Jim Morrison & The Doors
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Jim Morrison & The Doors

Vida, canciones, conciertos clave y discografía

Eduardo Izquierdo

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Jim Morrison & The Doors

Vida, canciones, conciertos clave y discografía

Eduardo Izquierdo

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LA HISTORIA DE UN MITO Y DE UN GRUPO QUE FORJARON UNA LEYENDA MUSICAL QUE PERDURA HASTA NUESTROS DÍASEntre 1965 y 1971, Morrison compuso un centenar de canciones, escribió y editó cuatro libros de poemas, realizó tres películas, redactó guiones y decenas de cuadernos con notas y poesías. Fue un icono sexual y la principal estrella del rock estadounidense. Transgredió todos los tabúes sexuales de aquel puritano país y llegó a amenazar a la administración americana con sus invitaciones a la protesta y la rebelión. Vivió deprisa y murió joven y, al frente de The Doors, creó unas canciones que todavía tienen el extraño poder de atraer nuevas generaciones con sus mensajes oscuros y su energía en bruto. •Vida y muerte de The Doors.•Rebuscando en el viejo blues. Las raíces.•27 anécdotas que debes conocer de Jim Morrison y The Doors.•Discografía y filmografía de un grupo que cambió la historia de la música.Siendo uno de los máximos exponentes de la psicodelia de los años sesenta, The Doors es una de las bandas más conocidas de la historia de la música.Con más de cien millones de álbumes vendidos en todo el mundo, y formados en la ciudad de Los Ángeles, tuvieron en el teclista Ray Manzarek y en su vocalista Jim Morrison a sus principales líderes. Morrison, nacido en diciembre de 1943 en el seno de una familia marcada por la formación militar de su padre, se mostró rápidamente como un chico tan brillante como indisciplinado. La profesión de su padre hizo que la familia tuviera que viajar de manera más o menos habitual, y eso provocó en el muchacho una clara tendencia al rechazo, manifestada en su dificultad para hacer amigos. La poesía fue su principal vía de escape. Leyéndola o escribiéndola podía imaginar personajes, historias, viajar incluso a lugares a los que era imposible hacerlo. Era su refugio y, aunque entonces no lo sabía, iba a serlo el resto de su vida.En su camino se cruzaría con Ray Manzarek, un aplicado estudiante de cinematografía de la UCLA que coincidiría en el campus con Morrison, con quien compartirían la afición de fumar marihuana a espuertas. Manzarek lideraba el grupo de blues Rick & The Ravens, un combo semiprofesional formado junto a sus hermanos. Probablemente Manzarek y Morrison habían intercambiado más porros que palabras, pero se conocían y el talento de ambos parecía destinado a unirse.Nacía así uno de los grupos que ha marcado la época dorada de la historia del rock. Su música, creada a partir de retazos del pop, blues y psicodelia, se forjaba envuelta con la poderosa voz de Mo-rrison, un personaje capaz de vampirizar su propia obra y acabar convirtiéndose en el mito que fue, es y será para siempre.

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Información

Editorial
Ma Non Troppo
Año
2018
ISBN
9788499175416

Jim Morrison & The Doors

Eduardo Izquierdo

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Intercambio de prólogos

Pequeñas puertas que se abren…

Por Roger Estrada
Ni Cobi ni Curro; mi mascota favorita de 1992 fue Val Kilmer embutido en los pantalones de cuero de Jim Morrison en The Doors, el biopic dirigido por Oliver Stone. Se había estrenado en cines a mediados del 91, cuando mi DNI me acreditaba una edad, 14 años, que me imposibilitaba atravesar la puerta de cualquier sala para asomarme a ese otro lado oscuro y seductor… Pero, ¡ah!, la pequeña puerta del videoclub de mi barrio sí que se abrió para mí en el 92 –15 años, bigote incipiente, cinéfila y melómana determinación en la mirada– cuando fui directo al estante de las novedades, cogí la llameante funda del VHS, la dejé en el mostrador y el despreocupado dueño de ese iniciático palacete del audiovisual introdujo en su interior ese prohibido objeto de mi deseo.
El efecto que la reproducción de esa cinta de videocasete negra tuvo en mi yo adolescente quizá explique que ahora, 25 años después, esté escribiendo estas líneas. Eso y que al bueno de Eduardo Izquierdo –melómana determinación cum laude la suya– no podía decirle que no. «Quiero que escribas el prólogo», «¿Por qué yo?», «Por expreso deseo del autor», «¡Ok!». Pasados dos meses desde que me lanzara el órdago, debo agradecerle que me brindara la posibilidad de recordar cuán importante fueron The Doors no solo en mi educación musical sino también en la paulatina toma de conciencia del valor que tienen artefactos colindantes –documentales, películas, revistas, libros– para una mejor apreciación de esos artistas que se adentran en tu mundo primordialmente a través de los oídos.
Si la obra de Stone fue el centelleante, hiperbólico cebo cinematográfico que me succionó hacia el interior del universo The Doors, el doble CD recopilatorio que se lanzó coincidiendo con su estreno –reedición digital del The Best of… de 1985– se acabó convirtiendo en uno de mis más preciados talismanes cuando el chaval algo freak y solitario que era por aquel entonces necesitaba abstraerse de un mundo en el que no sabía muy bien cómo encajar.
People are strange when you’re a stranger / Faces look ugly when you’re alone…
You know that it would be untrue / You know that I would be a liar / If I was to say to you / Girl, we couldn’t get much higher…
Riders on the storm / Riders on the storm / Into this house we’re born /
Into this world we’re thrown…
Entendía parte de sus letras, pero realmente no sabía de qué carajo me estaba hablando el bueno de Jim. Sin embargo, a mi yo de entonces eso le daba exactamente igual; aquella voz única danzando a lomos de esas melodías tan extrañamente juguetonas y hasta cierto punto temibles me llevaba en volandas hacia un estado anímico que siempre recuerdo cuando vuelvo a escuchar alguna de sus canciones. Añoro esa sensación, sí.
El libreto de The Best of The Doors contenía un texto (en inglés) que se iniciaba así: «La pregunta aflora, repetidamente, ¿por qué la música de The Doors ha sobrevivido, incluso florecido, de generación en generación cuando tantos otros grupos de su época se han quedado a medio camino? En otras palabras: ¿por qué The Doors? ¿Por qué ahora? ¿Por qué todavía?» No era yo consciente entonces de que la lectura de la reflexión desarrollada a continuación por Danny Sugerman –segundo mánager de la banda y autor de su primera biografía No One Here Gets Out Alive– iba a ser mi primera exposición a lo que podemos entender como crítica o análisis de la música rock. Se abrió una puerta y todo cambió.
Desconozco qué artista o qué lectura sobre rock abrió esa misma puerta para Eduardo, qué le empujó a empezar a escribir sobre eso que a ambos nos apasiona y que ambos tratamos de aprehender con nuestras palabras para enganchar a / compartir con otros curiosos melómanos como nosotros. Sí sé que lleva 12 años manteniendo al día, con una constancia inimaginable para un servidor, esa bitácora online de rock and roll llamada Los Hijos Bastardos de Henry Chinaski; un nombre que explica, quizá para su propio desconocimiento, por qué creo que Eduardo estaba destinado a hacer el libro que tienes en tus manos. En la primera entrada del blog, 9 de mayo de 2006, escribía: «Chinaski, ese viejo perdedor de las novelas de (Charles) Bukowski sabía como nadie, vivir la vida al límite, disfrutar de sus placeres, como el sexo, las drogas o el alcohol y cagarse en sus obligaciones, con el trabajo a la cabeza. Todo un ejemplo a seguir, ¿no?».
Al fallecer Ray Manzarek en 2003, su amigo John Doe, guitarrista de la banda angelina X, declaró que «el ambiente que emana de las canciones de The Doors tiene más relación con Charles Bukowski que con Farrah Fawcett (…) Proviene de una zona realmente oscura de Los Ángeles.» En ella habitarían esos seres desahuciados que, según describió Bukowski en su relato The L.A Scene, «viven del aire y la esperanza y las botellas retornables vacías y la gracia de sus hermanos y hermanas. Viven en pequeñas habitaciones, siempre con retraso en el pago del alquiler, soñando con la próxima botella de vino, la próxima copa gratis en el bar». Un bar que bien podría ser el Hard Rock Café donde el 19 de diciembre de 1979 Henry Diltz fotografió a la banda para el libreto del álbum The Morrison Hotel y unos seres que bien podrían ser los alegres beodos que rodean a un impasible Morrison en la instantánea tomada en el exterior de dicho bar.
Esta es solo una de las decenas de conexiones que uno puede establecer al adentrarse en el desbordante corpus artístico desplegado por la banda californiana en apenas cuatro años, los que separan su clásico homónimo debut (67) de ese road trip crepuscular titulado L.A. Woman (71). Otras muchas te aguardan al atravesar esta página, deja la puerta abierta al entrar…
Barcelona, julio de 2017

…pero se abren de par en par

Por Eduardo Izquierdo
Contestaré a Roger. No fue un artista, ni una lectura, sino una mujer. Uno de los primeros puntos de conexión que tuve con Raquel, mi mujer, fue la música de The Doors. Aunque la cosa tiene trampa. Porque ni ella ni yo éramos seguidores convencionales de Jim Morrison y los suyos. Ella había entrado en el universo de la banda gracias (como Roger) a la película biográfica que Oliver Stone dirigía en 1991 y que protagonizaba Val Kilmer. A partir de ella, eso sí, había profundizado en el personaje de Morrison y en la banda, comprando todos sus discos, recortando artículos de prensa y traduciendo de manera artesanal sus canciones cuando Internet no facilitaba esos procesos. Yo, directamente, no podía considerarme ni seguidor. Por decirlo suave, The Doors me importaban un pimiento. Pero ella abrió con su manera de hablar del grupo, con su pasión al tratar aquellas canciones, una pequeña grieta en mi cascarón anti morrisoniano que hoy muchos, muchos años después ha desembocado en este libro. Un volumen que intenta ser poco convencional, ante el aluvión de textos dedicados a The Doors ¿Qué puedo aportar yo a la obra del grupo que no hayan dicho ya Greil Marcus o Stephen Davis? Simplemente una nueva visión de un grupo imprescindible para muchos y odiado por casi los mismos.
En tiempo de documentación para estas páginas, leyendo el excelente libro que Herve Muller publicaba en la añorada colección los Juglares de Ediciones Júcar me encuentro con una afirmación que me llama la atención. «No hay grupo tan injustamente tratado por la crítica en la historia del rock como The Doors». Una frase que me sorprende por su rotundidad y que, además, se me antoja demostrable desde el primer momento en que la leí. Probarlo es sencillo. No tengo más que quedar con unos cuantos colegas críticos de diversos medios para confirmarlo. La pregunta es sencilla ¿Qué opinas de The Doors? Y la respuesta, casi siempre, se mueve por los mismos parámetros: sobrevalorados, aburridos, pesados, monótonos, vulgares… ¿Será posible? Estoy preguntando por uno de los considerados más grandes grupos de la historia del rock y no encuentro un solo fan entre la prensa. Una banda que, además tiene entre sus máximas influencias a nombres tan indiscutibles como Muddy Waters, Little Willie Johnson, John Lee Hooker o Slim Harpo. Cuatro tipos que apostaron por el blues como forma de expresión dotándolo de diversos elementos experimentales y psicodélicos. Fieles a una tradición y, sobre todo, a su propia manera de hacer las cosas. Con un frontman indiscutible, mágico, carismático y un equipo de instrumentistas de sobrada solvencia. Brillantes incluso. Pero nada, ni por esas. Ni siquiera la muerte prematura de Morrison consiguió un cambio de opinión. O quizá ahí está el problema. El mito superó lo musical. Morrison se convirtió demasiado rápido en un icono y la crítica no lo supo digerir. Y menos aun cuando a Stone se le ocurrió poner en circulación la peliculita de marras. Sí, sí, la que enganchó a mi señora, pero que hizo que miles de jóvenes también empezaran a odiar a aquel tipo que a pecho descubierto y con mirada profunda les observaba desde las carpetas de las chicas.
Confieso. Yo fui uno de ellos. Si The Doors me interesaban poco en aquel momento, directamente me parecieron un chiste con su explosión mediática a principios de los noventa. Estábamos cayendo, una vez más, en las redes del establishment. Nos daban un caramelo y nosotros lo chupábamos hasta quedarnos sin saliva ¿No se daban cuenta aquellos neo fans? Ah, el ser humano. Ese engendro que siempre cree poseer la verdad absoluta mientras todos los que le rodean están equivocados. Hecho que se acrecienta de manera exponencial si hablamos de periodistas musicales. Porque ténganlo claro: lo que me gusta a mí es lo bueno y lo que les gusta a ustedes no hace sino mostrar su ignorancia. Solo falta tener dieciséis años para que eso se convierta en una bomba de relojería. Y esos son los que tenía un servidor en aquella época. Por ello estaba dispuesto a demostrarle a todos aquellos seguidores del pamplinas aquel que me miraba con pose de Jesucristo que la verdad, la absoluta verdad, estaba en Bob Dylan (mi debilidad personal), The Rolling Stones y en los grupos del nuevo grunge como Pearl Jam. Iluso de mí, por no llamarme directamente idiota. Sin darme cuenta de que allí también había mucho de The Doors. Por no saber que la poesía de William Blake estaba tan presente en algunas letras de Dylan como en los textos de Morrison, que las referencias blueseras eran compartidas casi al cien por cien con Sus Satánicas Majestades o que los de Seattle adoraban la música de los californianos (de hecho, Eddie Vedder, su cantante, fue uno de los candidatos a ocupar el puesto de Morrison en una reunión futura de The Doors). Pero así es la adolescencia ¿Qué se le va a hacer? Años iba a tardar en darme cuenta de mi injustificable cabezonería para acabar sumergiéndome en un disco de Morrison y compañía, y darme cuenta de lo que me había perdido. Y no. No es que me haya convertido en un seguidor fanático del grupo, pero he llegado a entender su universo para acabar escribiendo este volumen sobre ellos ¿Quién me lo iba a decir a mí? Aunque probablemente solo era cuestión de olvidar los complejos y dejarse llevar por la música.
Barcelona, julio de 2017

1. La coronación del Rey Lagarto.
Vida y muerte de The Doors.

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