Paco Urondo
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Paco Urondo

Biografía de un poeta armado

  1. 384 páginas
  2. Spanish
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Paco Urondo

Biografía de un poeta armado

Descripción del libro

Francisco Urondo fue, sin duda, uno de los más grandes poetas de la generación del '60. Desde su labor de escritor y periodista logró fusionar la poesía con la política, encontrando la perfecta conjugación entre el decir y el hacer. Comprometido en la lucha armada contra la dictadura cívico-militar en la Argentina, se transformó en un integrante del peronismo revolucionario, siempre luchando por su ideal de sociedad y, como dijo alguna vez, buscando la palabra justa. Su caída final en Mendoza, en un enfrentamiento con el Ejército, silenció su obra literaria durante décadas, como así también su trabajo periodístico, una de sus grandes pasiones que lo llevó a formar parte de redacciones de diarios y revistas, donde puso su atenta mirada y exquisita escritura ante la cultura de la época.
En esta biografía, trabajada con profesionalismo y dedicación, Pablo Montanaro rescata a uno de los protagonistas de un período controvertido, pero al mismo tiempo cargado de utopías posibles por las cuales Urondo abrazó un destino y entregó su vida: "Mi confianza se apoya en el profundo desprecio por este mundo desgraciado; le daré la vida para que nada siga como está", como escribió en uno de sus poemas.

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Información

Editorial
Bärenhaus
Año
2019
ISBN del libro electrónico
9789874109460

VIII. DARÉ LA VIDA PARA QUE NADA SIGA COMO ESTÁ

La operativa de represión y aniquilamiento de militantes, comandada por las tres fuerzas armadas en diferentes zonas del país había sido planeada mucho antes del golpe del 24 de marzo de 1976. Los principales niveles de conducción castrense como los oficiales superiores y hasta grupos parapoliciales de diversa índole participaban sistemáticas tareas de secuestro, tortura, detención y ejecución de personas.
A fines de 1975, principios de 1976, la Conducción Nacional de Montoneros envía al oficial Daniel Rabanal a cubrir una vacante en la regional Cuyo. Con la intención de desarrollar el aparato militar, planifican una serie de operaciones de propaganda armada. Una de ellas consiste en una panfleteada y disparos al frente de una comisaría de la zona. Mientras se produce la balacera, una bala impacta en el agente Rubén Cuello. La propaganda guerrillera y la muerte de Cuello se convierten en la excusa perfecta para que la policía mendocina, a cargo del vicecomodoro Julio César Santuchone, comience a perseguir, detener, torturar y asesinar a los militantes peronistas que vivían en la clandestinidad.1
Con este cuadro de situación, la conducción de Montoneros decide en mayo de 1976 que Paco Urondo viaje a la provincia para reorganizar a los militantes que aún siguen resistiendo la avanzada militar y asumir la dirección. Enterado de la resolución, su amigo Rodolfo Walsh presiente que la conducción comete un gravísimo error porque la región Cuyo “era una sangría permanente desde 1975, nunca se la pudo poner en pie”,
Amigos y familiares reciben la noticia de su traslado como un anuncio fatal. Según fuentes consultadas cuando a Urondo le informan de su traslado plantea que en Mendoza estaría en una situación de extrema vulnerabilidad y, además, que no está al tanto de lo que ocurre en esa provincia. No obstante, acata la decisión de la conducción montonera.
Su hermana Beatriz confiesa que su padre le ofreció plata para que Paco se fuera del país. Hasta pensó vender su casa para darle el dinero que fuera necesario. “Yo estoy en esto y voy a seguir hasta las últimas consecuencias. No soy de los que se van”, le respondió sin dudar Paco.
De inmediato Urondo se comunica con sus más íntimos amigos para contarles que viajará a Mendoza. En su mayoría coinciden de que el traslado es en venganza por diversas causas. Una de ellas, su relación con Alicia que había sido muy cuestionada, mejor dicho no admitida por la conducción montonera. Otra, su condición de intelectual.
CARLOS CAMPA: “Cuando me cuenta que se va a Mendoza, se me ocurre pensar que lo mandan al muere… Paco estaba convencido de que tenía que ir, pero en el fondo sospechaba lo peor. Su actitud está definida en el último verso de su poema ‘Autocrítica’: ‘no hay de qué quejarse, entonces’.”
HERNÁN INVERNIZZI: “Mendoza no era el lugar indicado para cuidarlo. Eso está claro. Aunque ahí se dieron coyunturas diferentes. Mi visión es que lo mandaron a Mendoza como una forma elegante de sacárselo de encima.”
Se encuentra con Miguel Bonasso en Corrientes y Riobamba, en pleno centro de Buenos Aires. Allí mismo se ponen a hablar de todo un poco.
MIGUEL BONASSO: “Los dos imitábamos a los vascos brutos, porque los dos teníamos sangre vasca y entonces me dice: ‘Bueno Cogote, chaval, cortemos esta plática, porque no se si te das cuenta, observas, que estamos en Corrientes y Riobamba y seguramente los servicios no nos llevan porque no pueden creer que esos dos que están en la esquina son Miguel Bonasso y Paco Urondo, no pueden creer que esos dos boludos que llevan más de media hora hablando sean quien son, que joder’. Fue la última frase que me dijo y se fue”.
GREGORIO LEVENSON: “Aunque venía del marxismo Paco nunca fue un militante del marxismo. Ideológicamente siguió siendo un marxista revolucionario. Nunca claudicó del marxismo. Eso determinaba divergencias entre él y la conducción de Montoneros. La sanción a Paco presuponía también una sanción ideológica. Algunas versiones dicen que el viaje a Mendoza no fue procesado prolijamente. Se fue sin ninguna cobertura. En Mendoza siempre hubo un sector importante de Montoneros, pero en ese momento estaban todos dispersos. Su misión era hacerse cargo de la seccional, pero no pudo tomar contacto ni siquiera con los militantes. No creo que haya habido alguna delación; simplemente carecía de cobertura.”
Ernesto Jauretche supone que Urondo acepta el traslado con el objetivo de “reinvindicar lo que había perdido por otras causas” y recuperar posiciones dentro de la organización “ya que había perdido espacios en la lucha política interna a partir de su relación con Alicia”.
ERNESTO JAURETCHE: “En Mendoza había caído la conducción. Su traslado tiene el sentido de asumir la responsabilidad; como si hubiera dicho: ‘Yo me hago cargo’. Pero Mendoza era una realidad compleja y por eso Paco pidió que lo pongan al tanto de lo que pasaba. Necesitaba saber y nadie sabía nada; lo único que sabía era que la mayoría habían caído presos.”
Unos días antes de viajar a Mendoza, Urondo organiza algunos encuentros con familiares y amigos. Sentía que podía ser la última vez que compartiera con ellos una comida o un par de vasos de vino. Entre anécdotas, chistes, sonrisas y abrazos, el poeta y militante montonero esconde una certeza: en esa provincia estará en la mira del enemigo.
Pero a sus familiares no les especificó a qué provincia viajaba. Su hermana Beatriz lo notó quebrado. “Me dio muchas recomendaciones –evoca– para que cuidara a nuestros padres y sus hijos. Yo me reía y le decía: ‘Sos un caradura. Toda la vida me hice cargo. Qué me venís ahora a decirme que me haga cargo’. ‘Vos sabés que si me necesitabas yo estaba; ahora no sé si voy a estar. Entonces me tenés que prometer que te vas a hacer cargo de todos los seres queridos que tengo’, me dijo acongojado”.
Beatriz reconstruye su último encuentro con su hermano.
BEATRIZ URONDO: “Estábamos en el dormitorio, me abrazó muy fuerte… sentí sus lagrimas y lloré con el, abrazados, terriblemente angustiados. Ahí supe que serían sus últimos abrazos. Le pedí que me llevara. Sonrió y me contestó. Cuidá mucho a los viejos. Tomá precauciones si te ves en la necesidad de darles una mala noticia, no te olvides de que papá tiene un marcapasos. Te necesito acá. Hermanita, te quiero fuerte para enfrentarte con lo que venga. ¿Por qué me decís estas cosas, Paco? Me estás matando, quédate, no te vayas, escondete, nosotros te vamos a ayudar.
Sonrió otra vez y abrazándome dijo: ‘No voy a hacer lo que me estás pidiendo, sabés cómo pienso y lo que siento’. Bueno, basta, no seamos tétricos, déjame decirte algo: sos especial hermana, te quiero mucho. Se me hizo un nudo y no pude contestarle y así , abrazados, volvimos a llorar.
Regresamos a la mesa alrededor de la que aún estaban todos sentados y compungidos. De inmediato, Paco reanudó las bromas haciendo un esfuerzo notorio, al igual que las risas que fueron saliendo como chispas, algunas fingidas y otras no tanto, con las que festejamos sus dichos.
(…)
Llegó el momento de separarnos y dolió. Algo se rompía y corría un velo; lo veíamos a diario en las noticias, gente que desaparecía.
En el momento que arrancó el coche, levanté mis ojos y lo vi en la ventana, moviendo un pañuelo verde, despidiéndose.
Mi marido me comentó: ‘Lo noté triste a Paco’. Y mi mamá dijo: ‘Es la última vez que veo con vida a mi hijo’”.2
Su hijo Javier rememora esos últimos contactos con su padre: “Tenía la sensación de que podía pasarle algo, y que estaba acaso más expuesto que otros, por ser una persona conocida y haber estado un buen tiempo preso. Creo que mi viejo sentía la presencia de la muerte y por eso la despedida fue larga y emotiva. Una despedida para siempre, que duró varios días. En una de ellas se juntó toda la familia. A pesar de todo Paco trataba siempre de mantenerse sereno y dejarnos la sensación de alegría. Ahora me doy cuenta de que él sabía que lo esperaba la muerte”.3
También Graciela Murúa se encontró con su ex marido y percibió que algo malo iba a sucederle: “Habíamos vivido en Mendoza y sabíamos lo poco solidaria que era esa provincia. Tengo claro que a Paco lo mandaron a la muerte. Llegar a Mendoza y que no fuera notado, era imposible”. En ese momento recordó lo que Paco le había dicho infinidad de veces: “Me voy a morir a los 46 o 47 años”.
A pesar de estar en plena clandestinidad, Urondo se encuentra con sus amigos. Con uno de ellos, José Luis Mangieri, en un café de Córdoba y Canning.
JOSÉ LUIS MANGIERI: “Los dos estábamos en plena ilegalidad y nos reíamos de eso: ‘¡Qué descuidados somos que en la ilegalidad nos encontramos en esta esquina!’, decíamos. En el momento de despedirnos nos dimos un gran abrazo. Le sugiero a Paco: ‘Mirá, no es cuestión de empezar a correr, pero creo que nos tenemos que retirar organizadamente; salvar los cuadros, no la desbandada’. Me respondió: ‘Pienso que todavía hay margen para pelear’. ‘Vos siempre tuviste una desviación militarista’, le contesté.”
Urondo y Vicente Zito Lema caminan por las calles del Bajo, conversando como dos antiguos filósofos griegos. Zito Lema no sabe nada de la inminente partida del poeta a Mendoza.
VICENTE ZITO LEMA: “A Paco nunca lo había visto tan apagado como ese día, porque siempre estaba eufórico y lleno de alegría. Reflexionamos sobre las pocas posibilidades que veíamos de una revolución en ese momento. Él seguía creyendo que la revolución, tarde o temprano, se iba a hacer. No me comentó nada del traslado a Mendoza. Después cuando me enteré pude unir todo. Cuando nos despedimos nos dimos un segunda largo abrazo, porque el primero había sido cuando salió en libertad de la cárcel de Devoto en 1973. Creo que Paco era consciente de adónde iba y demasiado inteligente para ser engañado. Acaso se lo podía haber resguardado más. No conozco la situación de su traslado, si aún conociendo el riesgo decidió ir igual o si abusaron de su generosidad. Lo que sí era demasiado riesgoso para un hombre muy conocido y, por consiguiente, buscado por el enemigo. Sin entrar en interpretaciones psicológicas, parecería que tanto en el caso de Rodolfo Walsh, Roberto Santucho, Ernesto Guevara y Urondo se trata de aceptaciones de destinos trágicos.”
En una de las tantas reuniones de despedida que organiza Paco, lo convoca a Horacio Verbitsky. Esa noche participaron de la conversación Alicia, los hijos de Paco, Javier y Claudia, el esposo de ésta, Mario Lorenzo Koncurat y Verbitsky. Esa noche Paco les comunica que lo mandaban a Mendoza. “No creo que pueda sobrevivir ahí”, dijo con dolor.
HORACIO VERBITSKY: “Paco estaba mal. Y cuando estaba mal tomaba mucho y además se le bajaba el párpado del ojo. Sentía que la organización lo había marginado a partir de su relación con Alicia, quien a partir de ese momento comienza a ser más respetada, valorada y con mayor participación dentro de la organización. Paco se quedaba cuidando a su hija Ángela y esa inactividad en la militancia lo ponía de muy mal humor. Esa noche Paco nos convocó para decidir quién se haría cargo de la nena si lo mataban. Se resolvió que la nena quedaría con Claudia. Pero como ella ya tenía dos hijos pensaba que tal vez no pudiera, y en ese caso deseaba que la nena viviera conmigo y con quien entonces era mi mujer. A menudo cuando Paco y Alicia querían hacer alguna actividad de personas normales, salir juntos o quedarse solos en la casa, nos dejaban a la bebita por varias horas, de modo que nos reconocía y sonreía cuando nos veía. Se llamaba Angelita, pero Paco hablaba de ella como Felipita, supongo que irónica alusión a los hábitos de la clandestinidad. Si Claudia y Jote querían porque ya tenían dos chicos, o de lo contrario que se quedara con mi compañera de entonces y conmigo. Claudia dijo que no había ningún problema. Fue una noche muy dura y terrible. Creo que todos de alguna manera intuíamos lo que estaba por pasar pero nadie lo decía abiertamente. Era como una ficción, la ficción de que a mí me va a pasar algo pero el resto de los compañeros se quedarán para cuidar de nuestros hijos. Intuíamos que se venía una situación de exterminio general, y de hecho así ocurrió.”
Claudia le dijo a su padre que ella se haría cargo de su hermana. Para Verbitsky esa conversación tenía un tenor dramático, se estaba resolviendo quién iba a cuidar de la hija de Paco y Alicia “si ellos perdían, dentro de un proyecto que nadie dudaba de que sería victorioso. Ninguno de nosotros en ese momento imaginaba que se trataba de una ofensiva de exterminio”.4
LILIA FERREYRA: “Esas últimas reuniones reflejan una cierta rebeldía porque se realizaban en condiciones de clandestinidad, por lo tanto no era recomendable hacerlas. En el último encuentro, Rodolfo Walsh presentía que algo no andaba bien y Paco traslucía que algo no estaba bien. Ambos se dieron un abrazo de despedida, presintiendo que era muy difícil que se volvieran a ver. De todos modos Paco siempre era optimista aún en las situaciones más difíciles.”
En esa reunión, Verbitsky notó que Urondo tenía un mal presentimiento. “El había vivido en Mendoza, a partir de su primera detención en febrero d...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Sobre este libro
  5. Sobre Pablo Montanaro
  6. Índice
  7. Dedicatoria
  8. Prólogo
  9. I. La vida por delante
  10. II. Vivir en el corazón de una palabra
  11. III. El libro bien escrito, la carne perfecta
  12. IV. Grandes emociones colectivas
  13. V. Empuñé un arma porque busco la palabra justa
  14. VI. Del otro lado de la reja está la libertad
  15. VII. Sé que llegaré a ver la revolución
  16. VIII. Daré la vida para que nada siga como está
  17. IX. Queridos hijitos
  18. X. Futuro y memoria se vengarán algún día
  19. Testimonios