La hipótesis cibernética
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La hipótesis cibernética

Tiqqun, Raúl Suárez Tortosa, Santiago Rodríguez Rivarola

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La hipótesis cibernética

Tiqqun, Raúl Suárez Tortosa, Santiago Rodríguez Rivarola

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Según Tiqqun, vivimos en el tránsito entre el paradigma soberano del poder (vertical, estático, centralizado) y el cibernético (horizontal, dinámico, distribuido). El orden cibernético es un orden que alimentamos entre todos, con nuestra participación, feedbacks y datos. El modelo serían Google o Facebook, pensados como formas de gobierno y no solo como inocentes páginas de contactos o buscadores. El poder cibernético extrae y procesa información, gestiona lo vivo entendido como información, aspira a gobernar el mundo como Facebook o Google gobiernan las redes. Un poder radicalmente distinto, pero no menos opresivo. ¿Qué pedimos entonces cuando reclamamos más transparencia, comunicación, participación y contacto entre gobernantes y gobernados? Tiqqun apuesta más bien por devenir ingobernables: opacos a la visión cibernética, ilegibles para sus códigos, imprevisibles para sus máquinas de computación y control.Por un lado, aprendiendo a discernir lo que escapa a la racionalidad fría y el tiempo "real" del orden cibernético: los cuerpos y sus encuentros, las palabras errantes, la temporalidad que implica toda duración. Por otro, buscando inspiración en los más diversos campos para subvertirlo: el ritmo del free jazz, la interferencia de Burroughs, el caos fecundo de Ilya Prigogine, el pánico según Canetti, la revuelta invisible de Alexander Trocchi, la guerrilla difusa de Lawrence de Arabia, la línea de fuga de Deleuze y Guattari, la niebla narrada por Boris Vian...

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Información

Año
2015
ISBN
9788491141396
Edición
1
Categoría
Philosophie
TIQQUN

cibernética La hipótesis

– Traducción de Raúl Suárez Tortosa y Santiago Rodríguez Rivarola.
«Ahora podemos soñar un tiempo en el que la máquina de gobernar compensará –para bien o para mal, ¿quién sabe?– las obvias carencias de las mentes y de los aparatos tradicionales de la política.»
Padre Dominique Dubarle, Le Monde,
28 de diciembre de 1948
«Hay un contraste chocante entre el refinamiento conceptual y el rigor que caracteriza a los procesos de orden científico y técnico, y el estilo sumario e impreciso que caracteriza a los procesos de orden político. […] Uno se llega a preguntar si se trata de una especie de situación infranqueable que señala los límites de la racionalidad, o si se puede esperar que esta impotencia sea superada algún día y que la vida colectiva sea finalmente racionalizada por completo.»
Un enciclopedista cibernético en los años setenta

I

«No hay probablemente ningún ámbito del pensamiento o de la actividad material del hombre en el que no pueda decirse que la cibernética no tendrá, antes o después, un papel que jugar.»
Georges Boulanger, Le dossier de la cybernétique, utopie ou science de demain dans le monde d’aujourd’hui, 1968
«El gran concentrador quiere circuitos estables, ciclos iguales, repeticiones previsibles, contabilidades sin confusión. Quiere eliminar cualquier pulsión parcial, quiere inmovilizar el cuerpo. Tal era la ansiedad de aquel emperador del que habla Borges, que deseaba un mapa tan exacto del imperio que debía recubrir el territorio en todos sus puntos y, por tanto, reproducirlo a su escala: los súbditos del monarca tardaron tanto tiempo y gastaron tanta energía en acabarlo y en mantenerlo que el imperio “mismo” cayó en ruinas a medida que su sustitución cartográfica se fue perfeccionando; esa es la locura del gran cero central, su deseo de inmovilización de un cuerpo que solo puede ser representado.»
Jean-François Lyotard, Economía libidinal, 1973
«ELLOS HAN QUERIDO UNA AVENTURA y vivirla con vosotros. Finalmente, esto es lo único que se puede decir. Ellos creen ciegamente que el futuro será moderno: diferente, apasionante, seguramente difícil. Poblado de cyborgs y empresarios sin estructura empresarial, de fiebres bursátiles y de hombres-turbina. Como ya es el presente para quien quiera verlo. Creen que el porvenir será humano, incluso femenino, y plural, para que cada uno lo viva y todos participen en él. Ellos son la Ilustración que habíamos perdido, la infantería del progreso, los habitantes del siglo XXI. Combaten la ignorancia, la injusticia, la miseria, los sufrimientos de todo tipo. Están ahí donde algo se mueve, donde pasa algo. No quieren perderse nada. Son humildes y valientes, al servicio de un interés que les supera, guiados por un principio superior. Saben plantear los problemas, pero también encontrar las soluciones. Ellos nos harán franquear las fronteras más peligrosas, nos tenderán la mano desde las orillas del futuro. Son la Historia en marcha, al menos lo que queda de ella, pues lo más duro está detrás de nosotros. Son santos y profetas, verdaderos socialistas. Hace mucho tiempo que han comprendido que Mayo del 68 no era una revolución. La verdadera revolución la hacen ellos. Ya solo es una cuestión de transparencia y de organización, de inteligencia y de cooperación. Es un vasto programa. Y luego…»
¡PERDÓN! ¿Q? ¿QUÉ DICE? ¿Qué programa? Las peores pesadillas, ya lo sabéis, son a menudo las metamorfosis de una fábula, de las que SE1 nos han contado cuando éramos niños para dormirnos y perfeccionar nuestra educación moral. Los nuevos conquistadores, los que nosotros llamaremos aquí los cibernéticos, no forman un partido organizado –lo que hubiera hecho más fácil nuestra tarea–, sino una constelación difusa de agentes en movimiento, poseídos, cegados por la misma fábula. Son los asesinos del tiempo, los cruzados de lo Mismo, los enamorados de la fatalidad. Son los sectarios del orden, los apasionados de la razón, el pueblo de los intermediarios. Los Grandes Relatos pueden estar perfectamente muertos, como repite gustosamente la Vulgata posmoderna, pero la razón sigue estando constituida por ficciones-maestras2. Ese fue el caso de aquella Fábula de las abejas que publicó Bernard de Mandeville en los primeros años del siglo XVIII y que tanto ayudó en la fundación de la economía política y la justificación de los avances del capitalismo. En esta fábula, la prosperidad y el orden social y político ya no dependían de las virtudes católicas de sacrificio, sino de la persecución por cada cual de su propio interés. Los «vicios privados» eran declarados garantes del «bien común». Mandeville, el «Hombre-Diablo», como SE le llamaba entonces, fundaba así, contra el espíritu religioso de su tiempo, la hipótesis liberal que inspiró más tarde a Adam Smith. Aunque regularmente intente ser reactivada bajo las formas renovadas del liberalismo, a día de hoy esta fábula está agotada. De ahí que los espíritus críticos consideren que al liberalismo ya no haya que criticarlo. Otro modelo ha ocupado su lugar, el mismo que se esconde tras los nombres de Internet, nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, «Nueva Economía» o ingeniería genética. A partir de ahora, el liberalismo es solamente una justificación remanente, la coartada de un crimen cotidiano perpetrado por la cibernética.
Críticos racionalistas de la «creencia económica» o de la «utopía neotecnológica», críticos antropológicos del utilitarismo en las ciencias sociales y de la hegemonía del intercambio mercantil, críticos marxistas que quieren oponer al «capitalismo cognitivo» el «comunismo de las multitudes», críticos políticos de una utopía de la comunicación que deja resurgir los peores fantasmas de exclusión, críticos del «nuevo espíritu del capitalismo» o críticos del «Estado penal» y de la vigilancia que se esconden tras el neoliberalismo: los espíritus críticos parecen poco inclinados a tener en cuenta la emergencia de la cibernética como nueva tecnología de gobierno que federa y asocia tanto la disciplina como la biopolítica, tanto la policía como la publicidad, que son sus predecesores hoy ya poco eficaces en el ejercicio de la dominación. Es decir, la cibernética no es, como SE quiere interpretar, únicamente la esfera separada de la producción de informaciones y de la comunicación, un espacio virtual que se sobrepondría al mundo real. Es más bien un mundo autónomo de dispositivos mezclados con el proyecto capitalista en tanto que proyecto político, una gigantesca «máquina abstracta» hecha de máquinas binarias desarrolladas por el Imperio3, nueva forma de la soberanía política; y, habría que decirlo, una máquina abstracta que se ha hecho máquina de guerra mundial. Deleuze y Guattari relacionan esta ruptura con una nueva forma de apropiación de las máquinas de guerra por parte de los Estados-nación: «Solo después de la Segunda Guerra Mundial, la automatización, y luego la automatización de la máquina de guerra, han producido su verdadero efecto. Esta, si tenemos en cuenta los nuevos antagonismos que la atravesaban, ya no tenía por objeto exclusivamente la guerra, sino que se hacía cargo y tenía por objeto la paz, la política, el orden mundial, en resumen, la finalidad. Ahí es donde aparece la inversión de la fórmula de Clausewitz: la política deviene la continuación de la guerra, la paz libera técnicamente el proceso material ilimitado de la guerra total. La guerra deja de ser la materialización de la máquina de guerra, la máquina de guerra deviene guerra materializada ». Por eso, a la hipótesis cibernética no hay que criticarla. Hay que combatirla y vencerla. Es una cuestión de tiempo.
La hipótesis cibernética es, por tanto, una hipótesis política, una nueva fábula que, a partir de la Segunda Guerra Mundial, ha suplantado definitivamente a la hipótesis liberal. Al contrario que esta, propone que se conciban los comportamientos biológicos, físicos, sociales, como integralmente programados y reprogramables. De una forma más precisa, se representa cada comportamiento como «pilotado» en última instancia por la necesidad de sobrevivir de un «sistema» que lo hace posible y al que tiene que contribuir. Es un pensamiento del equilibrio nacido en un contexto de crisis. Si 1914 estableció la descomposición de las condiciones antropológicas de verificación de la hipótesis liberal –el surgimiento del Bloom4, la ruina, manifiesta en carne y hueso en las trincheras, de la idea de individuo y de toda la metafísica del sujeto5–, y 1917 su impugnación histórica por la «revolución» bolchevique, 1940 marca la extinción de la idea de sociedad, machacada de manera tan ostensible por la autodestrucción totalitaria. En tanto que experiencias límite de la modernidad política, el Bloom y el totalitarismo han sido, por tanto, las refutaciones más sólidas de la modernidad política de la hipótesis liberal. Lo que Foucault llamará más tarde con tono jocoso la «muerte del Hombre» no es por cierto otra cosa que el estropicio ocasionado por estos dos escepticismos, uno referido al individuo, el otro a la sociedad, y provocados por la Guerra de los Treinta Años que afectó a Europa y al mundo durante la primera mitad del siglo pasado. El problema que plantea el Zeitgeist de estos años, nuevamente, es el de «defender a la sociedad» contra las fuerzas que conducen a su descomposición, el de restaurar la totalidad social a pesar de la crisis general de la presencia que afecta a cada uno de sus átomos. La hipótesis cibernética responde, entonces, tanto en las ciencias naturales como en las ciencias sociales, a un deseo de orden y de certidumbre. La hipótesis cibernética, el más eficaz de los agenciamientos6 de una constelación de reacciones animadas por un deseo activo de totalidad –y no solamente por una nostalgia de la misma, como ocurre en las diferentes variantes del romanticismo–, está emparentada tanto con las ideologías totalitarias como con todos los holismos, todos los pensamientos del todo, ya sean estos místicos, solidaristas –como en el caso de Durkheim–, funcionalistas o incluso marxistas, respecto de los cuales no hace sino tomar el relevo.
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En tanto que posición ética, la hipótesis cibernética es complementaria, aunque estrictamente opuesta, al pathos humanista que vuelve una y otra vez a la carga desde los años cuarenta y que no es más que una tentativa de hacer como si «el Hombre» pudiera pensarse intacto después de Auschwitz, una tentativa de restaurar la metafísica clásica del sujeto frente al totalitarismo. Pero mientras que la hipótesis cibernética incluye, superándola, a la hipótesis liberal, el humanismo aspira únicamente a extender la hipótesis liberal a las cada vez más numerosas situaciones que se le resisten: es toda la «mala fe» de la empresa de un Sartre, por ejemplo, solo por volver contra su autor una de sus categorías más inoperantes. La ambigüedad que constituye la modernidad, enfocada de manera superficial, ya sea como proceso disciplinario o ya sea como proceso liberal, como realización del totalitarismo o como advenimiento del liberalismo, está contenida y suprimida en, con y por la nueva gubernamentalidad que emerge, inspirada por la hipótesis cibernética. Esta no es otra cosa que el protocolo de experimentación en tamaño natural del Imperio en formación. Su realización y su extensión, que produce efectos verdaderamente devastadores, corroen desde ya todas las instituciones y las relaciones sociales fundadas en el liberalismo, y transforman tanto la naturaleza del capitalismo como las posibilidades de su contestación. El gesto cibernético se afirma mediante una negación de todo lo que escapa a la regulación, de todas las líneas de fuga que componen la existencia en los intersticios de la norma y de los dispositivos, de todas las fluctuaciones...

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