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Servicio cristiano
Elena G. de White, ACES
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Servicio cristiano
Elena G. de White, ACES
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Dios podría haber alcanzado su objetivo de salvar a los pecadores sin nuestra ayuda; pero con el fin de que podamos desarrollar un carácter como el de Cristo, debemos participar en su obra. Para entrar en su gozo –el gozo de ver a seres redimidos por su sacrificio– debemos compartir sus labores en favor de su redención. He aquí, entonces, un "manual de servicio cristiano", el cual capacitará e inspirará a quienes desean ser constituidos en colaboradores juntamente con Dios para recrear la imagen divina en la humandad. Una lectura fundamental para todos los seguidores del Jesús verdadero, aquel que vino para servir y no para ser servido.
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Información
Categoría
Theology & ReligionCategoría
ChristianityCapítulo 1
El llamado de Dios al servicio
Dios depende de instrumentos humanos
Dios no escoge, para que sean sus representantes entre los hombres, a ángeles que nunca cayeron, sino a seres humanos, a hombres de pasiones semejantes a las de aquellos a quienes tratan de salvar. Cristo se humanó con el fin de poder alcanzar a la humanidad. Se necesitaba un Salvador a la vez divino y humano para traer salvación al mundo. Y a los hombres y las mujeres les ha sido confiado el sagrado cometido de dar a conocer “las inescrutables riquezas de Cristo” (Los hechos de los apóstoles, p. 110).
Contemplemos la impresionante escena. Miremos a la Majestad del cielo rodeada por los doce que había escogido. Está por apartarlos para su trabajo. Por medio de estos débiles agentes, mediante su Palabra, y su Espíritu, se propone poner la salvación al alcance de todos (Los hechos de los apóstoles, p. 16).
“Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón”. Con esta orden, Dios dio evidencia de su consideración por el ministerio evangélico y por su iglesia organizada. El ángel no fue enviado a relatar a Cornelio la historia de la cruz. Un hombre, sujeto como el centurión mismo a las flaquezas y tentaciones humanas, había de ser quien le hablase del Salvador crucificado y resucitado (Los hechos de los apóstoles, p. 110).
El ángel enviado a Felipe podría haber efectuado por sí mismo la obra en favor del etíope; pero Dios no obra así. Su plan es que los hombres trabajen en beneficio de su prójimo (Los hechos de los apóstoles, p. 91).
“Pero tenemos este tesoro –continuó el apóstol– en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. Dios podría haber proclamado su verdad mediante ángeles inmaculados, pero tal no es su plan. Él escoge a los seres humanos, a los hombres rodeados de flaquezas, como instrumentos para realizar sus designios. El inestimable tesoro se pone en vasos de barro. Mediante los hombres sus bendiciones han de comunicarse al mundo y su gloria ha de brillar en las tinieblas del pecado. Por medio de su ministerio amante deben encontrar al pecador y al necesitado para guiarlos a la cruz. Y en toda su obra tributarán gloria, honor y alabanza a quien que está por encima de todo y sobre todos (Los hechos de los apóstoles, p. 272).
El designio del Salvador era que una vez que él hubiese subido al cielo, para allí interceder en favor de los hombres, sus discípulos continuasen la obra emprendida por él. ¿No se preocuparán los hombres por dar el mensaje a los que moran en tinieblas? Hay quienes están dispuestos a ir a los extremos de la Tierra para llevar a los hombres la luz de la verdad, pero Dios quiere que toda persona que conozca la verdad se esfuerce por infundir a otros el amor a la verdad. ¿Cómo podremos ser estimados dignos de entrar en la ciudad de Dios si no estamos dispuestos a consentir verdaderos sacrificios para salvar a quienes están por perecer? (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 338).
En su sabiduría, el Señor pone a los que buscan la verdad en relación con semejantes suyos que conocen la verdad. Es el plan del cielo que los que han recibido la luz, la impartan a los que están todavía en tinieblas. La humanidad, al extraer eficiencia de la gran Fuente de la sabiduría, se convierte en instrumento, en agente activo, por medio del cual el evangelio ejerce su poder transformador sobre la mente y el corazón (Los hechos de los apóstoles, pp. 110, 111).
Dios podría haber alcanzado su objetivo de salvar a los pecadores sin nuestra ayuda; pero con el fin de que podamos desarrollar un carácter como el de Cristo, debemos participar en su obra. Para entrar en su gozo –el gozo de ver seres redimidos por su sacrificio– debemos participar de sus labores en favor de su redención (El Deseado de todas las gentes, p. 116).
Como representantes suyos entre los hombres, Cristo no elige a los ángeles que nunca cayeron, sino a seres humanos, hombres de pasiones iguales a las de aquellos a quienes tratan de salvar. Cristo mismo se revistió de la humanidad, para poder alcanzar a la humanidad. La divinidad necesitaba de la humanidad; porque se requería tanto lo divino como lo humano para traer la salvación al mundo. La divinidad necesitaba de la humanidad, para que ésta pudiese proporcionarle un medio de tener comunicaciones entre Dios y el hombre (El Deseado de todas las gentes, p. 263).
Con avidez casi impaciente, los ángeles aguardan nuestra cooperación; porque el hombre debe ser el medio de comunicación con el hombre. Y cuando nos entregamos a Cristo en una consagración de todo el corazón, los ángeles se regocijan de poder hablar por nuestras voces para revelar el amor de Dios (El Deseado de todas las gentes, p. 264).
Debemos ser colaboradores de Dios; pues él no terminará su obra sin los instrumentos humanos (Review and Herald, 1º de marzo de 1887).
Un llamado al individuo
Se asigna una obra particular a cada cristiano (The Southern Watchman, 2 de agosto de 1904).
Dios exige que cada uno sea un obrero en su viña. Has de aceptar la obra que ha sido puesta a tu cargo y has de realizarla fielmente (Bible Echo, 10 de junio de 1901).
Si cada uno de vosotros fuera un misionero vivo, el mensaje para este tiempo sería rápidamente proclamado en todos los países, a toda nación, tribu y lengua (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 71).
Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como misionero. El que bebe del agua viva, llega a ser una fuente de vida. El que recibe llega a ser un dador. La gracia de Cristo en el interior del ser es como un manantial en el desierto, cuyas aguas surgen para refrescar a todos, y da a quienes están por perecer avidez de beber el agua de la vida (El Deseado de todas las gentes, p. 166).
Dios espera un servicio personal de cada uno de aquellos a quienes ha confiado el conocimiento de la verdad para este tiempo. No todos pueden salir como misioneros a los países extranjeros, pero todos pueden ser misioneros en su propio ambiente para sus familias y su vecindario (Testimonies, t. 9, p. 30).
Cristo se hallaba sólo a pocos pasos del trono celestial cuando dio su comisión a sus discípulos. Incluyendo como misioneros a todos los que creyeran en su nombre, dijo: “Id por todo el mundo, predicad el evangelio a toda criatura”. El poder de Dios había de acompañarlos (The Southern Watchman, 20 de septiembre de 1904).
El salvar personas debe ser la obra de la vida de todos los que profesan a Cristo. Somos deudores al mundo de la gracia que Dios nos concedió, de la luz que ha brillado sobre nosotros, y de la hermosura y el poder que hemos descubierto en la verdad (Testimonies, t. 4, p. 53).
En todas partes hay una tendencia a reemplazar el esfuerzo individual por la obra de las organizaciones. La sabiduría humana tiende a la consolidación, a la centralización, a crear grandes iglesias e instituciones. Muchos dejan a las instituciones y organizaciones la tarea de practicar la beneficencia; se eximen del contacto con el mundo, y sus corazones se enfrían. Se absorben en sí mismos y se incapacitan para recibir impresiones. El amor a Dios y a los hombres desaparece de su interior.
Cristo encomienda a sus discípulos una obra individual, una obra que no se puede delegar a un poder habiente. La atención a los enfermos y a los pobres, y la predicación del evangelio a los perdidos, no deben dejarse al cuidado de juntas u organizaciones de caridad. El evangelio exige responsabilidad y esfuerzo individuales, sacrificio personal (El ministerio de curación, pp. 105, 106).
Todo aquel que ha recibido la iluminación divina debe alumbrar la senda de aquellos que no conocen la Luz de la vida (El Deseado de todas las gentes, p. 127).
A cada uno se le ha asignado una obra, y nadie puede reemplazarlo. Cada uno tiene una misión de maravillosa importancia, que no puede descuidar o ignorar, pues su cumplimiento implica el bienestar de algún alma, y su descuido el infortunio de alguien por quien Cristo murió (Review and Herald, 12 de diciembre de 1893).
Todos debemos ser obreros juntamente con Dios. Ningún ocioso es reconocido como siervo suyo. Los miembros de iglesia deben sentir individualmente que la vida y la prosperidad de la iglesia resultan afectadas por su conducta (Review and Herald, 15 de febrero de 1887).
Cada persona que Cristo ha rescatado está llamada a trabajar en su nombre para la salvación de los perdidos. Esta obra había sido descuidada en Israel. ¿No es descuidada hoy día por los que profesan ser los seguidores de Cristo? (Palabras de vida del gran Maestro, p. 150).
Hay algo que cada uno debe hacer. Todo ser que cree la verdad ha de ocupar su lugar diciendo: “Heme aquí, envíame a mí” [Isa. 6:8] (Testimonies, t. 6, p. 49).
Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo (Palabras de vida del gran Maestro, p. 47).
El que se convierte en hijo de Dios ha de considerarse como eslabón de la cadena tendida para salvar al mundo. Debe considerarse uno con Cristo en su plan de misericordia, y salir con él a buscar y salvar a los perdidos (El ministerio de curación, p. 72).
Todos pueden encontrar algo que hacer. Nadie debe considerar que para él no hay sitio donde trabajar por Cristo. El Salvador se identifica con cada hijo de la humanidad (El ministerio de curación, p. 71).
Los que se unieron al Señor y prometieron servirle están obligados a participar con él en la grande y magnífica obra de salvar almas (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 82).
Tan vasto es el campo y tan grande la empresa, que todo corazón santificado será alistado en el servicio como instrumento del poder divino (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 309).
Los hombres son en mano de Dios instrumentos de los que él se vale para realizar sus fines de gracia y misericordia. Cada cual tiene su papel que desempeñar; a cada cual le ha sido concedida cierta medida de luz, adecuada a las necesidades de su tiempo, y suficiente para permitirle cumplir la obra que Dios le asignó (El conflicto de los siglos, p. 391).
Largo tiempo ha esperado Dios que el espíritu de servicio se posesione de la iglesia entera, de suerte que cada miembro trabaje por él según su capacidad (Los hechos de los apóstoles, p. 92).
Cuando envió a los doce y más tarde a los setenta, a proclamar el reino de Dios, les estaba enseñando su deber de impartir a otros lo que él les había hecho conocer. En toda su obra, los estaba preparando para una labor individual, que se extendería a medida que el número de ellos creciese, y finalmente alcanzaría a las más apartadas regiones de la Tierra (Los hechos de los apóstoles, pp. 26, 27).
Tampoco recae únicamente sobre el pastor ordenado la responsabilidad de salir a realizar la comisión evangélica. Todo el que ha recibido a Cristo está llamado a trabajar por la salvación de sus prójimos (Los hechos de los apóstoles, p. 91).
El verdadero carácter de la iglesia se mide, no por la alta profesión que haga, ni por los nombres asentados en sus libros, sino por lo que está haciendo realmente en beneficio del Maestro, por el número de sus obreros perseverantes y fieles. El interés personal y el esfuerzo vigilante e individual realizarán más por la causa de Cristo que lo que puede lograrse por los sermones o los credos (Review and Herald, 6 de septiembre de 1881).
Dondequiera se establezca una iglesia, todos los miembros deben empeñarse activamente en la obra misionera. Deben visitar a toda familia del vecindario, e imponerse de su condición espiritual (Testimonies, t. 6, p. 296).
Los miembros de iglesia no han sido todos llamados a trabajar en los campos extranjeros, pero todos tienen una parte que realizar en la gran obra de dar la luz al mundo. El evangelio de Cristo es agresivo y expansivo. En el día de Dios nadie será excusado por haberse encerrado en sus propios intereses egoístas. Hay una obra que hacer para toda mente y para toda mano. Hay una variedad de trabajo adaptado a diferentes mentes y a distintas capacidades (Historical Sketches, pp. 290, 291).
Él nos ha confiado una verdad sagrada; Cristo, cuando habita en los miembros individuales de la iglesia, es una fuente de agua que salta para vida eterna. Sois culpables delante de Dios si no hacéis todo el esfuerzo posible para dispensar el agua viva a los demás (Historical Sketches, p. 291).
No estamos, como cristianos, realizando ni una vigésima parte de lo que podríamos hacer en la ganancia de almas para Cristo. Hay un mundo que amonestar, y todo sincero cristiano debe ser un guía y un ejemplo para los demás en fidelidad, en la disposición a llevar la cruz, en la acción rápida y vigorosa, en una invariable fidelidad a la causa de la verdad, y en sacrificios y trabajos para promover la causa de Dios (Review and Herald, 23 de agosto de 1881).
En la medida de sus oportunidades, todo aquel que recibió la luz de la verdad lleva la misma responsabilidad que el profeta de Israel, a quien fueron dirigidas estas palabras: “Tú pues, hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los apercibirás de mi parte” (Joyas de los testimonios, t. 3, pp. 288, 289).
A todo aquel que se hace partícipe de su gracia, el Señor le señala una obra que hacer en favor de los demás. Cada cual ha de ocupar su puesto, diciendo: “Heme aquí, envíame a mí” (Isa. 6:8). Al ministro de la palabra, al enfermero misionero, al médico creyente, al simple cristiano sea comerciante o agricultor, profesional o mecánico, a todos incumbe la responsabilidad. Es tarea nuestra revelar a los hombres el evangelio de su salvación. Toda empresa en que nos empeñemos debe servirnos de medio para dicho fin (El ministerio de curación, pp. 106, 107).
Cuando el Señor de la casa llamó a sus siervos, dio a cada uno su obra. Toda la familia de Dios estaba incluida en la responsabilidad de utilizar los bienes del Señor. Todo individuo, desde el más humilde y el más oscuro, hasta el mayor y el más exaltado, es un instrumento moral dotado de capacidades a quien Dios tiene por responsable (Bible Echo, 10 de junio de 1901).
Fuerzas cristianas combinadas
Hermanos y hermanas en la fe, ¿surge en vuestro corazón la pregunta: “Soy yo guarda de mi hermano”? Si ustedes pretenden ser hijos de Dios, son guardas de sus hermanos. El Señor tiene a la iglesia por responsable de las almas de aquellos que podrían ser los medios de salvación (Hist...