
- 336 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Tiempo de preguntar II. 150 cuestiones sobre la fe católica
Descripción del libro
En Tiempo de preguntar (Volumen II) y aprovechando sus 40 años de experiencia, el autor responde a otras 150 preguntas sobre la doctrina católica, los sacramentos, la vida moral, la oración y las devociones. Completa así los temas ya tratados en el volumen I. Las respuestas de ambos volúmenes fueron publicándose en un semanario de Sydney.
En un estilo cercano y accesible para cualquier público, contiene información de especial utilidad para padres, sacerdotes, maestros, catequistas, conversos recientes...
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Información
Categoría
Theology & ReligionCategoría
ReligionIV. LA ORACIÓN CRISTIANA
La oración y las devociones
254 Las distracciones en la oración
Me distraigo tanto en la oración que he llegado a pensar si vale la pena continuar rezando, y me siento tentado de abandonar. ¿Puede sugerirme algo?
Lo primero que puedo decirte es que no estás solo. Todo el mundo se distrae en la oración. Dicen de san Bernardo que un día, montando a caballo, se encontró con un granjero y los dos se pusieron a hablar de oración. El granjero le contó que rezaba mucho y que, además, no se distraía nunca. San Bernardo se quedó muy sorprendido y le dijo: “Pero alguna vez tendrás distracciones, ¿no?...». El granjero le contestó que no: nunca. San Bernardo le propuso entonces que, si era capaz de decir un padrenuestro sin distraerse una sola vez, le regalaba el caballo. El granjero aceptó enseguida y comenzó a rezar. Después de unas cuantas frases, se detuvo y preguntó: «Perdona: ¿me vas a dar también las bridas y la silla?». Sea o no sea cierta la anécdota, el asunto está muy claro: todos tenemos distracciones.
No obstante, es importante distinguir entre distracciones voluntarias e involuntarias. Estas últimas llegan sin buscarlas: son ideas que surgen en nuestra mente en cualquier momento, también cuando estamos rezando, o en Misa, etc. No podemos evitarlas y no suponen ninguna falta. Las distracciones voluntarias, por su parte, implican que nuestra voluntad las permite: bien porque las buscamos intencionadamente, bien porque elegimos detenernos en ellas cuando han llegado solas. Y, si nos apartan de Dios, sí conllevan una falta moral.
El Catecismo de la Iglesia católica nos proporciona algunos consejos útiles para lidiar con ellas: «Dedicarse a perseguir las distracciones es caer en sus redes; basta con volver a nuestro corazón: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir» (CIC 2729).
«Perseguir las distracciones» significa dirigir nuestra mente hacia ellas, analizando por qué están ahí y qué es lo que hemos hecho mal para que aparezcan, lamentando ser tan débiles, etc. Lo cual no es nada bueno y solamente conduce a «caer en la trampa», ya que de ese modo nuestra mente continúa centrada en las distracciones y no en Dios. La solución está simplemente en hacer un breve acto de contrición y regresar al tema de nuestra oración. Y, como dice el Catecismo, las distracciones revelan a qué está apegado nuestro corazón. Saber que quizá damos más importancia a las cosas de este mundo que a Dios nos puede llevar a un simple acto de contrición, a fortalecer nuestro amor a Dios y a ofrecerle nuestro corazón para que lo libre de esas ataduras.
Otro modo de evitar las distracciones consiste en detenernos antes de comenzar a rezar y pedirle a Dios humildemente que nos ayude a centrarnos en Él, a hablarle con el corazón y la mente totalmente puestos en Él. Si estamos haciendo oración mental o meditando, es decir, conversando con Él con nuestras propias palabras, puede ser útil tener un libro que nos ayude a concentrarnos en el tema de nuestra oración. Santa Teresa de Jesús cuenta lo que hacía durante los dieciocho años que pasó sufriendo una aridez espiritual que le dificultaba la oración: «En todos estos años, si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro; que tanto temía mi alma estar sin él en oración como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio, que era como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de los muchos pensamientos, andaba consolada» (Vida 4).
Lo importante es perseverar en la oración, también cuando nos distraemos. En su tratado sobre El gran medio de la oración san Alfonso Mª de Ligorio escribe: «Si tienes muchas distracciones durante la oración, puede ser que al diablo le moleste mucho esa oración». Y, en respuesta a quienes dicen que no rezan el rosario porque lo único que consiguen es distraerse, el beato Juan XXIII dijo en una ocasión: «El peor rosario es el que no se reza».
255 El Vía Crucis
Yo estoy familiarizado con las catorce estaciones del Vía Crucis tradicionales, pero en los últimos años me he encontrado en algunas iglesias con otras estaciones distintas. ¿Están aprobadas por la Iglesia?
Empezaremos explicando el origen de esta devoción popular. El Vía Crucis nació en la Jerusalén de los primeros siglos, donde los peregrinos cristianos recorrían el mismo camino que tomó Jesús cargado con la cruz hasta el monte Calvario. Estas primeras peregrinaciones variaban mucho: se iniciaban en varios sitios distintos y seguían diferentes rutas. En la Edad Media fue aumentando su práctica: por entonces la peregrinación solía empezar en las ruinas de la Torre Antonia, construida por Herodes para defender el Templo y en la que Poncio Pilato juzgó a Jesús, y concluía en la iglesia del Santo Sepulcro, lugar del Calvario donde quedó enterrado el Señor. En torno al siglo XVI esta ruta dio en llamarse Vía Dolorosa, «camino del dolor». En determinados puntos –o estaciones– de la misma, los peregrinos se detenían para recordar algunos momentos concretos que aparecen o están implícitos en los relatos evangélicos.
Alrededor del siglo XV, fueron erigiéndose en distintos lugares de Europa estas mismas estaciones, que comenzaron a conocerse como Vía Crucis o camino de la cruz. Hacia mediados del siglo XVII las estaciones eran catorce e iban desde la condena de Pilato hasta el entierro de Jesús en el sepulcro. De acuerdo con el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, el Vía Crucis en su forma actual fue ampliamente difundido por san Leonardo de Porto Mauricio, que falleció en 1751. La Santa Sede lo aprobó y concedió indulgencias a quienes lo practicaran (cf. DPPL, 132). En cuanto al significado espiritual de la devoción, el Directorio añade: «En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también diversas expresiones características de la espiritualidad cristiana: la comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la sequela Christi, según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día su propia cruz» (cf. Lc 9, 23; DPPL, 133).
Como seis de las estaciones tradicionales no aparecen expresamente mencionadas en la Escritura –las tres caídas de Jesús, su encuentro con María y Verónica, y Jesús en brazos de su Madre–, en los últimos tiempos se han modificado algunas de ellas para hacerlas coincidir con mayor fidelidad con los relatos evangélicos. De este modo se amplía la posibilidad de que la devoción atraiga a otros cristianos. A veces nos referimos a ellas como «estaciones bíblicas», que son sin duda las mismas que tú mencionas en tu pregunta.
¿Están aprobadas por la Santa Sede? El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia dice lo siguiente: «La forma tradicional [del Vía Crucis], con sus catorce estaciones, se debe considerar como la forma típica de este ejercicio de piedad; sin embargo, en algunas ocasiones, no se debe excluir la sustitución de una u otra “estación” por otras que reflejen episodios evangélicos del camino doloroso de Cristo, y que no se consideran en la forma tradicional; en todo caso, existen formas alternativas del Vía Crucis aprobadas por la Sede Apostólica o usadas públicamente por el Romano Pontífice: estas se deben considerar formas auténticas del mismo, que se pueden emplear según sea oportuno» (DPPL, 134).
El Comité Central del Vaticano para el Gran Jubileo del año 1975, por ejemplo, aprobó algunas estaciones distintas que se incluyeron en el Libro del peregrino publicado para aquella ocasión. De forma similar, el Viernes Santo del año 1991, y en los años siguientes de su pontificado, el Papa Juan Pablo II dirigió las estaciones bíblicas en el Coliseo romano.
Estas estaciones son: 1. Jesús en el Huerto de los Olivos; 2. Jesús, traicionado por Judas, es arrestado; 3. Jesús es condenado por el Sanedrín; 4. Jesús es negado por Pedro; 5. Jesús es juzgado por Pilato; 6. Jesús es flagelado y coronado de espinas; 7. Jesús es cargado con la cruz; 8. Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz; 9. Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén; 10. Jesús es crucificado; 11. Jesús promete su reino al buen ladrón; 12. Jesús en la cruz, su Madre y el discípulo; 13. Jesús muere en la cruz; 14. Jesús es puesto en el sepulcro.
Por consiguiente, queda claro que, aunque sean preferibles las estaciones tradicionales, las nuevas son perfectamente válidas, al menos para su uso ocasional.
256 El Vía Crucis y las indulgencias
Tengo dos preguntas en relación con el Vía Crucis. Cuando lo rezo yo solo, ¿tengo que usar unas oraciones fijas? ¿Y qué debo hacer para ganar todas las indulgencias que van unidas a él?
Estoy seguro de que hay mucha gente que se pregunta lo mismo que tú. Lo primero que hay que recordar es que el Vía Crucis constituye una devoción tradicional que no forma parte de la liturgia de la Iglesia. La liturgia la constituyen las formas oficiales de dar culto a Dios que emplea la Iglesia. Entre ellas se incluyen la Misa, los sacramentos, el ritual funerario, la exposición y bendición con el Santísimo, etc. Todas estas formas de culto cuentan con un ritual o un conjunto de oraciones oficiales aprobadas por la Iglesia que hay que seguir. Como el Vía Crucis no forma parte de la liturgia, carece de un ritual oficial. Aunque el Vía Crucis tradicional, con sus catorce estaciones, es una devoción que la Iglesia aprueba y recomienda, no es necesario recitar ninguna oración oficial.
A lo largo de los años, varios santos y otros fieles han compuesto oraciones y meditaciones sobre cada estación que pueden ser de ayuda a los fieles. Algunos de ellos, como los de san Alfonso Mª de Ligorio o san Josemaría Escrivá, han demostrado ser particularmente populares. Cuando el Vía Crucis se reza en la parroquia o en grupo, se suele escoger cualquiera de las numerosas versiones publicadas. Se empieza con el anuncio de la estación, seguido de la oración «te adoramos, Cristo, y te bendecimos», a la que se contesta: «que por tu Santa Cruz redimiste al mundo». A continuación se lee la meditación correspondiente a cada estación, que puede incluir una oración, y todos juntos rezan un padrenuestro, avemaría y gloria.
Si el Vía Crucis se hace en privado, cada uno es libre de meditar las estaciones del modo que elija. Mucha gente tiene un librito con la versión que más le gusta y reza las mismas oraciones que se utilizan en grupo. Otros tal vez prefieran leer solamente la meditación y acompañarla de sus propias oraciones, o bien simplemente meditar en silencio cada estación. Como el Vía Crucis es una forma de piedad popular, se puede vivir de la manera que mejor se adapte a cada uno.
En cuanto a tu segunda pregunta, a lo largo de los siglos la Iglesia ha concedido numerosas indulgencias a quienes rezan el Vía Crucis. Las primeras las recibieron los que lo practicaban en la misma Jerusalén, pero más tarde se extendieron a quienes lo hicieran ante cualquier Vía Crucis que estuviera erigido en las iglesias repartidas por todo el mundo.
En la actualidad, de acuerdo con la 4ª edición del Enchiridion indulgentiarum –o listado de indulgencias– publicado en 1999, a quienes rezan el Vía Crucis se les concede una indulgencia plenaria bajo las condiciones habituales (cf. Flader, J. Tiempo de preguntar, preg. 81). Para ganar la indulgencia es preciso cumplir unos cuantos requisitos. En primer lugar, hay que hacer este piadoso ejercicio ante las estaciones de la cruz erigidas de acuerdo con la ley. Para su erección se necesitan catorce cruces, a las que es costumbre añadir cuadros o imágenes que representan las estaciones de Jerusalén.
Si se sigue la práctica más común, el ejercicio consta de catorce lecturas piadosas a las que se suman algunas oraciones vocales. No obstante, lo que se exige es únicamente meditar la Pasión y Muerte del Señor, y no tiene por qué hacerse considerando cada uno de los misterios de las estaciones.
Para ganar la indulgencia se ha de pasar de una estación a otra. Pero, si hacemos el Vía Crucis en grupo y no es posible trasladarse ordenadamente de estación en estación, basta con que lo haga el que lo dirige mientras los demás permanecen en su sitio.
Quienes estén impedidos por motivos legítimos pueden ganar esa misma indulgencia si pasan algún tiempo –un cuarto de hora, por ejemplo– leyendo y meditando piadosamente la Pasión y Muerte del Señor. Sobr...
Índice
- Portadilla
- Índice
- Dedicatoria
- Prólogo
- Introducción
- I. La doctrina católica
- II. Los sacramentos
- III. Cuestiones de moral cristiana
- IV. La oración cristiana
- Créditos