Buenas y enfadadas
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Buenas y enfadadas

  1. 368 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

Traister rastrea la historia de la ira femenina como combustible político, desde sufragistas que marchan en la Casa Blanca hasta empleadas de oficinas que abandonan sus edificios después de que Clarence Thomas fuera confirmado ante el Tribunal Supremo. Explora esta ira tanto con los hombres como con otras mujeres; la ira entre aliados y enemigos ideológicos; las diversas formas en que se percibe la ira en función de su dueño, la historia de la caricatura y deslegitimación de la ira femenina y la forma en que su furia colectiva se ha convertido en un combustible político transformador, como ocurre en la actualidad. Ella deconstruye la condena de la sociedad (y los medios de comunicación) a la emoción femenina (en particular, la rabia) y el impacto de sus repercusiones resultantes.

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Información

Año
2019
ISBN de la versión impresa
9788494966767
ISBN del libro electrónico
9788412030037
Edición
1
Categoría
Literatura

PARTE II

MEDUSAS
Cuando mi madre estaba a punto de darme a luz en El Paso, Texas, fue al hospital porque tenían que hacerle una cesárea. Pero era negra, no la admitían. Era un hospital católico. Mi abuela, que era medio irlandesa —porque a mi bisabuela, que había sido empleada doméstica, la violó el señor de la casa, que era blanco—, parecía blanca, así que tuvo que convencer a los del mostrador de admisión de que mi madre era su hija. Al final las dejaron pasar, pero a mi madre la dejaron en el vestíbulo, en una camilla, sin atender. Comenzó a delirar. Necesitaba una cesárea. Por fin la vio un médico y la llevó al quirófano, pero era demasiado tarde para hacer la cesárea: casi se muere. A mí me tuvieron que sacar con fórceps, y por poco no lo cuento. Ella casi se muere y yo podría no haber llegado hasta aquí. ¿No es para estar enfadada? Por favor. No me gusta hablar de estas cosas, pero creo que la ira ha formado parte de mi vida desde el día que nací. Hasta cierto punto, eso es lo que me ha motivado para combatir el racismo, el sexismo, la falta de acceso de las mujeres a los servicios de salud… Durante toda mi vida, esa ha sido mi lucha.
CONGRESISTA BARBARA LEE

05

Ese genio, esa lengua
La congresista Barbara Lee estaba enfadada.
Verano de 2017: los mismos liberales demócratas que representaban a Oakland, California, habían obtenido no hacía mucho una de las pocas victorias bipartidistas auténticas —y sorprendentes— de aquel complicado periodo legislativo: una victoria en la que ella llevaba trabajando más de una década.
Lee, la única integrante del Congreso que votó contra la AUMF (Autorización para Emplear la Fuerza Militar) en 2001, tres días después de los ataques terroristas del 11-S, llevaba haciendo campaña prácticamente desde entonces para que se anulara esa autorización que otorgaba al presidente la capacidad de ir a una guerra sin que lo aprobara el Congreso, y que se había utilizado para justificar al menos treinta y siete intervenciones militares en catorce naciones. En junio Lee había conseguido, por fin, el apoyo republicano necesario para derogar la AUMF, y un plazo de ocho meses para revisarla y sustituirla por otra. Contra las objeciones del presidente del Congreso, Paul Ryan, la enmienda de Lee a un proyecto de ley para el gasto del Ministerio de Defensa había salido adelante gracias al voto del Comité de Presupuestos con el apoyo de demócratas y republicanos.[71] Politico definió el voto del Comité de Presupuestos como «el más extraño espectáculo del Congreso: un debate serio en el que hubo cambios de opinión y cuyos resultados en materia de voto nadie hubiera imaginado». En otras palabras: en un año que había sido muy turbio, el voto que permitió derogar la AUMF se revelaba como un ejemplo singular de democracia funcional; cuando lo aprobó el Comité de Presupuestos con tan arrollador apoyo, los demás legisladores de la cámara aplaudieron.[72]
Y tres semanas después de aquello, Paul Ryan retiró la enmienda de Lee del proyecto de ley antes de que pudiera votarse ante toda la cámara. La derogación se invalidó en mitad de la noche, sin votos y sin explicaciones.
«Se evaporó —me dijo Lee unas cuantas semanas después—. Como si lo hubieran borrado y escrito algo encima. Todo esto resulta sórdido. Y es así continuamente».
Lee, profundamente sorprendida, compareció ante el Comité de Reglas y expuso sus objeciones al procedimiento por el que se había anulado la derogación ante al presidente del comité, el republicano de Texas Pete Sessions, que respondió a los comentarios de Lee, transmitidos con la mayor corrección, con vana condescendencia. «Pete Sessions me enfadó muchísimo, pero intenté contener la ira», recordaba Lee.
Lee recuerda todo lo que meditó en su fuero interno durante el tira y afloja con Sessions: «Tengo que evitar que piensen que no soy responsable, que no sé de lo que estoy hablando. Tengo que ser lógica y coherente; no puedo mostrar mis emociones porque entonces dirán: “Ya está otra vez esa negra enfadada. Siempre enfadada por algo, ya está otra vez”».
Lee decidió conservar la mesura. No cesaba de expresar su incredulidad y su desaliento por cómo y por qué se hubiera retirado la enmienda a discreción de un par de legisladores aislados, a pesar de haber sido aprobada por el Comité de Presupuestos con un amplio apoyo por parte de ambos partidos. Se quedó de piedra cuando Sessions, varón, blanco y de Texas, que llevaba más o menos el mismo tiempo que ella de congresista, le explicó que así era como funcionaban las cosas.
Al final de la interacción Lee dejó salir, por fin, parte de su frustración. Dijo a Sessions: «Me sorprende mucho este procedimiento y cómo se ha llevado a cabo. Espero que en el futuro prevalezca el espíritu del bipartidismo, el orden que marcan las normas y nuestros procesos democráticos, y que esto no se haga con mucha frecuencia, porque esto es verdaderamente injusto». Y le dio cifras que demostraban que aquello había sucedido ya en dos ocasiones solo el pasado año. Él apoyó la cabeza en las manos, como si estuviera agotado. Lee insistió: «Espero que la gente entienda lo importante que es la democracia, lo importante que es el proceso democrático, que no pueden saltárselo tres o cuatro o cinco individuos, cuando todos los congresistas han trabajado juntos y elaborado un proyecto de ley que aprueban los dos partidos. Y después de todo eso, resulta que lo tumban… Me deja perpleja que esto pueda suceder de un día para otro».[73]
Sus colegas, que lo estaban viendo todo desde California, le mostraron su apoyo ante la insistencia con la que había señalado la injusticia que se acababa de cometer: «Me dijeron: “Y tú seguías rebatiéndole, desarmándole”. Y podía haber funcionado, porque si yo hubiera estallado, como él esperaba que lo hiciera, es cuando no hubiera podido desarmarle». La comparecencia de Lee fue, no cabe duda, un máster de contención estratégica, y ella lo sabía. Se estaba enfrentando a un colega varón, y estaba hablando de otros colegas varones que habían jugado sucio, habían intentado engañar, y que ahora se mostraban condescendientes con ella. Y ella fue, ante todo, educada.
Los miembros de su partido se dieron cuenta y ella me contó después que la habían felicitado por ello. «Todo el mundo me alabó por haber sido tan elegante, y todos notaron que lo que yo estaba haciendo en realidad era prepararme para atacarle…, pero me contuve. Todos percibieron mi ira, pero también vieron cómo la controlé. Y eso les hizo estar orgullosos de mí», contó.
Pero la respuesta de aquellos hombres, admitió Lee, aumentó su rabia. Más aún que el juego sucio del comité.
«Esperaban que yo hiciera el papel de negra cabreada, ¿verdad? Y me aplaudían por no haberlo representado, pero yo lo único que quería era maldecirles. Porque ese era el mensaje: “Has estado tan contenida, tan elegante, lo has manejado tan bien… y hacia el final te has dejado llevar un poco, pero has estado estupenda”. Y yo pensaba: “Malditos cretinos, no tenéis ni idea de lo que decís”».
Lo que decían era que nunca se les había pasado por la cabeza lo limitada que estaba Lee —una colega respetada que tenía razones de sobra para mostrarse furibunda al ver que la enmienda que llevaba quince años intentando que se aprobara había sido retirada con malas artes por sus adversarios políticos— en su capacidad de lucha contra aquellos que la habían juzgado mal en lo profesional. Al felicitarla por no haber mostrado la ira que sentía sugerían que esa ira era un recurso inaceptable, cuando en realidad habría sido una reacción perfectamente razonable ante el impropio comportamiento profesional de sus colegas. El mensaje subyacente era que sus colegas nunca habían considerado las presiones que se ejercen sobre las mujeres por razones de raza y de género, muy especialmente sobre las mujeres negras, para que acallen su resentimiento y sus frustraciones, por muy justificados que estén.
El hecho de que Lee supiera que no podía mostrar su ira abiertamente, que tuviera ya interiorizado que expresar su rabia, perfectamente válida, justificada y racional, contribuiría a debilitar su posición, es un síntoma de la misma dinámica distorsionada del poder que hace posible que los varones blancos sean el grupo dominante en el Gobierno, presidentes y portavoces, en número muy superior a cualquier otro grupo demográfico.
El resultado de todos aquellos hosannas que le dedicaron por no haber mostrado su ira, dijo Lee, fue que esa ira había ido en aumento: una ira contra sus colegas y sus adversarios, porque la AUMF seguía sin derogarse. «Me sentía completamente destrozada, herida y…, sí, furibunda». Pero volvería a intentarlo, afirmó Lee: «Una y otra vez, y otra, hasta que lo logre. No voy a permitir que nadie me detenga».
Barbara Lee nació en Texas, de una madre que siempre fue muy firme respecto a su ira. «Era implacable. No toleraba expresiones ni conductas inapropiadas. Hablaba claro y no consentía ninguna tontería», dijo Lee. Recordó una historia que le había contado su madre de cuando era universitaria. Ella y una amiga quisieron unirse a la hermandad Alpha Kappa Alpha, la primera de todo el país formada por mujeres negras. Pero en aquellos tiempos AKA solo admitía mujeres negras de piel clara. Aquello no representó un problema para la madre de Lee, que era nieta de una empleada doméstica que, tras ser violada por el señor de su casa, irlandés, tenía varios hijos de él. «Mi abuela parecía blanca, y mi madre tenía la piel clara y los ojos verdes». Pero la hermandad no admitió a su mejor amiga, Juanita, que tenía la piel más oscura. «Mi madre se enfureció, y dijo: “Al diablo con esto: yo no me apunto”», y llamó a la activista proderechos humanos y educadora Mary McLeod Bethune para que fuese a la Texas Southern University y ayudara a los estudiantes a organizar una protesta. «Así era mi madre, siempre organizando algo», dijo Lee.
Cuando la propia Lee era estudiante del instituto de enseñanza superior de San Fernando, California, quería ser animadora, pero en el instituto nunca había habido una animadora negra; en parte, por la forma en que se llevaba a cabo el proceso de selección, que no era público. Lee recuerda cómo se lo tomó, siendo adolescente: «Me enfadé mucho, porque sabía que todas aquellas chicas blancas tenían la oportunidad de ser animadoras y yo sabía que no podría serlo. Así que, enfadada, me fui a la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) y les pregunté si ...

Índice

  1. Portada
  2. Buenas y enfadadas
  3. Introducción
  4. Parte I - Erupción
  5. Parte II - Medusas
  6. Parte III - Temporada de brujas
  7. Parte IV - Las furias
  8. Conclusión
  9. Agradecimientos
  10. Índice
  11. Sobre este libro
  12. Sobre Rebecca Traister
  13. Créditos