San Martín y el cruce de los Andes
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San Martín y el cruce de los Andes

Almanaque de la hazaña

  1. 240 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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San Martín y el cruce de los Andes

Almanaque de la hazaña

Descripción del libro

OBRA DECLARADA DE INTERÉS SOCIAL Y CULTURAL POR LA LEGISLATURA PORTEÑA (Declaración 779/2017). A 200 años del Cruce de los Andes, el propósito principal de esta obra es el de valorar, en su verdadera dimensión, esa ardua travesía llevada a cabo por San Martín y el ejército patriota. Un episodio crucial de nuestra historia. El libro se inicia con una reseña de la historia argentina desde el siglo XVIII hasta 1816 y algunos datos biográficos relevantes de San Martín. La estrategia que despliega el Libertador, con su proverbial destreza militar y su coraje, recibe aquí un tratamiento especial; junto con el Plan Continental, que elabora con su amigo Tomás Guido, y concreta el Padre de la Patria, sin ningún otro objetivo ulterior más que la libertad de su amada Sudamérica, como lo atestiguan su vida y su obra. En el capítulo "El almanaque de la hazaña" se detalla, día por día, la organización y travesía del Ejército de los Andes. Por último, breves datos biográficos de los protagonistas de la hazaña y la nomenclatura de las calles que los homenajean en la Ciudad de Buenos Aires. Un libro fundamental para comprender el inicio de una empresa extraordinaria: la campaña libertadora del Padre de la Patria.

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Información

Editorial
Bärenhaus
Año
2019
ISBN del libro electrónico
9789874109484

Capítulo 1
LA HISTORIA (1776-1816)

El siglo XVIII está identificado con la Revolución. Desde fines del siglo anterior una serie de pensadores continuaron y profundizaron un proceso iniciado con el Humanismo, donde prevalecía la razón antes que la fe o las creencias religiosas: el racionalismo de Descartes, Locke y otros desembocó en un movimiento intelectual revolucionario llamado Iluminismo o Ilustración, caracterizado por cuestionar todo (la duda metódica) y contestar todas las preguntas, inclusive sobre la propia existencia, con el pensamiento lógico racional.
Por supuesto, la política fue una de las principales estrellas de este movimiento, ya que el sistema político imperante en el mundo europeo era el absolutismo monárquico, caracterizado por su “origen divino” como único justificativo de su existencia. Rousseau, con su Contrato social y el concepto de “soberanía popular”; Montesquieu, con El espíritu de las leyes y su división de poderes en Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y Voltaire, con los derechos individuales, vinieron a echar por tierra al sistema político imperante. Y si a este movimiento político, filosófico e intelectual le agregamos que en 1688, luego de una larga guerra civil, Inglaterra adopta la forma de gobierno de monarquía parlamentaria, restringiendo notablemente el poder real y aumentando el de la burguesía, el mundo se estaba preparando para la Revolución.
Es Inglaterra, a partir de su cambio político, pero también social al ubicar a la burguesía en el centro del poder no sólo económico sino político, la que inicia un gran proceso revolucionario de larga duración: la industrialización o Revolución industrial, cambiando el sistema económico mundial y consolidando —o casi creando— el verdadero capitalismo. Surge el más puro liberalismo económico de manos de Adam Smith. A partir de este proceso y ligado a él, vendrán la Revolución norteamericana, con la independencia de las colonias y la formación de Estados Unidos (1776) y su revolucionaria Constitución liberal, y la Revolución francesa (1789), con sus cambios políticos y sociales, también burgueses liberales. Y en todo este marco de un mundo en cambio y nuevo orden, donde las potencias se acomodan, disputan y reparten viejos y nuevos mercados y proveedores de materias primas, se producen los movimientos revolucionarios liberadores de América Latina. Las llamadas independencias, iniciadas en 1801 con la de Haití, donde no solo se declaró la independencia con respecto a Francia, sino que fue el primer triunfo de una revuelta esclavista en la historia universal, ya que los esclavos negros tomaron el poder y gobernaron el nuevo país.
Es a mediados del siglo XVIII cuando en varios reinos europeos, tomando algunas ideas del Iluminismo, se implementan medidas conocidas como Despotismo Ilustrado, simplificadas en la frase “gobernar para el pueblo pero sin el pueblo”. Carlos III de España es uno de los reyes que adhiere a esta forma de gobernar e implementa una serie de reformas conocidas en el ámbito hispánico como “borbónicas”. La que más influye en América del Sur es, sin duda, la creación del Virreinato del Río de la Plata (1776), un extenso territorio compuesto por las actuales Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, norte y sur de Chile, pertenecientes anteriormente al Virreinato del Perú.
Este nuevo centro político-administrativo, pero también de una gran importancia económica, por convertirse en la nueva salida de la plata del Alto Perú (Bolivia) por el Atlántico, tuvo como capital a Buenos Aires, que además fue el puerto habilitado para el comercio con España. Las causas de la creación de este virreinato fueron, justamente, intentar evitar el comercio ilegal (contrabando) que se ejercía en la ciudad porteña con la absoluta complicidad de los funcionarios encargados de evitarlo. Además del contrabando, el avance portugués (Brasil) y las constantes incursiones de todos los países (Inglaterra, Francia, EE.UU., Países Bajos, Japón) para la caza de ballenas y lobos marinos, en la Patagonia, hicieron que España cambiara el “pacto colonial” y revalorizara estos territorios abandonados a su suerte hasta ese momento.
En realidad, esta nueva relación, en teoría, debería haber beneficiado tanto a la metrópoli como a las colonias, en especial a estas últimas y en particular a los criollos que comenzaron a tener un protagonismo, sobre todo económico, desconocido hasta entonces. De hecho, el crecimiento de la población de Buenos Aires y el de sus recursos económicos fue muy importante entre los 34 años que separan la creación del virreinato y la Revolución de Mayo. Y justamente, estas medidas, que fueron realizadas para consolidar el pacto colonial, por diferentes causas —entre ellas y fundamentalmente, los avatares del contexto extracolonial—, terminaron favoreciendo la ruptura definitiva con el Imperio español.
Entre las reformas borbónicas de Carlos III se encuentra la Real Cédula del 27 de febrero de 1767 en la que se determina la expulsión de los jesuitas de todas las posesiones españolas, medida que se llevó a cabo al año siguiente nombrándose administradores militares o civiles en las misiones, entre ellas Yapeyú, Corrientes. Esta medida se tomó porque las misiones se habían convertido en miniestados dentro del Estado colonial: no sólo se autogobernaban encabezadas por un pequeño grupo de sacerdotes jesuitas, que respetaban los gobiernos originarios de los guaraníes, liderados por un cacique pero acompañados por instituciones como cabildos o asambleas, sino que además constituían unidades de producción que se autoabastecían, y también vendían sus excedentes, e incluso producían manufacturas artesanales para la venta, tales como instrumentos musicales e imágenes religiosas. Lo increíble —para los que veían las misiones desde afuera— era lo próspera que eran y que sus ganancias se repartían en partes iguales entre sus integrantes. Las quejas de los funcionarios administrativos y de los productores de la región se producían por el no pago de impuestos de estas unidades y el quite de mano de obra aborigen para la producción privada. Además, ellos consideraban una competencia desleal y un privilegio, ya que las misiones no se sometían a la autoridad local. Éste fue el argumento más importante para pedir su expulsión.
Fue en 1770, cuando fue destinado a la Reducción de Nuestra Señora de los Tres Reyes Magos de Yapeyú, el ayudante mayor de milicias español Juan de San Martín, casado con la española Gregoria Matorras, con quien ya había tenido tres hijos: María Elena, Manuel Tadeo y Juan Fermín. Yapeyú era una próspera misión que contaba con 18 estancias, 60.000 vacas, 13.000 caballos, 8.000 ovejas y más de 4.000 plantas de yerba mate. En ese lugar, nacieron el cuarto hijo del matrimonio San Martín, Justo Rufino, y el último, Francisco José. Junto con él, nacieron los primeros misterios. Empezando con su fecha de nacimiento. Si bien oficialmente es el 25 de febrero de 1778, la fe de bautismo nunca se encontró y se piensa que fue por la destrucción de Yapeyú, en 1817, por parte de los portugueses. Mitre adopta oficialmente la fecha de nacimiento, tomando en cuenta la partida de defunción de José de San Martín, que dice que tenía “72 años, 5 meses y 23 días” (Chumbita, 2014, pág. 24), pero en ese documento hay varios errores y en toda su foja de servicios y otros documentos hay diferencias con la edad que tenía en cada momento. La otra gran incógnita que aparece con el nacimiento de San Martín, es su origen. Hugo Chumbita en El Secreto de Yapeyú plantea, con una importante base documental y el pedido de un estudio de ADN a los restos del Libertador, que sus verdaderos padres son el español Diego de Alvear y Ponce de León (padre de Carlos de Alvear) y la guaraní Rosa Guarú, que fue la nodriza del niño.
Buenos Aires, a partir de 1776, convertida en la capital del virreinato y en el único puerto (1778) de este enorme territorio, comienza a tomar un protagonismo que la marcará por el resto de la historia, hasta nuestros días. Convertida, en realidad, en el centro político, económico y militar más importante del Atlántico sur, porque era también la capital administrativa, con la instalación de toda la burocracia correspondiente. Porque era la salida de la principal riqueza de la región: la plata del Potosí, y además concentraba toda la recaudación impositiva que percibía el virreinato. Porque a partir de la misión encomendada a Cevallos y su ejército de recuperar la Colonia del Sacramento para España, en manos de los portugueses, se convirtió en un centro con poder militar. Porque, desde su fundación, en 1580, se fue convirtiendo en zona liberada para el contrabando, con la consiguiente acumulación de riquezas de su clase dirigente criolla y burguesa, que va a ir entretejiendo los hilos del poder para no perderlos nunca.
Además de ser la capital, Buenos Aires irá sumando una serie de antecedentes que la pondrán en el centro del poder. Por supuesto que en esto tendrá mucho que ver la formación de una élite política integrada por profesionales, militares, comerciantes, hacendados y funcionarios, entre estos últimos, sacerdotes. Élite, mayoritariamente formada por criollos, pero también por españoles, que fue creando una dirigencia comprometida con sus intereses de sector, pero también con proyectos unificadores como la ruptura del pacto colonial con una metrópoli (España) en decadencia, que no podía sostenerse más y que tampoco permitía el desarrollo de esta parte del mundo.
Esos antecedentes son, principalmente, las invasiones inglesas en 1806 y 1807. En la primera, si bien los grupos económicos más poderosos (comerciantes y hacendados) fueron muy complacientes e hicieron todo lo posible por facilitar la ocupación y posterior gobierno del invasor, durante más de 40 días, es indudable que luego de la heroica reconquista a cargo del ejército regular, acompañado por voluntarios porteños y de las provincias, participaron activamente de la “campaña” de desprestigio y de cargar las culpas a las autoridades españolas en la figura del virrey Sobremonte, cuando en el cabildo abierto del 14 de agosto de 1806, en un ámbito municipal porteño, se lo destituyó y se lo reemplazó por otro: Liniers, héroe de la reconquista.
Otro antecedente fundamental para Buenos Aires fue la formación de milicias populares, con el objetivo de defender a la ciudad ante la posibilidad de una nueva invasión, que realmente se produjo después y fue rechazada gracias a estos regimientos, como por ejemplo el de Patricios, que va a ser el protagonista central en las acciones de mayo de 1810 y en las primeras campañas militares revolucionarias. Estos regimientos tenían la particularidad de estar formados por casi todos los sectores sociales (sobre un total de 40.000 habitantes, más de 7.500 formaban parte de las milicias) y de elegir a sus jefes por votación directa. Además de la instrucción militar que impartían casi a diario, se convirtieron en centros de aprendizaje y de debate político.
Con este “currículum” llega la dirigencia porteña a mayo de 1810. Y la convocatoria al Cabildo Abierto, nunca deseado por el virrey Cisneros, se logra por la presión de los sectores populares movilizados por French y Beruti, pero principalmente también por la presión ejercida por las milicias representadas por Saavedra. Y en esa reunión del 22 de mayo se sostienen argumentos realistas impecables como “ustedes no representan al virreinato, solo a los vecinos de Buenos Aires” y la respuesta muy débil, jurídicamente hablando, pero muy fuerte políticamente, por los antecedentes mencionados, “vamos a actuar como la hermana mayor y nos comprometemos a convocar inmediatamente a los representantes del interior”. De hecho, la primera medida que toma la Primera Junta es enviar una misión al interior invitándolo a plegarse al movimiento juntista y a enviar diputados, para formar un gobierno que represente a todo el virreinato.
Mientras tanto, una revuelta de los aborígenes en Yapeyú (1778), reprimida por Juan San Martín, trae varias complicaciones a la familia, que termina siendo trasladada a Buenos Aires y luego a España. San de Martín, a los doce años de edad, por gestión de su padre, se inscribió como cadete en el regimiento de infantería de Murcia (21/7/1789). Fue ascendido a subteniente 2° (1793) y luego a subteniente 1° (1794). En 1808 participa en la batalla de Bailén, la primera derrota del ejército napoleónico. San Martín tiene una destacada actuación y experimenta la guerra, en un enfrentamiento de más de 50.000 hombres. (En Chacabuco se enfrentaron 6.000 y en Maipú 11.000.) Cuando la situación en España se revierte y empiezan las contradicciones en el ejército frente al invasor, San Martín se inicia en la masonería y pide su traslado a América. Viaja a Londres en 1811 y de ahí a Buenos Aires al año siguiente.
En la Primera Junta confluyen varios sectores con diferentes intereses económicos, y por lo tanto, distintos proyectos políticos y sociales. Todos querían terminar, y ese fue el punto unificador del movimiento revolucionario, con un sistema absolutamente e indiscutidamente injusto, un sistema basado en la desigualdad social, donde el originario de estas tierras y sus descendientes eran tratados jurídicamente como menores de edad y utilizados como mano de obra barata para explotar y saquear los recursos naturales del continente. Sumado a la mano de obra esclava importada de África, con el mismo fin. Un mestizaje clasificado en “castas” que no tenían los mismos derechos y eran discriminados tanto por españoles como por los criollos. También existía la desigualdad entre españoles peninsulares y criollos, considerados españoles pero sin acceso a cargos políticos ni militares.
Un sistema basado en la desigualdad económica, donde sólo los comerciantes monopolistas y un minoritario sector de descendientes de la nobleza conquistadora, propietaria, o en sistema de explotación, de enormes cantidades de tierra usurpada a los nativos, o de yacimientos metalíferos, sin posibilidad de libre competencia y desarrollo de los criollos.
En efecto, el sistema colonial estaba basado en la desigualdad. Por lo tanto, la lucha contra el sistema colonial era lo que unificaba a los distintos sectores de los criollos, que intentarán sumar al resto de la sociedad, víctima también de esa desigualdad. Pero la gran diferencia entre la clase dirigente criolla revolucionaria partirá, justamente, del proyecto superador de este sistema y en el juego de cuántos privilegios se van a ceder a costa de los que se podrían obtener.
El sector más revolucionario estaba formado principalmente por profesionales abogados, lectores de los autores de la Ilustración (Montesquieu, Rosseau). Admiradores del proceso revolucionario francés, conocedores de la independencia y constitución de los EE.UU., fueron los llamados “morenistas” por ser liderados por el secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno. Moreno, Castelli y Belgrano —luego se sumarán Monteagudo y San Martín— serán los que hablen de independencia desde un primer momento, de libertad para los esclavos, la igualdad para los originarios, la eliminación de diferencias sociales.
El sector más conservador, formado por comerciantes, militares y hacendados, que en forma sincera, o no, mantienen la lealtad al rey de España y pretenden pocos cambios: tal vez, el más significativo sea el de ocupar cargos políticos sin ser nacidos en la península y pasar el monopolio del comercio de los españoles a los comerciantes porteños. Son los llamados “saavedristas”, liderados por el presidente de la Primera Junta, Cornelio Saavedra. Ellos pretendían mantener los privilegios de clase; sobre todo, para seguir aprovechándose de la mano de obra barata de aborígenes y esclavos.
El enfrentamiento se da, desde el primer día de gobierno de la Junta, y se inicia con el tratamiento que se le dará al interior. La revolución fue en Buenos Aires y ahora hay que convencer al centro y noroeste del país de pasar a ser gobernados por los porteños, y existe la posibilidad real de perder el principal mercado y poder de riqueza defendido por los españoles como era el Alto Perú. Había que convencer al litoral y la Banda Oriental, también en manos españolas, de que el puerto iba a estar monopolizado por porteños en lugar de españoles, pero que eso no significaba que iba a ser compartido libremente por todas las provincias. Había que convencer a los paraguayos de que los comerciantes de Buenos Aires, que siempre habían especulado con los precios de la yerba mate, ahora iban a tener una actitud diferente. Por último, también había que convencer a los aborígenes de que los criollos iban a tener un trato diferente hacia ellos; pero si muchos de los hacendados y explotadores mineros no habían sido españoles por generaciones, ¿por qué iban a cambiar ahora?
Por algo Moreno sólo confía en su gente y envía, al mando de la partida encargada de informar e invitar (y, si no, obligar) a los pueblos del interior a sumarse a la Revolución, a Castelli (al norte) y a Belgrano (al este). El primero tiene el primer conflicto contrarrevolucionario en Córdoba, donde termina con el fusilamiento de los insurrectos, incluido el héroe de la reconquista y la defensa de Buenos Aires en las invasiones inglesas, el ex virrey Liniers.
Moreno funda, el 7 de junio de 1810, La Gazeta, el periódico desde donde difundirá los ideales revolucionarios. La Gazeta junto con el Plan de Operaciones, cuya verdadera autoría todavía está en discusión, serán la usina ideológica de la Revolución. Tanto en diferentes artículos periodísticos, como en el Plan, se intenta relacionar la independencia política con una verdadera transformación social. Una de las premisas era el concepto de soberanía popular: el poder le pertenece al pueblo, que lo delega en sus representantes, que gobiernan por un plazo determinado y, cumplido este lapso, el poder vuelve al pueblo. Los gobernantes eran meros ejecutores de las decisiones de los gobernados. Decían los artículos y el Plan, con enorme influencia Iluminista, que el Pacto Colonial había estado basado en la violencia contra los na...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Sobre este libro
  5. Sobre Guillermo Máximo Cao
  6. Índice
  7. Introducción
  8. Capítulo 1. La historia (1776-1816)
  9. Capítulo 2. Revolución y guerra de Independencia (1810-1815)
  10. Capítulo 3. La estrategia: el Plan Continental
  11. Capítulo 4. El almanaque de la hazaña
  12. Capítulo 5. Biografías de los protagonistas de la hazaña
  13. Capítulo 6. La hazaña en las calles de Buenos Aires
  14. Bibliografía