CHINA Y EL NUEVO ORDEN MUNDIAL. PARTE 1
Septiembre de 2010
Entre todas las presuntas amenazas a la superpotencia reinante en el mundo hay un rival que está emergiendo silenciosa y enérgicamente: China. Y Estados Unidos está escudriñando muy de cerca sus intenciones.
El 13 de agosto [de 2010] un estudio del pentágono expresaba la preocupación de que China esté expandiendo sus fuerzas militares de manera de que “podrían cancelar la capacidad de las naves de guerra estadunidenses para operar en aguas internacionales fuera de la costa”, informa Thom Shanker en el New York Times.
A Washington le alarma que “la falta de apertura de China respecto al crecimiento, las capacidades e intenciones de su ejército inyecte inestabilidad en una región vital del globo”.
Por otro lado, Estados Unidos se muestra muy abierto acerca de su intención de actuar libremente por toda la “región vital del globo” que rodea a China (y a cualquier otro lado).
Estados Unidos anuncia su amplia capacidad de hacerlo con un presupuesto militar creciente que equivale aproximadamente al del resto del mundo en su conjunto, con cientos de bases militares en todo el planeta y una inmensa ventaja en la tecnología de la destrucción y el dominio.
La falta de comprensión de las reglas de la civilidad internacional por parte de China fue puesta de manifiesto por sus objeciones a los planes de que el avanzado portaaviones nuclear USS George Washington tomase parte en los ejercicios militares de Estados Unidos y Corea del Sur cerca de las costas chinas en julio [de 2010], con la presunta capacidad de atacar Pekín.
En contraste, Occidente entiende que esas operaciones estadunidenses se emprenden todas para defender la estabilidad y su propia seguridad.
El término “estabilidad” tiene un significado técnico en el discurso de los asuntos internacionales: la dominación por parte de Estados Unidos. Así que nadie levantó la ceja cuando James Chace, ex editor de Foreign Affairs, explica que para alcanzar la “estabilidad” en Chile en 1973 fue necesario “desestabilizar” el país, derrocando al gobierno electo del presidente Salvador Allende e instalando la dictadura del general Augusto Pinochet, que procedió a masacrar y torturar sin control y a establecer una red de terror que contribuyó a instalar regímenes similares en otros países, con respaldo norteamericano, en pro de la estabilidad y la seguridad.
Es habitual reconocer que la seguridad de Estados Unidos requiere un control absoluto. El imprimátur académico a esta premisa se lo dio el historiador John Lewis Gaddis, de la Universidad de Yale, en su artículo “Surprise, security, and the American exerience” [“Sorpresa, seguridad y la experiencia estadunidense”], en el que investiga las raíces de la doctrina de la guerra preventiva del presidente George W. Bush.
El principio operativo es que la expansión es “la senda a la seguridad”, doctrina que Gaddis remonta lleno de admiración casi dos siglos, al presidente John Quincy Adams, el autor intelectual del Destino Manifiesto.
Cuando Bush advirtió que “los norteamericanos deben ‘estar preparados para una acción anticipada cuando sea necesario para defender nuestra libertad y defender nuestras vidas’ —observa Gaddis— estaba haciéndose eco de una vieja tradición, más que estableciendo una nueva”, reiterando principios que los presidentes desde Adams hasta Woodrow Wilson “hubiesen entendido [...] muy bien”.
Y lo mismo ocurriría con los sucesores de Wilson hasta el presente. La doctrina del presidente Bill Clinton era que Estados Unidos tiene derecho de usar la fuerza militar para garantizar “el acceso irrestricto a mercados clave, aprovisionamientos de energía y recursos estratégicos” sin siquiera tener que inventar pretextos del estilo de los de Bush II.
Según el secretario de Defensa de Clinton, William Cohen, Estados Unidos, por lo tanto, tiene que mantener inmensas fuerzas militares “desplegadas hacia adelante” en Europa y en Asia “a fin de conformar la opinión de los pueblos sobre nosotros” y de “configurar los acontecimientos que afectarán nuestra forma de vida y nuestra seguridad”. Esta receta de guerra permanente es una nueva doctrina estratégica, observa el historiador militar Andrew Bacevich, que fue amplificada más tarde por Bush II y por el presidente Obama.
Como lo saben todos los jefes de la mafia, hasta la más mínima pérdida de control puede llevar a destejer el sistema de dominación si los demás se sienten instados a seguir una vía similar.
Este principio central del poder se formula como “teoría del dominó” en el lenguaje de los políticos, que en la práctica se traduce en el reconocimiento de que el “virus” del desarrollo independiente exitoso puede “esparcir el contagio” por otros lugares y que por lo tanto debe ser destruido mientras las víctimas potenciales de la plaga son vacunadas, usualmente por medio de dictaduras brutales.
Según el estudio del Pentágono, el gasto militar chino se expandió hasta lo que se calcula fueron 150 000 millones de dólares en 2009, acercándose “a una quinta parte de lo que gastó en total el Pentágono de Estados Unidos en llevar a cabo sus guerras en Iraq y Afganistán” en ese año, sólo una fracción del presupuesto militar total de Estados Unidos, por supuesto.
Las inquietudes de Estados Unidos son comprensibles, si se toma en cuenta el supuesto virtualmente irrefutado de que ese país debe mantener un “poder incuestionado” sobre gran parte del mundo, con “supremacía militar y económica”, garantizando al mismo tiempo la “limitación de todo ejercicio de soberanía” por parte de estados que pueden interferir con sus designios globales.
Éstos eran los principios formulados por los planificadores de alto nivel y los expertos en política exterior durante la segunda guerra mundial cuando desarrollaban el marco para el mundo de la posguerra, el cual se puso en práctica ampliamente.
Estados Unidos debía mantener su dominio en una “gran área”, que debía incluir, como mínimo, el hemisferio occidental, el Lejano Oriente y el ex imperio británico, incluyendo los recursos cruciales de energía del Medio Oriente.
A medida que Rusia comenzó a aplastar a los ejércitos nazis después de Stalingrado, los objetivos de la gran área se extendieron lo más posible hacia Eurasia. Siempre estuvo entendido que Europa podía escoger seguir un curso independiente, tal vez la visión gaullista de una Europa que fuese desde el Atlántico hasta los Urales. La Organización del Tratado del Atlántico Norte tenía el propósito, en parte, de contrarrestar esta amenaza, y es una cuestión que sigue estando muy viva hoy mientras la otan se expande para convertirse en una fuerza de intervención, manejada por Estados Unidos, responsable de controlar la “decisiva infraestructura” del sistema global de energía del que depende Occidente.
Desde que Estados Unidos, durante la segunda guerra mundial, se convirtió en el poder dominante del planeta ha procurado mantener un sistema de control global. Pero este proyecto no es fácil de sustentar. El sistema está erosionándose visiblemente, con significativas implicaciones para el futuro. China es un jugador cada vez más influyente... y desafiante.
Ese tema común acerca del mundo de hoy puede recordarnos los primeros días del “declive norteamericano”, otro tema común de hoy. Este declive se inició hace mucho tiempo. Estados Unidos estuvo en la cúspide de su poder en 1945. El primer gran golpe a sus planes de dominación global se dio en 1949, cuando “la República Popular China” declaró la independencia, acontecimiento que se conoce convencionalmente como “la pérdida de China”: frase interesante, ya que sólo se puede perder lo que se posee. Ésa fue la primera de muchas “pérdidas”. El desafío actual de China es de orden diferente.
CHINA Y EL NUEVO ORDEN MUNDIAL. PARTE 2
1 de octubre de 2010
De todas las “amenazas” al orden mundial una de las más persistentes es la democracia, a menos que esté bajo control imperial y, más en general, la afirmación de la independencia. Esos temores han guiado el poder imperial a lo largo de la historia.
En Sudamérica, el tradicional patio trasero de Washington, los sujetos son cada vez más desobedientes. Sus pasos hacia la independencia avanzaron más en febrero [de 2010], con la formación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, que incluye todos los estados del hemisferio aparte de Estados Unidos y Canadá.
Por primera vez desde las conquistas españolas y portuguesas, cinco siglos atrás, América del Sur está avanzando hacia la integración, prerrequisito de la independencia. También está comenzando a ocuparse del escándalo interno de un continente que está dotado de ricos recursos pero dominado por diminutos islotes de élites acaudaladas en un mar de miseria.
Además, se están desarrollando las relaciones Sur-Sur, en las que China desempeña un papel dominante, tanto como consumidor de materias primas como cuanto inversionista. Su influencia está creciendo rápidamente y ha rebasado la de Estados Unidos en algunos países ricos en recursos.
Más significativos aún son los cambios en el escenario del Medio Oriente. Hace 60 años el influyente planificador A.A. Berle aconsejaba que controlar los incomparables recursos de energía de la región podría proporcionar “un sustantivo control del mundo”.
De manera correspondiente, la pérdida de control acarrearía el peligro del proyecto del dominio global. Para los años setenta los principales productores habían nacionalizado sus reservas de hidrocarburos, pero Occidente mantenía una influencia sustancial. En 1979 se “perdió” Irán con el derrocamiento de la dictadura del sha, que había sido impuesta por un golpe militar de Estados Unidos e Inglaterra en 1953 para garantizar que ese tesoro se mantendría en las manos correctas.
En este momento, sin embargo, se está perdiendo el control incluso entre los clientes más tradicionales de Estados Unidos.
Las principales reservas conocidas de hidrocarburos están en Arabia Saudita, dependiente de Estados Unidos desde que este país desplazó de allí a Inglaterra en una miniguerra librada durante la segunda guerra mundial. Estados Unidos sigue siendo, de lejos, el principal inversionista en Arabia Saudita y su más importante socio comercial, y Arabia Saudita ayuda a sustentar la economía estadunidense por medio de sus inversiones.
No obstante, ahora más de la mitad de las exportaciones de petróleo saudita van a Asia, y sus planes de crecimiento miran hacia el este. Lo mismo podría ocurrir con Iraq, el país que tiene las segundas reservas en tamaño, si logra reconstruirse después de la destrucción masiva de las sanciones homicidas de Estados Unidos-Reino Unido y de la invasión. Y la política norteamericana está impulsando a Irán, el tercer gran productor, en la misma dirección.
En este momento China es el principal importador de petróleo del Medio Oriente y el mayor exportador a la región, tras haber remplazado a Estados Unidos. Las relaciones comerciales están creciendo muy rápido, y se duplicaron en los últimos cinco años.
Las implicaciones para el orden mundial son significativas, tal como lo es el silencioso ascenso de la Organización de Cooperación de Shanghai, que incluye gran parte de Asia pero ha dejado fuera a Estados Unidos, y que es potencialmente “un nuevo cártel de energía que involucra tanto a productores como consumidores”, según observa el economista Stephen King, autor de Losing control: The emerging threats to Western prosperity [Perder el control: Las crecientes amenazas a la prosperidad occidental].
En los círculos políticos occidentales y entre los comentaristas políticos a 2010 se le llama “el año de Irán”. Se considera que la amenaza iraní plantea el más grave peligro al orden mundial y que debe ser el centro de atención primaria de la política exterior estadunidense, con Europa yendo cortésmente atrás, como de costumbre. Se reconoce oficialmente que la amenaza no es militar; es más bien el riesgo de independencia.
Para mantener la “estabilidad” Estados Unidos ha impuesto duras sanciones contra Irán pero, fuera de Europa, pocos les están haciendo caso. Los países no alineados —la mayor parte del mundo— llevan años oponiéndose enérgicamente a la política estadunidense hacia Irán.
Sus vecinos Turquía y Pakistán están construyendo nuevos oleoductos hacia Irán y el comercio va en aumento. La opinión pública árabe está tan enardecida por la política occidental que incluso una mayoría favorece el desarrollo de armas nucleares por parte de Irán.
El conflicto beneficia a China. “Los inversionistas y los comerciantes chinos están llenando ahora un vacío en Irán a medida que se retiran los negocios de muchas otras naciones, especialmente de Europa”, informa Clayton Jones en el Christian Science Monitor. China, en particular, está expandiendo su papel dominante en las industrias energéticas iraníes.
Washington está reaccionando con un toque de desesperación. En agosto [de 2010] el Departamento de Estado advirtió que “si China quiere hacer negocios en todo el mundo también tendrá que proteger su propia reputación, y si se tiene la reputación de ser un país dispuesto a eludir y evadir las responsabilidades internacionales eso tendrá un impacto a largo plazo... sus responsabilidades internacionales son claras”, a saber, obedecer las órdenes de Estados Unidos.
Es poco probable que los líderes chinos se impresionen con semejante lenguaje, el de un poder imperial que procura desesperadamente aferrarse a una autoridad que ya no tiene. Una amenaza muchísimo mayor al dominio imperial que Irán es China que se niegue a obedecer órdenes... y que de hecho, como potencia grande y creciente, que las ignore con desdén, postura con una profunda resonancia histórica.
LAS ELECCIONES DE ESTADOS UNIDOS:
IRA MAL DIRIGIDA
4 de noviembre de 2010
Las elecciones de medio término de Estados Unidos registran un nivel de ira, temor y desilusión en el país que no se parece a nada de lo que pueda recordar en mi vida. Como los demócratas están en el poder, les toca la peor parte de la repugnancia ante nuestra situación socioeconómica y política actual.
Más de la mitad de los “estadunidendes medios” en una encuesta conducida por Rasmussen el mes pasado [octubre de 2010] dijeron que veían favorablemente al movimiento Tea Party, cosa que refleja el espíritu del desencanto.
Los agravios son legítimos. Durante más de treinta años el ingreso real de la mayoría de la población se ha estancado o ha mermado, mientras aumentaban los horarios de trabajo y la inseguridad, junto con el endeudamiento. Se ha acumulado riqueza pero en muy pocos bolsillos, lo que condujo a una desigualdad sin precedentes.
Estas consecuencias emanan sobre todo de la financialización de la economía desde la década de 1970 y del correspondiente vaciamiento de la producción nacional, acontecimientos, ambos, relacionados con la declinación de la tasa de utilidad de las manufacturas, como lo analizara en detalle el historiador y economista político Robert Brenner. El proceso se ve espoleado por la manía de desregularización favorecida por Wall Street y apoyada por economistas hipnotizados por mitos del mercado eficiente, y por otras decisiones que fluyen de la concentración del poder económico y político.
La gente ve que los banqueros, que en gran medida fueron responsables de la crisis financiera y que se salvaron de la bancarrota gracias al público se están rodeando ahora de beneficios récord e inmensos bonos. Mientras tanto, el desempleo oficial sigue rondando el 10%. Las manufacturas están en niveles de la época de la depresión: una de cada seis personas está desempleada, y es poco probable que vuelva a haber buenos trabajos.
Atinadamente, la gente demanda respuestas pero no las recibe, excepto por parte de voces que cuentan historias que tienen cierta coherencia interna... si se suspende la incredulidad y se ingresa en ese mundo de irracionalidad y engaño.
Sin embargo, es un grave error ridiculizar los trucos sucios del Tea Party. Resulta mucho más apropiado comprender qué se oculta detrás de la atracción popular del movimiento, y preguntarnos por qué personas justamente furiosas están siendo movilizadas por la extrema derecha y no por la clase de activismo constructivo que surgió durante la depresión, como el que organizó el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO).
Ahora los simpatizantes del Tea Party están oyendo que todas las instituciones —el gobierno, las corporaciones y las profesiones— están podridas, y que nada funciona.
En medio de la falta de empleo y los desahucios los demócratas no pueden quejarse de las políticas que llevaron al desastre. Es posible que los peores culpables fuesen el presidente Ronald Reagan y sus sucesores republicanos, pero esas políticas se iniciaron con el presidente Jimmy Carter y se aceleraron con Bill Clinton. Durante la elección presidencial [d...