La Segunda Venida y el cielo
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La Segunda Venida y el cielo

  1. 205 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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La Segunda Venida y el cielo

Descripción del libro

En los momentos más oscuros de desánimo, frustración, depresión o derrota, la promesa de la segunda venida de Jesús ha iluminado el día, alejado los nubarrones y brindado ánimo al espíritu. El cielo. ¿Cómo será? Las palabras no son adecuadas para describirlo, pero las Santas Escrituras nos brindan vislumbres del futuro glorioso. Allí todo será armonía, paz, amor y unidad. Todo será pureza, santidad y bendición. Se habrán alejado la pena, el llanto y el dolor. Y lo mejor de todo será que ya no habrá muerte. Que a medida que usted presienta lo maravillosa y real que es la vida futura, al mismo tiempo pueda proponerse estar entre los ciudadanos del cielo.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9789877981223

Capítulo 1

El camino al Cielo

Sólo por Jesús. Él dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (Juan 14:1-4). [Es decir:] “Por causa de ustedes vine al mundo. Estoy trabajando en favor de ustedes. Cuando me vaya, seguiré trabajando intensamente por ustedes. Vine al mundo a revelarme a ustedes para que pudieran creer. Voy al Padre para cooperar con él en favor de ustedes”.
El objetivo de la partida de Cristo era lo opuesto de lo que temían los discípulos. No significaba una separación final. Se iba para prepararles un lugar, con el fin de poder regresar y tomarlos consigo. Mientras les estuviese edificando mansiones, ellos debían edificar un carácter conforme a la semejanza divina.
Los discípulos aún estaban perplejos. Tomás, siempre acosado por las dudas, dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto” (Juan 14:5-7).
No hay muchos caminos al Cielo. Nadie puede escoger su propio camino. Cristo dice: “Yo soy el camino... Nadie viene al Padre, sino por mí”. Desde que fuera predicado el primer sermón evangélico, cuando en el Edén se declaró que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, Cristo ha sido enaltecido como el camino, la verdad y la vida. Él era el camino cuando Adán vivía, cuando Abel ofreció a Dios la sangre del cordero muerto, que representaba la sangre del Redentor. Cristo fue el camino por el cual fueron salvos los patriarcas y los profetas. Él es el único camino por el cual podemos tener acceso a Dios (DTG 617, 618).
Seguridad de nuestra liberación. Por medio de su humanidad, Cristo tocó a la humanidad; por medio de su divinidad se aferró del trono de Dios. Como Hijo del hombre nos dio un ejemplo de obediencia; como Hijo de Dios nos imparte poder para obedecer. Fue Cristo quien habló a Moisés desde la zarza en el monte Horeb diciendo: “YO SOY EL QUE SOY... Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”. Tal era la garantía de la liberación de Israel. Asimismo, cuando vino “en semejanza de los hombres” se declaró el YO SOY. El Niño de Belén, el manso y humilde Salvador, es Dios “manifestado en carne”. Y a nosotros nos dice: “YO SOY el buen pastor”. “YO SOY el pan vivo”. “YO SOY el camino, y la verdad, y la vida”. “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Éxo. 3:14; [Fil. 2:7, VM]; 1 Tim. 3:16; Juan 10:11; 6:51; 14:6; Mat. 28:18). YO SOY la seguridad de toda promesa. YO SOY; no tengáis miedo. “Dios con nosotros” [Mat. 1:23] es la seguridad de nuestra liberación del pecado, la garantía de nuestro poder para obedecer la ley del Cielo (DTG 16).
Llevar a otros a Jesús, el Camino. Cristo se entregó a sí mismo para padecer una muerte de vergüenza y angustia, poniendo así de manifiesto el gran sufrimiento de su alma por la salvación de los que estaban a punto de perecer. Cristo puede, desea y anhela salvar a todos los que acuden a él. Hablen a las almas que están en peligro e indúscanlas a contemplar a Jesús en la cruz, mientras muere para poder perdonar. Hablen al pecador con el corazón rebosante del tierno y compasivo amor de Cristo. Haya profundo fervor, pero no se oiga una sola nota áspera o estridente de parte del que está tratando de ganar al alma para que mire y viva. Consagren primero su propia alma a Dios. Al contemplar a vuestro Intercesor en el Cielo, permitan que se quebrante el corazón. Entonces, enternecidos y subyugados, podrán dirigirse a los pecadores que se arrepienten como quienes han experimentado el poder del amor redentor.
Oren con esas almas, llevándolas por fe al pie de la cruz; eleven sus mentes junto con la de ustedes para que contemplen con el ojo de la fe lo que ustedes miran: a Jesús, el Portador del pecado. Aparten sus miradas de su pobre yo pecaminoso para que miren al Salvador, y la victoria estará ganada. Contemplarán entonces por sí mismos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Verán el Camino, la Verdad y la Vida. El Sol de Justicia derramará sus refulgentes rayos en su corazón. La fuerte corriente del amor redentor inundará el alma reseca y sedienta, y el pecador será salvo para Jesucristo.
Cristo crucificado: Hablen, oren, canten acerca de él, y él quebrantará y ganará corazones. Este es el poder y la sabiduría de Dios para conquistar almas para Cristo. Las frases hechas, formales, la presentación de asuntos meramente argumentativos, harán poco bien. Cuando el enternecedor amor de Dios se encuentra en el corazón de los obreros, aquellos por quienes ellos trabajan lo perciben. Las almas están sedientas del agua de la vida. No sean cisternas vacías. Si les revelan el amor de Cristo, podrán guiar a las almas hambrientas y sedientas a Jesús, y él les dará pan de vida y agua de salvación (MSV 103).
El verdadero camino que lleva al Cielo. Muchos se extravían porque piensan que deben trepar hasta el Cielo, que deben hacer algo para merecer el favor de Dios. Procuran mejorar mediante sus propios esfuerzos, sin ayuda. Esto nunca lo pueden realizar. Cristo ha abierto el camino al morir como nuestro sacrificio, al vivir como nuestro ejemplo, al llegar a ser nuestro gran Sumo Sacerdote. Él declara: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Si mediante algún esfuerzo propio pudiéramos avanzar un paso hacia la escalera, las palabras de Cristo no serían verdaderas. Pero cuando aceptemos a Cristo, aparecerán las buenas obras como fructífera evidencia de que estamos en el camino de la vida, de que Cristo es nuestro camino y de que estamos recorriendo el verdadero sendero que conduce al Cielo (FO 105).

Capítulo 2

El cumplimiento de la promesa

La nota tónica de las Escrituras. Una de las verdades más solemnes y gloriosas reveladas en la Biblia es la de la segunda venida de Cristo para completar la gran obra de la redención. Al pueblo peregrino de Dios, que por tanto tiempo hubo de morar “en la región y sombra de muerte”, le es dada una valiosa esperanza inspiradora de alegría con la promesa de la venida del Ser que es “la resurrección y la vida” para hacer “volver a su propio desterrado” [Mat. 4:16, VM; Juan 11:25; 2 Sam. 14:13, VM]. La doctrina del segundo advenimiento es verdaderamente la nota tónica de las Sagradas Escrituras. Desde el día en que la primera pareja se alejara apesadumbrada del Edén, los hijos de la fe han esperado la venida del Prometido que había de aniquilar el poder del Destructor y volverlos a llevar al Paraíso perdido.
Hubo santos de la antigüedad que miraban hacia el tiempo de la venida del Mesías en gloria como la consumación de sus esperanzas. A Enoc, séptimo descendiente de los que moraran en el Edén y quien por tres siglos caminase con su Dios en la Tierra, se le permitió contemplar desde lejos la venida del Libertador. “¡He aquí que viene el Señor, con las huestes innumerables de sus santos ángeles, para ejecutar juicio sobre todos!” (Jud. 14, 15, VM). El patriarca Job, en la lobreguez de su aflicción, exclamó con confianza inquebrantable: “Yo sé que mi Redentor vive, y que en lo venidero ha de levantarse sobre la tierra... aun desde mi carne he de ver a Dios; a quien yo tengo de ver por mí mismo, y mis ojos lo mirarán; y ya no como a un extraño” (Job 19:25-27, VM) (CS 344).
Para llevar a su pueblo al hogar. Cristo declaró que vendrá la segunda vez para llevar a los suyos: “Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces harán duelo todas las razas de la tierra y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Y enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro” (Mat 24:30, 31, BJ) (CS 41).
La promesa de la segunda venida de Cristo habría de mantenerse siempre fresca en las mentes de sus discípulos. El mismo Jesús a quien ellos habían visto ascender al Cielo vendría otra vez, para llevar consigo a los que aquí estuvieren entregados a su servicio. La misma voz que les había dicho: “He aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”, les daría la bienvenida a su presencia en el reino celestial (HAp 27).
La proclamación de la venida de Cristo debería ser ahora como lo expresado por los ángeles a los pastores de Belén: buenas nuevas de gran gozo. Los que aman verdaderamente al Salvador no pueden menos que recibir con aclamaciones de alegría el anuncio fundado en la Palabra de Dios de que el Ser en quien se concentran sus esperanzas de vida eterna volverá, no para ser insultado, despreciado y rechazado como en su primer advenimiento, sino con poder y gloria para redimir a su pueblo. Son los que no aman al Salvador quienes desean que no regrese; y no puede haber evidencia más concluyente de que las iglesias se han apartado de Dios que la irritación y la animosidad despertadas por este mensaje proveniente del Cielo (CS 388).
Estas verdades, tal cual están presentadas en Apocalipsis 14 en relación con el “evangelio eterno”, serán lo que distinga a la iglesia de Cristo cuando él aparezca. Pues, como resultado del triple mensaje, se dice: Aquí están “los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. Y éste es el último mensaje que se ha de dar antes que venga el Señor. Inmediatamente después de su proclamación, el profeta vio al Hijo del hombre venir en gloria para segar la mies de la Tierra (CS 506).
Para librarlos del pecado. El Hijo de Dios pisó esta Tierra. Vino a traer luz y vida a los hombres, a liberarlos de la esclavitud del pecado. Y vendrá otra vez con poder y gran gloria para recibir a los que durante esta vida hayan seguido en sus huellas (MM 25).
Para redimir la posesión adquirida. El propósito que Dios tenía originalmente al crear la Tierra se cumplirá cuando llegue a ser la morada eterna de los redimidos. “Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella”. Habrá llegado el tiempo hacia el cual los santos miraban con anhelo desde que la espada flamígera echó del Edén a la primera pareja, el tiempo de “la redención de la posesión adquirida”. La Tierra originalmente dada al hombre como reino suyo, entregada alevosamente por él a las manos de Satanás, y durante tanto tiempo dominada por el poderoso enemigo, será recobrada por el gran plan de redención.
Todo lo que perdió el primer Adán será restaurado por el segundo. Dice el profeta: “Oh torre del rebaño, la fortaleza de la hija de Sión vendrá hasta ti; y el señorío primero”. Y Pablo señala hacia delante, a “la redención de la posesión adquirida”.
Dios creó la Tierra para que fuese morada de seres santos y felices. Ese propósito se cumplirá cuando, renovada por el poder de Dios y liberada del pecado y de la tristeza, llegue a ser la patria eterna de los redimidos (HC 489).
Para hacer nuevas todas las cosas. La obra de la redención será completada. Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia de Dios. La Tierra misma, el mismo campo que Satanás reclama como suyo, quedará no sólo redimida sino también exaltada. Nuestro pequeño mundo, que bajo la maldición del pecado es la única oscura mancha en su gloriosa creación, será honrado por encima de todos los demás mundos en el universo de Dios. Aquí, donde el Hijo de Dios residió temporalmente en forma humana; donde el Rey de gloria vivió, sufrió y murió; aquí, cuando haga nuevas todas las cosas, estará “el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”. Y a través de las edades sin fin, mientras los redimidos anden en la luz del Señor, lo alabarán por su Don inefable: Emanuel, “Dios con nosotros” (DTG 18).
Para comprender el costo de la redención. Nunca podrá comprenderse el costo de nuestra redención hasta que los redimidos estén con el Redentor delante del trono de Dios. Entonces, al percibir de repente nuestros sentidos arrobados las glorias de la patria eterna, recordaremos que Jesús dejó todo eso por nosotros, que no sólo se exilió de las cortes celestiales, sino que por nosotros corrió el riesgo de fracasar y perderse eternamente. Entonces arrojaremos nuestras coronas a sus pies y elevaremos este canto: “¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!” (Apoc. 5:12) (DTG 105).
Para cumplir el propósito de la Tierra. Dios creó la Tierra para que fuese la morada de seres santos y felices. El Señor “que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó” (Isa. 45:18). Ese propósito se cumplirá cuando, renovada por el poder de Dios y libertada del pecado y el dolor, se convertirá en la morada eterna de los redimidos. “Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella”. “Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán” (Sal. 37:29; Apoc. 22:3) (PP 53).
Jesús sufrió para salvarnos. Vi la belleza del Cielo. Oí a los ángeles cantar sus himnos arrobadores, tributando alabanza, honra y gloria a Jesús. Entonces pude percibir vagamente el prodigioso amor del Hijo de Dios. Él abandonó toda la gloria, toda la honra que se le tributaba en el Cielo, y se interesó de tal manera en nuestra salvación que, con paciencia y mansedumbre, soportó toda injuria y escarnio que los hombres quisieron imponerle. Fue herido, azotado y afligido; se lo extendió sobre la cruz del Calvario, y sufrió la muerte más atroz para salvarnos de la muerte; para que pudiésemos ser lavados en su sangre y resucitar para vivir con él en las mansiones que está preparando, donde disfrutaremos la luz y la gloria del Cielo, y oiremos cantar a los ángeles y cantaremos con ellos (JT 1:24).

Capítulo 3

La promesa de la segunda venida a través de la historia

La clave para entender la historia. La comprensión de la esperanza en la segunda venida de Cristo es la clave que abre toda la historia futura y explica todas las lecciones del porvenir (Ev 164).
Prometida a Enoc. “De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares” (Jud. 14, 15). La doctrina de la venida de Cristo fue dada a conocer en aquellos lejanos tiempos al hombre que anduvo en continua comunión con Dios. El carácter piadoso de ese profeta representa el estado de santidad que debe alcanzar el pueblo de Dios que espera ser llevado al Cielo (AFC 350).
Recordada mediante los sacrificios. En los tiempos patriarcales, el ofrecimiento de sacrificios relacionados con el culto divino recordaba perpetuamente el advenimiento de un Salvador; y lo mismo sucedía durante toda la historia de Israel con el ritual de los servicios en el santuario. En el ministerio del tabernáculo, y más tarde en el del templo que lo reemplazó, mediante tipos y sombras se enseñaban diariamente al pueblo las grandes verdades relativas a la venida de Cristo como Redentor, Sacerdote y Rey; y una vez al año se lo inducía a contemplar los acontecimientos finales de la gran controversia entre Cristo y Satanás, que eliminarán del universo el pecado y los pecadores.
Los sacrificios y las ofrendas del ritual mosaico señalaban siempre hacia adelante, hacia un servicio mejor, el celestial. El santuario terrenal “es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios”; y sus dos lugares santos eran “figuras de las cosas celestiales”; pues Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, es hoy “ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo, que levantó el Señor, y no el hombre” (Heb. 9:9, 23; 8:2) (PR 504, 505).
La inmolación del cordero pascual era una sombra de la muerte de Cristo. Pablo dice: “Cristo, nuestro cordero pascual, ya ha sido sacrificado”. La gavilla de las primicias del trigo, que en tiempo de la Pascua era mecida ante el Señor, era un tipo de la resurrección de Cristo. Y Pablo expresa, al hablar de la resurrección del Señor y de todo su pueblo: “Cristo, las primicias; después, cuando él venga, los que le pertenecen” (1 Cor. 5:7; 15:23, NVI). Como la gavilla de la ofrenda mecida, que eran los primeros granos maduros recogidos antes de la cosecha, así también Cristo es las primicias de esa inmortal cosecha de redimidos que en la resurrección futura serán recogidos en el granero de Dios (CS 450).
Buenas nuevas. El mensaje evangélico proclamado por los discípulos de Cristo fue el anuncio de su primer advenimiento al mundo. Llevó a los hombres las buenas nuevas de la salvación por medio de la fe en él. Señalaba hacia su segundo advenimiento en gloria para redimir a su pueblo, y colocaba ante los hombres la esperanza, por medio de la fe y la obediencia, de compartir la herencia de los santos en luz. Este mensaje se da a los hombres hoy en día, y en esta época va unido con el anuncio de que la segunda venida de Cristo es inminente. Las señales que él mismo dio de su aparición se...

Índice

  1. Tapa
  2. Prefacio
  3. Abreviaturas de las fuentes
  4. Capítulo 1: El camino al Cielo
  5. Capítulo 2: El cumplimiento de la promesa
  6. Capítulo 3: La promesa de la segunda venida a través de la historia
  7. Capítulo 4: La liberación del pueblo de Dios
  8. Capítulo 5: La segunda venida de Cristo
  9. Capítulo 6: Nuestra herencia eterna
  10. Capítulo 7: Una atmósfera celestial
  11. Capítulo 8: Al fin cara a cara
  12. Capítulo 9: El Edén restaurado
  13. Capítulo 10: ¿Quiénes estarán allí?
  14. Capítulo 11: Algunos ya están en el Cielo
  15. Capítulo 12: Algunos que no estarán allí
  16. Capítulo 13: Mil años en el Cielo
  17. Capítulo 14: El fin de la maldad
  18. Capítulo 15: La Tierra renovada
  19. Capítulo 16: La escuela celestial
  20. Capítulo 17: El día se acerca
  21. Capítulo 18: El Cielo puede comenzar ahora
  22. Capítulo 19: La música del Cielo
  23. Capítulo 20: Llamados a estar allí
  24. Apéndice