Sexismo cotidiano
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Laura Bates

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Sexismo cotidiano

Laura Bates

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Información del libro

Después de experimentar una serie de incidentes sexistas, la escritora y activista Laura Bates fundó el proyecto Sexismo Cotidiano en abril de 2012, un análisis pionero de la misoginia moderna.Comenzó con una página web donde la gente podía compartir sus experiencias de sexismo diario. Desde ser acosada y silbada en la calle, hasta la discriminación en el lugar de trabajo o la agresión sexual y la violación, está claro que el sexismo se ha normalizado en el día a día. Pero el verdadero objetivo de Bates es inspirar a las mujeres a que provoquen un cambio real.El proyecto se convirtió en un acontecimiento viral, atrayendo la atención de la prensa internacional y el apoyo de celebridades como Rose McGowan, Amanda Palmer, Mara Wilson, Ashley Judd, Simon Pegg y muchos otros. Tras una asombrosa respuesta del público, Sexismo cotidiano rápidamente se convirtió en una de las mayores historias de éxito de los medios de comunicación social en Internet.Hasta ahora ha recogido más de 150.000 testimonios de personas de todo el mundo y ha lanzado nuevas sucursales en 25 países, ayudando a construir una nueva ola de feminismo. Si los libros de Caitlin Moran son como manuales llenos de diversión para la supervivencia femenina en el siglo xxi, Sexismo cotidiano sería su hermana más politizada.

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Información

Año
2018
ISBN
9788494705175

03

Las adolescentes
«Si no tienes un espacio entre los muslos,
NECESITAS conseguir uno».
Estudiante de catorce años entrevistada
Es posible rastrear una infancia entera atrapada en el sexismo a través de las entradas enviadas al proyecto Sexismo Cotidiano. Los destellos de toma de conciencia y los primeros y dolorosos momentos de aprendizaje sobre cuál es el lugar de la mujer. Los recuerdos son muchas veces tan vívidos que las mujeres cargan con ellos y las moldean durante el resto de sus vidas.
En innumerables entrevistas me han preguntado qué es lo que más me ha impactado desde que el proyecto echó a andar. Creo que los periodistas esperan que les diga que son las historias de violación o los relatos de violencia más espantosos. Estas historias me han enfurecido y destrozado, por supuesto, pero nada me ha conmocionado más que las miles y miles de entradas de niñas menores de 18 años. Cuando empecé el proyecto, pensé que las mujeres adultas compartirían sus historias. El torrente de vejaciones, abusos, violencia y agresiones a los que las niñas tienen que enfrentarse fue una sorpresa terriblemente inesperada.
En el Reino Unido, la gente a menudo habla de las terribles dificultades que afrontan los niños en otros países del mundo. Y, mientras tanto, ignoramos la situación cada vez más desesperada a la que han de hacer frente las niñas que viven bajo nuestra complaciente mirada.
Un día, durante los primeros meses del proyecto, en una misma semana leí dos o tres entradas de niñas que habían sido objeto de las miradas lascivas y los gritos obscenos de hombres mientras volvían andando del colegio a casa vestidas de uniforme. Consternada, publiqué una pregunta en Twitter: ¿esto no puede ser un fenómeno común, verdad? Al final del día, una avalancha de cientos de tuits había confirmado que no solo se trataba de una experiencia habitual, sino que era algo generalizado. Algunos eran recuerdos relatados por mujeres mayores, pero muchos procedían de estudiantes actuales, y desde aquel momento se han visto confirmados por dolorosas conversaciones mantenidas con niñas en colegios de toda Gran Bretaña que han descrito el fenómeno sencillamente como algo habitual. Una entrada decía:
• Tengo 15 años y hace poco un hombre asqueroso me saludó por la calle con un «hola, tía buena» […] no eran más que las cinco de la tarde. También ha habido hombres que me han dicho cosas como «hola, cariño» y «buenorra» mientras volvía del colegio a casa VESTIDA DE UNIFORME.
A medida que transcurrían las semanas, se informaba de este problema con tanta frecuencia que raro era el día en que no apareciera una entrada sobre «acoso a una colegiala».
Tenía 12 años y un tipo que iba en coche empezó a seguirme diciendo que quería follarme.
14 años, caminando del colegio a casa, en uniforme, un hombre en moto extiende el brazo y me agarra un pecho al pasar a mi lado.
• Entre los 12 y los 14 años, a todas mis amigas y a mí nos habían seguido a casa al menos una vez. Dicen que es por cómo iba vestida, pero también me han dicho cosas por la calle cuando iba en uniforme, que era una falda por debajo de la rodilla. ¿Qué derecho tienen?
• No soy más que una adolescente, y volvía caminando del colegio a casa con el uniforme, e incluso entonces unos hombres pasaron en coche a mi lado y me gritaron obscenidades y me silbaron y me llamaron «maciza» y más cosas. A ver, ¡solo tengo 15 años!
Durante aquella primera época, hubo muchas veces en las que entradas como estas me aturdían tanto que casi no me las podía creer. Un efecto muy triste de haber llevado a cabo el proyecto es que ya no me sorprende casi nada. Poco a poco, con el tiempo empecé a elaborar una imagen de aquello a lo que se enfrentan los niños, desde sus primeras experiencias con juguetes y berrinches («No llores como una niña»), pasando por preescolar y primaria hasta los primeros años de adolescencia, con todas las presiones y el bombardeo de sexualización forzosa, y finalmente la edad casi adulta; sin que dejen de aprender de todo ello en todo momento. Pero, en lugar de adquirir las capacidades y el conocimiento que podría abrirles el mundo, parece que las niñas ven cómo este mundo se les va cerrando a cada paso, puesto que constantemente se les enseñan crueles lecciones sobre las restricciones y los insultos y la mezquina tipificación que conlleva el propio hecho de ser mujer. Empieza a una edad muy temprana y, una vez comienza, nunca se detiene…
Una de las primeras manifestaciones de sexismo en la infancia es la segregación casi surrealista de los juguetes infantiles. La absoluta separación por color, tipo y líneas estéticas se ha vuelto tan amplia que si echamos el más mínimo vistazo a casi cualquier tienda de juguetes descubriremos un campo de batalla de lo más extravagante. Colores rosa chicle brillantes frente a desafiantes azules separados por una franja de tierra de nadie notablemente vacía. Cosas suaves y de peluche a un lado; deportivas y enérgicas al otro. Cocinitas y menaje por aquí; ciencia y exploración por allá. Ningún juguete tan neutral como para desafiar una categorización. La ausencia absoluta de neutralidad de género invita a reflexionar al imaginar las contorsiones mentales de los encargados de llenar las estanterías: ¿dónde es mejor colocar un tractor de color púrpura?, cabe preguntarse; ¿o una pistola que dispara burbujas?
Con la manifiesta segregación de los juguetes de nuestros niños, así como con muchas otras formas de sexismo, nos acostumbramos de tal manera a las normas que puede llegar a ser necesario un shock para que nos demos cuenta de lo ridículas que son. Un buen ejemplo fue la perversa apropiación de cientos de Barbies y G. I. Joes parlantes que llevó a cabo la Organización por la Liberación de Barbie. Intercambiaron las cajas de voz de los muñecos y volvieron a colocarlos en las estanterías. Barbie hablaba pronunciando la ese como una serpiente: «¡La vengansssa esss mía!», mientras que las varoniles figuras de acción proclamaban: «¡La playa es el mejor lugar para el verano!». Nos obligaron a reconocer la auténtica irracionalidad de aquellas frases tan exageradas.
Se ha sugerido que protestar en contra de la categorización de «juguetes para niños» y «juguetes para niñas» es una reacción feminista excesiva a una inofensiva decisión de marketing. Sin embargo, al fijarnos en la división —que establece una barrera según la cual la ciencia, la exploración, la construcción, la ingeniería, los descubrimientos y las aventuras (a todos los efectos, la creatividad misma) son «solo para chicos»—, empiezas a darte verdadera cuenta del impacto que estas definiciones supuestamente arbitrarias podrían estar ejerciendo en el desarrollo de habilidades y en las aspiraciones de todos los niños. Tal y como una mujer escribió en Twitter:
Cada vez que una niña ve juguetes de ciencias bajo un cartel que pone «niños», se le está diciendo que la ciencia no es para ella.
De forma análoga, desde luego, esta separación absurdamente exagerada envía un mensaje alto y claro a los niños que les indica que cocinar, ir de compras y jugar a las casitas no es para ellos, así como tampoco lo es la compasión «afeminada» de cuidar muñecas, y que lo suyo se encuadra en el terreno de la agresión, los deportes y la tecnología.
• A mi hija nunca le gustó jugar con muñecas. Tenía un muñeco bebé y un carrito, pero en verdad nunca jugaba con ellos. A mi hijo, por otro lado, le encantaba empujar el carrito de bebé por todas partes. Perdí la cuenta de cuántos comentarios negativos recibió (de mi madre, de otros niños, de otras madres, etc.). Simplemente me limitaba a decir: «Está jugando a ser papá». Qué curioso que nos parezca bien que una niña «juegue a ser mamá», e incluso nos resulta raro si no lo hace, pero, aun así, la sociedad se siente desconcertada al ver a...

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