Jesús. Aproximación histórica
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Jesús. Aproximación histórica

José Antonio Pagola Elorza

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Jesús. Aproximación histórica

José Antonio Pagola Elorza

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¿Quién fue Jesús?, ¿cómo entendió su vida?, ¿dónde está la fuerza de su persona y la originalidad de su mensaje?, ¿por qué se le ejecutó?.Estas y otras muchas preguntas tienen su respuesta en este apasionante libro. Un relato vivo y cercano acerca de la persona, el mensaje y el proyecto de Jesús, situado en su contexto social, económico, político y religioso desde los datos históricos más recientes.Más de 100.000 ejemplares vendidos en ocho idiomas avalan este best-seller de uno de los teólogos más prestigiosos de mundo. Un libro que ya ha tocado el fondo de mucha gente, ha removido el corazón y la razón de numerosos alejados y no creyentes y ha reanimado el seguimiento a Jesús de no pocos cristianos

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2013
ISBN
9788428825726
1

JUDÍO DE GALILEA

Se llamaba Yeshúa, y a él probablemente le agradaba. Según la etimología más popular, el nombre quiere decir «Yahvé salva» 1. Se lo había puesto su padre el día de su circuncisión. Era un nombre tan corriente en aquel tiempo que había que añadirle algo más para identificar bien a la persona 2. En su pueblo, la gente lo llamaba Yeshúa bar Yosef, «Jesús, el hijo de José». En otras partes le decían Yeshúa ha-notsrí, «Jesús el de Nazaret» 3. En la Galilea de los años treinta era lo primero que interesaba conocer de una persona: ¿de dónde es?, ¿a qué familia pertenece? Si se sabe de qué pueblo viene y de qué grupo familiar es, se puede conocer ya mucho de su persona 4.
Para la gente que se encontraba con él, Jesús era «galileo». No venía de Judea; tampoco había nacido en la diáspora, en alguna de las colonias judías establecidas por el Imperio. Provenía de Nazaret, no de Tiberíades; era de una aldea desconocida, no de la ciudad santa de Jerusalén. Todos sabían que era hijo de un «artesano», no de un recaudador de impuestos ni de un escriba. ¿Podemos saber qué significaba en los años treinta ser un judío de Galilea? 5
Bajo el Imperio de Roma
Jesús no tuvo ocasión de conocerlos de cerca. Ni César Augusto ni Tiberio pisaron su pequeño país, sometido al Imperio de Roma desde que el general Pompeyo entró en Jerusalén la primavera del año 63 a. C. Sin embargo oyó hablar de ellos y pudo ver su imagen grabada en algunas monedas. Jesús sabía muy bien que dominaban el mundo y eran los dueños de Galilea. Lo pudo comprobar mejor cuando tenía alrededor de veinticuatro años. Antipas, tetrarca de Galilea, vasallo de Roma, edificó una nueva ciudad a orillas de su querido lago de Genesaret y la convirtió en la nueva capital de Galilea. Su nombre lo decía todo. Antipas la llamó «Tiberíades» en honor de Tiberio, el nuevo emperador que acababa de suceder a Octavio Augusto. Los galileos debían saber quién era su señor supremo.
Durante más de sesenta años nadie se pudo oponer al Imperio de Roma. Octavio y Tiberio dominaron la escena política sin grandes sobresaltos. Una treintena de legiones, de cinco mil hombres cada una, más otras tropas auxiliares aseguraban el control absoluto de un territorio inmenso que se extendía desde España y las Galias hasta Mesopotamia; desde las fronteras del Rin, el Danubio y el mar Muerto hasta Egipto y el norte de África. Sin conocimientos geográficos, sin acceso a mapa alguno y sin apenas noticias de lo que sucedía fuera de Galilea, Jesús no podía sospechar desde Nazaret el poder de aquel Imperio en el que estaba enclavado su pequeño país.
Este inmenso territorio no estaba muy poblado. A comienzos del siglo I podían llegar a cincuenta millones. Jesús era uno más. La población se concentraba sobre todo en las grandes ciudades, construidas casi siempre en las costas del Mediterráneo, a la orilla de los grandes ríos o en lugares protegidos de las llanuras más fértiles. Dos ciudades destacaban sobre todas. Eran sin duda las más nombradas entre los judíos de Palestina: Roma, la gran capital, con un millón de habitantes, a donde había que acudir para resolver ante el César los conflictos más graves, y Alejandría, con más de medio millón de moradores, donde había una importante colonia de judíos que peregrinaban periódicamente hasta Jerusalén. Dentro de este enorme Imperio, Jesús no es sino un insignificante galileo, sin ciudadanía romana, miembro de un pueblo sometido.
Las ciudades eran, por decirlo así, el nervio del Imperio. En ellas se concentraba el poder político y militar, la cultura y la administración. Allí vivían, por lo general, las clases dirigentes, los grandes propietarios y quienes poseían la ciudadanía romana. Estas ciudades constituían una especie de archipiélago en medio de regiones poco pobladas, habitadas por gentes incultas, pertenecientes a los diversos pueblos sometidos. De ahí la importancia de las calzadas romanas, que facilitaban el transporte y la comunicación entre las ciudades, y permitían el rápido desplazamiento de las legiones. Galilea era un punto clave en el sistema de caminos y rutas comerciales del Próximo Oriente, pues permitía la comunicación entre los pueblos del desierto y los pueblos del mar. En Nazaret, Jesús vivió prácticamente lejos de las grandes rutas. Solo cuando vino a Cafarnaún, un pueblo importante al nordeste del lago de Galilea, pudo conocer la via maris o «camino del mar», una gran ruta comercial que, partiendo desde el Éufrates, atravesaba Siria, llegaba hasta Damasco y descendía hacia Galilea para atravesar el país en diagonal y continuar luego hacia Egipto. Jesús nunca se aventuró por las rutas del Imperio. Sus pies solo pisaron los senderos de Galilea y los caminos que llevaban a la ciudad santa de Jerusalén.
Para facilitar la administración y el control de un territorio tan inmenso, Roma había dividido el Imperio en provincias regidas por un gobernador que era el encargado de mantener el orden, vigilar la recaudación de impuestos e impartir justicia. Por eso, cuando, aprovechando las luchas internas surgidas entre los gobernantes judíos, Pompeyo intervino en Palestina, lo primero que hizo fue reordenar la región y ponerla bajo el control del Imperio. Roma terminaba así con la independencia que los judíos habían disfrutado durante ochenta años gracias a la rebelión de los Macabeos. Galilea, lo mismo que Judea, pasaba a pertenecer a la provincia romana de Siria. Era el año 63 a. C.
Los judíos de Palestina pasaron a engrosar las listas de «pueblos subyugados» que Roma ordenaba inscribir en los monumentos de las ciudades del Imperio. Cuando un pueblo era conquistado tras una violenta campaña de guerra, la «victoria» era celebrada de manera especialmente solemne. El general victorioso encabezaba una procesión cívico-religiosa que recorría las calles de Roma: la gente podía contemplar no solo los ricos expolios de la guerra, sino también a los reyes y generales derrotados, que desfilaban encadenados para ser después ritualmente ejecutados. Debía quedar patente el poder militar de los vencedores y la humillante derrota de los vencidos. La gloria de estas conquistas quedaba perpetuada luego en las inscripciones de los edificios, en las monedas, la literatura, los monumentos y, sobre todo, en los arcos de triunfo levantados por todo el Imperio 6.
Los pueblos subyugados no debían olvidar que estaban bajo el Imperio de Roma. La estatua del emperador, erigida junto a la de los dioses tradicionales, se lo recordaba a todos. Su presencia en templos y espacios públicos de las ciudades invitaba a los pueblos a darle culto como a su verdadero «señor» 7. Pero, sin duda, el medio más eficaz para mantenerlos sometidos era utilizar el castigo y el terror. Roma no se permitía el mínimo signo de debilidad ante los levantamientos o la rebelión. Las legiones podían tardar más o menos tiempo, pero llegaban siempre. La práctica de la crucifixión, los degüellos masivos, la captura de esclavos, los incendios de las aldeas y las masacres de las ciudades no tenían otro propósito que aterrorizar a las gentes. Era la mejor manera de obtener la fides o lealtad de los pueblos 8.
El recuerdo grandioso y siniestro de Herodes
Palestina no estuvo nunca ocupada por los soldados romanos. No era su modo de actuar. Una vez...

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