Ya hemos hablado de los tres grandes giros de la rueda del Dharma reconocidos por el budismo. El primero fue el budismo primitivo, las enseñanzas originales del buda Gautama, el buda histórico, que se consideran representadas por el budismo Theravada, especialmente prevalente en el Sudeste Asiático y que recientemente ha encontrado seguidores en Occidente. El segundo gran giro está representado por Nagarjuna y la escuela budista Madhyamika, que esbozó la noción de shunyata (o Vacuidad), un profundo paso hacia delante en la naturaleza de la verdad última que acabó siendo esencial en casi cualquier escuela budista posterior, tanto Mahayana como Vajrayana. Y el tercer gran giro está representado por el Yogachara o budismo Vijnanavada asociado a los hermanos Asanga y Vasubandhu, que habitualmente se conoce como escuela Solo-Mente o solo representación y que ha influido especialmente en el Tantra y el Vajrayana.
La motivación que alentó el despliegue de esas tres fases fue un impulso creciente y, en ocasiones, muy exitoso, hacia la integración. El budismo siempre ha tenido una gran tendencia sintetizadora y cada vez es mayor el número de maestros y discípulos que consideran necesario integrar las nuevas verdades en un nuevo avance, en un cuarto gran giro de la rueda del Dharma. Veamos a continuación algunos de los ítems más importantes que, en nuestra opinión, debería incluir esa nueva síntesis, una idea que seguiremos desarrollando en el capítulo 4.
Estados y puntos de observación
Comenzaremos con los estados de conciencia. Las grandes tradiciones contemplativas hablan de cuatro o cinco grandes estados naturales de conciencia a los que, desde el mismo momento del nacimiento, el ser humano tiene acceso. Se trata de los estados de vigilia, sueño, sueño profundo sin sueños, Testigo (o conciencia sin calificar) y Talidad despierta no dual. Pero hay que decir que los estados de sueño y sueño profundo no se hallan limitados al hecho de dormir, porque incluyen estados bioenergéticos sutiles, estados mentales y estados mentales superiores (como la creatividad, la idealización y la capacidad de sintetizar). Aisladamente considerado (es decir, sin combinarlo con el Testigo), el estado de sueño profundo es el primer momento o dominio en que se manifiesta la Realidad última no manifestada y hogar, en consecuencia, de las formas más sutiles de existencia (como el espacio, el tiempo y el almacén de la conciencia colectiva). Al combinarse con la Vacuidad pura o Conciencia incondicionada, el reino sutil se convierte en el primer reino manifiesto. De este modo, los cinco grandes reinos estándares (materia, cuerpo, mente, alma y Espíritu) quedan reducidos a cuatro (cuerpo, mente, alma y espíritu, a los que el budismo conoce como Nirmanakaya, Sambhogakaya, Dharmakaya y Svabhavivakaya). Los correspondientes reinos también se conocen como reino físico ordinario, reino mental sutil, reino del Testigo o del Yo Real y Espíritu último, Talidad no dual o reino de Unidad, correlativamente asociados a los estados de vigilia, sueño, Testigo vacío sin forma y el Espíritu último no dual omnipresente o Talidad despierta.
Ahora bien, la Conciencia o Despertar empieza identificada con el estado vigílico ordinario. El objetivo de la meditación consiste en dejar de identificarse con el ego pequeño, finito y encapsulado en la piel y descubrir la Vacuidad pura, conocida también como Divinidad vacía, Ayin, la Nada pura o Vacío/Plenitud (que los sufíes, el zen o el cristianismo denominan, respectivamente, Identidad Suprema, Rostro Original o Conciencia Crística), es decir, el Yo Verdadero y Espíritu no dual último libre de identificación con cualquier cosa o evento finito concreto o, dicho desde otra perspectiva, uno con todo el reino manifiesto y sin manifestar, Uno con Todo y con el Fundamento del Ser.
Y es que, siendo uno con todo lo que emerge instante tras instante, no deja fuera nada que podamos querer o desear, nada, en suma, que pueda dañarnos o generarnos miedo, ansiedad o angustia porque, como dicen las Upanishads, «donde hay otro hay miedo» pero, cuando somos uno con Todo, no hay un «otro» ajeno a nuestro Yo Verdadero. Entonces estamos liberados, iluminados, libres del tormento y del sufrimiento y despiertos a la Divinidad, la Verdad, la Realidad y la Belleza últimas; no nacidos y no muertos, inmensos e ilimitados, intensamente libres y vivos, gozosamente Uno y beatíficamente Todo, resplandecientemente infinitos y atemporalmente eternos, un estado conocido con nombres tan diversos como iluminación, despertar, moksha (o liberación) metanoia (o transformación) wu (o transparentemente abierto, libre y pleno).
Ahora bien, entre el punto de partida original (en el que la Conciencia se identifica exclusivamente con el estado de vigilia ordinario) y la liberación última (en donde la Conciencia se identifica con la Talidad Vacía o Unidad no dual) existen cuatro estados de conciencia menos que plenamente Despiertos. Y cada uno de esos estados refleja una identidad cada vez más elevada y profunda que, pese a no haber alcanzado aún la Identidad Suprema no dual última, está cada vez más próxima a ella. El objetivo de la meditación consiste, precisamente, en atravesar esos estados de Conciencia o de Despertar, trascendiéndolos e incluyéndolos a todos o, dicho en otras palabras, atravesarlos identificándonos primero con ellos para acabar trascendiéndolos en el siguiente estado más profundo y elevado hasta que, al llegar al estado no dual último, los hemos incluido y trascendido todos. Por ello se dice que, después de haberlos atravesado y trascendido todos (es decir, después de habernos desidentificado de todo, absolutamente de todo y de haber alcanzado, en consecuencia, la Vacuidad pura) y de habernos identificado e incluido también todo, somos simultáneamente nada y todo. Vacuidad y Totalidad, Libertad radical y Plenitud desbordante, cero e infinito. Hemos descubierto que nuestro Yo real es uno con el Espíritu y es también el Yo de todo el Kosmos. Solo entonces podremos decir que, en realidad, hemos vuelto a Casa.
Casi todas las grandes tradiciones meditativas cuentan hoy con mapas que reflejan los pasos o estadios importantes que esa tradición reconoce y practica. Y la investigación ha demostrado que, aunque los rasgos y estadios superficiales de estas tradiciones difieran considerablemente, comparten, en muchos sentidos, sus rasgos profundos. Casi todos ellos, de hecho, atraviesan los cuatro o cinco grandes estados naturales de la conciencia a los que, independientemente de la cultura en que se halle, puede acceder universalmente todo ser humano (es decir, el estado ordinario, el sutil, el causal, el Testigo y la Talidad). (En breve veremos el significado concreto de estos términos, pero señalemos, por el momento, que se trata de variaciones de los estados de despertar, sueño, sueño profundo, Testigo y no dual.)
El «yo», según la teoría integral, tiene dos «centros de gravedad». Por una parte, tenemos un «centro de gravedad estructural» y, por la otra, un «centro de gravedad de estado». Estos centros de gravedad reflejan, respectivamente, el lugar que se ocupa en el espectro global de las estructuras y de su desarrollo (es decir, de los estadios de las estructuras) y en el espectro de los grandes estados del crecimiento a través de ellos (es decir, de los estadios de los estados con los que, en un determinado momento, uno está más identificado). Así pues, en el proceso de despliegue de las estructuras (que va desde arcaico hasta mágico, mítico, racional, pluralista, integral y supraintegral), uno puede hallarse fundamentalmente en el nivel mítico mientras que, en el proceso de despliegue de los estados (que va desde ordinario hasta sutil, causal, testigo y no dual), uno puede hallarse fundamentalmente en el estado sutil, en cuyo caso, hablamos de un centro de gravedad dual mítico y sutil.
Esta es una relación a la que se conoce como rejilla Wilber-Combs, después de que Allan Combs y yo llegásemos independientemente a la misma conclusión (figura 3.1 [véase pliego central]). El eje vertical de la figura representa el desarrollo de las estructuras de cualquier inteligencia múltiple (que solemos resumir en arcaica, mágica, mítica, racional, pluralista, integral y supraintegral). En la parte superior, hemos representado cuatro de los grandes estados de conciencia a considerar; en este caso, 4 de nuestros 5 grandes estados (ordinario, sutil, causal y no dual) y bajo cada uno de ellos hemos anotado el tipo de experiencias místicas cumbre que los caracteriza. Así pues, el misticismo natural, el misticismo teísta, el misticismo sin forma y el misticismo no dual (o unidad) reflejan, respectivamente, la unidad con el reino ordinario, con un ser sutil, con el estado causal/Testigo sin forma y con el reino no dual último. Y lo más importante de esta figura es que cada gran estado, como ya hemos dicho, se interpreta (y, en consecuencia, se experimenta) en términos de la estructura básica en la que el individuo se encuentra (desde arcaica hasta supraintegral), lo que modifica sustancialmente la naturaleza de la experiencia de cada uno de esos estados (ya sea en sí mismos o en tanto que estadio concreto de los estados de un determinado camino de meditación). Volveremos a este punto cuando consideremos ejemplos del budismo en cada estructura y del modo en que cada uno interpreta de manera diferente sus propias enseñanzas. Pero empezaremos aportando pruebas de la existencia de estos cinco grandes estados y sus estadios en los grandes sistemas contemplativos de todo el mundo.
En lugar de dar ahora un montón de ejemplos de las similitudes entre rasgos profundos que presentan las tradiciones meditativas de todo el mundo, centraremos nuestra atención en tres o cuatro procedentes de Oriente, Occidente y la postmodernidad.
Comenzaremos ofreciendo un breve resumen de lo que esto implica. Aunque, casi todo el mundo empieza a meditar desde un centro de gravedad ubicado en el estado de vigilia ordinaria, independientemente del lugar en que se halle su centro de gravedad estructural (desde mágico hasta integral), no debemos olvidar que este es sumamente importante porque determina, en gran medida (como luego veremos), el modo en que se interpretan los estadios de los estados meditativos.
En el estado de vigilia, el individuo se identifica con el cuerpo físico y la mente reactiva, es decir, con la corriente de pensamientos, sentimientos, emociones y sensaciones centradas en el estado egoico que reflejan el reino material y sus deseos (una forma de funcionamiento caótico conocida como «mente del mono»). Las diferentes formas de meditación mindfulness invitan a la persona a atestiguar la corriente de acontecimientos sin enjuiciarlos, condenarlos ni identificarse con ellos. Tras varios meses de este tipo de práctica, la mente del mono empieza a apaciguarse y la conciencia se abre a dimensiones mentales y de ser más sutiles, quizás estados de bondad, luminosidad o iluminación casi infinita, lapsos de quietud y profundo silencio mental, experiencias de expansión más allá del ego hasta estados cada vez más profundos de Yo soy, un estadio habitualmente conocido como alma sutil (entendiendo el término «alma» en el mismo sentido budista que el «ego» como algo que no posee una realidad última, sino solo convencional; pero la realidad del alma en este estadio de los estados es tan convencional como la del ego en el reino/estado ordinario y deberá abandonar finalmente esa identidad exclusiva). En la medida en que la conciencia meditativa va profundizando el dominio causal/Testigo, los periodos de conciencia pura libre de todo pensamiento pueden expandirse; los estados de identidad transpersonal, Yo Verdadero o Yo soy infinito pueden aparecer con más frecuencia; la felicidad, la beatitud y el amor infinito pueden presentarse y la identidad con el cuerpo-mente finito acaba abandonándose y se ve reemplazada por la Conciencia Crística, la mente del Buda o Ein Sof. Y, si la conciencia profundiza más todavía y pasa del Testigo/causal a la Unidad última no dual, se desvanece toda sensación de Testigo u observador que contempla los fenómenos y, en lugar de ver la montaña, uno se convierte en la montaña; en lugar de sentir la tierra, uno se convierte en la tierra y, en lugar de ser consciente de las nubes que flotan en el cielo, las nubes flotan en uno, en su conciencia. Como dijo un maestro zen refiriéndose a su despertar: «Cuando escuché el sonido de la campana, no había campana ni yo, sino solo tañido». Y, cuando este estado se torna más o menos permanente, el centro de gravedad de estado pasa de ordinario a sutil, causal/testigo, la Talidad no dual, y uno se convierte en la Identidad Suprema, uno con el Espíritu y con la totalidad del mundo manifiesto independientemente de lo que ese mundo (que, como veremos, cambia y se expande de estructura en estructura) signifique para uno.
En su ya clásico titulado Mysticism, Evelyn Underhill afirma que, en su camino a la realización permanente, casi todos los místicos occidentales atraviesan los mismos cuatro o cinco grandes estadios de estados que son, obviamente, versiones diferentes de ordinario, sutil, causal sin forma y unidad no dual. Pero hay que señalar que, a diferencia de lo que sucede con el desarrollo de las estructuras, el desarrollo de los estados es mucho más flexible. Las estructuras están –cómo decirlo– mucho más estructuradas, aparecen en un orden independiente del condicionamiento social imposible de eludir y, a diferencia de lo que sucede con los estados, es imposible vislumbrar experiencias de estructuras superiores a un estadio aproximado por encima del estadio en que uno se halle. La persona que se encuentra en el estado ordinario, por ejemplo, puede tener experiencias propias de un estado causal o no dual, pero es imposible, desde el estadio moral 1, tener un pensamiento propio del estadio moral 5. Y la meditación mindfulness empieza identificándose (o tratando de identificarse) con la conciencia Testigo (aunque el centro de gravedad de estado cambiará permanentemente, hablando en términos generales, de estadio en estadio, porque, a diferencia de lo que sucede con las experiencias cumbre provisionales, la identificación real con un estado superior descansa –aunque esta no sea una regla inmutable– en la identidad con estados anteriores).
Recordemos, teniendo todo esto muy en cuenta, que los estadios señalados por Underhill son la purgación ordinaria (donde uno se limpia y trata de relajar la identificación con el cuerpo físico y sus pensamientos); la iluminación sutil (donde uno accede a las dimensiones, luminosidades y emociones superiores sutiles propias del alma); la noche oscura (en donde uno descubre la nube causal y sin forma del no saber y se libera de la esclavitud a lo finito…, que, al no ser todavía permanente, sufre terriblemente al perder) y la conciencia de unidad no dual (en donde el alma y Dios se desvanecen en la Divinidad última). Todo el proceso se inicia con una experiencia cumbre del despertar o metanoia, una vislumbre que muestra el Paraíso de la Realidad última y orienta al alma hacia el camino de los estadios de los estados y del Despertar. En uno de los artículos incluidos en un libro en el que colaboré hace ya tiempo titulado Transformations of Consciousness, el teólogo de Harvard John Chirban señalaba, apelando al ejemplo proporcionado por los primeros santos de la Iglesia del Desierto, que todos ellos atravesaban versiones diferentes de los cuatro o cinco estadios básicos de Underhill (que, a su vez, son versiones diferentes de ordinario, sutil, causal, testigo y no dual).
Conviene señalar también, hablando de Transformations of Consciousness, que Daniel P. Brown, uno de sus autores, también de Harvard, dedicó los últimos treinta años de su vida al estudio de los sistemas de meditación del mundo. Trabajando con catorce textos raíz en su idioma original del mahamudra, uno de los sistemas más sofisticados y completos del budismo tibetano, Brown demostró que todos atravesaban los mismos cuatro o cinco estadios básicos del desarrollo (a los que llamó «puntos de observación»). Y hay que decir que un punto de observación es, con respecto a un reino/estado, lo que una visión con respecto a un peldaño de la escalera básica de la estructura. Centrémonos brevemente en esta cuestión y volvamos luego a nuestro tema fundamental.
Para explicar el desarrollo de las estructuras, solemos apelar a una metáfora a la que llamamos «escalera, escalador y visión». La escalera es el espectro de estructuras básicas de la conciencia, es decir, los peldaños básicos que, una vez que aparecen, siguen existiendo (en breve veremos ejemplos al respecto). El escalador es el sistema del yo que, en su camino de ascenso por los escalones básicos de la existencia, va identificándose provisional y exclusivamente con cada uno de ellos y contemplando el mundo desde ahí. Su visión del mundo, dicho en otras palabras, está determinada por ese escalón y sus características. El mundo que uno ve, por ejemplo, cuando se identifica con la mente concreta es mítico-literal; cuando se identifica con la mente racional, lo ve en términos modernos, racionales, científicos y objetivos; cuando lo hace con la visión lógica sintetizadora, es integral, etcétera. La figura 3.2 muestra una lista abreviada de los escalones o estructuras básicas y sus correspondientes visiones, es decir, del modo en que el mundo se nos presenta cuando una estructura se convierte en un estadio de estructura o cuando el yo se identifica con ese escalón concreto de la estructura, que pasa a ser entonces el centro de gravedad de la estructura del yo, a través de la cual ve e interpreta el mundo. (Las visiones son las que hemos denominado arcaica, mágica, mítica, racional, pluralista, integral y supraintegral.) La figura 3.2 muestra los escalones básicos que sustentan esas visiones. (Adviértase que los nombres que hemos utilizado [como mági...