
- 464 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
La primera guerra carlista vista por los británicos, 1833-1840
Descripción del libro
Carlos Santacara realiza un exhaustivo trabajo de documentación e investigación sumergiéndose en todos los documentos referidos a la Primera Guerra Carlista que se encuentran tanto en los archivos británicos como en otras bibliotecas. Fruto de este trabajo ha conseguido elaborar un texto que sirve tanto para explicar cómo era la España de la época así como los entresijos de la guerra y su influencia en el mapa europeo.
En la Primera Guerra Carlista, 1833-1840, la participación británica no fue decisiva, como lo había sido en la Guerra de la Independencia veinte años antes. El número de tropas británicas nunca llegó a los 10.000 en un momento dado, y su participación no fue más allá del País Vasco, Cantabria y provincia de Burgos.
Sin embargo, oficiales británicos actuaron por toda España colaborando con los ejércitos españoles, y ayudando a humanizar la guerra tanto en el frente del Norte, un hecho conocido en España, como en Levante, algo no tan conocido.
En el plano diplomático, George Villiers llegó a Madrid como embajador británico el día anterior a la muerte de Fernando VII, y siguiendo las instrucciones del ministro británico de Exteriores, Palmerston, tuvo una participación muy activa en la vida política española, y llegó a tener gran influencia en algunas de sus decisiones.
Todo esto está reflejado en el libro usando fuentes impresas y docenas de manuscritos inéditos de los archivos británicos.
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Información
1835
Capítulo IV
Insurrección militar en Madrid. Wylde con Espoz y Mina en Navarra. La Marina Británica en Bilbao y en el Mediterráneo. Carlistas interceptados en el Cantábrico. Convenio Eliot. Deliberaciones sobre la conveniencia de pedir ayuda extranjera
El año de 1835 comenzó en Madrid con una sublevación militar. Las causas no parecen tener relación directa con la guerra civil, pero el resultado fue sangriento y pudo acabar peor. El informe que mandó Martínez de la Rosa a Villiers es muy escueto y no da muchos detalles, dando a entender que no había pasado nada grave. El informe de Villiers a Wellington es mucho más amplio. Al amanecer del 18 de enero el teniente Cayetano Cardero del segundo regimiento de infantería ligera de Aragón tomó el edificio de correos –hoy Dirección General de Seguridad– en la Puerta del Sol con fuerzas de su regimiento. En cuanto se enteró de lo ocurrido, el capitán general de Madrid, José Canterac, se presentó en el lugar acompañado solamente por un ayudante e intentó arrestar a Cardero, algunos de los soldados dispararon y cayó muerto. Llegaron soldados de la guarnición y se inició un tiroteo, con el resultado de varios muertos, entre ellos el general de la reserva Zamora. Los gritos que daban los amotinados eran «Viva Isabel II», «Viva la Constitución», «Viva la Libertad». Se intentó convencer a Cardero de que se rindiera, pero este dijo que no entregaría a sus hombres, que se sentía traicionado porque le habían dado a entender que con el golpe inicial le iba a seguir más gente en lo que él consideraba un movimiento preventivo a una supuesta conspiración contra el gobierno; solo capitularía si se perdonaba a todos sus hombres y se les dejaba ir a luchar al Norte. Después de considerarlo, el gobierno les dejó marchar por miedo a que conforme pasara el tiempo la sublevación pudiera ir en aumento, y esa misma tarde Cardero y sus hombres fueron a Alcobendas sin ser molestados. Aunque sí se debatió el tema en las Cortes, no hubo investigación ni se trató de averiguar quién estaba detrás de Cardero. No iba a ser este el único incidente que ocurriría a lo largo del año, y las causas parecen estar en que el Estatuto Real no satisfacía a los liberales, que querían la Constitución de 18121.
Wylde escribe a Villiers el 6 de febrero desde Caparroso, en Navarra:
«Por lo que he podido averiguar de momento, no parece haber ninguna simpatía entre las tropas de aquí y los amotinados en Madrid, pero no tengo duda que todos los oficiales menores del ejército son ultraliberales. Los coroneles y oficiales superiores son generalmente moderados y se adhieren a la actual situación»2.
En otros informes que iba mandando regularmente a Villiers habla de la precaria salud de Mina, quien apenas salía de Pamplona, y que según un médico británico que pasó por allí sufría de pirosis, una afección del estómago bastante dolorosa. La salida a Caparroso había sido simplemente para proteger a un convoy que se esperaba de Tudela. Wylde también se queja de que los informes que llegaban a Pamplona inmediatamente después de una acción eran muy conflictivos, y lo que en un principio parecía un gran triunfo, después no lo era tanto o era al revés. Según él, Córdoba se fue a Madrid el 13 de enero, entre otras cosas, disgustado por el poco reconocimiento que había recibido por su triunfo sobre Zumalacárregui en Mendaza el 12 de diciembre. Este último, por su parte, inició el año cambiando de escenario, y el día 2 de enero se enfrentó con éxito a los cristinos en Ormaiztegi, Guipúzcoa, su pueblo natal. Sin embargo, la batalla más importante tuvo lugar otra vez en el puente de Arquijas, donde derrotó al general Lorenzo el 5 de febrero.
En el mes de marzo Wylde acompañó a Mina en otra salida al valle de Baztán, donde los carlistas estaban asediando la guarnición de Elizondo, capital del valle. Wylde cuenta la operación a Villiers:
«El 13 nos movimos a Elizondo, donde descubrimos que los otros tres batallones de carlistas se habían retirado de delante del lugar la noche anterior llevando su artillería con ellos, consistente en dos morteros y dos obuses, pero pronto se sospechó que no habían podido transportarla a través del monte y que estaba escondida en algún lugar de la vecindad. El 14 el general movió su cuartel general a Oieregi, más abajo del valle, parando por poco tiempo en la pequeña aldea de Lekaroz, cuyos habitantes se habían mostrado especialmente entusiastas de los carlistas durante el bombardeo de Elizondo, ayudándoles en el transporte de sus cañones e insultando a la guarnición. Después de rodear la aldea con sus tropas, el general reunió a todos hombres que se encontraron en ella delante de la iglesia e inmediatamente ordenó que cuatro de ellos fueran fusilados, el resto fueron hechos prisioneros, quemó la aldea y prometió que haría lo mismo en todas las aldeas en el camino al menos que la artillería fuera encontrada dentro de cuarenta y ocho horas…»3.
Mina no llegó a tal extremo, ya que, según Wylde, una mujer pariente de uno de los prisioneros indicó dónde se encontraba escondida la artillería. La quema de Lekaroz no fue justificada por Wylde, aunque a modo de mitigación menciona en otra carta posterior la actitud de sus habitantes, que insultaban a los asediados y daban saltos de alegría cuando los morteros eran disparados. Añade también que la prensa le había acusado de comportamiento débil contra los habitantes de otro pueblo navarro, Mendigorria, donde en tres ocasiones casi seguidas habían sido interceptados y muertos tres mensajeros portadores de información oficial.
El 8 de marzo, el comandante del bergantín Saracen estacionado en la ría de Bilbao, Le Hardy, mandaba un informe a su superior en Santander, lord John Hay:
«… Bilbao fue atacado ayer sobre las 10 de la mañana por las fuerzas combinadas de los insurgentes vizcaínos, que sumaban unos 4.000 hombres, entre los que observé de 60 a 80 de caballería, bajo el mando de Eraso. Los molinos y almacenes de cereal fuera de la ciudad fueron arrasados y quemados por los carlistas, después de llevarse el plomo y destruir el puesto avanzado de 22 hombres allí estacionados. Las escaramuzas continuaron hasta el anochecer, cuando se retiraron los carlistas. Las bajas por parte de la Reina, aparte de las mencionadas, han sido 8 o 10 urbanos heridos, se dice que 5 mortalmente. Castor4, con dos batallones, unos 800 hombres, atacó al mismo tiempo el recientemente fortificado convento de Burtzeña, pero sin éxito. Como ninguna persona se ha aventurado a salir esta mañana, no puedo informar positivamente a su Señoría si los carlistas están todavía en la vecindad, pero hay un rumor de que toda la fuerza está todavía concentrada en el Puente Nuevo (sic), como a unas dos millas en la carretera de Vitoria…»5.
El 21 de marzo la corbeta Orestes terminaba su recorrido por puertos españoles del Mediterráneo, y su capitán, Henry John Codrington, mandaba un informe a Villiers desde la bahía de Rosas antes de volver a su base en Malta:
«Al tomar en sus manos el Gobierno español el servicio de guarda costas, ha construido por contrato en la costa de Cataluña un número de buenas embarcaciones, muchas de las cuales están casi listas en Barcelona, y el resto, que creo hacen un total de 20, están siendo construidas en distintos pueblos a lo largo de la costa. Pero la cuestión de los guarda costas me parece que es de una naturaleza distinta en esta parte a lo que es cerca de Gibraltar. Aquí era un mero caso de contrabando de tabaco y manufacturas (no armas) por barcos de Gibraltar, con algún abuso en ocasiones del derecho de abordaje. Pero en esta parte de la costa el partido carlista hace uso de los barcos de contrabando con el propósito de introducir un suministro regular de armas, y de Francia al interior de España. Esto no tiene lugar en barcos con bandera inglesa, por lo menos por lo que he podido averiguar, sino en barcos franceses o pequeñas embarcaciones que rondan la costa y esperan su oportunidad. Los contrabandistas en la frontera parece ser que siguen un juego parecido. Los españoles, por sus limitados recursos, ven imposible parar esto efectivamente y esperan que lo hagan las auto-ridades francesas, pero me dicen que, o bien por negligencia o por hacer la vista gorda, una gran cantidad de armas y munición entra por la frontera tanto por mar como por tierra, y a consecuencia de esto parece haber una especie de desconfianza de las autoridades francesas que va creciendo entre los liberales españoles… Los gobernadores y autoridades militares a lo largo de la costa han sido notificados por el Gobierno de que hay varios barcos que están viniendo de la costa de Italia con armas y municiones para los carlistas. Se dice que algunos de ellos son ingleses y espero averiguar sus nombres mañana.
La fuerza del partido carlista en Cataluña no es muy grande, especialmente en la costa, pero en el interior tienen más poder y allí parece por sus movimientos que poseen una inteligencia y una confianza en cada uno que confunde frecuentemente a sus oponentes. Aunque raramente se muestran en gran número, especialmente durante el día, son capaces de juntar de repente por la noche pequeños grupos de 60 a 100 hombres en un lugar dado o pueblo, y después de saquearlo, se dispersan y no pueden ser encontrados por la mañana cuando llegan las tropas del gobierno. Se dice que los curas de diferentes pueblos son el alma de esta organización, a la cual son adeptos naturales los contrabandistas, ladrones o persona descontenta. Con la excepción quizá de Alicante, he encontrado a los urbanos o milicias de cada lugar en la costa de España en condiciones muy respetables, tanto de a caballo como de a pie. Su eficacia en campaña dependerá naturalmente en la práctica, de la que pueden estar faltos, pero en lo que respecta a los hombres, pertrechos, armas y ropa, nada puede parecer en mejor orden…»6.
El 2 de febrero el vapor Reina Gobernadora detuvo al mercante británico Isabella Anna al norte del cabo Machichaco y lo llevó a Santander. En el barco detenido venían 27 oficiales carlistas de los que habían ido a Hamburgo en el Carolina y Gypsy, aparte de un cargamento de pólvora y plomo. No tengo conocimiento de que ninguno de los oficiales carlistas que salieron de Portugal pudiera volver con éxito a España por mar. A Carlos también le habían planteado volver en barco en un principio, pero acertó haciéndolo por tierra, y los que siguieron su ejemplo fueron los que tuvieron suerte. La captura del Isabella Anna era una operación normal dentro del bloqueo de la costa, pero en este caso las circunstancias motivaron que los británicos se preocuparan por la suerte de los 27 carlistas. El barco capturado era británico tripulado por británicos, y el barco que le capturó, aunque ondeaba la bandera española, estaba tripulado por británicos, y lo que es curioso, los dos capitanes se apellidaban igual, George Henry el del primero y Frederick Henry el del segundo, aunque parece ser que no eran familiares. El capitán del Reina Gobernadora sintió pena por la suerte que pudieran correr los carlistas y se puso en contacto con lord John Hay y con el vicecónsul en Santander, Montalvan, y ambos escribieron a Villiers. El primero, aunque reconocía que no era de su competencia, intercedía para que los carlistas no fueran fusilados. El segundo, aparte de informar de lo ocurrido, decía que él lo único que podía hacer, como era su deber, era preocuparse por el bienestar de la tripulación británica capturada.
Villiers escribió a Martínez de la Rosa sobre el asunto y este prometió que los prisioneros carlistas no serían ejecutados. En el mes de marzo fueron llevados a A Coruña en la fragata Perla e internados en el castillo de San Antón. Villiers también aprovechó la ocasión para hablarle del fusilamiento sistemático de los prisioneros de guerra. No era esta la primera vez que tocaban el tema. En junio del año anterior Palmerston había hablado con Miraflores, y Villiers había tenido una discusión con Martínez de la Rosa; este argumentaba que las guerras civiles siempre son muy crueles y le espetó que las guerras civiles inglesas –1642 a 1648– habían sido tan crueles como la española; Villiers se indignó y le dijo que, aparte de ser un producto de su imaginación, lo que estaba pasando en España no había pasado en la guerra civil portuguesa. En el momento actual Martínez de la Rosa asintió que habría que hacer algo, pero que su gobierno no podía rebajarse a dialogar directamente con los carlistas, y que los ...
Índice
- Prólogo. De la guerra contra el invasor a la guerra civil
- 1833
- 1834
- 1835
- 1836
- 1837
- 1838
- 1839
- 1840
- Epílogo. Los carlistas pasan a Francia. Medidas de Espartero. Último reducto carlista se rinde. Informe sobre lo ocurrido. La fragata Carysfort en Barcelona; comentarios de su capitán. Cristina sanciona la ley de ayuntamientos y sus consecuencias. Entrevista de Wylde con Cristina y presentación a Espartero de la insignia de la Orden del Baño. Se forma en Madrid una Junta Provisional. Espartero encargado de formar gobierno. Cristina se va a Valencia. Aston llega a Valencia y se entrevista con Cristina. Espartero llega con sus ministros. Cristina renuncia a la Regencia y se va a Marsella. La Marina británica se retira del Cantábrico. Comentario final