¿Cambiamos?
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¿Cambiamos?

La batalla cultural por el sentido común de los argentinos

Paula Canelo

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La batalla cultural por el sentido común de los argentinos

Paula Canelo

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El relato macrista prometió felicidad, paz, seguridad y estabilidad. Contra la "politización" kirchnerista, la gestión eficaz para resolver los problemas de la gente. Contra la "prebenda", la justicia del esfuerzo individual. Contra el "populismo", las instituciones. El gobierno de Cambiemos peleó su propia "batalla cultural" y lo hizo con las armas de un discurso potente y versátil, que durante varios años resultó creíble y atractivo para vastos sectores, incluso para los más perjudicados, por lo que se terminó revelando como un proyecto antipopular.Frente al evidente incumplimiento de esas promesas, algunas preguntas se vuelven más pertinentes que nunca. ¿Cómo fue posible que una buena porción de nuestra sociedad haya aceptado que un gobierno integrado en gran parte por ricos "nacidos en cuna de oro" le exigiera esfuerzos y sacrificio? ¿Por qué fueron eficaces las figuras de los CEO y los emprendedores como modelos de éxito individual? ¿Qué papel jugaron en el relato macrista los "otros amenazantes": inmigrantes, piqueteros, manifestantes y "vagos que cobran planes"?Este libro oportuno y audaz propone al lector una idea provocadora: reconocer que, lejos de ser una anomalía pasajera, el "cambio cultural" que encarnó el macrismo para conquistar nuestro sentido común, cambio en el que tantos se sintieron representados y depositaron esperanzas, refleja transformaciones de largo plazo en la sociedad argentina. De los timbreos a las facturas de luz impagables, de la composición de los elencos gobernantes a la "mano dura" contra el delito y el desorden, estas páginas descorren el velo discursivo e ideológico con el que esta "nueva derecha" encaró su proyecto de refundación de la sociedad argentina. Y construyen un argumento inquietante: Cambiemos fue el síntoma de que, frente a la politización de las desigualdades que planteó el kirchnerismo, gran parte de nuestra sociedad prefirió la desigualdad y a quienes la garantizaran. ¿Nos "derechizamos"?

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Información

1. El cambio cultural
Cambio cultural: soy yo y es ahora.
Mauricio Macri, en el 54º Coloquio de IDEA, Mar del Plata, 19/10/2018
El “cambio cultural” que Cambiemos le propuso a nuestra sociedad entre 2015 y 2019 estuvo basado en un diagnóstico sobre las causas de la “larga agonía” argentina –la referencia al libro de Halperin Donghi (2012) es intencional–. El problema de nuestra sociedad, nos dijo Cambiemos, eran las “anormalidades”, muy arraigadas en la cultura argentina, que nos habían hecho extraviar el camino unos cincuenta, setenta o tal vez ochenta años atrás. Y que se expresaban en determinadas costumbres, valores e intereses nocivos que los argentinos reproducíamos, hundiéndonos cada vez más en el error y el fracaso.
Según el relato de Cambiemos, estas costumbres, valores e intereses fueron alentados, durante todas esas décadas, por el “populismo”, que nos prometió bienestares presentes e irresponsables a costa de desastres futuros, que habilitó “atajos” y “salidas fáciles y mágicas” que no atacaban las “verdaderas causas” de los problemas. Por eso, para poder resolverlos de una vez y para siempre, los argentinos debíamos someternos a una “ortopedia moral” que por fin nos enderezara.
El “cambio cultural” de Cambiemos trabajó sobre nuestro sentido común, sobre el conjunto de significados y creencias que tendemos a compartir y que organizan nuestra vida en sociedad. Sus herramientas más importantes estuvieron, por ende, más en el plano político y simbólico que en el plano material. Porque Cambiemos produjo una feroz depredación material sobre la mayoría de los argentinos, como también lo habían hecho otros gobiernos de nuestra historia reciente, pero a cambio nos entregó un relato potente, una narrativa, un “mito fundante” sobre el pasado, el presente y el futuro y sobre los enemigos de nuestra sociedad, tarea que no todos aquellos gobiernos realizaron con tanta eficacia.
Ese relato de Cambiemos, en gran parte, fue el que hizo posible la depredación. Una narrativa poderosa y versátil que retomó y resignificó elementos ya presentes en nuestro sentido común y que disputó con otros, con bastante éxito. Por ejemplo, se apoyó en los componentes individualistas de valores como el mérito, la aspiración, el sacrificio y el éxito, y les quitó lo que tenían de colectivo. Además, los opuso a los valores de solidaridad, igualdad de oportunidades, equidad, y a todos aquellos que pudieran nuclearse, en suma, bajo la consigna “la patria es el otro”.
En este capítulo le propondremos al lector un recorrido por el proceso de individualización de nuestra sociedad desde la última dictadura militar hasta nuestros días, que muestra por qué Cambiemos fue un paso decisivo en este camino. Analizaremos luego la llamada “promesa aspiracional” para comprender en qué consistió, que tipo de vínculo estableció entre quien prometía y quien creía en ella, y mostraremos que su éxito entre 2015 y 2019 se debió a que, en el corto plazo, no hubo que contrastarla con la realidad. A continuación explicaremos qué tipo de meritocracia propuso Cambiemos, y cómo se vinculó con la individualización. Propondremos la idea de “meritocracia asimétrica” para explicar por qué este gobierno integrado en gran parte por ricos no meritócratas pudo exigirle meritocracia a nuestra sociedad, pero sin tener que cumplirla.
Luego mostraremos cuál fue la verdadera “pesada herencia” que Cambiemos creyó haber recibido: la gente, y su afición por la “prebenda”, los “consumos artificiales” y todas las costumbres y valores extendidos durante los años kirchneristas que Cambiemos intentó corregir con una “ortopedia moral”. Por último, veremos algunos ejemplos del proceso de infantilización de nuestra sociedad que Cambiemos propuso a través de su comunicación política y gubernamental, a la que subyace un diagnóstico particular sobre la naturaleza de la gente común y su vínculo con la política y los asuntos públicos.
Hiperindividuos: cada uno en lo suyo defendiendo lo suyo
Debemos crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla.
Esteban Bullrich, El Destape, 16/2/2017
En 1982, la dictadura cívico-militar argentina lanzó un spot de propaganda gubernamental para apuntalar el fervor nacionalista disparado por la guerra de Malvinas. En él, una joven sentada en las escalinatas de la Facultad de Ingeniería de la UBA se preguntaba: “Mi país me necesita. ¿Qué puedo hacer por mi país?”. Una voz en off –grave, masculina y de tono marcial– le respondía: “Seguir estudiando, seguir aprendiendo, con voluntad, sin claudicar, con más fuerza que nunca”, porque “el país en acción es el motor de la victoria”. Al final del spot, la voz marcial afirmaba “cada uno en lo suyo defendiendo lo nuestro”, mientras crecía la imagen de una mano derecha con el pulgar hacia arriba, superpuesta con una bandera argentina que flameaba a la luz del sol. Como broche de oro, un coro estridente y un grito guerrero y colectivo de “¡¡¡Argentinos, a vencer!!!”.[4]
Durante toda la dictadura, la acción pedagógica y disciplinaria sobre la sociedad fue requisito central de la refundación que debía “rescatar” a la Argentina del populismo y la inestabilidad perpetuos. El objetivo: fragmentar una sociedad cuyas franjas inferiores se habían vuelto peligrosamente homogéneas, organizadas y movilizadas, en claro desafío al orden establecido.
En el tardío spot dictatorial (faltaba poco para el derrumbe de la dictadura), la importancia del individuo era fundamental. De él se esperaba un comportamiento disciplinado y ejemplar: concentración y dedicación a su quehacer específico (a la preocupada estudiante solo se le pedía mayor aplicación al estudio), pasividad política y ningún tipo de injerencia en la cosa pública.
Este individuo era, para la dictadura, una pieza más de un engranaje colectivo. La suma de comportamientos individuales, “correctos” y aislados era la garantía, según los propagandistas dictatoriales, para concretar la gran empresa colectiva: “ganar la batalla en todos los frentes”; es decir, tanto en la guerra como en todas y cada una de las individualidades.
La individualización de nuestra sociedad avanzó a paso implacable durante las siguientes tres décadas. Entre 2015 y 2019 lo hizo de la mano del “cambio cultural” de Cambiemos, cuando hasta lo colectivo que el spot de la dictadura había recuperado en cierta medida para ganar la guerra se disolvió en un proceso de “hiperindividualización” exacerbada de nuestra sociedad. Cambiemos recibió una sociedad individualizada y la potenció. Intentó formatear individuos capaces de prescindir del resto de la sociedad para triunfar, siempre dispuestos a dejar atrás a otros, y que en su carrera desafiaran incluso los elementos básicos del contrato social. Con Cambiemos, el “cada uno en lo suyo defendiendo lo nuestro” de la dictadura terminó siendo “cada uno en lo suyo defendiendo lo suyo”.
Su nueva promesa de sociedad respondió a los principios y valores del que las ciencias sociales llaman “imaginario individualista”, que en líneas generales postula al individuo como centro fundamental de la sociedad. Este imaginario incluye principios que Cambiemos compartió con otras tradiciones políticas, como el liberalismo conservador, el liberalismo elitista o el neoliberalismo, tanto en sus versiones democráticas como autoritarias. Por ejemplo, la valoración de lo privado por sobre lo público, la desconfianza hacia el populismo y la política de masas, y la necesidad de achicar el Estado para otorgar mayor protagonismo al mercado y a ciertos valores que le serían propios, como la competencia y la libertad, todos principios muy presentes en vastos sectores de nuestra sociedad.
Pero Cambiemos dio un paso más. Propuso una alquimia diferente para principios de este “imaginario individualista”, los exacerbó y los “hiperindividualizó”, al proponernos, por ejemplo, “modelos” de hiperindividuo a imitar: los CEO y los emprendedores.
Durante mucho tiempo, las ciencias sociales, los intelectuales e incluso varias corrientes políticas (en especial las de tipo popular) asociaron el imaginario individualista con los sectores altos, medios y medios-bajos de nuestra sociedad. Se consideraba que estos eran portadores “naturales” de esos valores dado su lugar de privilegio en relación con los grupos más bajos, sus posibilidades de ascenso social, sus consumos, su posicionamiento en la brújula de las preferencias políticas. Por el contrario, se asociaba a los sectores populares con valores y comportamientos vinculados con lo colectivo: la homogeneidad, la masividad, la comunidad de intereses, la solidaridad.
Sin embargo, estudios más o menos recientes nos muestran que ese individualismo, supuestamente exclusivo de los sectores altos y medios de nuestra sociedad, ha comenzado a permear a los sectores populares, advirtiéndonos sobre el avance de la “individualidad popular” (Araujo y Martuccelli, 2015), concepto que en otros tiempos hubiera parecido contradictorio en sus términos.
La “individualidad popular” no sería un fenómeno local, sino que se extendería en distintos países latinomaericanos. En el caso argentino, los sectores populares habrían puesto en práctica “lógicas de apropiación de la cultura céntrica”, sometidos a procesos de mercantilización y debilitamiento de los horizontes colectivos, habrían desarrollado nuevas aspiraciones de consumo, un mayor aprecio por la individualidad y una mayor condicionalidad hacia la política (Semán, 2018). Esta individualidad novedosa también se comprobaría en los sectores populares urbanos de Chile, afirmada, por ejemplo, en valores como “la fortaleza de carácter; la habilidad y el sentido de la oportunidad; y el goce y la irreverencia humorística” (Araujo y Martuccelli, 2015: 87).
¿Cómo fue posible semejante transformación? ¿Cómo estos procesos posibilitaron la “hiperindividualización” de Cambiemos? Una forma de comprenderlos es recorrer algunas de las grandes “sorpresas” electorales que jalonaron nuestra vida política reciente, que fueron percibidas por los observadores como comportamientos sociales “anómalos”, y que mostraron diversos aspectos del avance de la individualización en nuestra sociedad.
Primera sorpresa: octubre de 1983, derrota histórica del peronismo en elecciones libres. El triunfo de Raúl Alfonsín, candidato de la UCR, sobre Ítalo Luder habilitó a algunos analistas a elaborar la tesis de la “heterogeneización por abajo” de la sociedad, que vio en los resultados electorales la “punta del témpano” de transformaciones más profundas (Villarreal, 1985). ¿Cuáles? Sin dudas, las derivadas de los cambios globales en el mundo del trabajo y de la producción de esos tiempos. Pero, sobre todo, las resultantes de las políticas económicas y represivas de la dictadura que habían producido la heterogeneización, fragmentación e individualización de los sectores populares, antes homogeneizados por las condiciones laborales y de vida en común, y por la generalización de la identidad peronista.
Segunda sorpresa: años 1989-1991. Después de haber triunfado en las elecciones nacionales con promesas de “revolución productiva” y “salariazo”, un presidente peronista implementó un vasto plan de reformas estructurales neoliberales. Pero esta “traición” a la promesa de campaña no fue obstáculo para que conservara contundentes apoyos electorales por largo tiempo.
Durante los años de Menem las políticas económicas neoliberales, la creciente desocupación, la caída del salario, la precarización laboral, el aumento de la pobreza y el deterioro de los servicios públicos de salud y educación afectaron de manera directa las condiciones de vida de las “clases populares” y sus posibilidades de ascenso social (Dalle, 2016). Pero también las clases medias sufrieron fuertes golpes, tanto por los cambios socioeconómicos como por los culturales; para muchos, la década menemista significó la agonía o incluso el fin de la clase media (Adamovsky, 2012).
Sin embargo, gran parte de esos sectores adhirió con entusiasmo a principios característicos del imaginario individualista del que hablábamos antes. Estos se materializaron en las big pictures de la reconversión capitalista a escala mundial, el “Consenso de Washington” y la globalización neoliberal, pero también en dimensiones más íntimas, como los vínculos de los individuos con el mundo del trabajo y del consumo, facilitado por el “1 a 1” del plan de convertibilidad. Y los consensos a este modelo de sociedad sobrevivieron incluso al gobierno menemista, para constituir la base de las adhesiones al gobierno de la Alianza, que prometió más convertibilidad, pero con “corrección política”.
La tercera sorpresa electoral es la que intentamos explicar en este libro. En 2015 una coalición integrada, entre otros, por un partido relativamente nuevo que no lograba “cruzar la General Paz” le arrebató al kirchnerismo la presidencia de la Nación y la provincia de Buenos Aires. Este inesperado desempeño electoral de Cambiemos, apoyado luego por su contundente éxito en las elecciones intermedias de 2017, muestra también el avance de la individualización en nuestra sociedad que, al parecer, no se detuvo con las políticas de inclusión del kirchnerismo.
Si bien siempre es más obvio escuchar que fueron proyectos excluyentes y con una defensa explícita de alguna versión del “imaginario individualista” –como la dictadura o el menemismo– los que profundizaron la individualización, esta también puede ser generada por proyectos de inclusión social. Aunque resulte paradójico, muchas de las políticas públicas que entre 2003 y 2015 acercaron a los sectores populares a nuevos consumos, valores y aspiraciones, fortalecieron también su individualización, y generaron nuevos desafíos de representación que en muchos casos no pudieron ser resueltos por...

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