CAPÍTULO II
Política, poder y control del curriculum
Por Francisco BELTRÁN LLAVADOR
Universidad de Valencia
El título podría sugerir que una cosa es el currículum y otras la política, el poder y el control que tienen relación con él; lo que no queda claro —depende de la lectura que se haga— es si es el propio currículum el que “tiene” política, poder y control (y luego hablaremos de si esas son cualidades que pueden tenerse o acciones respecto a las que se está comprometido), es decir, si cumple un papel activo a partir de esos supuestos o bien, segunda posibilidad, si el currículum está sometido a procesos políticos, acciones de poder y mecanismos o dispositivos de control; es decir, si cumple un papel pasivo. El sentido coloquial que se le sigue dando con mayor frecuencia a esa expresión es, justamente, el primero, que el currículum está sometido al juego de las tres fuerzas que en el título lo anteceden. Pero tan impropia es una explicación restrictiva como la otra: el currículum, a la vez que resulta conformado por esos tres, llamémosles por ahora agentes, se convierte en un factor que, en la transformación, cobra capacidad de actuar en el nombre de uno u otro. Como es natural, el presente capítulo no entrará en la definición de currículum para evitar reiteraciones con otras partes de esta obra, pero sí señalaremos desde el principio que, dado por sabido que el currículum tiene múltiples acepciones, en esta ocasión no nos referimos a él en el sentido más concreto de su acción en centros y aulas, sino en el ámbito de decisiones emprendidas en un nivel mayor, para dirigir, limitar o precisar las anteriores.
2.1. Unas relaciones muy estrechas
Definir el sustantivo “política” no es tarea fácil teniendo en cuenta la amplitud del campo y la multitud de acepciones de uso que no son, precisamente, las que aquí más nos interesan; podríamos partir de la entrada “política educativa” que firma O. REINHARDT (1980) en el Diccionario de Ciencia Política, pero ni siquiera ella garantiza la fidelidad al sentido que el término puede cobrar en el título de este capítulo, dado que muy bien podría referirse a la política general en relación con el currículum o a la Política Estatal o Internacional, que destacamos en mayúscula por distinguirla de esa otra acepción común. A la vista de este pequeño obstáculo y en pro de la comprensión del resto del texto, se ha optado por una definición que, siendo académicamente correcta —aunque limitada—, permite encajar en ella o en su vecindad más próxima los términos poder y control, y referir los tres al currículum. Se observará, sin embargo, la asimetría con que en esta primera parte son tratados cada uno de los tres términos y que se debe no sólo a su estrecha interconexión, sino a la centralidad que he elegido concederle al “poder” entre los otros dos conceptos que dan nombre al título del capítulo; la única razón que me ha llevado a ello es la confusión que en los últimos años ha reinado en torno a esta categoría y su, a menudo sesgada, utilización en los estudios curriculares.
La política representa un conjunto de acciones emprendidas por uno o más agentes o instancias a efectos de conservar o ganar poder con el cual enfrentar sus intereses a otros que los sienten como amenazas para la consecución de los propios.
Esta aproximación permite comprender la proximidad entre política y epistemología porque muestra que la política no queda al margen de los diferentes momentos de construcción y/o definición curricular; por el contrario, además de aceptar la explicitación usual de la presencia de acciones y agentes, añade también los intereses de cada cual y los momentos en que esas acciones se emprenden o no con carácter estratégico.
En un mismo movimiento hace su aparición el término “poder” (una presencia considerada subrepticia desde algunas corrientes de análisis del currículum), al quedar incurso en la definición anterior, aun sin estar él mismo previamente acotado. Delimitarlo no es tarea sencilla pues en ello se juegan concepciones muy distintas que, de seguirlas puntualmente, nos permitirían reconstruir prácticamente toda la historia de la Filosofía política (DUSO, 2005), desde Aristóteles a los filósofos y/o sociólogos contemporáneos, de mayor reconocimiento universal (BAUMAN, BECK, BOURDIEU, FOUCAULT, LUHMANN, etc.), pasando por Maquiavelo, HOBBES, ROUSSEAU y, desde luego, MARX, de quien es sabido que la asociaba a la propiedad y el control de los medios de producción, puesto que “poder”, como concepto, se elabora en el contexto de una obligación política que garantice un orden del que deberán estar ausentes los conflictos, si bien está demostrado que no todo poder lo es de naturaleza política (no así al contrario).
A partir de ahí, la definición contemporánea de “poder” probablemente más extendida, también conocida como “radical” —quizá porque su autor incluyera tal adjetivo en su título y/o por la indudable influencia en ella de los últimos autores citados—, es la debida a S. LUKES (1985), quien viene a decir algo así como (cito de memoria): “A ejerce poder sobre B cuando actúa contrariamente a los intereses de B”. En esta misma dirección hay importantes trabajos de CLEGG (1980)—referidos generalmente a la teoría organizativa— y sería injusto no citar la influencia en todos ellos de M. BRAVERMAN (1974). El concepto de hegemonía, previo a los antecitados y que tuvo su origen en HEGEL aunque su reelaboración más importante quedó en manos del marxista A. GRAMSCI (1980), conducía a superar la polaridad “resistencia o consenso” para aceptar que el poder implicaba ambos. En el contexto de ese importante paso y los posteriores debates en torno al mismo (véanse POULANTZAS, ANDERSON o, posteriormente LACLAU, etc.), el primer FOUCAULT desarrolla esos planteamientos desde su particular posición, extemporánea a las concepciones marxistas, para conectar poder y conocimiento, inaugurando así, con su influencia, una nueva etapa en los estudios curriculares.
Si las anteriores contribuciones “críticas” fueron beligerantes respecto al más convencional funcionalismo, en la disputa con él, dado que no podía ser eludido, cobraron mayor relevancia los estudios relativos al conflicto que, paradójicamente, permitirían un “giro radical” hacia WEBER del que se rescatarían sus aportes a las formas de legitimación de los modos institucionalizados del ejercicio del poder (véase BEETHAM, D., 1991). Éste constituía, sin duda, un refuerzo a la dimensión política en el tercero de los sentidos acordados para el concepto de “poder” por LUKES.
Mi propuesta, a efectos de la comprensión de este último término, en el presente capítulo es adoptar un derivado de la acepción acuñada por WEBER (1977), quien vino a tratarlo en términos de probabilidad de que unos individuos realicen su voluntad pese a la resistencia de otros. En tal sentido, no parece haber duda en que esta forma de poder es la que mejor encaja con la anterior definición de “política” y también permitirá actuar de fulcro con la de “control”, como fenómeno (con propiedad una operación) indisolublemente ligado a la pluralidad de intereses.
Uno de los presupuestos de la corriente dominante es que todos los actores de una institución o sistema social comparten los mismos fines, establecidos por los responsables políticos o jerárquicos. No obstante, la aceptación de la omnipresencia de conflictos y su remisión, en gran parte de los casos, a las diferencias de intereses —expresados o latentes y en unos u otros modos— redimensiona el control en dos sentidos: a) respecto a su posición en los procesos y/ o productos y b) en su dominio por parte de quien busca asegurar con ello que sean definitivamente “sus” intereses los que se cumplan, identificándolos con los de la institución o sistema. De no ser por esto, el aspecto más neutro del control mostraría un mecanismo binario de verificación simple que al quedar insertado en cualquier procedimiento que, automáticamente o dispuesto a ser activado por cualquier agente, da información instantánea respecto a sí o no se está cumpliendo o se ha cumplido aquello por cuyo valor de verdad se pregunta: “¿Ha hecho X la acción A? Sí/No; ¿Está cumpliéndose B por parte de Y? Sí/No”. Podrá comprobarse la escasa intensidad de la ya poca información cualitativa que provee el control pero, a cambio, su enorme capacidad de proporcionar ingentes cantidades de unidades simples de información.
De toda la extensa, aunque a mi juicio necesaria, introducción anterior, cabe sintetizar que la peculiar conformación del currículum, relativa a los procesos institucionalizados de enseñanza y aprendizaje, hace de él un ámbito privilegiado para que puedan cumplirse a través suyo acciones de poder cuya realización o éxito político sea susceptible de quedar sometido a algunos de los múltiples procedimientos de control. (No entraré por el momento en la demostración de cómo el mismo currículum puede convertirse en una instancia de política, poder y hasta de control; quiero decir que destacar su posición pasiva, respecto a las características o propiedades señaladas, no implica que deba excluirse su posibilidad de ser, incluso de manera simultánea, agente activo —en el sentido de “hacer acciones”— de las mismas.)
Cómo abordó la modernidad la cuestión de los saberes y cómo lo ha hecho su crítica
El mismo KANT (2003), considerado con justicia como padre de la modernidad —al menos, argumental o filosófica—, en El conflicto de las facultades (1798) limitaba las formas y ámbitos del conocimiento racional, el encargo de cuya transmisión o difusión podía y/o debería ser consignado a instituciones; si se cita a este insigne filósofo no es por su genio innegable sino porque inauguraría toda una serie de debates que, fundados en sus escritos y razonamientos, se van a constituir en un referente explícito de toda la filosofía política posterior (HUTCHINGS, K., 1996) e, indirectamente, en el pensamiento acerca de los saberes y su distribución social del currículum. Como ejemplo puede tomarse a un sociólogo, lúcido y es...