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La economia del cedro
El desafío es definir nuestro papel, las oportunidades y las posibilidades
- 289 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
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La economia del cedro
El desafío es definir nuestro papel, las oportunidades y las posibilidades
Descripción del libro
Este libro tiene una gran ambición, proporcional a la fuerza del árbol que lo inspiró. Algunos se conformarán con que sea como una semilla, que en el 90 % de los casos germinará y tardará años para hacerse notar y transformarse en un arbusto, pero cuando lo haga tendrá raíces fuertes y condiciones para enfrentar las adversidades. Si usted pertenece a este grupo, su papel no es inmediato, pero el autor espera que su lectura le garantice la acción en el futuro y la acelere.
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Información
Categoría
EconomíaCategoría
Desarrollo sostenibleCapítulo 1
La economía de la irresponsabilidad
La noche del 26 de septiembre de 2008 quedará para siempre grabada en mi memoria. Cerca de las 21 horas, estaba inquieto en el aeropuerto La Guardia, de Nueva York, a la espera del avión que me llevaría hasta Boston. Como siempre, el atraso no tenía explicación. En las conversaciones poco animadas, los pasajeros se dedicaban a especular si se debería a las condiciones meteorológicas desfavorables. Para pasar el tiempo, algunos comían golosinas. Otros se entretenían con los juegos de sus celulares.
De repente, las pantallas de LCD colgadas en el hall se iluminaron con los rostros maquillados y tensos del afroamericano Barack Hussein Obama y del blanco John McCain, quienes en ese momento eran candidatos a la presidencia del país más poderoso de la Tierra. ¡Listo! En un minuto se constituyó una diversa e interesada platea.
La Public Broadcasting Service (PBS) estaba transmitiendo un debate que se desarrollaba en la Universidad de Misisipi, en Oxford. Parecía tratarse de política exterior. Enseguida, de forma directa, el moderador Jim Lehrer, director ejecutivo y apoyo del The Newshour, espetó la contundente pregunta que todos teníamos en la punta de la lengua: “¿Qué opinan ustedes sobre la crisis económica?”.
Sintomáticamente, se trataba de un cuestionamiento genérico, ya que muchos todavía no comprendían la naturaleza del problema y muy pocos tenían una noción clara de las causas.
Entre el chirrido de los carros de equipajes y el murmullo de la babel de los viajeros, conseguí captar la idea de Obama. Según él, era necesario actuar con rapidez para proteger a los norteamericanos que pagaban impuestos. Con respecto a las medidas de emergencia, consideraba necesario garantizar que el dinero no terminara yendo a las cuentas de los directores de los bancos. Después, como era previsible, el demócrata aprovechó para culpar al gobierno del republicano George W. Bush del caos económico.
McCain, el melindroso oportunista, intentó transmitir alguna confianza a los telespectadores y manifestó cierto optimismo sobre las medidas destinadas a recuperar la economía del país. “Por primera vez, republicanos y demócratas nos encontramos trabajando juntos para superar la crisis”, afirmó.
Hubo un intercambio de abrazos entre ambos candidatos, pero los dos admitieron que en ese momento la intervención del gobierno sería inevitable.
Cabe recordar que, unos pocos días antes, Estados Unidos había sumado una fecha dolorosa más al calendario histórico de septiembre. El día 15, el banco Lehman Brothers había pedido concurso de acreedores, reconociéndose víctima de la crisis de las hipotecas subprime. Una referencia internacional estaba destrozándose: la confianza en el sector financiero.
El profeta
Se confirmaban así las previsiones de Nouriel Roubini, el economista turco naturalizado estadounidense, también conocido como “Dr. Doom” o “Dr. Catástrofe”. En 2005, él había afirmado que los negocios que incluían inmuebles residenciales estaban haciendo surf en una ola especulativa que hundiría a toda la economía. Había previsto también una recesión persistente y una crisis bancaria sistémica y amplia.
No por casualidad un mes antes me había reunido con él, jugando de local. Ese encuentro aleccionador había ocurrido durante el evento “Cenário Global Econômico e suas Implicações para o Brasil” (“Escenario global económico y sus consecuencias para Brasil”), promovido por el Instituto Euvaldo Lodi, centro relacionado con la Federación de Industrias de Rio Grande do Sul (FIERGS).
Ese era el registro más claro que tenía en mi memoria con respecto a la naturaleza de la crisis. En aquel momento, yo había hecho una presentación para líderes corporativos y había mediado en un debate entre Roubini –el orador principal de la conferencia–, y la platea. Durante un almuerzo, conversamos ampliamente sobre el tema. Dado mi pensamiento académico y como conferencista, yo valoraba muchísimo aquella oportunidad de comprender con mayor profundidad la cuestión y evaluar las perspectivas de los países que se encontraban al borde del huracán, como el propio Brasil.
Convencido, Roubini dijo que a mediano plazo presenciaríamos un reacomodamiento en el juego de las potencias económicas mundiales, para reducir el poder del G7 y ampliar la participación del BRIC. El turco afirmaba, incluso, que la crisis afectaría a las economías avanzadas y provocaría una disminución en el valor de los commodities. Sin embargo, resaltaba que los mercados emergentes, a pesar de que experimentarían una desaceleración, podrían tener garantizada la continuidad de su crecimiento. En suma, él preveía el surgimiento de un mundo multipolar.
Por aquellos días de septiembre, Roubini podría haber evolucionado de ser una desacreditada Casandra a ser un respetable oráculo. Día y noche era asediado por los profesionales de los medios. El gurú del apocalipsis vivía sus quince días de estrella del pop.
En mi televisión mental, estas imágenes se mezclaban con aquellas, en alta definición, que mostraban el elegante pugilato entre Obama y McCain. En un determinado momento suspiré exhausto, me aflojé la corbata y decidí establecer algún orden en la confusa galaxia de pensamientos. Cerré los ojos, junté los hechos, seleccioné argumentos y, apelando a la lógica, intenté efectuar un frío análisis de la crisis.
Al final, ¿se trataba de un mero golpe por causa de un bache en la ruta o el automóvil estaba realmente precipitándose por el barranco? ¿Era simplemente una crisis “puntual” más, como las de 1987 y 1998, o era una megacrisis como la de 1929?
Fueron muchos minutos de una especie de meditación activa. El resultado fue que obtuve tres imágenes-concepto. La primera era nítida, y mostraba a los irresponsables del pasado reciente. La segunda era levemente difusa, y revelaba a los asustados del presente. La tercera era densa y lechosa, de manera que eran poco visibles los personajes del futuro.
De cualquier manera, había motivos de preocupación. Y como presidente de una gran empresa del sector inmobiliario, yo sabía que en la escena del “crimen” habían quedado las huellas digitales de los “jugadores” norteamericanos del sector.
Gracias a los diversos viajes de negocios que había realizado a los Estados Unidos, tenía algún conocimiento de lo que sucedía en los oscuros sótanos del mercado de crédito. Había un paradigma de error estructural. Un ciudadano adquiría una casa de 200.000 dólares financiada. Después conseguía una segunda hipoteca y se lanzaba al circo de apuestas de la bolsa de valores.
No se sabe bien cómo había gente que tenía tres hipotecas sobre la misma propiedad. En este ejemplo hipotético, la deuda total se elevaba a 600.000 dólares pero el patrimonio que garantizaba su pago era de una tercera parte de ese valor.
Lo fundamental era comprender la situación. Después de todo, yo no viajaba por los dominios del Tío Sam para pasear. Nuestro show itinerante justamente tenía como objetivo tranquilizar a los inversores norteamericanos de Tecnisa. Nuestras presentaciones mostraban la solidez de la empresa y el óptimo momento de la economía brasileña.
Pasaron los noventa minutos del debate televisivo y, finalmente, pude embarcar. Durante los días siguientes, con prolijas tablas y gráficos intenté vender confianza a los socios norteamericanos. Todos me tenían simpatía, pero muchos dudaban de nuestra capacidad para bloquear la onda de choque. “Júlio, creemos que eso va a llegar a América del Sur, y va a golpear con fuerza”, me dijo un inversor cuyos ojos hinchados delataban que había pasado por varias noches mal dormidas.
Regresé a Brasil envuelto en dudas. En el fondo, sabía que seríamos afectados por el movimiento de las placas tectónicas del mercado. La pregunta que circulaba por los laberintos neuronales era: ¿con qué intensidad y por cuánto tiempo nos afectará?
Durante los meses siguientes tuve la respuesta. Hubo una drástica reducción de la oferta del crédito directo para el financiamiento de la producción. La prensa nacional anunció el fin de los tiempos, aterrorizando a los inversores y a parte de la gran masa consumidora.
El mercado inmobiliario, que acumulaba récords positivos, se vio arrasado por el tsunami de malas noticias. En la mayor ciudad del país, San Pablo, se habían vendido 4.146 inmuebles nuevos en agosto de 2008. En octubre, esa cantidad cayó hasta 946. En cuanto a lanzamientos, también se registró una caída vertiginosa. En agosto, las unidades eran 3.642. En diciembre, ese número se precipitó a 2.663. En enero, época normal de reflujo, fueron solo 382.
En la época de las vacas gordas, el periódico más tradicional para la publicación de anuncios del sector llegó a tener setenta páginas de lanzamientos. En el auge de la crisis, sus ediciones no tenían más que cinco páginas de ofertas.
Aunque reducido, el mercado continuaba siendo bueno. Todavía había quien mantenía el sueño de comprar una casa o un departamento. Faltaba, sin embargo, capital para las empresas. Faltaba crédito para la producción. Igual que otros “jugadores” del mercado, decidimos que la prioridad era proteger la caja de la empresa. Por ello, pospusimos los lanzamientos e implementamos un plan de contención de gastos, reduciendo, por ejemplo, nuestras inversiones en publicidad.
Efecto dominó
En realidad, la “crisis de las subprime” ya se había iniciado bastante antes. Entre 2002 y 2004 una cantidad significativa de dinero extranjero entró a los Estados Unidos, proveniente, principalmente, de las economías asiáticas emergentes y de los países productores de petróleo. El crédito se amplió con velocidad, tanto en forma de hipotecas como de préstamos para compra de vehículos y para el consumo en general. Se concedían facilidades a clientes que no podían comprobar sus rentas y con historiales de incumplimiento.
Por ello, grandes sectores de la población asumieron una carga de deuda sin precedentes. Ese fue el período dorado del crédito fácil. En esos círculos de negociaciones irresponsables se incubó el virus de la crisis.
La virtualidad transformó a los agentes de crédito en apostadores compulsivos que llevaron a sus oficinas la irresponsabilidad lúdica de los jugadores del Banco Inmobiliario. En busca de lucros fantásticos y primas millonarias, esos profesionales no dudaron en arriesgar el dinero de los clientes y la seguridad de las instituciones que representaban. Muchos de ellos ayudaron a que sus bancos quebraran y, con la mayor desvergüenza, llegaron a movilizarse para cobrar sus pulposas comisiones.
Durante ese período de laissez-faire extremo, el Gobierno Central relajó la vigilancia y fingió desconocer el volumen de transacciones sin afianzamiento. Sin embargo, otro factor puede explicar las fisuras en la burbuja. A causa del aumento de las tasas fijadas con posterioridad, también se incrementaba de modo preocupante la legión de propietarios que acumulaban retrasos en el pago de sus cuotas. Simultáneamente, la caída de los precios de los inmuebles arrastró a los bancos hacia el ojo del huracán y de inmediato los rumores sobre posibles quiebras se diseminaron por las bolsas de valores.
-Los préstamos subprime eran difícilmente liquidables. Entonces, las instituciones inventaron un plan para asegurar esos créditos. Los títulos negociados en el mercado financiero internacional tenían valores incompatibles con las deudas de origen. Y la comercialización de esos papeles, cargados con el pes...
Índice
- Sobre este libro
- Prefacio
- Para no aturdirse ni debilitarse...
- Introducción
- Primera incursión por la nueva selva
- Parte I
- Nuestro grave problema
- Capítulo 1
- La economía de la irresponsabilidad
- Capítulo 2
- La era de la desmesura
- Parte II
- Una propuesta de la naturaleza
- Capítulo 3
- Las lecciones de un árbol muy especial
- Capítulo 4
- El movimiento continuo y la estructura inteligente
- Capítulo 5
- Los secretos del tiempo
- Capítulo 6
- Nuestro lugar en el espacio
- Capítulo 7
- Productividad: las equivocaciones de la contabilidad
- Capítulo 8
- Los valores en primer lugar
- Capítulo 9
- El más astuto lo hace
- Capítulo 10
- El marketing en el mundo del cedro
- Capítulo 11
- Lo mejor de la autoayuda
- Capítulo 12
- Cómo usted puede ser sustentable
- Capítulo 13
- El hombre sustentable en la empresa
- Capítulo 14
- Para hacer el mundo más redondo
- Parte III
- Una nación que debe ser comprendida
- Capítulo 15
- Brasil: el comienzo de la espectacular aventura
- Capítulo 16
- Cosas de brasileño
- Capítulo 17
- Levantándose de la cuna espléndida
- Capítulo 18
- Los años complejos del Brasil contemporáneo
- Referencias y bibliografía
- Acerca del autor
- Carlos Alberto Júlio