Parte VIII
Mitos y pasiones
Otra vuelta de Martín Fierro en los años cuarenta
María Teresa Gramuglio
Alrededor de 1948, durante el llamado “peronismo clásico”, se publicaron tres ensayos relevantes sobre Martín Fierro. En 1945 Amaro Villanueva recopiló en Crítica y pico artículos que venía publicando desde fines de los años treinta. A ellos sumaría “El sentido esencial de Martín Fierro”, de 1947, que incluyó luego en la segunda edición (1971). 1948, el año de publicación de El mito gaucho, de Carlos Astrada, y de Muerte y transfiguración de Martín Fierro, de Ezequiel Martínez Estrada, señala el momento más denso del conjunto. Los autores no se ignoraron entre sí, pero sólo Villanueva atacó abiertamente las tesis de Martínez Estrada sobre lo gauchesco.
Estos ensayos tienen antecedentes en trabajos anteriores, como lo muestra la compilación de Villanueva. Y ningún lector de Radiografía de la pampa (1933) dejará de percibir el parentesco entre esos dos grandes libros de Martínez Estrada. En el caso de Astrada, es posible rastrearlos en la compilación Metafísica de la pampa.[420] Los tres tuvieron segundas ediciones, que son las que han circulado desde entonces. Pero a diferencia de Villanueva, que sólo incorporó el artículo mencionado, y de Martínez Estrada, que en 1958 reorganizó el orden de los capítulos y agregó un epílogo relativamente breve, en 1964 Astrada reemplazó el Prefacio por una “Introducción” muy extensa en la que, con su virulencia habitual, refutó las críticas recibidas, descalificó otras lecturas (entre ellas, Muerte y transfiguración) y reforzó sus argumentos iniciales. Incorporó varios acápites y un capítulo nuevo que dan cuenta tanto de su alejamiento del peronismo como de su aproximación al marxismo.[421]
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Desde el siglo XIX la figura del gaucho ocupa un lugar en la literatura, en la que desde antes de la Independencia inspiró la formación de un género específico cuyas repercusiones llegan hasta nuestros días. Aunque el tipo étnico no es exclusivo de la zona pampeana, gaucho y pampa formaron una dupla indisociable como clave explicativa de los males por superar o de las transformaciones necesarias para lograrlo. Así en Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento; El payador, de Leopoldo Lugones o Radiografía de la pampa. En la ficción, está de modo eminente en El gaucho Martín Fierro (1872) y La vuelta de Martín Fierro (1879).
Desde su aparición, Martín Fierro generó uno de los núcleos más persistentes de las interpretaciones sobre la nación y su literatura. La inusitada popularidad del poema despertó tanta admiración como alarma, a medida que las campañas de alfabetización impulsadas desde el Estado promovían el consumo creciente de una literatura alejada de las normas éticas y estéticas de la cultura letrada. En ella se destacaban los folletines criollistas con gauchos a lo Moreira, con sus historias más cercanas a la crónica policial que a las virtudes patrióticas, y para colmo escritos en una jerga ajena a la corrección lingüística. Según Adolfo Prieto, la coincidencia de la publicación de El gaucho Martín Fierro, el Santos Vega, de Hilario Ascasubi, y Los tres gauchos orientales, de Antonio Lussich en 1872, y de La vuelta de Martín Fierro y Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, entre 1879 y los primeros meses de 1880 revela tanto las transformaciones de los atributos centrales de la gauchesca como el deslizamiento hacia el folletín criollista.[422]
Entre 1880 y los primeros años del siglo XX la atención sobre Martín Fierro quedó desplazada por las alarmas frente a la multiplicación de aquellos folletines. Sin embargo, no desapareció del horizonte crítico y se lo llegó a considerar decisivo para la formación de la literatura nacional. En la estela del “espíritu del Centenario” subyacía el propósito de hallar un poema épico fundante comparable a los de las grandes literaturas europeas. En 1912 Ricardo Rojas le dio ese lugar a Martín Fierro. Lugones hizo de este juicio una apoteosis espectacular en sus conferencias de 1913, que dieron origen a El payador (1916), donde afirmó enfáticamente la pertenencia de Martín Fierro al linaje de las epopeyas homéricas, apartándolo de la gauchesca y sus autores, incluido el mismísimo José Hernández. No así Rojas, quien en la Historia de la literatura argentina (1917-1922) lo situó en la serie de los gauchescos, a la que, siguiendo su filosofía de integración y fusiones de los diversos elementos que componían la nacionalidad, incorporó antecedentes precolombinos e indígenas a un español de raíz popular traído por los conquistadores. Relativizó esa tesis en la valoración final del poema: Martín Fierro sería, según Rojas, “un poema épico argentino sui generis”, y la literatura argentina habría logrado expresar la civilización de la pampa en “dos poemas nacionales de carácter épico: uno en verso, el Martín Fierro; otro en prosa: el Facundo”. Un dúo que Jorge Luis Borges reformularía en los años setenta: “Si en lugar de Martín Fierro hubiéramos elegido a Facundo, otra sería nuestra historia y mejor”.
Lo cierto es que desde las primeras décadas del siglo pasado Martín Fierro no dejó de estar presente en la literatura argentina, incluso en el título de la revista más representativa de la vanguardia de los años veinte. De entonces datan las primeras lecturas críticas de Borges, en las que niega el carácter épico del poema y lo define como novela: ve en el héroe un pendenciero feroz, y así lo acerca a los protagonistas de los folletines populares y al criollismo urbano de sus propias historias de cuchilleros de los suburbios.
Esta es, en síntesis, la historia de las lecturas del Martín Fierro en el circuito canónico más conocido de la crítica literaria argentina. Pero también lo leyó la izquierda, y cabría preguntarse por las lecturas que se hicieron desde ese sector cultural. En 1904 se llamó Martín Fierro la revista dirigida por el anarquista Alberto Ghiraldo, y casi como anticipo de esas vetas futuras, en La vuelta leemos esta orden de la autoridad a Picardía: “Anarquista / has de votar por la lista / que ha mandao el Comiqué”. Aunque atravesadas por tensiones y polémicas, las figuras de la “nobleza gaucha” y del gaucho rebelde no podían estar ausentes en la literatura del anarquismo, siempre atento a captar adeptos en esos sectores populares, tanto urbanos como rurales, que se estaban mostrando tan receptivos con el criollismo. Una cita del primer número de la revista de Ghiraldo permite asomarse a ese panorama, que no será exclusivo del anarquismo: “Es el grito de una clase luchando contra las capas superiores de la sociedad que la oprimen, es la protesta contra la injusticia, es el reto varonil e irónico contra los que pretenden legislar y gobernar sin conocer las necesidades de los que producen y sufren”.[423]
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A esa corriente de izquierda menos explorada pertenece Crítica y pico. Amaro Villanueva había nacido en Gualeguay (Entre Ríos) en 1900 y se recibió de maestro en la Escuela Normal.[424] Su padre fue diputado provincial y director del periódico local Tribuna, en el que hizo sus primeras incursiones en el periodismo. Se radicó en Paraná, hacia donde en 1942 se trasladó también Juan L. Ortiz. La amistad inicial entre ambos se fortaleció en parte por afinidades políticas, puesto que Ortiz militaba más o menos orgánicamente en el Partido Comunista, al que Villanueva, después de adherir al radicalismo antipersonalista, se acercó a mediados de los años treinta hasta llegar a tener una presencia visible, y no sólo en el plano cultural: en las elecciones de 1951 fue candidato por el PC a la gobernación de Entre Ríos. Figura activísima en el periodismo y en la sociabilidad cultural de Paraná, publicó revistas locales y promovió toda clase de iniciativas que incluyeron contactos con escritores e intelectuales de Buenos Aires. Desde Entre Ríos colaboró en El Litoral de Santa Fe, en La Nación, La Prensa, Sur y Columna con sus artículos relacionados con la gauchesca. Fue miembro de la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), creada en 1935, y escribió luego en revistas partidarias como Orientación y Cuadernos de Cultura. En 1955 se estableció en Buenos Aires, donde lo alojó inicialmente su camarada correntino Gerardo Pisarello (otro comunista provinciano). En 1956 ingresó como asesor en la editorial Cartago por recomendación de Rodolfo Ghioldi, con cuyas posiciones se había mostrado identificado en un primer artículo publicado en Orientación en febrero de 1947.[425] Hizo algunas traducciones, continuó con las investigaciones que lo acompañaron toda la vida y publicó varios libros, entre ellos los principales estudios sobre el mate. En 1966 integró el consejo de redacción de Hoy en la Cultura, que cerró justamente en ese año. Murió en Buenos Aires en 1969, y dejó lista la segunda edición revisada de Crítica y pico. En suma: un militante comunista de provincias, proveniente de una clase media educada, interesado desde siempre en expresiones populares, que nunca ingresó en espacios institucionales o académicos.
El interés de Villanueva por Martín Fierro no provino de su acercamiento al Partido Comunista. Más bien cabría pensar que los cambios en las estrategias políticas y culturales del partido a mediados de los años treinta vinieron a coincidir con sus estudios tempranos y reforzaron sus búsquedas hasta que alcanzaron cierto punto de convergencia. Tal vez por esa razón, Héctor P. Agosti y Álvaro Yunque le brindaron su reconocimiento. Yunque lo incluyó en su antología de 1943, Poetas sociales de la Argentina. Con Agosti compartió la participación en la AIAPE y en Nueva Gaceta, pero posteriormente surgieron entre ellos algunas discrepancias sobre cuestiones de historia y de literatura nacional.[426] En los años sesenta, cuando Agosti, poco y nada afecto a las expresiones rurales, seguía imaginando nuevas formas de expresión nacional y popular no vulgares ni criollistas, surgidas en la cultura urbana configurada por el aporte inmigratorio de raíces europeas, Villanueva se incorporó a la Academia de Lunfardo, escribió artículos sobre voces lunfardas y preparó los poemas de Lunfardópolis, que dejó listos para la publicación. Si bien en el lunfardo hay numerosas voces provenientes de la oralidad de los inmigrantes italianos, no parece que fuera exactamente ese el camino buscado por Agosti para la “expresión de los argentinos”.
Los trabajos reunidos en la primera edición de Crítica y pico muestran dos vertientes: en la primera parte, subtitulada “Plana de Hernández”, despliega, tal vez como un modo de autorizar sus hipótesis, aquellas búsquedas lexicográficas que apelaban no sólo a un conocimiento respetable de fuentes escritas sino a las experiencias y los recuerdos de sus comprovincianos y los suyos propios. Las partes II, III y IV giran en torno a la interpretación de la obra (“Preludios de Martín Fierro”) y a una precisa selección de autores centrales para su tesis sobre la formación de la literatura nacional en el siglo XIX: Juan María Gutiérrez (“Don Juan María, poeta”) y Bartolomé Hidalgo (“El ingenioso Hidalgo”). El desarrollo de la argumentación suma a otros protagonistas de la generación del 37, ninguno de los cuales utilizó el lenguaje gauchesco: Echeverría, Alberdi, Sarmiento (aunque cuestionó la distinción entre “civilización y barbarie”). Los grandes ausentes son Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo. La selección coincide con la versión liberal que encontraba en Mayo el comienzo de una tradición democrática y se continuaba en la generación del 37, adoptada, no sin contradicciones, por la intelectualidad del Partido Comunista en el marco del cambio en las estrategias políticas y culturales, la cual, a partir de 1935, priorizó los “frentes populares” en reemplazo de la anterior “lucha de clases”. Ese desplazamiento implicó una revisión de la tradición liberal y, junto con ello, de la literatura nacional, incluida la gauchesca.
En 1947 Villanueva publicó en el número 12 de Davar “El sentido esencial de Martín Fierro”, que encabezó luego la segunda edición. En ambas ediciones el orden adoptado invierte la cronología de los trabajos. ¿Por qué estas torsiones? Porque en lugar de la “literatura gauchesca”, que juzgaba limitada al lenguaje y a las representaciones meramente humorísticas del gaucho, sostiene que la literatura auténticamente nacional, a la que designa como “literatura militante”, es la que se habría gestado junto con la Revolución de Mayo en los Cielitos y Diálogos patrióticos (pero no en la Relación de las Fiestas Mayas), de Hidalgo. Su culminación se alcanzaría con Martín Fierro, que, aunque en lenguaje gauchesco, realizaría por fin esa “epopeya de la democracia” que potenciaba la denuncia social con aquel espíritu combativo inicial. Ni el Santos Vega, de Ascasubi ni el Fausto, de Del campo, responderían a esas exigencias. Una cita bastará para sintetizar la tesis:
La originalidad del Martín Fierro ya no erige dificultades insalvables para su identificación dentro del arte universal: su peculiaridad con respecto a la épica tradicional o clásica corresponde a las formas sociales con que el hombre ha superado universalmente las que caracterizaron al mundo antiguo y el feudalismo. Es decir: la originalidad del Martín Fierro corresponde a la de la sociedad democrática, cuyo espíritu liberal incorpora al arte de todos los tiempos.[427]
Estos argumentos retornan con insistencia en Crítica y pico para desmentir o discutir otras posiciones: Leguizamón, Rojas, Lugones. “El sentido esencial de Martín Fierro” resulta así una suerte de coronación de las tesis de Villanueva, y es significativo que haya sido escrita en el mismo año en que publicó “Sobre lo gauchesco y algo más. (Carta abierta a Ezequiel Martínez Estrada)”, el extenso trabajo en que polemiza sobre “Lo gauchesco”, un anticipo que formaría parte del inminente Muerte y transfiguración de Martín Fierro.[428] El amigable criollismo entrerriano de Villanueva, tan paciente como para dedicar más de treinta años y cientos de páginas al estudio del mate, recupera los tonos más belicosos y socarrones de la literatura militante para atacar los argumentos de su adversario:
Reconozco que el título elegido facilita a usted el propósito de echarse por delante esa tropilla de problemas “patrios”, con cierto primitivo sentimiento de posesión o dominio de lo orejano y ...