VISLUMBRES DE UNA INFANCIA DORADA
Nunca he sido espiritual en el sentido en el que tú entiendes la palabra. Nunca he ido a los templos o a las iglesias, o leído las escrituras, o seguido ciertas prácticas para encontrar la verdad, o adorado a Dios o rezado a Dios. Ése no ha sido en absoluto mi camino. Por eso, ciertamente puedes decir que no he estado haciendo nada espiritual. Pero para mí, la espiritualidad tiene una connotación completamente distinta. Necesita una individualidad honesta. No permite ningún tipo de dependencia. Crea una libertad para sí misma, cueste lo que cueste. Nunca está en el grupo sino a solas, porque el grupo nunca ha encontrado ninguna verdad. La verdad la han encontrado las personas, únicamente como individuos, a solas.
Por eso mi espiritualidad tiene un significado distinto de tu idea de espiritualidad. Las historias de mi infancia, si las logras entender, señalarán todas esas cualidades de una forma u otra. Nadie las puede llamar espirituales. Yo las llamo espirituales porque considero que me han dado todo aquello a lo que un hombre puede aspirar.
Mientras estés escuchando las historias de mi infancia debes tratar de encontrar un tipo de cualidad; no sólo la historia en sí misma, sino una cualidad intrínseca que es el hilo conductor a través de todos mis recuerdos. Y ese fino hilo es espiritual.
Para mí, espiritual significa encontrarse a sí mismo. Nunca le he permitido a nadie que haga ese trabajo por mí, porque nadie puede hacer este trabajo por ti; lo tienes que hacer tú mismo.
1931-1939:
KUCHWADA, MADHYA PRADESH, INDIA
Me estoy acordando de la aldea donde nací. Para empezar, es incomprensible por qué la existencia eligió esa aldea. Es como tenía que ser. La aldea era preciosa. He viajado por todas partes, pero nunca he visto una belleza equiparable. Uno nunca vuelve a lo mismo. Las cosas vienen y van, pero nunca es lo mismo.
Puedo verla todavía, una pequeña aldea. Unas cuantas cabañas cerca de un estanque y los altos árboles donde solía jugar. En la aldea no había escuela. Eso tiene mucha importancia porque, durante casi nueve años, no recibí educación, y ésos son los años más formativos. Después de eso, aunque lo intenten, no te pueden educar. En cierto sentido todavía sigo sin educar, aunque tenga muchos títulos académicos, y no sólo títulos académicos, sino título de maestro de primera clase. Cualquier necio puede hacerlo; tantos necios lo hacen cada año que no tiene importancia. Lo importante es que durante mis primeros años no recibí educación. No había colegio, ni carretera, ni ferrocarril, ni oficina de correos. ¡Qué bendición! Esa pequeña aldea era todo un mundo. Incluso en los períodos en que me encontraba lejos de aquella aldea, seguí en ese mundo, sin educar.
Y aunque me he topado con millones de personas, las de aquel pueblo eran más inocentes que ninguna, porque eran muy primitivas. No sabían nada del mundo. A aquel pueblo no había llegado ni un solo periódico. Ahora podéis entender por qué no había escuela, ni siquiera una escuela primaria… ¡Qué bendición! Ningún niño moderno se lo puede permitir.
En el pasado había niños que se casaban antes de los diez años. Algunas veces los casaban incluso cuando todavía estaban en el vientre de su madre. Dos amigos decidían: «nuestras esposas están embarazadas, de modo que si una tiene un niño y la otra una niña, el matrimonio está acordado, prometido». El hecho de preguntarles al niño y a la niña ni se plantea, ¡ni siquiera han nacido! Pero si uno es un niño y la otra es una niña, el matrimonio queda acordado. Y la gente mantiene su palabra.
A mi propia madre la casaron cuando tenía siete años. Mi padre no tenía más de diez años, y no tenía idea de lo que estaba sucediendo. Yo le solía preguntar: «¿Qué es lo que más disfrutaste en tu boda?»
Él dijo: «Montar en el caballo». ¡Naturalmente! Por primera vez le habían vestido como a un rey, con un sable colgando del cinturón, iba montado en el caballo y todo el mundo iba caminando a su alrededor. Lo disfrutó enormemente. Esto fue lo que más disfrutó de toda su boda. Y la luna de miel ni se planteaba. ¿A dónde vas a mandar a un niño de diez años y a una niña de siete años de luna de miel? Por eso en la India nunca solía celebrarse la luna de miel y, en el pasado, tampoco en ningún otro lugar en el mundo.
Cuando mi padre tenía diez años y mi madre tenía siete, mi abuela paterna murió. Después de la boda, quizás uno o dos años después, toda la responsabilidad recayó sobre mi madre, que tenía sólo siete años. El padre de mi madre había dejado dos hijas pequeñas y dos hijos pequeños. De modo que eran cuatro niños, y la responsabilidad de ocuparse de ellos recayó en una niña de nueve años y el hijo de doce años. A mi abuelo paterno nunca le gustó vivir en la ciudad donde tenía su tienda. Le gustaba el campo, y cuando su esposa murió quedó totalmente libre. El gobierno solía dar tierras gratis a la gente, porque había mucho terreno y no demasiada gente para cultivarlo. Por eso mi abuelo consiguió 20 hectáreas de tierra del gobierno y dejó la tienda en manos de sus hijos —mi padre y mi madre—, que tenían sólo doce y nueve años respectivamente. Disfrutó creando una huerta, creando una granja, y le gustaba vivir allí, al aire libre. Odiaba la ciudad.
Así que mi padre no tuvo ninguna experiencia de la libertad de la gente joven de hoy en día. Nunca fue un joven en este sentido. Antes de poder convertirse en un joven ya era mayor, ocupándose de sus hermanos y hermanas más jóvenes, y de la tienda. Y cuando tuvo veinte años tuvo que arreglar los matrimonios de sus hermanas, y el matrimonio y la educación de sus hermanos.
Nunca le llamé a mi madre «madre», porque antes de que yo naciera ella se ocupaba de cuatro niños que solían llamarla bhabhi. Bhabhi quiere decir «la esposa del hermano». Y como había cuatro niños que ya le llamaban a mi madre bhabhi, yo también empecé a llamarla bhabhi. Lo aprendí desde el principio, cuando otros cuatro niños ya le llamaban así.
Fui educado por mi abuelo y mi abuela maternos. Aquellos dos ancianos estaban solos y querían un niño que fuera la alegría de sus últimos días. De modo que mi padre y mi madre accedieron: Yo era su hijo primogénito, el primero recién nacido; me enviaron.
No recuerdo haber tenido ninguna relación con la familia de mi padre en los primeros años de mi infancia. Pasé mis primeros años con dos ancianos —mi abuelo y su viejo criado que era un hombre hermoso de verdad— y con mi anciana abuela. Esas tres personas… con las que la distancia era tan grande que yo estaba completamente sólo. Aquellos ancianos no eran compañía, no podían ser compañía para mí. Y no tenía a nadie más, porque en aquella pequeña aldea mi familia era la más rica, y era una aldea tan pequeña —en total no más de doscientas personas— y tan pobre que mis abuelos no dejaban que me mezclara con los niños de la aldea. Estaban sucios, y por supuesto eran casi mendigos. De modo que no había forma de tener amigos. Eso causó un gran impacto. En toda mi vida no he conocido a nadie que fuera mi amigo. Sólo, he tenido conocidos.
En aquellos primeros años estaba tan solo que comencé a disfrutarlo, y es realmente una felicidad. De modo que para mí no fue una calamidad, sino que demostró ser una bendición. Comencé a disfrutarlo, y empecé a sentirme autosuficiente; no dependía de nadie.
Nunca he estado interesado en los juegos por la sencilla razón que desde mi primera infancia no tenía forma de jugar; no tenía con quién hacerlo. Todavía me puedo ver en aquellos primeros años, simplemente sentado. Nuestra casa estaba en un lugar muy hermoso, justo enfrente de un lago. Durante kilómetros a lo lejos, el lago… ¡y era tan hermoso y tan silencioso…! Sólo de vez en cuando se podía ver una fila de cigüeñas blancas volando, o llamando a su pareja, y la paz se veía alterada; por otra parte, era un lugar casi perfecto para la meditación. Y cuando la llamada enamorada de un pájaro alteraba la paz… después de aquella llamada la paz se hacía más profunda.
El lago estaba lleno de flores de loto, y yo me sentaba durante horas tan feliz conmigo mismo, como si el mundo no importara: las flores de loto, las cigüeñas blancas, y el silencio…
Y mis abuelos se dieron cuenta de una cosa: de que disfrutaba de mi soledad. Habían visto que no tenía deseos de ir a la aldea y encontrarme o hablar con alguien. Incluso si ellos querían hablar mis respuestas eran sí o no; tampoco estaba interesado en hablar. Se dieron cuenta de que disfrutaba de mi soledad y de que su obligación sagrada era no molestarme.
Por eso durante siete años continuamente nadie trató de corromper mi inocencia; no había nadie. Aquellos tres ancianos que vivían en la casa, el criado y mis abuelos, trataron de todas las maneras posibles que nadie me molestase. De hecho, mientras crecía, me comencé a sentir un poco avergonzado de que por mi causa no pudieran hablar, no pudieran ser normales como lo es todo el mundo. Sucede con los niños que les dices: «Estate callado porque tu padre está pensando, tu abuelo está descansando. Estate callado, siéntate en silencio». En mi infancia sucedió lo contrario. Ahora no puedo responder el porqué y ni cómo; simplemente sucedió. El mérito no me corresponde.
Aquellos tres ancianos estaban continuamente haciéndose señales entre ellos: «No le molestes, está disfrutando tanto…». Y comenzaron a amar mi silencio.
El silencio tiene su vibración; es ...