Ensayos Argentinos
eBook - ePub

Ensayos Argentinos

De Sarmiento a la vanguardia

Carlos Altamirano, Beatriz Sarlo

Compartir libro
  1. 272 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Ensayos Argentinos

De Sarmiento a la vanguardia

Carlos Altamirano, Beatriz Sarlo

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Decir que Ensayos argentinos es ya un clásico dista de ser una exageración. Testimonio del trabajo conjunto de dos intelectuales decisivos en la conformación de la crítica literaria y cultural en el país, se convirtió muy rápidamente en una obra de referencia para generaciones de investigadores, estudiantes, docentes, lectores en general. Lejos de pensar problemas y obras para confirmar en ellos tesis preconstituidas, sus autores se propusieron entender las claves de una sociedad y una cultura periféricas y, en ese camino, reajustar y revisar categorías de análisis, como campo intelectual, modernización, vanguardia o profesionalización.El punto de partida son figuras de la generación romántica como Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez, con su voluntad férrea de fundar una literatura nacional sobre el vacío: para los jóvenes poetas y pensadores, los valores de la "civilización" y el "progreso" harían retroceder el desierto y con él, la barbarie. Luego Altamirano y Sarlo analizan obras fundamentales de Sarmiento, como Facundo y Recuerdos de provincia. Y se detienen en los debates del Centenario, cuando, para el sector letrado encarnado en Lugones, Gálvez y Rojas, el gaucho y la carreta ya no son resabios que hay que dejar atrás, sino que se transforman en símbolos de una tradición nacional que el avance de la inmigración, la modernización y la diversidad amenazan disolver.En los capítulos sobre la vanguardia martinfierrista, la revista Sur, la oralidad y las lenguas extranjeras, vuelven sobre tópicos que, por su persistencia, constituyen señas de identidad, como el criollismo y la polémica acerca del "idioma de los argentinos" o el impulso cosmopolita y europeizante de las élites.Esta edición definitiva de Ensayos argentinos, libro publicado por primera vez en 1983, recupera la versión ampliada de 1997, y pone a disposición de nuevos lectores una obra central de la crítica y del pensamiento sobre la sociedad y la literatura.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Ensayos Argentinos un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Ensayos Argentinos de Carlos Altamirano, Beatriz Sarlo en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Modern Literary Criticism. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9789876296779
1. Esteban Echeverría, el poeta pensador[3]
Beatriz Sarlo
Carlos Altamirano
I. El poeta
París, 1826
La historia de Esteban Echeverría bien podría comenzar con un viaje. A los 20 años, en 1825, zarpa hacia Europa y llega a París en el invierno de 1826. Es un rioplatense joven, completamente desconocido, sin formación académica ni gran fortuna, que lee francés pero lo habla con dificultad: ni Julian Sorel, ni Rastignac, ni Childe Harold, Echeverría realiza el recorrido inverso al de René de Chateaubriand, y va del “desierto” a la “civilización”. No es extraño que se conozca bien poco de los cinco años que vive en París, adonde llega con un par de libros: la Retórica de Blair, anatema de los románticos, la Lira Argentina (esa colección de poemas neoclásicos que podían recordarle la patria pero ciertamente no la nueva literatura) y un mapa de su país.
El amigo y exégeta Juan María Gutiérrez, medio siglo después, tiene muy poco para informar sobre la experiencia francesa de Echeverría y, en su piadosa biografía-prólogo a la edición de las Obras completas,[4] menciona unos cuadernos con resúmenes de lecturas sobre filosofía y política: Leroux, Cousin, De Gérando, Guizot, Chateaubriand, Pascal, Montesquieu. En uno de los fragmentos autobiográficos, Echeverría testimonia su entusiasmo por Shakespeare, Schiller, Goethe y Byron. En esta miscelánea hay más huecos y más ausencias que las previsibles, así como en los testimonios de Echeverría hay un silencio curioso sobre los años vividos en Francia. En verdad, no hay una sola línea sobre el impacto del choque cultural ni sobre la dificultad o el placer del aprendizaje europeo. Comparada con la de Sarmiento, la experiencia de Echeverría en París es casi muda, y cuando se refiere a ella produce una síntesis convencional:
Allí sentí la necesidad de rehacer mis estudios, o más bien de empezar a estudiar de nuevo. Filosofía, historia, geografía, ciencias matemáticas, físicas y química, me ocuparon sucesivamente hasta el año 1829, en que me fui a dar un paseo a Londres, regresando mes y medio después a París a continuar mis estudios de Economía política y Derecho, a que pensaba dedicarme exclusivamente.[5]
Otras lecturas más literarias le “revelan un mundo nuevo” y comienza a escribir poesía. Eso es todo. A su regreso a Buenos Aires, en la relación con los amigos y seguidores, no es más comunicativo.
Sin embargo, el viaje es un misterio transparente. Está en el clima de época y Chateaubriand ya había escrito sobre el impulso al descubrimiento del mundo, esa tensión hacia lo distinto que también condujo a Lamartine a Oriente. Pero París no es el rincón exótico o idealizado de los Natchez, ni es Palestina. El oriente de un americano se ubica en Francia, adonde tarde o temprano, después de Echeverría, viajaron todos los hombres de la generación del 37. Francia es una necesidad cuando ellos juzgan la pobreza de la tradición colonial y española: el impulso hacia el descubrimiento se suma al programa de la independencia cultural respecto de España. Para los hombres del 37, el viaje a Europa era un peregrinaje patriótico; lejos de la frivolidad que iba a adquirir en las últimas décadas del siglo XIX, se parece mucho a una exploración cultural y a una educación del espíritu público. De algún modo, se trata también de un viaje en el tiempo: se viaja hacia lo que América deberá llegar a ser en el futuro, hacia el modelo (aunque, luego, como en el caso de Sarmiento, se descubra la verdad en los Estados Unidos) que permite la definitiva independencia cultural de España. De allí la voracidad, ya señalada en un estudio clásico por David Viñas, del viajero.[6] El viaje es, además, un acto colectivo, porque deberá servir a la nación y desbordar las dimensiones individuales del aprendizaje: es una educación en lo público, adquirida con vistas al porvenir. Perfecciona y realiza la tensión utópica de los organizadores de las nuevas naciones.
En el caso de Echeverría aparece, además, otro tópico: el de embarcarse y hacerse al mar como Childe Harold, que años más tarde se acriollará en El peregrinaje de Gualpo. Echeverría lee en Byron, quizás antes de su llegada a París o quizás allí mismo, esta dinámica del héroe contemporáneo, su deseo de dejarse llevar por las olas como por un destino desconocido, su instinto y su gusto por lo diferente:
Soy una hierba que la espuma del mar arranca de la roca, para navegar hacia donde me arrastre su impulso, hacia donde triunfe el aliento de la tempestad.[7]
Previsiblemente, el aliento de la tempestad llevó a este argentino a París, donde enmudeció por cinco años. En efecto, Echeverría en París lee y escucha. En los escritos literarios sobre “Fondo y forma en las obras de imaginación” o “Clasicismo y romanticismo” (incluidos en este volumen [referencia a las Obras escogidas de Echeverría]) que intenta años más tarde, pueden reconstruirse las marcas de París en los años veinte. Victor Hugo publica Cromwell, con su célebre prefacio, a fines de 1827; triunfa el romanticismo, que propone una nueva lectura de Shakespeare (y Echeverría lee Shakespeare en París); sobre la obra de Madame de Staël, de circulación abundante, se construye una nueva versión de la tradición literaria europea. Además, son los años de furor del eclecticismo, una forma laica de espiritualismo que, según Paul Bénichou, proporciona “una doctrina metafísica de lo bello y una doctrina política de la libertad”.[8] Los grandes maestros Cousin y Jouffroy tienen, como anota Stendhal, “una influencia sin límites sobre la juventud” y las conferencias de la Sorbona, en 1828, electrizan a los jóvenes, reavivando la hoguera encendida por los cursos ya legendarios de 1818 y 1820.[9] Si, como escribía Émile Deschamps en su manifiesto romántico de 1828, “las necesidades filosóficas e históricas del siglo están servidas admirablemente por los cursos de Cousin y Guizot”, es también cierto que la legitimación de la función intelectual y del lugar del arte nunca había sido tan fuerte.
Nada de este clima electrizado pasa a los recuerdos escritos de Echeverría, y tampoco Juan María Gutiérrez menciona que estuviera en sus pudorosos relatos de la vida en París. Sin embargo, el sentido común forjado en los medios intelectuales franceses impregna algunas de las certezas sobre las que Echeverría realizará su tarea en Buenos Aires y Montevideo pocos años más tarde. Estaba en el aire de París el nuevo culto del sentimiento estético apoyado en la también novedosa legitimidad absoluta de la función intelectual y la aceptación del principado del escritor sobre la vida de las sociedades afectadas por las olas de la revolución primero y del romanticismo después. En el curso de Jouffroy de 1826 podía escucharse la defensa del sentimiento de lo bello, cuya intuición equivale a la intuición de un absoluto. Echeverría vivió cinco años en este clima, de donde extrajo el núcleo de lecturas e ideas que se advierten en sus escritos sobre literatura y, además, la noción del significado social del arte, que enaltece la misión del poeta aun en regiones donde el Estado y la sociedad misma son tareas, en el mejor de los pronósticos, inconclusas. De Lamartine, a quien Echeverría leyó con cuidado (como lo demostró la crítica desde muy temprano), puede extraerse la certidumbre de que la poesía es un lenguaje total, “la lengua por excelencia” y, por lo tanto, que no sólo la poesía cívica de los neoclásicos rioplatenses es poesía pública, sino que la lírica y sentimental reclama con igual legitimidad su lugar en una sociedad que la necesita como momento autorreflexivo y filosófico. En Le Globe, Sainte-Beuve razonaba muchas veces sobre el valor moral y político de la poesía que el romanticismo necesitaba como fundamento:
Pueblos y poetas marcharán juntos. Desde ahora, el arte está en territorio común, en una arena abierta a todos, lado a lado de la humanidad infatigable.
La vocación pública del romanticismo liberal asegura a los poetas las credenciales que les abren no sólo el espacio de élite de los salones sino los periódicos políticos, la circulación callejera, la audiencia popular que, si en el Río de la Plata es sólo una hipótesis programática, de todos modos cumple su función de instancia a construir porque en ella se construirá también el reconocimiento de la función social de la poesía y del poeta. Este clima es el que produce la “nueva síntesis cultural”, como la llama Gusdorf,[10] sobre cuyo modelo Echeverría ensayó su imagen pública.
Lamartine, en las Meditaciones, ya había definido un punto de partida que, según Sainte-Beuve fue, para sus contemporáneos, una revelación. Cuando Echeverría llegaba a París, las Meditaciones entraban en su 15ª edición. En esa poesía y en los comentarios que suscitaba, Echeverría pudo confirmarse en la idea de que, como lo frasearía Lamartine años más tarde, la
poesía será razón cantada […]; será filosófica, religiosa, política, social […]. Junto a este destino filosófico, racional, político, social de la poesía futura, ella tiene que cumplir un nuevo destino: debe seguir la tendencia de las instituciones y de la prensa; debe hacerse pueblo y devenir popular como la religión, la razón y la filosofía.[11]
En realidad, la idea desarrollada por Lamartine en su artículo para la Revue des Deux Mondes, tiene un aire de familia con el pensamiento de Madame de Staël sobre “La literatura en su relación con la libertad”. Si la poesía, razona De Staël, por el placer que produce puede moldear a los individuos según los deseos de los tiranos, su nobleza de expresión puesta al servicio del pensamiento independiente tiene la capacidad de hacer temblar a las dictaduras. Con todos los peligros latentes en un discurso que puede dejarse arrastrar sólo por la fuerza de la imaginación, la poesía, sin embargo, está en condiciones de convertirse en una fuerza mayor en la construcción de la sociedad republicana. La tarea de los hombres de letras se legitima moral y políticamente porque es indispensable para la producción de una opinión pública. Echeverría no necesitaba más: impregnado en el clima de época, ha leído también en Chateaubriand que, después de las grandes conmociones sociales y políticas (y la Revolución de Mayo significaba para un rioplatense un giro que podía pensarse en términos de la Revolución Francesa), el escritor tiene no sólo el derecho sino también el deber de hundir su literatura en la problemática moral de su época. Esta certidumbre, compartida por el arco que va de los monárquicos a los liberales franceses, proporciona otra sobre la dimensión social de la literatura. Las necesidades presentes dignifican la función social del escritor y, particularmente, del poeta:
El poeta toma, entonces, el lugar del filósofo. […] Hasta un cierto punto, hereda sus atribuciones: su canto enseña las grandes verdades de la condición humana y las vías que conducen al hombre a través de su historia. Al predicar sobre la salvación de la sociedad, se sitúa necesariamente sobre y delante de ella.[12]
Buenos Aires, 1830
Esta vocación pública del romanticismo confluye admirablemente con la necesidad de legitimar la función de los letrados en los nuevos espacios socioculturales que se creía posible abrir en el Río de la Plata. Los pueblos necesitan esos guías y esos intérpretes, quienes, por otra parte, si respetan la dignidad de su ministerio, se opondrán a todo poder ilegítimo al mismo tiempo que se ocuparán de construir una cultura nueva.
Cuando, en 1830, Echeverría regresa a Buenos Aires, ya ha aprendido a valorar la doble investidura de ideólogo y poeta, cuya coexistencia comprobó en sus años franceses. En 1831, el Diario de la tarde empieza a incluir con cierta periodicidad poemas suyos y, al año siguiente, se publica Elvira o la novia del Plata; en 1834, aparecen Los consuelos y, en 1837, el mismo año de las actividades en el Salón Literario, Rimas, que incluye La cautiva y recoge un suceso fulminante, dentro de las modestas dimensiones de la ciudad y la turbulencia del período. Mitre escribe entusiasta sobre Los consuelos. De Angelis los define como un intento pretencioso e ignorante. Como sea, se habla del libro, que suscita el alineamiento de los jóvenes y la emergencia de una trama, precaria sin dudas, de intelectuales nuevos que escriben y editan.
No puede subestimarse el “efecto Echeverría” sobre la formación cultural rioplatense de los años treinta. Primus inter pares, su influencia, en una ciudad pequeña y periférica como Buenos Aires, se ejerce en la trama de las relaciones personales e intelectuales de las amistades literarias y políticas.[13] El “hermano mayor de la inteligencia” no podía dar proyección a su vocación de pensador, nos dice Gutiérrez, “si no se rodeaba de adeptos, de discípulos y de amigos que cooperasen con él a la regeneración de la Patria”. ¿Y dónde iba a reclutarlos que no fuera entre “jóvenes inteligentes, instruidos y de carácter elevado”? Como había estado fuera del país, el poeta ignoraba que una promoción de jóvenes con esos atributos se había formado en Buenos Aires. Pero, prosigue Gutiérrez, en un lenguaje que sugiere la predestinación del encuentro entre los jóvenes y el intérprete de sus aspiraciones, “una atracción secreta y recíproca aproximaba a las dos entidades y comenzaron a ponerse en contacto en el ‘Salón Literario’”.[14]
En esos años, Echeverría intentaba sistematizar sus ideas generales sobre las relaciones entre arte y sociedad en algunos escritos, fragmentarios, sobre problemas de estética. En De Staël y en el prefacio a Cromwell había leído que a cada etapa histórica corresponde un tipo de arte, “a cada siglo una poesía, y a cada pueblo o civilización sus formas”;[15] y la reivindicación de esa originalidad se articula, en América, con el principio de independencia cultural respecto de España, fuertemente expuesto también en las intervenciones de Juan María Gutiérrez en el Salón Literario.[16] Relativismo, reivindicación de la singularidad, historicismo y nacionalismo cultural se reúnen en un haz de temas que, aprendidos en los franceses o en Herder (la traducción de las Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad apareció en París en 1827), no sólo actualizan, en un sentido europeo, la discusión rioplatense sino que son funcionales a las necesidades ideológico-políticas en dos dimensiones distintas: por un lado, promueven la completa escisión cultural respecto de España que significa concluir las tareas de independencia política comenzadas en mayo de 1810; por el otro, proporcionan una argumentación cultural y estética al conflicto más o menos abierto entre los jóvenes del 37 y los rivadavianos.
Construir a p...

Índice