del niño» [2]. La otra cara de la feminidad, la «vida del amor», fue plasmada con éxito en Espectros, el drama que había hecho más famoso el nombre de Ibsen [3]. También le gustaba a los darwinistas, pues parecía dar «sólo una aplicación», de manera popular y después del sistema de intimidación, de la teoría higiénica de la herencia en la casa y en la escuela. Los socialistas que aparentaban estar de vuelta acabaron aceptando a Ibsen como un oscuro e indeciso precursor de Nietzsche. Si su rico simbolismo resultaba ofensivo para los maestros del cliché de ambas corrientes, también fue, incluso para los propios simbolistas, demasiado poco emocional, demasiado lógico, demasiado frío.
Todo esto contribuyó a crear el tono aburrido y malhumorado con el que hoy en día suele oírse el nombre de Ibsen. Para la vanguardia su nombre es una trivialidad, una consigna contra los clasicistas de nuestros días que ha servido su propósito en la sufrida victoria sobre ellos. Se cree que lo que ha dicho se ha comprendido más que de sobra y se ha asimilado desde hace tiempo. Para ellos es el precursor de un tiempo que ya ha llegado, el autor de obras que ya son patrimonio de la ciencia: pero nada es más mortífero que esto para una obra de arte. Que todos le conozcan y que algunos de sus dramas se escenifiquen por doquier sin objeción alguna sólo contribuye a que se le consigne al pasado.
Así pues, todo aquel que hoy en día quiera decir algo más sobre Ibsen se halla en una situación embarazosa. Corre el peligro de ser inmediatamente encasillado junto a esos rezagados a los que las noticias de la última moda sólo consiguen penetrar después de varias décadas, como hace la luz de las estrellas con la Tierra. Y todo aquel que vea en la obra de Ibsen, y especialmente en su más impactante «poema dramático», el Peer Gynt, no los productos de un período sino creaciones para la eternidad, sabe muy bien a favor de quién pero no exactamente contra quién presta testimonio.
Antes de discutir el contenido esencial de Peer Gynt debemos renunciar de forma explícita a una explicación basada en la opinión extendida que no ve en este poema nada más que una parodia del norueguismo, algo que sólo sería comprensible para los compatriotas del autor. Es cierto que en Peer Gynt hay pasajes y escenas que significan algo similar. Pero el héroe de Peer Gynt es la humanidad en general. Cualquiera que se tome la molestia de leer más a fondo, o aquel que anhele el placer de continuar con la obra hallará que ese punto de vista le impacta exactamente del mismo modo que lo haría quien insistiera en que, con el Fausto, Goethe sólo pretendía escribir una sátira sobre la vida estudiantil alemana. Por cierto, en ningún sitio es Ibsen tan poco comprendido como en su tierra natal. Allí donde se toma a Knut Hamsun, cuyo Pan es tal vez la más hermosa novela jamás escrita, como un vulgar escribiente muy inferior al talentoso Garborg; donde siempre dicen «Ibsen y Björnson»; donde, especialmente en Cristianía [4], el Peer Gynt es representado ante un público de circo de una forma que, aun poniendo la mejor de las voluntades, sólo podría ser calificada de estúpida, allí Ibsen debe haber sufrido extraordinariamente. De hecho, ha dado a entender en su epílogo cuán poco comprendido fue [5].
Peer Gynt es un drama de redención, y efectivamente, a decir verdad, es uno de los más grandes. Es más profundo y más revelador que cualquiera de los dramas de Shakespeare, sin desmerecer en belleza; es superior en brillantez sensual al resto de las obras de Ibsen; en lo que respecta a la importancia de su concepción está a la altura del Fausto de Goethe; en cuanto a la fuerza de su ejecución, supera con creces a Goethe y casi alcanza la altura del Tristán y el Parsifal de Richard Wagner. Junto con estas tres grandes obras, presenta el problema de la humanidad en toda su extensión y con sus extremos más opuestos.
La cuestión central de Peer Gynt radica en la importancia que tiene la mujer amada para el hombre, y es que no se puede esperar entender a éste hasta que no se repare en aquélla.
Esa importancia, en principio, nos recuerda menos a Parsifal y a Tristán que al papel de las mujeres en los dramas tempranos de Wagner, El holandés errante y Tannhäuser, a Dante y Goethe. Solveig es la virgo immaculata, amada pero ya no d...