III
UN FUERTE DEBATE
TEOLOGÍA DIALÉCTICA Y DESMITOLOGIZACIÓN
Tras la Historia de la Tradición Sinóptica (1921), Bultmann inicia un período de transformaciones que definen su pensamiento maduro y marcan de algún modo la teología del siglo XX, con sus grandes valores y también sus grandes riesgos. En pocos momentos de la historia cristiana se han pensado las cosas con más intensidad, pocas veces se han explorado de un modo más radical los principios cristianos:
‒ Singularidad cristiana, teología dialéctica (1924-1927): Superando los esquemas del período anterior, marcado por una visión liberal del cristianismo, entendido como mensaje moral de Jesús y/o como mito cristológico, Bultmann descubre y defiende con los teólogos dialécticos la singularidad del mensaje cristiano, fundada en la “diferencia” de Dios que rompe todos los esquemas y modelos de la cultura y la política del mundo. Sin esta insistencia radical en la novedad de Jesús, sin el descubrimiento de la «autonomía» de Dios, el cristianismo carece de sentido.
‒ Interpretación existencial, desmitologización del Nuevo Testamento. A partir de 1928, y manteniendo la singularidad cristiana, Bultmann elabora una nueva hermenéutica del mensaje bíblico y del conjunto del cristianismo, en una línea de desmitologización, con los valores y los posibles riesgos que ello implica. La misma teología dialéctica, que ha puesto de relieve la trascendencia de Dios, le obliga a superar una visión “ontológica” del cristianismo, entendido como sacralización de unos determinados valores culturales. El evangelio se define, según eso, como una experiencia existencial, como con sacralización de unos determinados mitos.
A través de esta evolución, que será ya definitiva, Bultmann ha venido a convertirse en uno de los teólogos más influyentes discutidos del siglo XX: Sus antiguos compañeros “liberales” le acusan de haber abandonado los ideales de la Ilustración, al reconocer (con los dialécticos) la realidad de la revelación trascendente de Dios por Jesucristo y la «intervención» paradójica de Dios en la vida de los hombres, a través de la Cruz de Jesucristo. Por su parte, los cristianos más tradicionales le condenan por haber querido traducir el cristianismo en forma existencial, corriendo el riesgo (dicen) de diluir la realidad (novedad) del evangelio, como historia real. Estos dos grandes debates han marcado gran parte del pensamiento cristiano (protestante) del siglo XX; de ellos tratan los cuatro tremas este capítulo.
1. Identidad cristiana, teología dialéctica (1924-1927)
El 1922 (tras la Historia de la Tradición Sinóptica), Bultmann publica todavía varios trabajos de tipo claramente liberal. Sin embargo, su visión presenta ya ciertas fisuras, como si algo no marchara en su línea de evangelio, como si tuviera necesidad de superar los planteamientos anteriores. Ésta es la sensación que produce todavía el extenso comentario que dedica a la segunda edición de K. Barth, Carta a los Romanos. Bultmann comprende el valor del nuevo libro, que se centra en el mensaje de juicio y salvación de Dios (no en visiones moralistas); sin embargo, no llega a captar su intención más profunda, pensando que sólo quiere mostrar la autonomía de la religión.
El año 1923 fue para Bultmann un tiempo de silencio, pues su planteamiento liberal había entrado en crisis (no su exégesis concreta de los textos sinópticos, pero si el trasfondo que define su sentido). De pronto, en 1924, de forma intensa, hasta violenta, él asume la nueva corriente teológica, representada por K. Barth y F. Gogarten, defendiendo la necesidad de elaborar una forma distinta y radical de presentar a Dios y al hombre, y su unión en Jesucristo. Así comienza su nuevo período:
– 1924-1927. Años centrales del período dialéctico. Bultmann supera las tesis liberales (que identifican el cristianismo con un tipo de moral) y va precisando su nueva visión de Dios, del hombre y de Cristo, vinculando la perspectiva trascendente (Dios se revela) y antropológica (el hombre recibe la revelación y queda transformado por ella). En estos mismos años va explicitando las nuevas bases filosóficas (existenciales) de su pensamiento.
– A partir de 1928 Bultmann replantea su visión, vinculando los principios de la teología dialéctica con un tipo de hermenéutica existencial, que a K. Barth le pareció peligrosa. Así lo muestra en un importante trabajo (Die Bedeutung) en que redimensiona las bases de la teología dialéctica desde una perspectiva existencial, como muestran sus escritos de 1929. No niega la intervención de Dios, pero quiere entenderla desde una perspectiva más antropológica, en una línea cercana a la filosofía de Heidegger.
De esa forma, los principios de la ruptura dialéctica se sitúan en el centro de la obra de Bultmann, que rechazará sus antiguas posturas liberales y esbozará una nueva figura del hombre cristiano, en la línea de K. Barth, aunque no comparta plenamente su manera de entender la “novedad” cristiana, de manera que tras un tiempo ambos teólogos acabarán por distanciarse. Ambos comparten una misma visión de fondo de la Cruz de Jesús, entendida como revelación de Dios en el fracaso y la muerte de alguien a quien habían visto como pretendiente mesiánico, pero sus líneas posteriores se separan.
La raíz de esa separación está en la forma de situar y entender el influjo del hombre en la revelación, pues, a juicio de Bultmann, ella implica una acción superior y paradójica de Dios (no un simple despliegue de potencias psicológicas del hombre), pero se arraiga en la misma vida humana, mientras que Barth quiere desechar todo influjo humano. Ésta es la clave de su nueva teología, la culminación de su pensamiento anterior.
1. En la línea de K. Barth, primer acercamiento (1922)
En 1917 Bultmann hablaba del mito helenista de Cristo crucificado y victorioso como signo de victoria final de Dios (de la humanidad futura) sobre los males actuales de la historia. Tres años después (1920) pensó que el mito de Cristo se había quizá vaciado: Estamos enfermos y Cristo no puede curarnos; necesitamos otros signos religiosos, otras figuras sagradas que nos hagan capaces de asumir y recrear el destino.
En el momento de la publicación de su Historia de la tradición sinóptica (1921) Bultmann seguía profundamente escéptico ante la teología moral de los liberales y ante el valor salvador de la visión helenista de Cristo, pensando que sería necesario “inventar un nuevo mito” que nos hable internamente y nos permita descubrir el verdadero misterio de la vida. El Jesús helenista del mito nos pudo acompañar antaño; pero ahora, en contra de lo que pretenden los nuevos teólogos como K. Barth y F. Gogarten, es posible que ya no nos sirva: No aporta, ni resuelva nada, estamos en un mundo diferente.
De esa forma, la primera gran obra de Bultmann ha sido poderosa en el plano de la crítica histórico-literaria de los evangelios, pero escéptica en el plano religioso y cristiano: Ya no cree en Jesús como profeta final, piensa que el mito eclesial (helenista) de Cristo no responde a nuestras preguntas. Pero esa situación irá cambiando.
1. Carta a los Romanos. En estos años sigue siendo decisivo el influjo de la teología de su maestro W. Herrmann. Por diversas razones históricas y sociales (tras la guerra del 1914-1918), y por retorno a las raíces de la Reforma Protestante, parecía necesario el cambio. El detonante fue K. Barth, con su Römerbrief, Carta a los Romanos, quien ya en la primera edición de su obra (1919) había querido superar la exégesis crítica y moralista de los liberales, para escuchar la voz original de Pablo, actualizando su espíritu. Un año más tarde (1920), Bultmann confesaba que el intento era bueno (no podemos quedar en la letra antigua de la Biblia), pero que le parecía insuficiente, pues se situaba dentro de unos esquemas míticos ya superados, sin aportar una verdadera creación religiosa.
Pues bien, ante la segunda edición (1922), en una recensión extensa, bastante receptiva, que Barth saluda agradecido, Bultmann confiesa que el nuevo libro ha edificado “con piedras nuevas”, mostrando la manera en que Dios y el hombre histórico (pecador) se enfrentan y reconcilian por Jesucristo. No era normal que un investigador como Bultmann, famoso por su trabajo sobre los evangelios y por sus posturas liberales, se interesara por su libro.
Bultmann acepta en un sentido la visión de Barth, afirmando que una religión entendida como pura moral es idolatría (confunde a Dios con la acción humana, le entiende como una realidad del “mundo”). Más aún, avanzando en esa línea, él reconoce el valor de la profunda oposición que Barth establece entre Dios y el mundo, superando así la visión anterior de W. Herrmann.
Nada es divino en el cosmos o en la historia; nada puede por tanto llevarnos desde el mundo hasta Dios. Ni optimismo ni tristeza, ni buenas ni malas obras, ni ciencia ni arte nos ponen en contacto verdadero con el Eterno. La religión es obra humana; por el contrario, la revelación es un juicio divino, un “no” que Dios proclama sobre el mundo, ofreciendo su salvación de otra manera, por revelación.
Bultmann reconoce ya el valor de algunas propuestas básicas de Barth, pero sigue teniendo dificultad ante la pregunta central sobre la singularidad de Jesús como revelación de Dios. El problema está en nuestra forma de ser cristianos. ¿Seguimos abiertos a Dios de un modo general, a través de todas las cosas, o existe más bien un lugar privilegiado del mundo...