LOS TIEMPOS DE „MEIN KAMPF…
1.
Hitler provenía de un linaje de labriegos en el que las uniones consanguíneas eran el pan de cada día. El apellido familiar, que dio muchos tumbos (Hiedler, Hütler Hüttler y Hitler) hasta que se oficializa por primera vez al registrarse el bautismo de Stefan Hiedler, 1672, en una oscura aldea del vasto imperio austro-húngaro. Y fue en ese villorrio (Walterschlag) donde en 1772 nació Martín Hüttler, el que sería bisabuelo del futuro canciller. Vivió su vida adulta en Spital, burgo cercano, y en Spital murió en 1829, no sin dejar bajo techo seguro a otro Martin Hüttler, que sería abuelo del futuro caudillo del nacionalsocialismo; el que fue Führer de los alemanes y sumo sacerdote de una tenebrosa religión que debía durar más de mil años.
Hombre inquieto, Martin pateó sin descanso las tierras de la Baja Austria en su desempeño como molinero, y tanto las pateó que un buen día tropezó con María Ana Schicklgruber, una robusta campesina oriunda de Strones con la que, tomados de la mano, todavía anduvo un poco más por aquellos ubérrimos campos de labor. Inevitablemente, como suele suceder entre seres humanos cuando hombre y mujer andan mucho tiempo de la mano, llegó la convivencia, antesala de la intimidad, y alcanzada ésta un buen día se casaron. Lo hicieron en Döllershein en mayo de 1842.
Pero en 1837, cinco años de antes de conocer a Martin, María Ana tuvo un hijo, supuestamente bastardo, al que dio el nombre de Alois, y que se suponía vástago de Johann Georg Hiedler. Tal suposición no es del todo refutable y todo indica que la pareja, casada ya en 1842 no se tomó la molestia de legitimar el niño fruto de su unión y éste fue criado en el hogar de un tío paterno, y continuó llevando el apellido de soltera de su madre, Schicklgruber hasta cumplir los cuarenta años. María murió en 1847 y Johann Georg Hiedler desapareció durante los treinta años siguientes sin dejar rastro de su existencia. El día 6 de junio de 1876, a la edad de ochenta y cuatro años reapareció, compareció ante un notario en el pueblo de Weitra y declaró, asistido por testigos, que él era el padre de Alois, con cuya madre había contraído matrimonio posteriormente a su alumbramiento. Es un misterio lo que hizo Johann Georg durante esos treinta años en los que la tierra se lo tragó, ni que lo impulsó a reconocer tan tardíamente su paternidad. Pero el 23 de noviembre de 1876 el párroco de Döllersheim, basado en una declaración notarial alteró el registro bautismal de Alois Schicklgruber cambiándolo por el de Alois Hitler. De ese modo, doce años antes del nacimiento de Adolfo, su tercer hijo, Alois ya firmaba Hitler, por lo que el niño nunca fue apellidado de otra maneraAlois tenía diez años cuando murió su madre, y continuó viviendo en Spital con su tío paterno. Aprendió el oficio de zapatero, heredó el andariego carácter de Martin Hütler y sin querer establecerse abandonó el hogar para probar fortuna. Fue zapatero remendón en Viena y probó suerte como policía en el Servicio Austriaco de Aduanas, donde finalmente se quedó. A los veintisiete años ascendió por primera vez en su trabajo y casó en primeras nupcias con Anna Glassl, la hija adoptiva de uno de sus colegas. Durante los dieciséis años siguientes continuó calladamente su ascenso como funcionario, en Branau y otras poblaciones limítrofes con Baviera, hasta el momento en que la inspección de finanzas le nombró jefe de aduanas de Passau. Su trabajo y su matrimonio con la hija de ese funcionario, que además aportó dote, fueron valorados y lo elevaron en la escala social. No abandonó del todo su relación con sus parientes de Spital, recibió una herencia del tío Johann Nepomuk Hütler (1807-1888) y fue en esos días cuando dio los pasos para legitimar el cambio de apellido que su padre había notariado en Weirazerz. Pero su matrimonio no arrojó réditos y después de una separación pactada, su esposa, que era 14 años mayor que él murió en 1883. Treinta días después de ese deceso se casó de nuevo, esta vez con Franziska Matzelberger (1861-1889), una amante que ya le había dado un retoño y que a los tres meses de la ceremonia nupcial le incrementó la prole con una hija a la que pusieron por nombre Ángela. Para Alois tampoco hubo suerte en este matrimonio. Al año del nacimiento de la niña la tuberculosis se llevó a Franziska. Alois cuidó esta vez las apariencias y aguantó año y medio de viudez antes de volverse a casar. La escogida se llamaba Klara Pölzl (1860-1907), una joven de la que lo separaban veintitrés años, nativa de Spital, tierra de los Hitler, donde su familia llevaba viviendo más de cuatro generaciones. Alois había llevado a Klara su lado para que cuidara de los dos niños habidos en sus matrimonios anteriores, pero Franziska todavía vivía cuando Klara ya llevaba en el vientre la semilla de su protector. Los enredos familiares, entretanto, se fueron desvelando: resultó que Klara era prima segunda de Alois y nieta de Johann von Nepomuk Hütler, el hombre que había recogido y criado a su marido. Fue pues, necesario, obtener dispensa eclesiástica para casar a Alois Hitler con su tercera mujer y finalmente, el 17 de mayo de ese mismo año nació en Braunau am Inn Gustavo, primer hijo del nuevo matrimonio. Éste, la hermana que le siguió, Otto y Edmund no sobrevivieron a los avatares de la infancia y solamente Paula, la última de sus hijos con Klara, llegó con su hermano Adolfo a la edad adulta. Ángela Hitler (1883-1949), la medio hermana del futuro Führer, Raubal por su matrimonio, nacida en Linz e hija de Franziska, fue la única de los parientes que mantuvo contacto con el dictador hasta la muerte de este en 1945, llegando a hacerse cargo en alguna ocasión, como ama de llaves, del Berghoff en Obersalzberg, el refugio montañoso de su complicado y peligroso hermano. Ella fue la madre de Ángela María “Geli” Raubal (1908-1931), la joven sobrina de la que el Führer se enamoró perdidamente y que se suicidó abrumada por el carácter posesivo y tiránico de su pretendiente, que ya por entonces se hallaba firmemente instalado en el camino hacia el poder. En Nurenberg, en sus deposiciones ante los aliados vencedores Hermann Goering (1893-1946) comentó que la muerte de esta muchacha fue un golpe considerable para el ego del tirano y conllevó el alejamiento definitivo, de su círculo íntimo, de cualquier pariente conocido o por conocer.
2.
Alois tenía ya 56 años cuando su hijo Adolfo enfrentó por primera vez la escuela primaria. Cuarenta años más tarde la desbordada hagiografía nazi no encontró recursos para magnificar esa importante primera etapa de nuestra vida. Era, simplemente, un niño que se desenvolvía sin mayores problemas en los estudios elementales y jugaba con sus condiscípulos en los campos y pequeños bosques de la región. A los 11 años, sin embargo, según cuenta él, surge un primer incidente con su dominante progenitor cuando ingresa en el real colegio de Linz. Hitler lo cuenta en Mein Kampf:
“No quería dedicarme al servicio civil. Ni la presión más abrumadora ni las más graves amenazas pudieron romper esta oposición… Un día comprendía que había de ser pintor, quiero decir artista… mi padre se quedó atónito: “¿Un pintor? ¿Un artista?, exclamó. Dudaba de que estuviese en mis cabales. Pensó que no había oído mis palabras correctamente, o que había malinterpretado lo que yo decía. Pero cuando le expliqué mis ideas y vio cuán seria era mi decisión, se opuso con la tenaz determinación que le era característica… “¡Artista! No mientras yo viva, nunca.” En este punto se empató nuestra disputa. Mi padre no abandonó su “nunca” mientras que yo afirmaba más mi “a pesar de todo”. Mi Lucha, p.21. La edición aquí citada es la traducción no expurgada de James Murphy. (Hurst & Blackett, Londres, 1939) Citada en Alan Bullock, tomo 1º p.5 de Biografías Gandesa, México D.F. 1955.
Alguno de sus biógrafos admite que ésta pueda ser la verdad de lo sucedido, pero a mí me cuesta creer que fuese así. Un hombre de 56 años criado y formado en un mundo decimonónico como aquel, no me lo imagino bien acomodado en su sillón discutiendo de tú a tú con un con su hijo de 11 años en el victoriano y patriarcal siglo xix. Tal posibilidad no encaja en mis esquemas. Además, hay indicios suficientes para pensar que le daba a su hijo sonoras tundas cuando se salía de la línea. Hitler, en su libro escribe para agigantar su imagen, no para contar que a las primeras de cambio se rindiera ante el primer escollo, aunque ese escollo fuese su padre y él tuviera sólo 11 años de edad.
Adolfo Hitler fue un estudiante mediocre, pese a su indudable inteligencia, y ese hecho no admite discusión. En Mein Kampf y en donde quiera que el tema estuvo en debate intenta descargar la culpa sobre la figura paterna. Pero esa figura es Alois Hitler, un hombre huérfano de padre a muy tierna edad, que conoció la penuria y que luchó denodadamente para escapar de la pobreza y la mediocridad que en sus inicios lo acosó. Un hombre que poco a poco fue ascendiendo en el escalafón y poco a poco fue cambiando el mundo en que sus varias mujeres y sus hijos supervivientes tuvieron que respirar. Fue un triunfador en el modesto entorno laboral en que se desenvolvió y nadie que haya hojeado su currículum lo puede rebatir. Su mismo hijo lo corrobora en las primeras páginas de su ideario, cuando escribe:
“Mi padre, hijo de un pobre campesino, no había podido resignarse en su juventud a quedar en la casa paterna. No tenía trece años, cuando lio su morral y se marchó del terruño. Iba a Viena, desoyendo el consejo de aldeanos de experiencia para aprender allí un oficio. Ocurría esto el año 50 del pasado siglo. ¡Grave resolución la de lanzarse en busca de lo desconocido sólo provisto de tres florines! Pero cuando el adolescente cumplía los diez y siete años y había rendido ya su examen de oficial de taller, no estaba sin embargo satisfecho de sí mismo. Por el contrario, las largas penurias, la eterna miseria y el sufrimiento, reafirmaron su decisión de abandonar el taller para llegar a ser “algo mejor…” Con la tenacidad propia de un hombre, ya casi envejecido en la adolescencia por las penalidades de la vida, se aferró el muchacho a su resolución de llegar a ser funcionario y lo fue. Creo que poco después de cumplir los 23 años consiguió su propósito.” Adolf Hitler. Mi lucha. Ibid.p.24
Esto lo escribió su hijo, que ya en su plácida infancia organizaba juegos de guerra porque agrandaban su ego y le permitían ordenar y mandar a los que jugaban a su lado; un niño que siempre tuvo cerca a su madre, que lo mimaba sin límite y también a una hermana pequeña que se inclinaba ante todos sus caprichos. Un muchacho que vivió cómodamente la etapa borrascosa que casi siempre es la adolescencia, y durante la cual ni estudió seriamente ni ejerció tampoco un sólo oficio provechoso y, como es de suponer, no trajo a su hogar un sólo Krone que ayudar...