Nuestras 95 tesis. A quinientos años de la reforma
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Nuestras 95 tesis. A quinientos años de la reforma

Alberto L. García, Justo L. Gonzáles, Alberto L. García, Justo L. Gonzáles

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Nuestras 95 tesis. A quinientos años de la reforma

Alberto L. García, Justo L. Gonzáles, Alberto L. García, Justo L. Gonzáles

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Al igual que en los tiempos de Lutero, estamos viviendo en un mundo que experimenta enormes cambios en lo social, político, económico, religioso, cultural y tecnológico. Son cambios que, como en los tiempos del monje de Wittenberg, también desafían y obligan a la iglesia a representarse, a transformarse.Este libro es una invitación a la iglesia hispana a no olvidar la afirmación planteada por los autores en la tesis 55: "no somos víctimas indefensas, sino pueblo de Dios llamado a ser instrumento de su gracia, justicia y reconciliación.

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A 500 AÑOS DE LAS TESIS DE LUTERO: UNA PERSPECTIVA CATÓLICA

ORLANDO O. ESPÍN
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EN 2017 LA IGLESIA UNIVERSAL RECORDARÁ Y CELEBRARÁ el quinto centenario de un acontecimiento de consecuencias enormes para la historia cristiana, pero que en su momento —cuando aconteció, en 1517— no pareció ser más que una atrevida invitación hecha por un fraile agustino, que era profesor universitario en una pequeña ciudad alemana, a sus estudiantes y colegas en la misma universidad. La invitación al debate teológico cuestionaba los supuestos que avalaban la venta de indulgencias. Con noventa y cinco proposiciones a debatir, Martín Lutero grabó para siempre su nombre y valentía en la historia de la Iglesia.
Mi contribución a este proyecto ecuménico es, conscientemente, la de un latino que es teólogo y católico.3 Hay que ser ignorante de historia y teología para no reconocer la importancia de Lutero, y cuánto dijo que era verdaderamente necesario. El lector no espere, por lo tanto, una diatriba antiluterana (porque ni aquí ni en ninguna otra parte la hallará de mi autoría) ni tampoco una canonización del fraile agustino de Wittenberg (porque ni a Lutero mismo lo convencería). No espere el lector la perspectiva católica, sino apenas una.
Desde la segunda mitad del siglo veinte las relaciones entre católicos y luteranos, y entre católicos y muchos otros cristianos, se han desarrollado de maneras imposibles de imaginar en los siglos dieciséis y dieciocho. Específicamente hoy, entre los teólogos latinos de los Estados Unidos (católicos y no católicos) las relaciones ecuménicas fraternas, las amistades personales y las colaboraciones profesionales han sido y siguen siendo un ejemplo para nuestras respectivas denominaciones: la teología latina de los Estados Unidos nació respetuosa de lo ecuménico, y lo refleja cada vez más. Mi sencilla contribución se coloca en el marco de este diálogo latino que continúa.
1. Martín Lutero era católico, y sé que históricamente se puede afirmar con seguridad que Lutero siempre creyó que el movimiento reformador que inició nunca fue dirigido en contra del catolicismo, sino a su favor, para corregir los abusos doctrinales y la corrupción moral que eran evidentes en la iglesia de su época. Para Lutero, la iglesia era la que él conoció y en la que había sido bautizado y ordenado. Si la Confessio Augustana, que Felipe Melanchon escribió en 1530 con conocimiento y consentimiento de Lutero, refleja el pensamiento maduro del líder reformador, entonces no hay duda de que la teología de Lutero era católica. Una lectura de la Confessio también nos permite comprender cómo, en 1999, la Declaración conjunta sobre la doctrina de la Justificación pudo ser firmada y aceptada por luteranos y católicos, y luego por metodistas, llegándose a decir en ella que lo que ambas comunidades afirman sobre la justificación se complementa sin excluirse mutuamente y, más importante, que lo que luteranos y católicos creen y viven en común sobre la justificación por la fe es mucho más fundamental que los posibles modos diversos de expresarla.
No cabe duda de que Lutero fue hijo de su época y heredero de las tradiciones teológicas de sus maestros y comunidad. Como fraile eremita agustino, Lutero fue educado y formado en una teología específica (principalmente agustina) y en una espiritualidad (especialmente, en su caso, la influenciada por el pensamiento del también agustino Johann von Staupitz). La herencia agustina que formó a Martín Lutero es indispensable para comprenderlo a él y a su pensamiento. Esa herencia insistía, entre otras cosas luego reflejadas en los escritos del reformador, en que las Escrituras eran el centro de la vida espiritual y de la reflexión teológica; no para beneficio, satisfacción o consolación personal, sino para bien de toda la comunidad eclesial. La Biblia no era “de uno”, sino “de todos”. No estoy sugiriendo que el maestro de Wittenberg no haya hecho más que presentar lo que como agustino había recibido; pero sí estoy diciendo que sin su herencia agustina no hubiera tenido muchas de las herramientas con las que luego pudo crear y reflexionar.
Lutero no inventó la rueda, sino que hizo que sus contemporáneos reconocieran que era redonda. Si fuéramos punto por punto recorriendo la teología de Lutero (según la Confessio Augustana y según otros de sus escritos teológicos) veríamos cuán católico realmente era el gran reformador. Oponerlo hoy al catolicismo es falsificar a Lutero.
¿Entonces por qué Roma lo excomulgó? Porque para algunos (incluidos los papas de la época y muchos de sus burócratas clericales) Lutero representaba un desafío a su autoridad y al poder de la institución eclesiástica y sus beneficiados. A quien tiene poder nunca le ha gustado que le digan que se equivocó o que mintió. En vez de acceder a los frecuentes pedidos de diálogo por parte de Lutero, resultó más fácil para algunos papas, obispos, teólogos y burócratas exigir que se retractara y se sometiera a la autoridad, y así dejara de hacer preguntas incómodas a las que no querían responder, o comentarios que podían interpretarse como irrespetuosos contra quienes ostentaban (y se beneficiaban) del poder eclesiástico. Porque, desafortunadamente, en el siglo dieciséis como hoy, hay cristianos (católicos o no) que a veces confunden sus costumbres, sus ritos, sus interpretaciones bíblicas o doctrinales y sus normas eclesiásticas con la revelación de Dios; y no les gusta que les muestren que la rueda es redonda, especialmente cuando así arriesgan perder poder, autoridad, prestigio o seguridad.
En el catolicismo del siglo dieciséis se confundía demasiado frecuentemente la legislación y costumbres eclesiásticas con la revelación. Al inicio del siglo dieciséis, ¿hacía falta una profunda renovación (¡reforma!) del catolicismo? Sin duda alguna. Y Martín Lutero históricamente provocó el inicio de esa reforma dentro del catolicismo y para la renovación de este. No fue el único reformador, ni el primero, pero su impacto es históricamente incuestionable.
Lutero no fundó, ni jamás pensó en fundar, una nueva iglesia o denominación: comenzó un movimiento de reforma de la Iglesia Católica y siempre creyó que esa era la iglesia a la que siempre perteneció. Como católico y teólogo, no creo que nadie pueda hoy sinceramente decir que Lutero no fue la medicina providencial que lanzó el proceso de reforma tan necesario en la Iglesia Católica de inicios del siglo dieciséis, reconociendo su fidelidad a lo que él entendía ser evangelio e iglesia.
Las 95 tesis de Lutero (que evidentemente no encierran toda su trayectoria teológica y reformadora) enfáticamente subrayaban la necesidad de discutir en serio algunas prácticas y supuestos doctrinales muy populares pero profundamente cuestionables en el catolicismo de su época, especialmente la venta de indulgencias apoyadas en aseveraciones teológicas sin fundamento. De las 95 tesis, la inmensa mayoría invita a cuestionar y debatir las indulgencias y los argumentos ofrecidos por los predicadores que se beneficiaban de ellas. Desafortunadamente, para muchos (católicos o no) ha sido fácil y frecuente reducir las tesis al tema de la venta de indulgencias, como si apenas sobre ellas girara el pensamiento de Lutero y su propuesta reformadora.
Al contrario, entre las 95 tesis encontramos algunas extraordinariamente importantes, que van mucho más allá de las indulgencias y que tocan el corazón mismo del evangelio, y que por eso exigen atención por parte de todos los cristianos de toda época. Me refiero más específicamente (por ejemplo) a las tesis 43 y 45:
(43) “Hay que instruir a los cristianos que aquél que socorre al pobre o ayuda al indigente realiza una obra mayor que si comprase indulgencias”.
(45) “Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios”.
Estas tesis (y otras) me hacen pensar que quizá no sean hoy las indulgencias, sino otras actividades y actitudes las que dan falso consuelo o seguridad al pueblo, en nuestros contextos contemporáneos (por ejemplo: la asistencia dominical, o ser sumamente leal a cuanto dicen sacerdotes, pastores, obispos y papas, o ser fiel en la observancia del derecho canónico o de otras exigencias y normas externas, o el aprenderse cientos de versículos de la Biblia de memoria, o exigir diezmos y otras donaciones, o insistir que se pertenezca a esta pero no a aquella denominación, o que nos vistamos de esta y no de otra manera, o que se acepte tal o cual interpretación bíblica sin más prueba que la autoridad de quien propone la interpretación, o el participar en estos pero no aquellos cultos… y muchos etcéteras), como la “compra de indulgencias” daba consuelo y seguridad falsos al pueblo contemporáneo de Lutero aunque (tanto en el siglo dieciséis como hoy) con buenas intenciones o no. De hecho, como bien demostró Lutero, se ignoraba o encubría el evangelio.
Es cierto que la mayoría de las 95 tesis tienen que ver con el abuso de la venta de indulgencias: su uso y abuso, explicaciones y manipulaciones a principios del siglo dieciséis. Pero tienen todavía qué decir (y desafiar) a los cristianos de hoy cuando se mienten a sí mismos pretendiendo que hay otros caminos de salvación que no exijan la compasión hacia el más necesitado y frágil como condición irreducible y no negociable. Y que nada ni nadie puede tomar el lugar de la compasión real y efectiva, por “bueno y santo” que parezca, porque Dios es compasión.
Martín Lutero no fue el único que exigió reforma, pero sin su grito profético solo Dios sabe cuál habría sido el desarrollo del cristianismo.
2. Históricamente, creo que es importante entender que la “Reforma” sucedió en plural, y no se la puede entender, sino como un movimiento plural en el que hubo propuestas reformadoras de muchos, que a su vez se enfrentaron entre sí, y no siempre se entendieron o coincidieron. Hubo reformadores que permanecieron en comunión con Roma, aun criticándola severamente, y otros reformadores que abandonaron esa comunión. La llamada profética a reformar la iglesia no siempre llevó al cisma, aunque a veces la conciencia se lo exigió a muchos. Por eso, valga también añadir que la “Contrarreforma”, históricamente, fue igualmente plural y no vino solamente arropada en intentos de autopreservación romana; todos, desafortunadamente, pelearon y se opusieron entre sí mientras proponían programas reformadores que no siempre coincidían. Es quizá fácil hoy cuestionar la sinceridad de quienes ostentaban posiciones diferentes a las que nos parecen correctas, cinco siglos después. En el siglo dieciséis no era difícil querer una reforma; lo más difícil era arriesgarse e intentar decidirse por cuál, sin falsificar la conciencia. En breve: como católico, reconozco plenamente que en el siglo dieciséis estalló el movimiento reformador porque era imprescindible para la iglesia, y porque también era innegable que de los obispos de Roma no se podía esperar el cambio. Los obispos de Roma y sus burócratas clericales estaban entre los principales causantes de la corrupción, aunque también hay que reconocer que intereses políticos y financieros ajenos a Roma se beneficiaban de la corrupción ecl...

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