El civismo planetario explicado a mis hijos
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El civismo planetario explicado a mis hijos

  1. 128 páginas
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  4. Disponible en iOS y Android
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El civismo planetario explicado a mis hijos

Descripción del libro

Este es un libro esencialmente pedagógico, que intenta explorar los fundamentos del civismo y las virtudes que lo hacen posible. Hablamos con frecuencia de civismo y vemos a diario actitudes y comportamientos cívicos e incívicos. Pero rara vez nos detenemos a pensar en qué consiste, cómo se transmite, cuáles son los principios sobre los que se fundamenta y qué virtudes implica. El civismo es ese tipo de relación marcada por el respeto al otro y la participación en la ciudad como espacio ético bajo la ley. Y si siempre ha sido necesario, más lo es hoy, cuando nuestra sociedad se hace más y más pluricultural.Implica unos principios, como son la dignidad intrínseca de cada persona, su integridad física y moral, la libertad, la igualdad ante la justicia y el respeto a los demás. Y exige la práctica de unas virtudes, de unos hábitos buenos de comportamiento: la sociabilidad, la benevolencia universal, la urbanidad, la cortesía, la amabilidad, la tolerancia y la hospitalidad.Todo ello no es ni innato ni fácil. Es todo un "arte" y un "talante" que se aprende en la escuela de la vida y del ejercicio diarios, si queremos una convivencia humana digna de tal nombre.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2010
ISBN de la versión impresa
9788428813259
ISBN del libro electrónico
9788428822534
Categoría
Religión
Capítulo III
VIRTUDES CÍVICAS
El desarrollo del civismo exige la práctica de ciertas virtudes. Tal como hemos puesto de relieve, el civismo se edifica sobre unos principios que son, de hecho, su condición de posibilidad, pero el desarrollo de la conciencia cívica solo es posible si los ciudadanos interiorizan un conjunto de virtudes. De lo que se trata, pues, no es tan solo de presentar teóricamente los principios éticos que es necesario preservar, sino de fomentar actitudes, modos de vida que sean virtuosos.
La virtud no es el fundamento ni el principio de la ética, sino que es un hábito perfectivo que, al ser cultivado, perfecciona a la persona, la hace más humana y también más digna de respeto y de atención por parte de los otros. Según santo Tomás de Aquino, la virtud es un hábito operativo bueno[14] una perfección adquirida de una manera estable mediante la repetición de actos.
De la misma manera que en el lenguaje cotidiano distinguimos entre buenos y malos hábitos, en el lenguaje de la ética tradicional se distinguía entre virtudes y vicios. La virtud era entendida como un hábito que perfeccionaba a la persona, que la acercaba hacia su ideal de realización, mientras que el vicio era considerado un mal hábito, aquello que hacía a la persona imperfecta y la alejaba de su ideal de perfección. En el lenguaje ético contemporáneo, la palabra vicio ha caído en desuso. No decimos, por ejemplo, que beber alcohol en exceso sea un vicio o que conducir a mayor velocidad de la permitida se pueda considerar un vicio. Más bien empleamos otras expresiones como «conductas de riesgo» o «estilos de vida no saludables», pero, en el fondo, estamos diciendo que hay malos hábitos que obstaculizan gravemente la armonía y el entendimiento entre los ciudadanos. En términos educativos, es juicioso potenciar estos buenos hábitos y, a la vez, contener y modificar los malos hábitos.
Es necesario reivindicar una ética de las virtudes y defender una serie de virtudes públicas en la sociedad democrática[15]. La palabra virtud no pertenece tan solo al universo religioso, sino también al universo laico. En términos tradicionales, se ha entendido la defensa de las virtudes como la defensa de una determinada religión, pero esta asociación es una clara simplificación. Hay, naturalmente, virtudes que están estrechamente ligadas al universo religioso, como por ejemplo, la caridad, la plegaria, la abstinencia o la meditación, pero hay una serie de virtudes que tienen una naturaleza independiente de la religión. El mismo Aristóteles, en su descripción de las virtudes, no se refiere directamente a ningún universo religioso, sino que las describe como modos de vida que perfeccionan a la persona y a las sociedades en general. Desde un punto de vista tradicional, se han distinguido las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) de las virtudes cardinales (justicia, fortaleza, templanza y prudencia)
Nosotros pretendemos sintetizar el cuerpo de las virtudes cívicas. Su asunción no exige ninguna fidelidad religiosa, aunque tampoco excluye la posibilidad de sentirse vinculado a una comunidad de fe.
En el segundo libro de la Ética a Nicómaco, Aristóteles analiza el concepto y los tipos de virtud. Después de definir la virtud como una excelencia (areté), entiende que hay dos tipos de virtud: las dianoéticas y las éticas. La virtud dianoética se origina y crece principalmente por la enseñanza y, por eso, requiere de experiencia y de tiempo, mientras que la virtud ética, en cambio, procede de la costumbre. Según él, ninguna de las virtudes éticas se produce en nosotros por naturaleza, sino que se adquieren[16]. También nosotros creemos que las virtudes cívicas pueden aprenderse, ya sea mediante la enseñanza o mediante la costumbre. No creemos que nadie nazca ya con la conciencia cívica desarrollada, sino que tiene el potencial para llegar a ser un ciudadano moderado y civilizado, capaz de practicar la cortesía, la amabilidad o la hospitalidad.
Según Aristóteles, adquirimos las virtudes como resultado de actividades anteriores. Llegamos a ser constructores construyendo casas y adquirimos la virtud de la justicia practicando la justicia. Lo mismo ocurre con las virtudes cívicas. No aprendemos a ser cívicos si nos movemos exclusivamente en el plano teórico, sino que el civismo se aprende ejerciendo la conciencia cívica. Los buenos hábitos de la urbanidad se aprenden practicando esta virtud e imitando a los que la practican.
La naturaleza virtuosa se pone de manifiesto en el trato que dispensamos al resto de ciudadanos. Es, precisamente, en la manera de tratar al resto donde se pone de relieve nuestro talante moral. ¿Cómo llegamos a discernir si una persona es, por ejemplo, amable? Mediante el trato que tenemos con ella podemos concluir si es una persona que se hace querer o una persona agria. ¿Cómo llegamos a caracterizar éticamente a una persona? A través del trato que tenemos con ella. Es evidente que un juicio que solo tenga en cuenta un momento singular no es un buen juicio. Es necesario fijarse en la persona en diferentes momentos y tratarla en diferentes ocasiones. Solo así podremos llegar a hacernos una idea de su naturaleza moral. Las virtudes, por tanto, se manifiestan en el trato.
Las virtudes no son ni pasiones, ni facultades, sino un modo de ser que Aristóteles caracteriza como el término intermedio entre dos extremos: el uno por exceso, el otro por defecto. El autor de la Ética a Nicómaco entiende por término medio el punto equidistante de ambos extremos, el que ni se excede ni se queda corto. La acción virtuosa es la que vela por encontrar este punto medio. Es difícil, naturalmente, encontrarlo, porque con facilidad nos quedamos cortos o bien nos pasamos de la raya. Pensemos, por ejemplo, en tres actitudes: la cobardía, la temeridad y la valentía. Mientras que la cobardía es un defecto de carácter, la temeridad es un exceso. El hombre cobarde es incapaz de asumir los retos que se propone, porque tiene miedo y desconfianza, mientras que el hombre temerario cree que lo puede todo y desafía el peligro. La valentía representa el punto intermedio, porque ser valiente no significa ser temerario, sino tener el valor de afrontar determinados retos sin perder de vista los propios límites.
La virtud es, además de una perfección, un hábito voluntario. Las acciones involuntarias son las que se efectúan a la fuerza o por ignorancia[17], mientras que las acciones voluntarias son las que responden a una decisión de la persona. La elección no es un impulso, tampoco es un simple deseo, sino que va acompañada de la razón y de la reflexión. Para tomar una decisión acertada, es necesario el ejercicio de la deliberación. La deliberación se realiza sobre lo que podemos hacer en el futuro, no sobre conocimientos exactos y suficientes que no pueden ser de otra manera a como son. La deliberación, pues, tiene lugar respecto de las cosas que suceden la mayoría de las veces, pero cuyo desenlace no es claro. El objeto de la deliberación no es el fin, sino el medio que conduce hacia este fin.
Las virtudes cívicas que describiremos a continuación son también actos voluntarios. No pueden considerarse ni una causa ni el resultado de una fatalidad. Uno puede desear ser cortés, pero también puede desear no serlo. Claro que hay en toda persona una disposición natural que la hará más o menos apta para la cortesía, la amabilidad o la tolerancia, pero las virtudes cívicas, como toda virtud, son hábitos voluntarios que uno ha decidido vivir en su vida y comunicar a los demás. Esto quiere decir que para educar en las virtudes cívicas no es suficiente la instrucción que se mueve en el plano intelectual, sino que es necesario forjar la voluntad de los educandos.
Entre los teóricos de la ética cívica hay un auténtico debate en torno a las virtudes cívicas que es necesario transmitir en el marco de una sociedad democrática. Según la filósofa valenciana Adela Cortina, por ejemplo, los valores cívicos son, fundamentalmente, la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto activo y el diálogo, o mejor dicho, la disposición para resolver los problemas comunes mediante el diálogo[18], mientras que, según la profesora Victoria Camps, las virtudes públicas son la solidaridad, la responsabilidad, la tolerancia, la profesionalidad y la buena educación.
No pretendemos, ni de largo, explorar las razones de este debate y, aun menos, concluirlo. Lo que proponemos, a continuación, es un cuerpo de virtudes que sigue, en parte, el desarrollo del profesor Alaisdair MacIntyre, mundialmente conocido por su obra Después de la virtud[19]. Este cuerpo está integrado por las siguientes virtudes: la sociabilidad, la benevolencia, la urbanidad, la cortesía, la amabilidad, la tolerancia y la hospitalidad.
1. La sociabilidad
El ser humano es, por definición, un ser social, un animal político (zóon politikón), capaz de crear vínculos afectivos con los demás. No todos tenemos la misma capacidad de socializarnos, ni de crear lazos con el resto de las personas, pero en todo ser humano subsiste esta capacidad, aunque no se expresa de la misma manera. La sociabilidad es esta disposición a establecer relaciones con los demás.
En la vida cotidiana constatamos que hay personas más sociables que otras, personas que tienden a establecer relaciones con los otros, que con mucha facilidad dibujan un abanico de complicidades. También detectamos personas poco sociables, que tienden a refugiarse en su soledad, que tratan de evitar el encuentro con los demás. La sociabilidad, no obstante, no se puede contraponer al deseo de soledad. De hecho, sociabilidad y recogimiento son dos dimensiones complementarias de la persona.
Así como la sociabilidad es la capacidad para estrechar vínculos con los otros, el recogimiento es la capacidad de encerrarnos en nosotros mismos para meditar o pensar. No debe contraponerse la sociabilidad al deseo de recogimiento, porque ambos movimientos son necesarios en la vida humana, sino que debe contraponerse a la taciturnidad. El taciturno huye del mundo por misantropía, por odio a los hombres, se encierra en sí mismo y, de esta manera, excluye la riqueza que aporta el diálogo con los demás.
La sociabilidad, en cambio, es apertura, permeabilidad, receptividad. Es una disponibilidad del ánimo que puede hacerse efectiva o bien permanecer como una posibilidad. Para que se haga efectiva, es necesaria la presencia del otro. Es en este contexto en el que podemos detectar la sociabilidad o la insociabilidad de una persona. La persona sociable, además de tener esta virtud que la faculta para establecer vínculos, también tiene la capacidad de adaptarse en diferentes contextos. Todo ser humano se desarrolla en una circunstancia vital, pero no todos tenemos la misma capacidad para adaptarnos a las nuevas circunstancias. Ser sociable quiere decir saber vivir en sociedad, y esto significa aprender a ceder terreno propio, a adaptarse a las nuevas formas de vida.
Ser sociable significa, pues, ser capaz de congeniar con personas diferentes y en contextos diferentes. Ser sociable con los que tengo una afinidad especial, ya sea a causa del carácter o de la profesión, no es meritorio. Lo que verdaderamente es meritorio es practicar la sociabilidad con los que son rudos de corazón o difíciles de trato. La persona sociable no distingue en su trato, saluda y se despide de todo el mundo y no tiene complejos ni temores a la hora de conversar con uno o con otro. El exceso de sociabilidad, no obstante, ya no es una virtud, porque la virtud es, como se ha dicho, el punto intermedio y, allí donde hay un exceso, no puede haber una conducta virtuosa. El exceso de sociabilidad es una desmesura y se da cuando al entrar en relación con otro se produce una invasión de la intimidad de este.
El civismo se relaciona estrechamente con la sociabilidad. Es interacción y, de hecho, solo puede haber interacción si se cultiva la virtud de la sociabilidad. Si, como hemos dichos anteriormente, el civismo es un modo de relación armónica y equilibrada con el otro, exige necesariamente la relación. Si fuéramos capaces de imaginarnos un mundo de personas absolutamente insociables, seres autistas socialmente, nos daríamos cuenta de que en ese mundo no habría ningún tipo de comunicación entre sus habitantes y que, por tanto, no podría haber ni conciencia cívica ni sentido de pertenencia. La sociabilidad es la condición de posibilidad del civismo.
A pesar de todo, la virtud de la sociabilidad debe afrontar una serie de obstáculos. Esta apertura hacia los demás, este deseo de establecer vínculos y de confiar, puede verse limitada por diver...

Índice

  1. Acerca de la obra
  2. Introducción
  3. Capítulo I: El civismo: Aclaraciones preliminares
  4. Capítulo 2: Principios del civismo
  5. Capítulo 3: Virtudes Cívicas
  6. Epílogo
  7. Bibliografía
  8. Créditos