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Yo a yo
Ensayos sobre el ser y la identidad
- 414 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro
Yo a yo reúne una serie de ensayos sobre identidad personal, autonomía y emociones morales, entre otros temas escritos por el eminente filósofo J. David Velleman. Pese a que los ensayos fueron escritos de forma independiente, están unificados por la tesis central de que no existe una entidad única cuando nos referimos al "yo", sino que este más bien expresa una manera reflexiva bajo la que partes o aspectos de una persona se presentan a su propia mente. Velleman se adentra también en temas como la ética kantiana, la teoría psicoanalítica, las emociones morales o la filosofía de la acción.
Dos de los ensayos que presentamos en este volumen fueron seleccionados entre los diez trabajos más importantes del año por los editores de Philosophers' Annual.
Un libro que interesará a filósofos, psicoanalistas o cualquiera que tenga interés en el conocimiento del ser.
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Información
1
Introducción
El título de este libro viene de John Locke, que describió la conciencia del propio pasado de una persona como haciéndola «yo para sí misma» a través de los períodos de tiempo. Implícita en esta frase se halla la idea de que la palabra «yo» no denota ninguna entidad, sino que más bien expresa una manera reflexiva bajo la que partes o aspectos de una persona se presentan a su1 [his] propia mente. Esta concepción se opone a la que predomina por lo común entre filósofos –la de que el yo es una parte genuina de la psicología de la persona, que incluye esas características y actitudes sin las que la persona ya no sería ella misma–. Yo no creo en la existencia del yo concebido de esta manera.
Decir que «yo» simplemente da expresión a un modo o a unos modos reflexivos de presentación no es infravalorarlo. Los contextos en los que partes o aspectos de nosotros mismos se presentan en modalidad reflexiva dan origen a algunos de los más importantes problemas de la filosofía. Incluyen el contexto de la memoria y la anticipación autobiográficas, en el que aparecemos continuos con yoes pasados y futuros; el contexto de la acción autónoma, en el que consideramos nuestra conducta como autogobernada; el contexto de la reflexión moral, en el que ejercemos la autocrítica y la auto-restricción; y el contexto de las emociones morales, en el que nos sentimos culpables o avergonzados, o queremos ser amados por nosotros mismos. Comprender lo que se nos presenta bajo la modalidad del yo en cada uno de estos contextos sería ganar cierta penetración en los asuntos de la identidad personal, la autonomía, la conciencia moral y las emociones morales –todos ellos fenómenos importantes y complejos.
Muchos filósofos piensan que podemos dar cuenta de todos estos fenómenos de una sola vez, por la identificación de una cosa singular que sirve simultáneamente como eso que tenemos en común con los yoes pasados y futuros, eso que gobierna nuestro comportamiento cuando este es autocontrolado, eso que limitamos cuando ejercemos la auto-restricción, y eso que se siente culpable, o bien de lo que nos sentimos avergonzados, o por lo que esperamos ser amados. Considero que esperar que una entidad única desempeñe el papel de Yo en todos estos contextos solo puede llevar a la confusión. Cada contexto presenta algo en un modo reflexivo, pero no necesariamente en el mismo modo, y ciertamente no la misma cosa.
Sentado esto, creo sin embargo que hay mucho que ganar de un estudio comparativo de la yoidad en todos estos contextos. Algunos de los ensayos de este volumen acometen tal estudio comparativo, mientras que otros se confinan a la yoidad en un contexto, con referencias cruzadas a ensayos sobre los otros. No es el resultado una teoría unificada del yo, pero sí, eso espero, una serie coherente de reflexiones sobre la yoidad. En esta Introducción identificaré algunas de las líneas secundarias de argumentación que dan unidad a estas reflexiones.
¿QUÉ ES UN MODO REFLEXIVO DE PRESENTACIÓN?
Algunas actividades y estados mentales tienen un objeto intencional: están mentalmente dirigidas a algo. De estos, algunos pueden tomar a su propio sujeto como objeto intencional: pueden estar mentalmente dirigidos a lo que ocupa el estado o lleva a cabo la actividad. De estos, algunos pueden estar mentalmente dirigidos a su propio sujeto concebido como tal –concebido, esto es, como ocupando este mismo estado o realizando esta misma actividad–. Un modo de presentación reflexivo es una manera de pensar que dirige una actividad o estado mental a su propio sujeto concebido como tal.
La actitud de respeto, por ejemplo, está dirigida a una persona particular a través de algún modo de pensar sobre ella. A veces es dirigida a una persona por el pensamiento de ella como la que mantiene esta misma actitud de respeto. Ese modo de pensar es un modo reflexivo de presentación, y la actitud resultante se denomina, en consecuencia, «respeto a uno mismo» o «respeto al yo». En el caso más simple, el modo reflexivo de presentación es un pronombre en primera persona: el objeto de un pensamiento cargado de respeto queda recogido en ese pensamiento como «yo», y entonces el «yo» en el «respeto hacia el yo» es solo un modo indirecto de atribuir una actitud que se expresaría directamente con la primera persona. Pero también hay modalidades no verbales de pensamiento reflexivo.
Por ejemplo, una imagen visual representa las cosas en una relación espacial con un punto no visto donde convergen sus líneas visuales. En la medida en que la visión alude implícitamente a ese punto como la posición de su propio sujeto, su geometría constituye un modo reflexivo de presentación. Ser visualmente consciente de cosas conlleva ser implícitamente consciente de uno mismo, porque conlleva esta manera implícita de pensar sobre el sujeto de la visión como tal. La reflexividad implícita en esta conciencia se expresaría naturalmente en primera persona, con una aserción que comenzase «Yo veo…». Pero lo que hace reflexiva a la conciencia, para empezar, no es el uso del pronombre de la primera persona. Lo que hace a la conciencia visual implícitamente reflexiva es la estructura perspectivística de la imagen visual, que asegura la referencia implícita al sujeto de la visión así concebida.
Siempre que se habla del yo, alguna actividad o estado mental reflexivos están en discusión, con la palabra «yo» haciendo las veces del modo de presentación por el cual el estado o la actividad son dirigidos a su sujeto como tal. En rigor, entonces, la referencia al yo sans phrase, en abstracción de todo contexto reflexivo, es una referencia incompleta. Hablar de «El yo» es como hablar de «El sujeto» en ese sentido cargado de teoría que refiere a la persona en abstracto. Al igual que El Sujeto tiene que ser el sujeto de alguna actividad o estado mental, así El Yo tiene que ser el yo de alguna actividad o estado mental dirigidos a su sujeto así concebido.
Hablar del yo sans phrase puede ser inocuo, desde luego, si el estado o la actividad relevantes son notables en el contexto. Y algunos estados y actividades reflexivas son de tal importancia para nuestra naturaleza que pueden ser hechos notables por poco más que la referencia al yo. Pero nuestra falta de especificación de un contexto reflexivo al hablar del yo no debería tomarse como una indicación de que no hay nada que especificar.
Distingo entre al menos tres modalidades bajo las que una persona tiende a considerar aspectos de sí misma. Estos tres modos reflexivos corresponden a por lo menos tres yoes distintos.
Primero, tenemos la autoimagen por la que la persona representa cuál persona y qué clase de persona es –su nombre, dirección, número de la Seguridad Social, su aspecto físico, en qué cree, cómo es su personalidad, y así sucesivamente–. Esta autoimagen no es intrínsecamente reflexiva, porque no representa en sí misma a la persona como sujeto de esta misma representación; en sí misma, la representa meramente como persona. Es hecha reflexiva por alguna indicación o asociación adicional que la marca como representando a su sujeto. Es como una fotografía en el álbum mental del sujeto, que muestra simplemente a otra persona pero llevando escrito al dorso «Este soy yo»2.
La autoimagen de una persona no puede ser intrínsecamente reflexiva, en efecto, si va a dar cuerpo a su sentido de quién es. Concebir quién es ella implica concebirse a sí misma como uno de los referentes potenciales del pronombre «quien», que se extiende sobre personas en general. De entre estos candidatos concebidos neutralmente, distingue el que ella es, identificándole de este modo con uno de los habitantes del mundo. Por ello requiere una idea de alguien como uno de los habitantes del mundo, que entonces puede ser identificado como «yo».
Como la conciencia que tiene una persona de quién es ella tiene que contener una concepción reflexiva de sí misma como uno de los habitantes del mundo, esa conciencia es el vehículo para esas actitudes por las que se compara a sí misma con otros o tiene empatía con las actitudes de otros hacia ella. Cuando siente autoestima, por ejemplo, la siente por el tipo de persona que es, y por tanto hacia sí misma en tanto caracterizada por su autoimagen. Cuando se complace en odiarse a sí misma, odia el objeto de su autoimagen, una persona a la que otros podrían odiar. En calidad de depósito de las caracterizaciones que fundamentan estas autoevaluaciones, a la autoimagen nos referimos en ocasiones como al ego de la persona –no en el sentido psicoanalítico, sino en el sentido coloquial en el que se dice que el ego está inflado por la alabanza o aguijoneado por la crítica–. Un ego inflado, en este sentido coloquial, es una autoimagen excesivamente positiva.
Finalmente, la autoimagen de la persona es el criterio de su integridad, ya que representa el modo en que sus diversas características se integran en una personalidad unificada, con la que tiene que ser consistente para ser autoconsistente, o fiel a sí misma. Los menoscabos de la integridad amenazan con introducir incoherencia en sí mismo. Las fallas de integridad amenazan con introducir incoherencia en la concepción personal de quién es ella; y al perder una concepción coherente de quién se es, la persona puede sentir que ha per-dido su sentido de sí misma o su sentido de la propia identidad. A veces se llama a esta situación apurada una crisis de identidad.
Cuando alguien sufre una crisis de identidad puede sentir que ya no sabe quién es. La razón no consiste en que haya olvidado su nombre o su número de la Seguridad Social; consiste más bien en que la autoimagen en la que almacena información sobre la persona que es ha empezado a desintegrarse bajo la presión de la incoherencia, o bien consigo misma o bien con su propia experiencia. Con frecuencia, semejante presión aparece en torno a rasgos de su autoimagen que la distinguen de otras personas y garantizan su autoestima. El resultado es que su autoimagen parece perder el poder que tenía de distinguirla de los demás a sus propios ojos, y este resultado es de lo que habla cuando dice que ya no sabe quién es.
Con todo, decir que una persona ha sufrido un cambio de identidad, o que ya no sabe quién es, no implica que haya alguna duda, ni en nuestra mente ni en la suya, en lo referente a si todavía es la misma persona. Su crisis de identidad es una crisis en su sentido de la propia identidad, en tanto incorporado en su autoimagen. No es una crisis en su identidad metafísica –esto es, en el hecho de ser esta persona en vez de otra, o una y la misma persona a través del tiempo–. Las cualidades que son distintivas de la persona, descriptiva o evaluativamente, resultan cruciales para su idea de quién es ella, porque esa idea va incorporada en una autoimagen que la representa como una persona entre otras, de las que entonces necesita ser distinguida por cualidades particulares. El hecho de que sean necesarias cualidades distintivas para individualizar a la persona que es, y de este modo informar su sentido de la propia identidad, no indica que esas cualidades desempeñen ningún papel en la determinación de su identidad, metafísicamente hablando.
Por desgracia, los filósofos a veces asumen que las cualidades que resultan esenciales a la idea que una persona tiene de quién es son de hecho constitutivas de quién es ella, y por consiguiente esenciales a su continuar siendo la misma persona, numéricamente idéntica consigo misma y numéricamente distinta de las demás. En este punto confunden el yo presentado por la autoimagen de la persona con el yo de la identidad personal, o autoidentidad a través del tiempo.
La autoidentidad a través del tiempo es la relación que conecta a la persona con sus yoes pasados y futuros, como son llamados. Según mi modo de ver, los yoes pasados y futuros son simplemente personas pasadas y futuras en la modalidad reflexiva, o bajo un modo de presentación reflexivo3. La tarea de identificar los yoes pasados y futuros de una persona es asunto de identificar cuáles personas pasadas y futuras le son accesibles a ella en la forma relevante, o bajo el modo de presentación relevante –dicho en dos palabras, qué personas pasadas y futuras le son a ella reflexivamente accesibles–. Las personas pasadas son reflexivamente accesibles vía memoria experiencial, la que representa el pasado como si fuese visto por los ojos de alguien que antes almacenó esta representación del mismo. Y las personas futuras son accesibles vía un modo de anticipación que representa el futuro como encontrado por alguien que después recuperará esta representación del mismo. Estos modos de pensamiento plasman reflexivamente a las personas pasadas y futuras, apuntando a ellas de manera implícita en el centro, u origen, de un marco de referencia egocéntrico, como el espectador no visto en un recuerdo visual, por ejemplo, o el agente no representado en un plan de acción. El espectador no visto en un recuerdo visual es el yo o «yo» del recuerdo; el agente no representado en un plan de acción es el yo o «yo» del plan*. Los yoes pasados y futuros son simplemente las personas que el sujeto puede representar como el «yo» de un recuerdo o el «yo» de un plan –personas sobre las que él puede pensar de manera reflexiva, como yo objeto*.
Estos modos reflexivos de pensamiento son significativamente diferentes de la autoimagen que incorpora la idea del yo de la persona. Para empezar, son intrínsecamente reflexivos, en el sentido de que su esquema representacional está estructurado por una perspectiva cuyo punto de origen está ocupado por el sujeto pasado o futuro, mientras que una autoimagen es la representación de una persona considerada no desde el punto de vista de la primera persona, sino identificada como el sujeto por algún otro medio extrínseco. Otra diferencia estriba en la medida en que estos modos de pensamiento constituyen realmente al yo.
He defendido desde hace tiempo la idea de que la autoimagen de la persona lleva consigo hasta cierto punto su propia realización: pensar que uno mismo es tímido, o que está interesado en el jazz, o que aspira a curar el cáncer, puede ser par...
Índice
- Reconocimientos
- Fuentes
- 1. Introducción
- 2. Una breve introducción a la ética kantiana
- 3. La génesis de la vergüenza
- 4. El amor como emoción moral
- 5. La voz de la conciencia
- 6. Un superyó racional
- 7. No te preocupes, siéntete culpable
- 8. Yo a Yo
- 9. El yo como narrador
- 10. De la psicología del yo a la filosofía moral
- 11. El yo centrado
- 12. Querer la ley
- 13. La motivación por el ideal
- 14. Identificación e identidad
- Bibliografía