Esto no es normal
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Esto no es normal

Recomendaciones de un granjero que ama los animales

Joel Salatin, Mónica Fernández Perea

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Esto no es normal

Recomendaciones de un granjero que ama los animales

Joel Salatin, Mónica Fernández Perea

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Salatin es el granjero más polémico y activo de los Estados Unidos. Defiende apasionadamente las pequeñas granjas, las cooperativas locales, y el derecho a tener a otra opción fuera del paradigma de la agricultura industrial.Nos presenta un manifiesto de ideas prácticas y filosóficas sobre cómo hacer agricultura y ganadería sostenible y poder alimentar a un gran sector de la población.Destaca la importancia de consumir alimentos sanos, ecológicos y estacionales, la necesidad de apoyar la agricultura local, el respeto al medio ambiente y el valor de vivir cerca de la naturaleza y de las personas que amamos, entre muchas otras recomendaciones.

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Información

Año
2018
ISBN
9788494622472

NIÑOS, QUEHACERES, HUMILDAD Y SALUD

“Nuestros jóvenes necesitan tener algo que hacer” es una frase habitual en los círculos de adultos de hoy en día. No comprendo los artículos en las noticias acerca de adolescentes que deambulan haciendo travesuras a las tantas de la madrugada. Cada vez que veo que un grupo de jóvenes ha montado alguna trifulca a las dos de la madrugada, me pregunto: “¿quién tiene tiempo y energía para andar tonteando a esas horas?”.
Nuestros hijos se iban a la cama a las nueve o diez de la noche y daban las gracias por poder hacerlo. Normalmente, nuestros aprendices y trabajadores en prácticas se despiden de nosotros para irse a la cama tan pronto como pueden tras la puesta de sol.
El hecho de que los jóvenes de hoy en día, al menos cuando no están en la escuela, pasen el día holgazaneando por ahí, dando una vuelta con sus amigos, y después estén hasta las tantas de la madrugada quemando el exceso de energía, es aberrante hasta el extremo. Añade a eso el pasatiempo de jugar a los videojuegos, donde ejercitan solamente los pulgares y las puntas de los dedos y, créanme, estamos ante una situación que sencillamente no es normal.
Cuando lo más emocionante de la vida es volverse lo suficientemente competente jugando a un videojuego como para alcanzar el nivel cinco, ¿qué clase de entorno estamos creando para los futuros líderes del país? Cuando me siento en un aeropuerto y observo a estos chicos rezumando testosterona, con los hombros encogidos y esos dedos que parecen los de E.T., todo el rato con sus ordenadores portátiles, me doy cuenta de que para ellos esto es normal. Esto no ocurre porque estén sentados en un aeropuerto intentando entretenerse un rato. De hecho, esta es la manera en la que pasan muchas, si no la mayoría, de sus horas. Recreo, entretenimiento y jugueteo.
Compara esto con lo que históricamente ha sido normal. Aquí tienes una lista de los quehaceres que desde tiempo inmemorial se han asignado a los jóvenes:
1. Talar, cortar y recoger leña. En los tiempos en que no había petróleo ni electricidad, todo el que fuera físicamente capaz contribuía a mantener la casa caliente durante los meses de invierno. El acopio de madera requiere un conocimiento del bosque y de qué tipos de árboles arden bien. No todas las especies arden igual. La madera resinosa, como la de los árboles perennes, recubre el interior de la chimenea y, a no ser que se mezcle mitad y mitad con madera no resinosa, produce una acumulación excesiva de hollín en las paredes de la chimenea. Este residuo altamente combustible puede llegar a convertirse en un riesgo de incendio. Por eso, siempre que talamos un pino, buscamos al menos una cantidad igual de otras maderas provenientes de árboles de hoja caduca, para equilibrar el combustible de la chimenea o la cocina de leña. La madera verde, recién cortada de árboles vivos, contiene al menos un 30% de agua, y esta humedad retarda la combustión porque el agua tiene que evaporarse antes de que la madera pueda arder.
Un recolector de madera que tenga experiencia en leña sabe buscar madera seca de árboles caídos para la quema inmediata, al mismo tiempo que hace acopio de madera verde para el futuro. Pero no toda la madera caída está igualmente seca. Si la madera se encuentra a cierta distancia del suelo, será perfecta. Un tronco que se haya enganchado quedándose en pie es casi siempre ideal. Algunas veces ya se habrá podrido y convertido en polvo, algo que les ocurre comúnmente a los árboles de hoja caduca como el chopo o el arce rojo.
Si la madera caída está en el suelo, puede que esté demasiado podrida como para quemarse. Esencialmente, quemar madera no es más que un proceso de putrefacción extremadamente rápido: lo que los microbios del suelo hacen en un periodo de tiempo prolongado, el fuego lo hace en un momento. Si el carbono que hace de combustible ya se ha descompuesto por la putrefacción, entonces no queda nada que quemar.
Todos los tipos de madera proporcionan más o menos la misma cantidad de calorías por kilo, pero diferentes maderas tienen un peso por metro cúbico distinto. Maderas pesadas como la del roble blanco y el nogal americano proporcionan dos veces más calor por metro cúbico que las maderas ligeras como la del chopo y el pino blanco.
Por lo tanto, para recoger madera correctamente hacen falta bastantes conocimientos. Más allá del conocimiento, está la habilidad para recogerla de forma eficiente. Obviamente, si vamos al bosque a recoger leña, llevaremos herramientas como la sierra mecánica (que es moderna), el serrucho o la sierra de bastidor (que son premodernas), o el hacha (que es antigua). O imagínate a los nativos americanos que, o bien usaban hachas de piedra, o prendían fuego alrededor de los árboles grandes para tirarlos abajo. Esto requería todo un conjunto de habilidades adicionales, habilidades que yo no poseo.
Pero yo sí que sé cómo usar una sierra mecánica, una invención moderna maravillosa. También sé cómo usar un hacha, afilarla, y reemplazar el mango, conjunto de habilidades que aprendí en mi juventud. Cuando la madera está cortada, hay que cargarla en algún recipiente: un remolque, la parte de atrás de una camioneta, la caja de la cosechadora de heno, lo que sea. Cuando voy al bosque, nunca deja de asombrarme cuánto tengo que enseñarles a nuestros aprendices y trabajadores en prácticas acerca de cómo recoger leña de forma eficiente. Primero, apilamos las ramas con la base mirando hacia el mismo lado y cuesta arriba, porque la parte superior abulta más y tiende a ganar más altura. Si amontonas las ramas de cualquier manera, la pila crece demasiado rápido. Si colocamos las ramas con cuidado, podemos apilar más.
Cuando empezamos a recoger los troncos de madera cortados, nos interesa que el remolque esté lo más cerca posible de la pila. Que no haga falta caminar, solo lanzarlos. Por supuesto, si el trozo de madera es demasiado grande como para lanzarlo, entonces puede que sí tengas que caminar, pero nos interesa seguir acercando el recipiente de carga a la pila de madera cortada para minimizar la distancia que andamos. Obviamente, si lanzamos la madera hacia el contenedor, nos interesa colocarnos entre el contenedor y la pila. De esta manera podemos reducir la distancia a la que hay que lanzar la madera en una cantidad equivalente a la anchura de nuestro cuerpo y la longitud de nuestros brazos, normalmente casi metro y medio.
Al pivotar de esta manera, conseguimos cargar la madera el doble de rápido que si nos colocamos detrás de cada pieza para lanzarla. Y tres veces más rápido que si la cogemos en brazos y la llevamos hasta el remolque. Sé que mucha gente estará leyendo esto y pensando: “Hala, eso es mucho trabajo. Me alegro de no tener que hacerlo y de que con solo encender el termostato se ponga en marcha la calefacción”.
Ahora llegamos al propósito de esta historia: pocas actividades pueden proporcionar más satisfacción al corazón de un joven que regresar a casa montado sobre una enorme pila de leña. Esta tarea ofrece la oportunidad de entrar en contacto con el bosque, pero no como lo haría un “cerebrito” académico. Más bien, se trata de un entendimiento visceral y saludable de la abundancia del bosque, de la diversidad de las especies que lo habitan y sus diferentes propiedades, y del hecho de que algunos especímenes han muerto, mientras que otros han sobrevivido un día más.
Algunas de las experiencias más satisfactorias de mi juventud tuvieron lugar mientras recogía leña con mi padre. Normalmente hacíamos este tipo de trabajo en el otoño, cuando las hojas se tornaban en brillantes colores, y el aire tenía el frescor justo para vigorizar el cuerpo. Posiblemente, aún hoy, mi trabajo favorito sea el del bosque. Encuentro pocas cosas más gratificantes que meterse en ese revoltijo desordenado, sacar los árboles torcidos, los “crea viudas” (árboles muertos que se apoyan en árboles circundantes), los árboles caídos, y salir al cabo de un par de horas habiendo restaurado un orden hermoso y liberado a los árboles buenos para que puedan crecer mejor y más sanos, como cuando quitamos la mala hierba del huerto.
Lo considero la multitarea por excelencia. No solo hemos revitalizado los árboles sanos, y restaurado la belleza y el orden, sino que al mismo tiempo hemos acumulado nuestro combustible para la calefacción. Cada vez que lanzo la última pieza de madera al remolque, me gusta tomarme unos minutos, en silencio, y examinar el lugar donde he trabajado. Las ramas cuidadosamente apiladas proveerán de cobijo a topos, ardillas y conejos durante varios años. A veces las trituramos para usarlas en las camas del ganado. Los árboles sanos, de pie, rectos y vigorosos, alzándose hacia el cielo, crecerán mejor ahora, sin el estorbo de los árboles torcidos, enfermos, o de los matorrales que les arrebatan suelo y sol. El lugar donde hace dos horas casi no se podía caminar es ahora un lugar espacioso, abierto, organizado, parecido a un parque.
El espíritu triunfante y exuberante de nuestros residentes cuando cabalgan sobre la carga de leña recién recogida es un testimonio de la profunda satisfacción física, emocional, espiritual y personal que este trabajo genera. Un trabajo visceral como este, con un claro propósito, hace que cualquier espíritu se alce con sensaciones de autoestima y éxito. Es la autorrealización definitiva. No encontrarás esa sensación al terminar un videojuego, juegues las veces que juegues.
Espero que este análisis ayude a ilustrar la profundidad y amplitud de la normalidad en la que los jóvenes han vivido históricamente. Y es que, en general, recoger leña es algo que se hace con, al menos, otra persona. El tiempo en compañía, los lazos y la camaradería que forman parte del proceso son la guinda del pastel. Sí, es trabajo, pero también lo es tratar de averiguar qué hacer con las rebeldes hormonas juveniles a las dos de la madrugada. Históricamente, el desarrollo normal de la juventud conllevaba una contribución significativa en el hogar familiar. El trabajo define a los individuos. ¿Cuál es una de las primeras preguntas que hacemos cuando conocemos a alguien?: “¿y tú qué haces?”. Eso quiere decir, “¿qué haces para ganarte la vida?, ¿cuál es tu vocación?, ¿cuál es tu profesión?, ¿qué te define cómo persona?”. La vocación nos da pistas sobre una persona: un ingeniero, un abogado, un ceramista, un empresario, un ministro, un terapeuta.
En la tradición judía, los chicos se convierten en hombres a los trece años. La lectura de cualquier biografía escrita durante las colonias norteamericanas revela una intrepidez inaudita entre los adolescentes. De hecho, el término “adolescente” no apareció hasta la Revolución Industrial, cuando la contribución social significativa de este grupo de edad comenzó a declinar. Hasta ese momento, eran adultos jóvenes. Muchos de los jinetes del Pony Express4 eran adolescentes. Estos chicos sabían cabalgar, manejar una pistola, reaccionar con rapidez, detectar peligros y ser responsables.
Aprovisionarse de leña, recogiéndola en los bosques, era, por regla general, una tarea comunitaria. Esta tarea diaria también implicaba cortar la madera en trozos más pequeños y meterla en casa.
2. Cortar leña era necesario para mantener la casa caliente. Esta tarea, que normalmente se hacía con un hacha, requiere su propio conjunto de destrezas. Ser capaz de interpretar la forma de los extremos de un trozo de madera precisa experiencia y una observación cuidadosa. A medida que la madera se seca, la humedad de los extremos se evapora antes que la humedad interior. Esto provoca marcas, o grietas. Cuando colocas el bloque de madera que quieres cortar, estas marcas te indican la inclinación natural para el corte de la pieza. Si haces uso de esas pequeñas grietas, la tarea será mucho más fácil.
3. Después de cortarla, había que meter la leña en casa para que el leñero estuviera lleno. En este punto, la conexión entre el aprovisionamiento y la necesidad se hace evidente. Sin leña, no hay calor. Recuerdo muy bien que durante mi adolescencia hacía el pipí de la mañana en el baño del piso de arriba, y veía como el chorro salpicaba contra el hielo de la taza del inodoro. Eso sí que te motiva a mantener el fuego encendido, a traer leña, y a recogerla, la secuencia inagotable de tareas que mantiene agradable una casa.
Esta tarea me enseñó tanto a ser responsable como a que se pudiera confiar en mí. Si yo tenía frío no era culpa de nadie salvo de mí mismo. Si no me encargaba de que hubiera suficiente leña como para pasar la noche, yo era víctima de mi propio descuido. Tenía que planear por adelantado, y estar al tanto de la temperatura exterior, que determinaba cuánta leña quemaríamos durante la noche. Tenía que fijarme en el tipo de madera. Si era madera de combustión rápida, necesitaba más volumen que si era madera de combustión lenta. Necesitaba una combinación de piezas grandes para mantener el fuego, y de piezas pequeñas para conseguir un área superficial suficiente para que el fuego siguiera encendido. Todo esto era responsabilidad mía.
Pero en última instancia, que dependía de la naturaleza para calentarme era patente día a día. El calor no venía de una tubería. Yo participaba en el esfuerzo de hacer crecer los árboles. Después, la lluvia y el sol hacían el resto. Participar en este intenso trabajo nos guía hacia nuestra dependencia de la “matriz ecológica”. Romper esta responsabilidad y dependencia históricas puede parecer bueno durante un tiempo, pero si usamos el ocio resultante para convertirnos en seres absorbidos por nosotros mismos, o en adictos a los famosos de Hollywood, ¿ganamos algo? ¿Acaso liberarnos de esas tareas nos hace mejores personas? ¿Somos más responsables? ¿Somos más conscientes de nuestra dependencia ecológica? No estoy diciendo que calentarse con gas natural o con electricidad sea un pecado. Sin embargo, creo que debemos esforzarnos más por recordar nuestra responsabilidad y dependencia con el medio ambiente, incluso si no participamos en estas actividades tradicionales.
He aquí una tarea doméstica poco conocida:
4. Asegurarse de que haya algo de proteína animal en el corral de las gallinas una vez a la semana durante el invierno. Una de las primeras tareas “para hombres” que hacían los chicos de granja era proporcionar algún tipo de bicho muerto para que comieran las gallinas ponedoras durante el invierno, mientras los saltamontes y los grillos están hibernando. Como los pollos y gallinas son omnívoros, necesitan proteína animal, que es difícil de encontrar durante los fríos meses invernales.
Consecuentemente, los chicos jóvenes tenían a su cargo la tarea de conseguir algo para las gallinas. Normalmente era una ardilla, mofeta, comadreja, mapache, conejo, cualquier cosa pequeña. Esto requería disparar o poner trampas, y es una de las razones por las que los manuales para jóvenes escritos durante el siglo XXI y principios del XX estaban repletos de trampas de fabricación casera. A menudo aquellos chicos no eran lo suficientemente mayores como para usar armas, así que tenían que ser ingeniosos para poder conseguir bichos de un modo u otro.
Afilar el ingenio contra los animales que corretean por la casa acarreaba más de una discusión jovial y alguna que otra noche haciendo, montando y afinando trampas a la luz de la hoguera. Ocupaba conversaciones sociales, formando el tejido de verdaderas colaboraciones. Y era el trabajo perfecto para jóvenes que buscaran el sabio consejo de aquellos adultos que ya habían pasado por esto de atrapar o disparar para lograr la cuota de proteína invernal para el corral de las gallinas.
Ahora, queridos lectores, os pido por favor que cerréis los ojos y meditéis sobre esta tarea doméstica durante unos minutos, comparándola con esa ruidosa, antisocial, totalmente aberrante pasión juvenil desatada en forma de respuestas dactilares taladrantes sobre una pantalla. ¿Cuál de ellas creéis que preparará a los jóvenes para que ocupen su lugar como líderes en la sociedad? ¿cuál de esos procesos sienta las bases del ingenio, la persistencia y la autorrealización, para ofrecernos líderes mundiales que no dependan de nadie y que sean capaces de resolver un problema considerando todos sus matices?
En el caso de jóvenes de ciudad, construir y poner en marcha maquetas de cohetes, coches de carreras y un sinfín de otras manualidades ayuda a desarrollar estas habilidades tradicionales. Y sin duda dará lugar a grandes anécdotas. ¿Cuántas veces puedes contar la historia de aquella vez que conseguiste cien mil puntos jugando al Crazy Maniac Highway Destructo? Sin embargo, siempre puedes contar la de aquel súper cohete que se fue de lado a lado.
Esta es una tarea doméstica que me precede alrededor de una década:
5. Recoger estiércol del redil de las vacas. Cuando yo era joven, un vecino de la vieja guardia me contó que esta tarea constituía uno de los primeros rituales de iniciación de los chicos. Las carretillas se inventaron hace mucho tiempo. Hoy en día tienen neumáticos, pero antes las ruedas eran sencillamente de metal. Antes de los fertilizantes químicos y de que los expertos en agricultura dijeran que el estiércol no valía ni el esfuerzo de llevarlo a los campos, los granjeros conocían sus beneficios.
No conocían todos los nombres científicos de los nutrientes, ni los elementos que contiene, ni sabían de enzimas completamente saturadas, pero sí sabían que el estiércol era mágico. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Para que quede constancia, aunque ahora sabemos mucho más acerca del estiércol que hace un par de décadas, todavía nos queda mucho por aprender. Cuanto más sabemos sobre la naturaleza, más conscientes somos de lo poco que sabemos.
Durante siglos, los agricultores intentaron averiguar cómo aprovechar mejor el estiércol. En una época, antes de que hubiera cercados eléctricos, palas de carga frontal, esparcidores de estiércol y trituradoras de madera, recoger estiércol requería trabajo manual. Gene Logsdon, en su maravilloso libro Holy Shit [Santa mierda]5, describe la tradicional cama estática de estiércol. Se hacía en invierno cuando las vacas y las ovejas apenas salían a los pastos; el estiércol del establo y estas camas constituían una de las pocas concentraciones de nutrientes en una granja. Durante la temporada de pastoreo, los animales esparcían su propio estiércol, pero estaba tan disperso que sus efectos no eran tan notorios. Esta cama de estiércol era tan apreciada que los granjeros llegaban incluso a recoger por las noches las bostas repartidas por el patio del establo para colocarlas dentro, bajo la protección del techo y en contacto con la paja absorbente: lo que yo llamo el “pañal carbonoso”.
De ahí la tarea de darse una vuelta con la carretilla y la horca, recoger con cuidado esas bostas que se habían quedado fuera y acarrearlas hasta el establo donde se cubrirían con paja y se almacenarían hasta la primavera. Aunque esta no fuera una de las tareas domésticas favoritas, era un indicativo del paso a la edad adulta, porque un chico que podía utilizar la carretilla en el establo estaba a la vuelta de la esquina de convertirse en un hombre. Recuerdo bien el momento en que enseñamos a nuestros hijos a usar la carretilla, viendo cómo intentaban equilibrarla mientras les decíamos “¡Sí, tú puedes! ¡Tú puedes!”. Cuando finalmente llegó el día en que fueron capaces de manejarla con destreza, les entregué el testigo.
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que mi hijo, Daniel, condujo el tractor él solo. Tenía unos ocho años y necesitábamos recoger una carga de balas de heno en un campo llano y grande. El campo de cinco hectáreas...

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