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La revolución rusa pasó por aquí
- 284 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
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La revolución rusa pasó por aquí
Descripción del libro
La revolución rusa de Octubre de 1917 despertó muchas expectativas en toda Europa, hasta el punto que parecía que el proceso revolucionario se extendería muy pronto por el continente europeo. El siglo XX estaba destinado a ser el "siglo del socialismo", de la misma manera que el XIX había sido el "siglo del capitalismo". Cien años después es evidente que las perspectivas no se cumplieron, que la Unión Soviética surgida de la revolución desapareció en los inicios de la última década del siglo. En España el triunfo de la revolución rusa fue recibido con entusiasmo entre muchos sectores populares y durante muchos años la URSS fue un referente inevitable. De alguna manera, su historia sigue siendo un referente inexcusable desde el momento en el que se plantean otras alternativas al ultra-capitalismo vigente y a sus consecuencias.
En el presente libro se recogen una serie de artículos, centrados en las implicaciones de la revolución de octubre en Rusia con las luchas de la clase obrera en España. Implicaciones que no se limitaron al territorio específico del estado español, sino que llegaron a la propia Rusia, que en muchos casos acabó convirtiéndose en una auténtica Meca de revolucionarios españoles como Andreu Nin y Joaquín Maurín que desde su correspondencia traslucen las tensiones y dificultades del momento. Por ello, además de los artículos que se centran específicamente en las repercusiones inmediatas de la revolución rusa en España, hemos querido recoger otros aspectos no menos importantes, que pasan desde el carácter utópico en el arte en el tiempo que precede al oscuro apogeo del estalinismo, el papel del partido bolchevique o la última hazaña protagonizada por Lenin antes de morir para evitar la inevitable burocratización. Sin olvidarnos de la abundante bibliografía sobre la cuestión y de sus variantes cinematográficas generadas paralelamente por la Unión Soviética y por Hollywood.
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Información
Pelai Pagès i Blanch, Pepe Gutiérrez-Álvarez (dir.)
Pelai Pagès i Blanch, Javier Maestro, Chris Ealham,
Arturo Zoffmann Rodríguez, Ángel García Pintado, Pierre Broué, Daniel Bensaïd, Pepe Gutiérrez-Álvarez, Andreu Nin
Arturo Zoffmann Rodríguez, Ángel García Pintado, Pierre Broué, Daniel Bensaïd, Pepe Gutiérrez-Álvarez, Andreu Nin
LA REVOLUCIÓN RUSA
PASÓ POR AQUÍ

INTRODUCCIÓN
Pelai Pagès i Blanch
No fue por casualidad ni por capricho que el historiador británico Eric J. Hobsbawm considerase el siglo xx como un siglo «corto», un siglo que empezó en 1917 y puso su punto final en 1991. La razón, a simple vista, parece clara: de la misma manera que la Gran Guerra del 1914 —la Primera Guerra Mundial— cerró la problemática y los conflictos que habían caracterizado el siglo xix, el siglo por excelencia del desarrollo y la expansión del capitalismo y de las contradicciones entre los distintos Estados capitalistas de Europa; en 1917, con el triunfo de la revolución rusa de octubre, se inició una nueva etapa durante la cual los principales conflictos a nivel internacional se produjeron entre dos mundos ideológicamente, políticamente y socialmente contrapuestos: un mundo capitalista que pugnaba por resistir y mantenerse y un mundo socialista, encabezado por la Unión Soviética, que desde 1917 aspiraba a universalizarse y a convertir el siglo xx en el siglo del socialismo. La desaparición final de la URSS en 1991, después de que ya sucumbieran los países satélites del Este de Europa, cerraría el ciclo histórico de conflictos entre capitalismo y socialismo. Entre ambas fechas, naturalmente, hubo otra Gran Guerra —la Segunda Guerra Mundial— en la que, coyunturalmente, una parte del mundo capitalista se alió con la URSS para derrotar al fascismo; el «socialismo real» se expandió a media Europa y a una importante región de Asia e incluso llegó a las mismas puertas de los Estados Unidos, aunque el modus operandi y la casuística que provocó dicha expansión fueron en cada caso diferentes.
El siglo xx —entendido como aquel siglo que marcó una determinada dinámica histórica— fue, pues, un siglo corto, pero también fue, como diría el profesor Josep Fontana, «el siglo de la revolución», de una revolución que debía ser, inevitablemente, mundial, puesto que, como ya había predicho Marx, el socialismo —aquella etapa transitoria de desarrollo histórico que debía llevar al comunismo, a una sociedad, por tanto, sin clases ni Estado— tenía que ser un sistema universal o no sería. Marx y su compañero Engels, como la mayoría de marxistas posteriores, habían defendido siempre la necesidad del carácter universal del socialismo y ello explica la existencia de las Internacionales obreras —desde la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional, fundada por el propio Marx, hasta la Tercera Internacional, Internacional Comunista o Comintern, surgida de la revolución rusa—, cuya función debía ser coordinar a nivel mundial la lucha de todos los obreros para conseguir la revolución mundial.
Cuando en 1917 un país como Rusia —un imperio que se encontraba ya en crisis— llevó a cabo la que tendría que ser la primera revolución proletaria del mundo, a muchos sectores la situación les causó una cierta sorpresa. Inicialmente el marxismo había previsto que la revolución debía producirse en países donde la industrialización y el capitalismo estuvieran más desarrollados, puesto que justamente por esta razón existiría una clase obrera más organizada y con mayor capacidad de iniciativa. Sin embargo, a finales del siglo xix Marx y Engels habían señalado la posibilidad de que la revolución acabase produciéndose en los dos extremos de Europa, en dos países, como Rusia y España, donde, a pesar de las diferencias existentes, se producían también importantes similitudes. Se trataba de dos países eminentemente agrarios, donde a pesar del capitalismo implantado, se producían situaciones que recordaban en muchos aspectos a una sociedad semifeudal —grandes latifundios, situaciones de explotación ingente del campesinado, etc.—, donde la clase obrera se hallaba concentrada en unas regiones muy específicas, pero donde además existía una importante experiencia de luchas contra la opresión tanto en el campo como en las ciudades.
Por ello, cuando estalló la revolución en el imperio de los zares —en dos estadios, en febrero de 1917, cuando se abolió la monarquía, y en octubre de 1917, cuando los bolcheviques tomaron el poder— las expectativas que se generaron en toda Europa fueron enormes. Es cierto que la guerra y sus consecuencias entre la mayoría de la población rusa habían tenido un importante papel en la casuística que generó las dos revoluciones. El coste de la guerra se cargaba especialmente en las espaldas de los campesinos rusos que, derrota tras derrota, veían como los zares y después la burguesía liberal en el poder, no tenían ninguna voluntad de abandonar la guerra. Y cuando los bolcheviques firmaron la paz por separado con Alemania, antes de que se diera por terminada la guerra con la derrota de las potencias centrales, la frustración que generó entre sus aliados fue enorme. Pero la guerra estaba muy cerca de terminarse y con su fin se inició una profunda crisis social y política que a punto estuvo de extender la revolución por todo el continente europeo, con revoluciones como la que protagonizaron Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht en Alemania o Béla Kun en Hungría. Amén de las situaciones de crisis que vivieron incluso países que habían vencido en la guerra.
En este contexto España, que no había participado en la guerra, tampoco se quedó atrás. 1917 ha pasado a la historia como el año de una profunda crisis que se inició con las famosas Juntas Militares de Defensa, durante los primeros meses del año, continuó a principios de verano con la Asamblea de Parlamentarios auspiciada desde Cataluña por sectores de la burguesía industrial y culminó en agosto con la huelga general revolucionaria que, a pesar de su fracaso, inició unos años de intensas luchas sociales, que acabaron provocando la instauración de la dictadura militar de Primo de Rivera en septiembre de 1923.
Que en España la posibilidad de un cambio revolucionario era posible parece evidente. Que las luchas de los campesinos —en especial de los campesinos andaluces— y de los obreros podían haber potenciado importantes transformaciones políticas y sociales también lo parece. Y que, a partir de octubre de 1917, la revolución rusa fue un referente —incluso para quienes se hallaban ideológicamente muy alejados de la ideología de los bolcheviques— también parece claro. Entre 1918 y 1920 Andalucía conoció un proceso de luchas tan intenso que —no es por casualidad— estos años han pasado a la historia como el «trienio bolchevique». Y no es por casualidad tampoco que la CNT, el gran sindicato anarcosindicalista español, acabó adhiriéndose, aunque fuese de forma provisional, a la Internacional Comunista. No fueron pocos los campesinos y obreros españoles que, sin serlo, se consideraron bolcheviques, incluso antes de que surgiera —como sucedió en la mayoría de países— el Partido Comunista.
Pero en España, como en el resto de Europa, la revolución acabó fracasando. Las clases dominantes, que controlaban el Estado, consiguieron imponerse a través de una dura represión en la que no faltaron ilegalidades flagrantes, como la denominada «ley de fugas» y no pocos asesinatos de líderes carismáticos del movimiento obrero. En España, como en el resto de Europa, donde la revolución estuvo muy cerca, su fracaso tuvo una casuística muy concreta con una deriva tal que, como en otros países, terminó en una dictadura militar. Una dictadura que, todo hay que decirlo, tuvo todo el apoyo de las clases dominantes e incluso de aquellas que en momentos determinados habían impulsado reformas institucionales. Pero ahora quedaba claro que las reformas lo único que pretendían era evitar la revolución. En cualquier caso, sin embargo, el «espejismo», el referente de la revolución rusa, no desapareció ni mucho menos y, a pesar de los cambios experimentados por la Unión Soviética, sobre todo desde el momento en que Stalin se ocupó del poder, se mantuvo a lo largo de los años treinta, durante la Segunda República y la guerra civil. Para algunos —hay que decirlo— se mantuvo mucho más allá e incluso hasta después de la desaparición de la URSS.
Es justamente por las razones expuestas que, en el presente libro, La revolución rusa pasó por aquí, recogemos una serie de artículos y trabajos, algunos ya publicados y otros muchos inéditos, que se centran sobre todo en las implicaciones que se produjeron entre la revolución de Octubre en Rusia y las luchas de la clase obrera en España, en unos años cruciales desde muchos puntos de vista. Implicaciones que no se limitaron al territorio específico del Estado español, sino que llegaron a la propia Rusia, que en muchos casos acabó convirtiéndose en una auténtica Meca de muchos revolucionarios españoles. Por ello, además de los artículos que se centran específicamente en las repercusiones inmediatas de la revolución rusa en España, hemos querido recoger otros aspectos no menos importantes, que pasan desde el carácter utópico de la revolución, el papel del partido bolchevique o la última hazaña protagonizada por Lenin antes de morir para evitar la inevitable burocratización. Sin olvidarnos de la importante bibliografía y cinematografía que ha generado tanto en España como fuera y en la propia Unión Soviética, la revolución de Octubre. Hemos querido cerrar el volum...
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