Memphis, Tennessee
“Memphis to me was like the Eiffel Tower, or the Tower of Pisa, or the Grand Canyon. God almighty!, this was really something!”
(Memphis para mí era como la Torre Eiffel, o la Torre de Pisa, o el Gran Cañón. ¡Dios todopoderoso!, ¡fue realmente algo importante!)
B.B. King
Primer día. Domingo. La llegada
Llegar a Memphis en avión a las 6.30 de la mañana de un domingo a finales de julio tiene su historia. Al salir de la cabina, a pesar de la aparente protección del finger, la oleada de calor es implacable ya a esas horas. Un calor pesado, una humedad del 82 %, que enlentece los movimientos y probablemente también los pensamientos. Nada que ver con el fresquito veraniego de Seattle (de donde vengo).
La terminal parece abandonada, solo de tanto en tanto alguien dormita en un sillón o teclea un ordenador. Por cierto, la wifi no es gratuita como en la mayoría de aeropuertos estadounidenses.
Los primeros bares, con nombres musicales (¡claro!), están cerrados. La primera tienda abierta es la de Harley Davidson y, aunque parezca raro, pueden venderte una moto además de merchandising de todo tipo: cazadoras, camisetas, llaveros, chapas, billeteras, pelotas de golf,... No hay nadie comprando una moto a esas horas de domingo.
Más allá el infalible Starbucks está también abierto (¡salvado!) y a su lado una tienda de suvenires de Elvis Presley con objetos ramplones made in China que perfectamente podrían estar en cualquier bazar de las Ramblas de Barcelona. Además, ¿quién compra suvenires al llegar a una ciudad?
Las oficinas de los coches de alquiler, como suele ser norma, están en el quinto pepino y se necesita un autobús gratuito para llegar. En ningún aeropuerto estadounidense estas oficinas están cerca de la salida de llegadas pero, para ellos, las grandes distancias son algo natural aunque a los europeos pueda chocarnos esa necesidad de desplazarse siempre en un vehículo.
El autobús lanzadera es rápido, el conductor amable aunque, sin quererlo, hiere un poco mi sensibilidad insistiendo en subirme la maleta cuando a un grupo de veinteañeros a mi lado solo les ha sonreído dejándoles con sus bultos. Una vez en el edificio de oficinas, todas las empresas juntas y con el mismo mostrador para evitar que ninguna oferta destaque, todo va bastante rápido. La entrega del coche también. Es la primera vez que me llevan al parking y me dicen que escoja el coche que más me guste [en viajes posteriores he comprobado que esto ya es una norma]. Descarto una camioneta y varios coches japoneses (se trata de un viaje iniciático por el Misisipi ¡no puedo utilizar una montura japonesa!) y me quedo con un Chrysler 200 suficientemente grande y cómodo para un trayecto que puede ser largo y en el que, espero que esta vez no ocurra (en otras anteriores pasó), pueda quedarme de repente sin un lugar donde dormir y tenga que hacerlo en un parking de la carretera o en algún camping de caravanas (esto es mejor porque tienen ducha e, incluso, café caliente o algo parecido).
El Misisipi solitario al amanecer.
La radio lleva presintonizada una emisora en la que pasan oldies de la zona, como es domingo casi todo es góspel (agradable tópico para empezar un viaje). No cambio de emisora y me mezo suavemente al ritmo de estas plegarias tan distintas a las que pueden oírse en las iglesias europeas. No conozco ninguno de los nombres que van desfilando pero todo tiene una cadencia rítmica que cala hondo, jondo me atrevería a decir en este caso. Y le pone a uno de buen humor en una mañana de domingo tras haber dormido bastante poco.
Llegar desde el aeropuerto hasta el centro de Memphis es fácil, ni siquiera yo me pierdo. [Sonrío al recoger esta frase de mi primer cuaderno de viaje. Años después, en compañía de mi amigo Robert Latxague, no solo nos perdimos en ese corto trayecto sino que al detenernos en una cuneta para intentar orientarnos, nos abordó un coche de la policía con todas sus luces encendidas en la noche. Lógicamente estábamos mal aparcados. Del coche bajó una agente afroamericana, con toda su artillería a la vista, y nosotros, por aquello de las películas, sin hacer el mínimo movimiento, con las manos a la vista sobre el volante y la ventanilla bajada. La agente puso la típica sonrisa condescendiente al vernos con el mapa desplegado y nuestra evidente impotencia ante un GPS que no entendíamos. Nos indicó amablemente cómo llegar al centro, justamente en la dirección contraria a la que íbamos. Mi primer y único encontronazo con la policía estadounidense se saldó con una sonrisa.]
Casi sin proponérmelo aparezco a orillas del Misisipi que impresiona, la palabra correcta sería emociona, al primer contacto (después también), claro que no es solo por la geografía sino por toda la historia que acarrea a sus espaldas y que la sientes muy presente al mirarlo. Ya desde el avión impactaba por su caudal y sus grandes meandros. Conocía el Misisipi en Nueva Orleans, incluso lo había remontado en un steamboat años atrás pero la sensación más al norte es diferente: aquí es como más salvaje, más natural.
Dos inmensos puentes, que lo cruzan en cada extremo de la ciudad, y un también enorme carguero (con distintos cuerpos que se empujan unos a otros) confeccionan una imagen de postal.
La zona está casi desierta, solo algún corredor madrugador de vez en cuando.
En esta región la mitad del río pertenece a Arkansas y la otra mitad a Tennessee. Los dos puentes son inmensos, el de mi derecha es llamativo por su construcción: la mitad de Arkansas es completamente recta sin adornos superfluos mientras que la de Tennessee tiene unos bonitos arcos (que además, lo comprobé después, por la noche se iluminan), como si los de Arkansas no pensaran en la decoración y los de Tennessee sí. O, tal vez sea más realista pensar que los de la otra orilla no tienen tanto dinero como los de esta.
El puente está dedicado al conquistador extremeño Hernando de Soto (aunque a menudo suelen escribir, incluso en mapas, Hernando Desoto), el primer europeo que llegó al Misisipi, el primero que lo cruzó en balsa a pesar de las hostilidades de los nativos de ambas orillas y también el primero cuyo cuerpo descansa en sus aguas. Dice la leyenda que, al morir de fiebres, sus hombres lo hundieron de noche en el río para que los nativos, que le consideraban inmortal, no supieran de su muerte4.
Embarcadero en el Misisipi frente a la isla de Mud.
El puente a mi izquierda se conoce como Big River Crossing aunque también se le llama el Memphis-Arkansas. Últimamente por la noche también se ilumina en tonos blancos, azules y rojos.
La orilla que da al centro de la ciudad a lo largo del Riverside Drive es un gran parque muy verde, todo es muy verde, pero la ciudad parece quedar lejos y no lo está, como si viviera a espaldas del río. Una impresión fundada en una primera mirada que después y en viajes posteriores comprobé que era totalmente cierta. El tranvía pasa cerca del río, un tranvía a la antigua, como debe ser, nada de modernidades como en Barcelona. Me voy encontrando docenas de hidrantes, todos plateados; curioso encontrar a orillas de un río un sistema de conducción de agua para incendios tan importante.
La Memphis Queen, un enorme steamboat blanco que todavía hace excursiones, luce con una decrepitud aristocrática en su embarcadero. Anuncia pequeños paseos y cenas con música.
Y a lo lejos, tras el Hernando de Soto, se vislumbra la punta de la pirámide de cristal.
Tomo el coche hacia el centro por la famosa Beale Street (la calle del blues) hasta la zona en que se convierte en peatonal y me doy de bruces con el Fedex Forum, el pabellón de los Grizzlies, el equipo de baloncesto de la ciudad. El polideportivo con aire de nave espacial recién aterrizada está situado en el centro del meollo justo al lado del museo del rock and soul y de la fábrica de guitarras Gibson. Una imagen gigante de Marc Gasol es lo primero que llama la atención, es el único póster de un jugador que tienen expuesto en ese momento en el exterior del pabellón. Justo delante una franquicia de Starbucks, me conecto a Internet en su minúscula terraza junto a un rosco de canela (uno tiene sus debilidades) y disfruto de un panorama altamente sugerente: blues a la izquierda, baloncesto en el centro, rock and soul a la derecha y, al fondo, el suave murmullo del Misisipi que no se oye pero se siente.
Escena de película en el interior de la cafetería: un negro pequeño y bajito, supongo que homeless porque lleva una camiseta de un centro de acogida, está leyendo un diario. Entra un poli negro enorme, como suelen ser por aquí los polis, y comienzan a discutir acaloradamente, por los gestos da la impresión de que el homeless se ha llevado el diario sin pagar o algo parecido, salen afuera y discuten un rato más, el homeless siempre como disculpándose, bajando la cabeza en expresión de sumisión, hablan bastante alterados y se despiden. El homeless entra sonriendo. ¿Un confidente, un familiar descarriado? Me quedo con la duda.
Del ocio de los granjeros al rock and roll
Paseo por Beale Street, son las nueve de la mañana y todo está cerrado. Los neones apagados. No se ve a nadie por la calle, como en las ciudades fantasma de las pelis. Aun así suena música, rhythm and blues, desde el interior de una tienda cerrada, lo que todavía contribuye a aumentar más esa sensación fantasmagórica. Solo faltan algunas zarzas rodantes atravesando la calle.
Ya son las 9.30 y el Memphis Rock’n’Soul Museum ha abierto sus puertas, soy el primer cliente y lo visito completamente solo, un lujo. Realizo una visita rápida porque no quiero llegar tarde al servicio religioso de la Full Gospel Tabernacle Church. Primero pensé que con una hora tendría más que suficiente pero me equivocaba y fue necesaria una segunda visita para poder digerir todo su contenido.
El Rock and Soul Museum de Memphis bajo la imagen de Marc Gasol.
El museo, creado por el Smithsonian Institution (lo que de por sí es ya una garantía) expone, con un sentido didáctico que se agradece, el nacimiento del rock and roll. Desde la música campesina a la aparición casual de Elvis Presley en un estudio de la ciudad y después toda la eclosión primero del rock and roll y después de la música soul.
En el folleto de mano que puedes recoger en la entrada se explica que el museo está dedicado a “la historia del corpus musical que tuvo la mayor influencia en la cultura y el estilo de vida del mundo desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. Afectó la forma en que caminamos, la forma en que hablamos, la forma en que nos peinamos y la forma en que vestimos, no solo en Memphis o en los Estados Unidos, sino en todo el mundo”. Nada que añadir.
El museo incluye muchas piezas curiosas (instrumentos originales, discos, fotos, revistas, grabadoras, victrolas, rótulos luminosos, vestidos, etc...). Comienza su andadura mostrando la subsistencia cotidiana y ocio de los granjeros que, buscándose la vida, emigraron a la ciudad y de los libertos afroamericanos que habían ascendido por el Misisipi buscando una sociedad menos racista. Grandes paneles, fotografías y objetos muestran el caldo de cultivo en el que nació el rock and roll con especial atención al importante papel que tuvo la radio. Todo lo que precedió a Elvis y todo lo que sucedió después de que el camionero grabara en el estudio Sun a pocos kilómetros de aquí. Emociona ver la grabadora que se utilizó aquella noche, está aquí cedida por el propio estudio Sun, curioso que esté aquí y no allí.
El primer anuncio del primer disco de Elvis Presley conservado en el Rock and Soul Museum.
Me muevo excitado de una vitrina a otra y me doy de bruces con una curiosidad: el cartel de una tienda de Memphis en que anuncian la llegada del primer disco de Elvis Presley. En letras rojas, negras y azules, sin ninguna imagen, solo diferentes tipografías, se promociona el disco en 45 o 78 rpm. La curiosidad: colocan como canción principal “Blue Moon of Kentuck...