
- 182 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Las vacaciones
Descripción del libro
Es el año 1949, los ecos de la guerra están empezando a silenciarse pero aún hay mucho ruido y cosas por hacer. Celia es una mujer sensible, frágil y quijotesca que trabaja en el Ministerio de la postguerra descifrando códigos. Vive en un suburbio de Londres junto a su querida Tía, pero su gran preocupación es el amor, el amor de la amistad, con sus compañeros de trabajo, sus relaciones y sobre todo el amor que siente por su adorado primo Casmilus, con quien se va de vacaciones a visitar a su tío Heber, que es vicario. En un diálogo constante entre los personajes que hablan, discuten, cuentan historias sobre el amor y el odio con momentos de humor salvaje alternado con oleadas de melancolía y que sirven a Celia para reflexionar obsesivamente sobre el dolor inevitable del amor.
Pero es también una novela sobre la reconstrucción, sobre las intrigas, obsesiones y disputas de un mundo destruido, donde las fiestas, los encuentros furtivos, los mensajes secretos o las conversaciones amistosas tienen segundas intenciones, un mundo de espías, aventureros y buscavidas en busca de sacar provecho de las cenizas.
Utilizando la ironía como instrumento fundamental de la narración, Stevie Smith nos adentra en la paradoja del dolor en todos los sentimientos humanos con un lenguaje poético en el que es sin duda su libro más importante, y que ha sabido captar en su extraordinaria traducción Andrés Barba.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Arte dramático europeoXII
La mañana del domingo acompaño a Heber a la iglesia. Mi tío predica sobre cómo no debemos preocuparnos por el mañana y cómo debemos evitar la ansiedad. Este alegre corazón nuestro –sigue explicando– debe estar centrado en Dios, y es que este alegre corazón nuestro tiene una levedad que nada tiene que ver con los estímulos exteriores. Si está centrado en Dios estará feliz, y solo si es así, porque nuestro corazón sabe también que nada puede ser bueno y nada nos puede dar paz si no lo recibimos a través de Dios.
Yo tengo un súbito pensamiento iluminador, como el brillo inmediato de un avión en el cielo por un reflejo de la luz del sol, sé que debería agarrarlo y aprovecharlo y apoyarme en él y no dejar que la oscuridad se vuelva a cernir de nuevo sobre mí, porque entonces estaría aún más ocurro que antes. Déjame retener este pensamiento, Señor –rezo.
En este largo domingo feliz con Heber, trabajando en el jardín y ayudando a Tuffie en la cocina, tengo la sensación de que me envuelve algo blando y seguro y sensato. En Londres, en mitad de mi vida londinense, las cosas nunca son fáciles. Ayer por la noche escribí una nota sobre Londres en mi diario:
Fresco y clarofresco y clarofue el mensaje de amor en el cristal con vaho.Dulce y suavedulce y suavese evaporó cuando llegó la tarde.
Hoy ha amanecido soleado y a la nueve ya hacía calor. Mi primo y yo nos hemos ido de excursión al mar. Una vez más vamos montando a caballo juntos frente a unas vistas impresionantes. Yo monto a Caramel, el pony, y Caz al viejo Noble. No parecemos aristócratas, pero montamos con dignidad.
Hemos montado durante toda la mañana, con tranquilidad, sacando los pies de los estribos y llevándolos por la alta hierba. Hemos encontrado el sitio perfecto para el almuerzo, hemos desmontado y nos hemos tumbado en la hierba junto al borde de un acantilado. El lugar en el que nos encontramos ahora está totalmente bañado de luz. Es una luz solar que tiene la cualidad de lo eterno, de lo absolutamente clásico. Nos encontramos en un pequeño promontorio en el que los acantilados más bajos se adentran un poco en el mar. La hierba en lo alto del acantilado está moteada de flores que mi primo no me deja arrancar.
¿Quieres despertar al demonio? –pregunta.
Esta luz pura que nos envuelve y nos baña es como un sueño. Estiro la mano para tocar a mi primo. Tiene la piel fresca y firme, es de carne y hueso.
Soy la cosa más de carne y hueso que hay en este sueño tuyo –dice y se echa a reír, esa risa aburrida que me saca de quicio con la que se ha estado riendo toda la mañana–, la única cosa de carne y hueso soy yo.
Yo me doy la vuelta; mi estómago sobre la hierba y la fragancia me aplaca tanto que soy capaz de seguirle el humor a mi primo y de reírme también.
El aire puro –digo–, el aire puro, esta preciosa hierba tan suave, sentir la hierba contra el estómago… Me siento, querido lector, como si fuese uno de los parnasianos, no me preguntes cuál de ellos, el que decía que solo se emocionaba en los escenarios magníficos. Mientras siento como la luz del sol va penetrando en mi carne y mis huesos siento lo que me gustaría poder extender esta situación durante mucho tiempo (comentario disait ingenuous Isabel Dans le Pink Ùn dáutrefois). Tras un rato allí tirada me levanto y me dirijo hasta el borde del acantilado y miro hacia abajo: hay arena firme y una escalera pequeña que baja, a nuestra izquierda.
Caz, cariño, que día más bonito, qué bahía tan bonita…
Casmilus silba amablemente. Y luego, tras un rato: ¿Qué estás haciendo? (Yo he estado escribiendo un rato.) Oh, escribo algunas cartas –digo–, estoy escribiendo a alguno de mis queridos amigos que he dejado por allí.
¿No te parece un poco tarde? En realidad no vas a tardar demasiado en volver a verles.
No –contesto–, nunca es demasiado tarde. Uno debe escribir cuando se va afuera, no importa que lo eches al correo en la estación de tren cuando vuelves a casa. Al menos sabrán que te has acordado de ellos.
¿Qué has escrito?
Es una carta para Pearl y mi tía. Escucha: Os quiero muchísimo, más que a nada en el mundo. Os mando mi amor más profundo y sincero. Os adoro, “El marinero”. Esto es para las dos. (Lo termino de escribir y cierro el sobre.)
¿Y eso de “el marinero”? –pregunta Caz.
Porque las he dejado –contesto–, las he dejado y me he echado al mar. Oh, la muerte.
Caz comienza a charlar de nuevo. Es la encarnación más agradable de lo que es ser un buen compañero. Nunca puedo estar enfadada con él demasiado rato.
Yo digo: Esta luz del sol es como la de Homero, es eterna.
Tras un rato vuelvo a mirar las flores de nuevo: “Oh, aquel dulce prado en el Enna, donde Prosepina, recogiendo flores, ella misma siendo una flor más hermosa por el sombrío Dis fue recogida, provocando a Ceres un gran dolor.” Miro un poco de reojo a Casmilus y veo lo que había sospechado que iba a ver; esa vieja mirada que recuerdo tan bien desde la infancia, esa vieja mirada que sale de sus ojos.
Caz –le digo–, no hace falta que me mires así, no me atrevería a recoger esas flores. Me lanzo a sus brazos y digo: No se trata solo del paisaje, el mar oscuro y las piedras cantarinas. Recuerdo aquel otro libro que leí en el que las sombras parecían hechas de sangre, y los muertos no podían hablar y estaban fríos como el hielo, y no podían pensar, y ni siquiera tenían recuerdos a no ser que pudieran beber un poco de sangre.
Casmilus me tapa la cara: el pensamiento de los congelados ríos del infierno regresa a mi imaginación.
Hubo una ocasión parecida a esta en la que salí a montar con mi primo y cuando estábamos volviendo a casa juntos le pregunté: ¿Te gusta la muerte?
Caz contestó: Tampoco tanto como para ir contándolo por ahí.
El viento sopló entonces, y brilló el sol, y luego vinieron las nubes y sus sombras se movieron a lo largo de la hierba. Las hojas parecían arder de color verde en aquella piscina griega.
¿Qué aspecto tiene la muerte? –le pregunté a mi primo, porque sabía que había tenido que enfrentarse a ella varias veces.
Hombre, tampoco la conozco desde los tiempos de Adán… No es nada del otro mundo… –Y su propia respuesta le hizo reír.
De pronto fue más fuerte la irritación que me produjo la tontería de mi primo que la paz de Grecia. Recordé muy bien la vulgaridad de las frases que yo misma había usado con aquel monstruoso editor –“La nauseabunda necesidad que tengo de escribirte” y luego dije: “¿Puedes dejar de enviarme dinero?”, pero la ira me había estado devorando–. Quis me vitupere audet, quod no-sé-qué, quod no–sé-qué-más, quia audite nolim tam damnatos homines?
Por la noche, siempre que una tiene fiebre se pone a pensar en el dolor y en los dolores. Si una se pusiese a escribir un libro entonces qué copiosa sería la cortina de lágrimas. A cada página que pasara la novela se iría desarrollando y terminaría la novela en mitad de la noche, casi al amanecer, en la hora en la que se ofrece un ramo de flores como venganza a la memoria, a esa hora, la novela estaría terminada. Se llamaría: “Mis humillaciones.” Sería necesario escribir un título que estuviese a la altura de una tormenta de lágrimas abrasadoras. Ah, Ah, Ah, Mis humillaciones.
Ahora empiezo a hablar muy deprisa: Hay veces que estoy en el Ministerio, Caz, cariño, y que me voy al cuarto de baño y me siento en el bidé. Me siento ahí y me pongo a mirar el suelo. El suelo es de linóleo con un dibujo de color verde marino un poco desdibujado. En uno de los cuadrados hay un dibujo, es un dibujo del mármol, pero es un dibujo, se trataba del dibujo de un noble búho aleteando hacia abajo, desciende con gran envergadura siguiendo el curso de un arroyo en una montaña, siempre hacia abajo, en dirección al sonoro torrente. Es como un panorama escocés, el arroyo y los prados están moteados de arbustos de brezo. El búho tiene unos ojos oscuros y enormes, como piscinas negras. El vuelo de ese búho es magnífico y está lleno de sentido, lo puedes ver ahí con sus ojos oscuros en los que no hay ni una pizca de luz, y sin fondo. No me gusta pensar en los ojos de ese búho, no, te aseguro que no me gusta pensar en ellos, no es el momento apropiado. Oh, y son tan bonitos esos ojos, Caz, no puedes ni imaginártelo.
Me apresuro a decir algo trivial, algo lo antes posible, que sea deliberado y astuto, no importa lo que sea, lo importante es decir algo, cualquier tontería que pueda detener el silencio que se aproxima desde Caz.
Caz, ¿sabías que la atmósfera del planeta Júpiter está compuesta a partes iguales por Amonio y Gas? Cómo me gustaría estar allí. (Bueno, tal vez no debería decir algo tan absurdo.)
Y digo: Cuando estaba en el Ministerio casi siempre estaba triste, deseba estar sola, deseaba que Rackstraw no viniera tanto, ese viejo caballero, ese dulce Rackstraw, nunca fue tan caballero ni tan dulce como Rackstraw. En la época anterior a Dunlirk solía decir: “En fin, Miss Phose, es como si hubiésemos perdido el B.E.F.” (Si le hubiese añadido un ¡Ay! Ya no habría podido hacer nada.) Era un hombre viejo y valiente, luchó en la última guerra y fue tomado prisionero por los turcos. En esta guerra, si hubese ido a las arenas de Dunquerque habría sido lo mismo, habría estado sobre esas arenas terribles con un ¡Ay! Y un No hay nada que hacer, perderemos el B.E.F. Yo suelo decirle a Rackstraw, “deberías marcharte una temporada, deberías tomarte unas vacaciones, necesitas un descanso, tienes mala cara, ¿por qué no te vas unos días?”. Al final siempre se pone triste y me pregunta: “¿Es que no me puedo quedar ni en mi propia oficina?” Rackstraw se estaba leyendo La vida del mariscal de campo Lord Birdwood, y señalando las páginas en las que salía gente que conocía. Que Dios bendiga al pobre muchacho, qué tranquilo está, qué feliz. A veces resulta curioso, Caz, lo bonitas que pueden llegar a ser ciertas cosas que dice la gente en su vida ordinaria. Harley suele decir: “Deberíamos deshacer este enredo del alcalde Hamlet…” Y luego comenta: “No puedo tocarme las puntas de los pies con la manos, estoy demasiado gordo.” Un día apareció en la oficina con un montón de cartas de navidad y dijo: “He comprado todas estas tarjetas en el Woolworth, la carta de arriba es bonita, esos perros están muy bien, pensaba que eran todos iguales pero no, mira este, este está saliendo de la caseta, no tiene dientes, y debajo pone: “Te espero.” Habrá que tener cuidado con a quién se manda esa tarjeta. Y un día comentó: ¿Qué me gustaría ser si pudiese ser cualquier cosa que me apeteciera? Ah, financiero.
Caz se inclina sobre la hierba hacia donde yo estoy y me quita los tallos de amapolas de las manos mientras tararea una canción.
Me gustaría tener un poco de paz y tranquilidad, y tal vez un terreno pequeño en el campo y una granja con gallinas.
¿Y para qué quieres eso? –me pregunta Caz.
No, no lo digo yo, es lo que dice Harley. Y luego dice: “parece que el viejo G. va a cerrar el trato. Si lo consigue significaría unas ganancias de 20.000 libras. A veces pienso que no puede ser cien por cien judío. Con la mala suerte que tiene seguro que tiene una abuela aria”. Y dice también: “No soporto las fiestas de cocktails. Me fui al jardín un rato para estar a solas conmigo mismo y luego me marché a casa.” Eso es lo que dice Harley. Y lo que dice Rackstraw es: “¿Te fijaste en esas ancianitas que se sentaron a tu lado ayer en el musicale? Eran Lady Weiber, Mrs. Van Rachet y Lady Blume. Me quedé mirándolas, Miss Phoze, y pensé: Vaya un coro más desastroso.” Y Rackstraw dice también: “Acabo de escribir a la L.C.C., Miss Phoze, le he dicho que me parece muy bien que apilen la nieve, pero que si no les importa me gustaría que lo hicieran en otro sitio que no sea la puerta de mi casa.” Y dice también: “El fin de semana me crucé con un cha...
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