Anatomía del fascismo
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Anatomía del fascismo

Roberto O. Paxton, José Manuel Álvarez Flórez

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Anatomía del fascismo

Roberto O. Paxton, José Manuel Álvarez Flórez

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¿Qué es el fascismo? Centrándose en lo que hicieron los fascistas en lugar de en lo que dijeron, el historiador Robert O. Paxton responde a la pregunta. Desde las primeras bandas violentas y uniformadas que golpeaban a "enemigos del Estado", hasta el ascenso de Mussolini al poder o la radicalización fascista de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, Paxton nos explica por qué los fascistas llegaron al poder en algunos países y no en otros, y se pregunta si el fascismo podría existir fuera del marco europeo de principios del siglo xx en el que surgió. Basándose en la valiosa y extensa investigación de toda una vida, Anatomía del fascismo explora qué es el fascismo y cómo ha llegado a tener un impacto duradero y continuo en nuestra historia. Ante la clamorosa escasez de definiciones para la peculiar visión política popular, nacionalista y conservadora, Paxton ofrece su propia y brillante explicación, extraída de acciones históricas concretas, transformando así la comprensión de esta peligrosa ideología y de por qué, cuándo y dónde se afianza. Este convincente documento amplía notablemente nuestro conocimiento de lo que ha sido "la principal innovación política del siglo xx y la fuente de gran parte de su dolor".

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Información

Año
2019
ISBN
9788412030068
Edición
1
Categoría
History
Categoría
World History

05

El ejercicio del poder
La naturaleza del gobierno fascista:
«Estado dual» y amorfia dinámica
Los propagandistas del fascismo querían que viésemos solo al dirigente en su pináculo, y tuvieron un notable éxito. La imagen de poder monolítico que transmitieron la reforzaron más tarde el temor de los aliados a la maquinaria militar nazi durante el periodo de guerra, así como las afirmaciones de posguerra de las élites conservadoras italianas y alemanas de que habían sido las víctimas de los fascistas en vez de sus cómplices. Persiste hoy en la idea que tiene la mayoría de la gente del régimen fascista.
Sin embargo, los observadores perspicaces pronto percibieron que las dictaduras fascistas no eran ni monolíticas ni estáticas. Ningún dictador gobierna solo. Quiere conseguir la cooperación, o la aquiescencia al menos, de los sectores decisivos del régimen —los militares, la policía, la judicatura, el funcionariado— y de poderosas fuerzas sociales y económicas. En el caso especial del fascismo, que necesitaba que las élites conservadoras le abrieran las puertas, el nuevo caudillo no podía dejarlas a un lado despreocupadamente. Un cierto grado, al menos, de poder compartido obligatorio con el orden establecido conservador preexistente hizo las dictaduras fascistas fundamentalmente distintas en sus orígenes, en su desarrollo y en la práctica de la de Stalin.
En consecuencia, no hemos conocido nunca un régimen fascista ideológicamente puro. En realidad, eso difícilmente parece posible. Todas las generaciones de estudiosos del fascismo han afirmado que los regímenes se apoyaban en cierto género de pacto o alianza entre el partido fascista y fuerzas conservadoras poderosas. A principios de la década de 1940 el refugiado socialdemócrata Franz Neumann sostuvo en su clásico Behemoth que lo que gobernaba la Alemania nazi era un «cártel» de partido, industria, Ejército y burocracia, que se mantenía unido exclusivamente por «el beneficio, el poder, el prestigio y sobre todo el miedo».[352] A finales de la década de 1960, el liberal moderado Karl Dietrich Bracher consideró que «el nacionalsocialismo llegó a existir y alcanzó el poder bajo condiciones que permitieron una alianza entre fuerzas autoritario-conservadoras y tecnicistas, nacionalistas y revolucionario-dictatoriales».[353] Martin Broszat denominó a los conservadores y nacionalistas del gabinete de Hitler sus «socios de coalición».[354] A finales de la década de 1970, Hans Mommsen describió el «sistema de gobierno» nacionalsocialista como una «alianza» entre «élites fascistas en ascenso y miembros de los grupos rectores tradicionales» «engranados [...] pese a las diferencias» en un proyecto común para dejar a un lado el Gobierno parlamentario, restablecer un Gobierno fuerte y aplastar al «marxismo».[355]
El carácter compuesto del Gobierno fascista en Italia fue más flagrante aún. El historiador Gaetano Salvemini recordaba a su regreso del exilio la «dictadura dualista» del Duce y el rey.[356] Alberto Aquarone, el destacado estudioso del Estado fascista, resaltó las «fuerzas centrífugas» y las «tensiones» a las que se enfrentó Mussolini en un régimen que, «quince años después de la Marcha sobre Roma», aún tenía «muchos rasgos derivados directamente del Estado liberal».[357] Los destacados investigadores alemanes del fascismo italiano Wolfgang Schieder y Jens Petersen hablan de «fuerzas opuestas» y «contrapesos»[358] y Massimo Legnani, de las «condiciones de cohabitación/cooperación» entre los elementos integrantes del régimen.[359] Hasta Emilio Gentile, el más deseoso de demostrar el poder y el éxito del impulso totalitario en la Italia fascista, admite que el régimen era una realidad «compuesta» en la que la «ambición de poder personal» de Mussolini luchaba en «constante tensión» tanto con las «fuerzas tradicionales» como con los «intransigentes del Partido Fascista», divididos entre ellos por una «sorda lucha» —sorda lotta— de facciones.[360]
La estructura compuesta significa también que los regímenes fascistas no han sido estáticos. Es un error suponer que una vez que el caudillo llegaba al poder se acababa la historia y la sustituía la pompa.[361] La historia de los regímenes fascistas que hemos conocido ha estado llena, por el contrario, de conflicto y tensión. Los conflictos que ya hemos comentado en la etapa de arraigo se agudizan cuando llega el momento de distribuir el botín del cargo y de elegir entre vías de actuación. La tensión aumenta cuando las diferencias políticas se traducen en ganancias y pérdidas tangibles. Los conservadores tienden a retroceder hacia un autoritarismo tradicional más cauto, respetuoso de la propiedad y de la jerarquía social; los fascistas avanzan hacia la dictadura dinámica, niveladora y populista, dispuestos a subordinar todo interés privado a los imperativos del engrandecimiento nacional y la purificación. Las élites tradicionales procuran conservar posiciones estratégicas; los partidos quieren ocuparlas con hombres nuevos o eludir las bases del poder conservador con «estructuras paralelas»; los dirigentes soportan presiones de las élites y de los fanáticos del partido.
Esas luchas se sucedieron en Italia y en Alemania, con resultados variables. Mientras el régimen fascista italiano decayó hacia el Gobierno conservador autoritario, la Alemania nazi se radicalizó hacia la licencia sin freno del partido. Pero los regímenes fascistas no han sido nunca estáticos. Debemos ver el Gobierno fascista como una lucha interminable por el predominio dentro de una coalición, exacerbada por el colapso de las limitaciones constitucionales y de la soberanía de la ley y por un clima imperante de darwinismo social.
Algunos comentaristas han reducido esta lucha a un conflicto entre el partido y el Estado. Una de las primeras interpretaciones, y de las más sugerentes, del conflicto partido-Estado fue el retrato que hizo el investigador refugiado Ernst Fraenkel de la Alemania nazi como un «Estado dual». En el régimen de Hitler, escribió Fraenkel, un «Estado normativo», compuesto por las autoridades legalmente constituidas y el funcionariado tradicional, luchaba por el poder con un «Estado prerrogativo» formado por las organizaciones paralelas del partido.[362] La idea de Fraenkel fue fructífera y haré uso de ella.
De acuerdo con el modelo de Fraenkel del Gobierno nazi, el segmento «n...

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