Fundamentos de economía política
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Fundamentos de economía política

Los patrones de acumulación, de los clásicos al neoliberalismo del siglo XXI

Eduardo M. Basualdo

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Los patrones de acumulación, de los clásicos al neoliberalismo del siglo XXI

Eduardo M. Basualdo

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Desde algunas corrientes de pensamiento, se considera a la economía como una caja de herramientas a la que acudir para resolver necesidades múltiples contando con recursos escasos. Desde otras, en cambio, se adopta la categoría de economía política como clave para articular teoría y conceptos con el análisis de procesos históricos y sujetos sociales. Este es justamente el camino que sigue Eduardo Basualdo en este libro, en el que toma el concepto de "patrón de acumulación de capital" como una categoría central para la investigación social en general, y amplía su alcance para incluir cuestiones vinculadas con el Estado, el poder, la hegemonía y las luchas sociales en su análisis.En estas páginas, en las que se presenta una mirada sobre la historia del capitalismo, Basualdo demuestra persuasivamente cómo, dentro de ese modo de producción, no solo ha habido fases en la economía mundial sino que en los países se han desarrollado patrones de acumulación específicos. Son esos factores nacionales, sostiene el autor, los que explican las formas concretas que han adoptado los modelos de producción alineados con el capitalismo y también los que han buscado oponerse a él.En un arco que se remonta a los autores clásicos de la economía (Smith, Ricardo, Marx) y llega al neoliberalismo de nuestros días, con numerosos ejemplos que anclan sus conceptos en la realidad argentina y latinoamericana, Basualdo construye un recorrido ambicioso y riguroso por los avatares de las economías periféricas y despliega una serie de categorías fundamentales para pensar hoy el capitalismo dependiente.

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Información

Año
2019
ISBN
9789876299251
Categoría
Economía
1. La teoría del valor y los modos de producción
Conceptos fundamentales de la economía política
El enfoque tradicional del estudio sobre la evolución del pensamiento económico analiza los sucesivos y diversos planteos que se desplegaron a lo largo de la historia como si describieran un proceso de avances y retrocesos que culmina con la instauración del capitalismo. Para recordar algunos hitos de ese periplo, esas visiones se remontan a Aristóteles (384-322 a.C.), uno de los primeros en utilizar el término “economía” para referirse a las leyes de la economía doméstica, quien mientras condenaba la usura, justificaba la esclavitud y la condición inferior de las mujeres.[2] Luego, le siguió el “mercantilismo”, que dominó el funcionamiento económico entre fines del siglo XVI y mediados del XVIII. En términos generales, esta escuela sostenía que el oro y los metales preciosos eran el sustento de la riqueza, para lo cual debía tenerse un saldo comercial favorable; por lo tanto, defendía el proteccionismo y las importaciones de productos primarios así como la exportación de manufacturas, manteniendo salarios bajos.[3]
A continuación, dentro de la historia del pensamiento económico se encuentra la renombrada escuela de los fisiócratas (Quesnay, Turgot, Du Pont de Nemours, entre otros) que, junto con el mercantilismo, fueron mencionados en tono crítico por Adam Smith e incluso por Karl Marx, aunque este último reivindicó su enfoque global del proceso económico. Esta escuela, que surgió en el siglo XVIII como respuesta al mercantilismo, consideraba que las leyes humanas debían estar en armonía con las de la naturaleza; de esta concepción surgió el famoso apotegma en el pensamiento económico de “dejar hacer, dejar pasar” (laissez faire, laissez passer). Los fisiócratas asumían que existía una ley natural independiente de los hombres y de sus instituciones por la cual la producción agropecuaria posibilitaba la generación de un excedente económico. Ni la producción artesanal (industria de la época), ni el comercio y –menos aún– la burocracia estatal disponían de este atributo, por lo que entendían que todos ellos eran parasitarios en virtud de que recibían ingresos sin generar valor agregado. Finalmente, el enfoque tradicional realiza un análisis de las diversas escuelas que se despliegan a partir del capitalismo, desde los autores clásicos hasta la actualidad, con el proceso de valorización financiera.
Sin embargo, cabe destacar que este método analítico para encarar el estudio de la economía política no solo es lineal, sino también equívoco, e incluso injusto con las distintas escuelas y autores, en tanto no repara que se trata de problemáticas y desarrollos que se corresponden con formaciones económicas y sociales; o, en términos más estrictos, con modos de producción cualitativamente diferentes. El concepto y estudio general de los modos de producción fue un aporte fundamental realizado sobre todo por Marx en el “Prólogo” a la Contribución a la crítica de la economía política, publicado en 1859, y también en los denominados Grundrisse (Marx, 1971a).[4] Caben pocas dudas acerca de que la versión clásica de los modos de producción es la publicada en el “Prólogo”, donde señala:
A grandes rasgos podemos designar como otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana (Marx, 2015: 249).
En esos textos, Marx se propuso un análisis detallado no de los estadios por los que transitó la humanidad, sino de las características presentes en toda sociedad, que consisten en la formación de las relaciones sociales de producción y el desarrollo de las fuerzas materiales de producción, así como el desfase y la contradicción que se despliegan entre ellas. Tanto es así que, como señala Hobsbawm en el “Prólogo” a los primeros borradores de los Grundrisse (Marx, 1971a), allí no se mencionan las clases sociales porque ellas son un caso particular de las relaciones sociales de producción privativas del modo de producción capitalista.
Otra característica relevante que conviene señalar es que el contenido más general de la historia es el progreso en términos objetivos y no éticos. Es decir, no es que Marx postulara que el progreso era el hilo conductor de la historia, sino que la humanidad, mediante la relación entre los hombres y de estos con la naturaleza, recorre objetivamente ese derrotero a lo largo de su historia. La cooperación entre los hombres y su explotación de la naturaleza da lugar a la especialización y la generación de un excedente económico creciente en el tiempo, y ambos procesos permiten el intercambio que en principio tiene como destino la producción de bienes de uso. Con la aparición del dinero surge un cambio cualitativo, porque este permite el tránsito de la producción de bienes de uso a bienes de cambio, es decir, a mercancías, que potencian mediante el intercambio la acumulación de capital. Irrumpe de esta forma el capitalismo y se genera de forma progresiva la “separación del trabajo libre con respecto a las condiciones objetivas de su realización –con respecto al medio de trabajo y al material del trabajo–. Por lo tanto, ante todo, separación del trabajador con respecto a la tierra como su laboratorium natural” (Marx, 2009: 62).
Otro aspecto a destacar es que a partir del materialismo histórico se plasma un nuevo paradigma epistemológico, que señala Hobsbawm cuando, en su crítica al análisis realizado por Joseph Schumpeter (1997) sobre la trayectoria de Marx, establece una clara diferencia entre el sociólogo y el economista, además del profeta y el maestro. Hobsbawm indica entonces que, en realidad, Schumpeter está proyectando un problema epistemológico del cual adolece la economía convencional, lo que no es atribuible a Marx, ya que en su metodología las relaciones sociales de producción y las fuerzas materiales de producción constituyen una unidad indisoluble. Es interesante al respecto traer aquí las palabras de Hobsbawm en el “Prólogo” del texto de Marx Formaciones económicas precapitalistas:
El desarrollo económico no puede ser simplificado como “crecimiento económico”, mucho menos como variación de factores aislados como la productividad o la tasa de acumulación de capital, a la manera del economista vulgar moderno que suele argumentar que el crecimiento se produce cuando se invierte más, digamos, el 5% del ingreso nacional. El examen de diversos modos de producción precapitalistas de producción es, en este ensayo, un brillante ejemplo de ello y, de paso, ilustra lo erróneo que resulta concebir el materialismo histórico como una interpretación económica (o sociológica) de la historia (Hobsbawm, 2009: 17).
En este contexto, cabe destacar que el concepto de modo de producción pone en evidencia que el método de Marx constituye un parteaguas en el desarrollo histórico de la economía política, que persiste hasta la actualidad. No es la intención aquí incursionar en el estudio de las características de los diversos modos de producción, sino señalar que es fundamental tenerlos en cuenta al menos por dos razones de singular relevancia. La primera de ellas es definitoria para la problemática central de este trabajo, ya que el modo de producción capitalista es el ámbito en el cual se despliegan diferentes patrones de acumulación de capital que pueden estar en concordancia o discrepar con las características que adoptan las distintas fases del capitalismo a escala mundial. En otras palabras, los patrones de acumulación de capital son privativos del modo de producción capitalista.
La segunda razón está algo más alejada de la preocupación principal de este libro, pero vale la pena tenerla en cuenta, ya que, si se repara en la existencia de los modos de producción, se puede concluir que el surgimiento de la economía política como ciencia social propiamente dicha se produjo cuando se puso en marcha el capitalismo. De hecho, el análisis de ese modo de producción es la temática principal que abordan los autores que, no sin discusión, son considerados sus padres fundadores (Smith, Ricardo y Marx),[5] y de allí surgieron las concepciones que hoy se disputan la hegemonía en esta disciplina. Todos ellos –y, en consecuencia, las diferentes corrientes del pensamiento que los siguieron– reconocen en la problemática del valor una preocupación definitoria:
La teoría del valor es algo así como el corazón de la ciencia económica (y como tal fue reconocida siempre aunque con diversos grados de claridad) y, por lo tanto, en la suerte sufrida por ella se reflejan mejor que en cualquier otra teoría los puntos cruciales de la historia misma de la economía política (Napoleoni, 1962: 1569).
Por esta razón, la teoría del valor y los modos de producción conforman el contexto y el sustento de los patrones de acumulación de capital, temática que se abordará en los próximos capítulos, luego de un breve repaso por la visión de los autores clásicos sobre ambos aspectos, teniendo en cuenta que la teoría del valor y la distribución está presente en todos ellos, mientras que los modos de producción fueron planteados solo por Marx.[6]
La teoría del valor y los modos de producción en el análisis realizado por los clásicos
Un breve recuento analítico del pensamiento de los autores clásicos no puede encararse sin plantear de manera sucinta el contexto económico y social de la época en que vivieron. Algunos de ellos fueron relativamente contemporáneos entre sí; tal el caso de Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823), ya que cuando Smith murió, Ricardo tenía 18 años. Menos coincidencia hay entre Ricardo y Marx (1818-1883), ya que este tenía 5 años cuando murió Ricardo; mientras que, desde luego, entre Smith y Marx no hay ninguna coexistencia temporal: este último nació veintiocho años después de la muerte de Smith.
En cuanto al contexto económico y social en que vivieron los primeros autores clásicos, cabe recordar de la mano de Eric Hobsbawm que en 1750 comenzó una trasformación histórica en Gran Bretaña: la Primera Revolución Industrial, es decir, el hecho fundacional de la irrupción del capitalismo, que este autor caracteriza categórica y apropiadamente como “la transformación más fundamental experimentada por la vida humana en la historia del mundo, registrada en documentos escritos”. Según Hobsbawm, en esa etapa Gran Bretaña fue
el único taller del mundo, su único importador y exportador, su único transportista, su único poder imperialista, casi su único inversor extranjero; y por esa misma razón su única potencia naval y el único país con una política mundial propia (Hobsbawm, 1982: 13).
En este nuevo momento, entonces, la actividad central fue la producción textil algodonera, la cual no estuvo basada en grandes innovaciones, sino en la aplicación y articulación de conocimientos y bienes de capital disponibles, así como en el desarrollo de innovaciones menores. Al respecto, Hobsbawm señala:
La tecnología de la manufactura algodonera fue pues muy sencilla, como también lo fueron, como veremos, la mayor parte del resto de los cambios que colectivamente produjeron la Revolución Industrial. Esa tecnología requería pocos conocimientos científicos o una especialización técnica superior a la mecánica práctica de principios del siglo XVIII. Apenas si necesitó la potencia del vapor ya que, aunque el algodón adoptó la nueva maquinaria de vapor con rapidez y en mayor extensión que otras industrias (excepto la minería y la metalurgia), en 1838 una cuarta parte de su energía procedía aún del agua. […] En otras palabras, esta situación minimizó los requisitos básicos de especialización, de capital, de finanzas a gran escala o de organización y planificación gubernamentales, sin lo cual ninguna industrialización es posible (Hobsbawm, 1982: 58).
Si bien la producción textil algodonera fue la rama industrial dinámica de esta primera fase de la Revolución Industrial, su propia expansión tuvo un efecto directo sobre el crecimiento y el desarrollo tecnológico de algunas actividades industriales, pero fue indirecto y débil sobre el conjunto de la producción industrial debido a las limitaciones propias de una actividad con escasa capacidad de propagar el crecimiento industrial, como la tiene en cambio la producción de insumos difundidos. Hobsbawm también se ocupa de esto:
Difícilmente hace falta poner de relieve que el algodón estimuló la industrialización y la revolución tecnológica en general. Tanto la industria química como la construcción de máquinas le son deudoras: hasta 1830 solo los londinenses disputaban la superioridad de los constructores de máquinas del Lancashire. En este aspecto la industria algodonera no fue singular y careció de la capacidad directa de estimular lo que, como analistas de la industrialización, sabemos que necesitaba de las industrias pesadas de base como carbón, hierro y acero, a las que no proporcionó un mercado excepcionalmente grande (Hobsbawm, 1982: 67).
Otro factor que hizo posible esa primera fase de la Revolución Industrial en Gran Bretaña fue la mano de obra calificada que, como se sabe, es condición sine qua non para avanzar en la industrialización:
En este aspecto, la historia de la industrialización de Gran Bretaña ha sido irrelevante para sus necesidades, porque a Gran Bretaña el problema apenas la afectó. En ninguna etapa conoció la escasez de gentes competentes para trabajar metales, y tal como se infiere del inglés de la palabra ingeniero (engineer = maquinista) los técnicos más cualificados podían reclutarse rápidamente de entre los hombres con experiencia práctica de taller. Gran Bretaña se las arregló incluso sin un sistema de enseñanza elemental estatal hasta 1870, ni de enseñanza media estatal hasta después de 1902 (Hobsbawm, 1982: 60).
Finalmente, en el contexto de la brutal explotación de los trabajadores que supuso la Revolución Industrial, comenzó a surgir la organización sindical, pero no en las actividades industriales periféricas, sino en la más dinámica de ellas: la industria textil algodonera.
Las sociedades obreras de la industria algodonera de Lancashire se apoyaban en una minoría de hiladores (de mule) cualificados masculinos que no fueron, o no pudieron ser, desalojados de su fuerte posición para negociar con los patronos por fases de mecanización más avanzadas –los intentos de 1830 fracasaron– y que con el tiempo consiguieron organizar a la mayoría no cualificada que los rodeaba en asociaciones subordinadas, principalmente porque estas estaban formadas por sus mujeres e hijos (Hobsbawm, 1982: 63).
Es decir que la Primera Revolución Industrial se sustentó en el desarrollo de la industria liviana, como ocurrió con la expansión manufacturera latinoamericana, y específicamente de la Argentina, durante el siglo XX, reconociendo la producción textil como una rama productiva dinámica, pero bajo condiciones muy disímiles porque, entre otras múltiples diferencias, estuvo basada en la sustitución de importaciones y en la presencia del capital extranjero. Resulta poco discutible que la conjunción de la Revolución Industrial con la independencia de los Estados Unidos y, poco después, con la Revolución Francesa haya señalado el principio del fin del mundo medieval.
Adam Smith
Fue en el marco de la Revolución Industrial que Adam Smith escribió Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, su obra cumbre que vio la luz en 1776, y que se popularizó como La riqueza de las naciones. Bajo las mismas circunstancias, David Ricardo, que se dedicó al estudio de la teoría económica a partir de la lectura de La riqueza de las naciones, publicó su trabajo más relevante en 1817 con el título de Principios de economía política y tributación. Hijos de su época, ambos trabajaron a partir del supuesto de que regía la competencia perfecta, pero sus derroteros intelectuales fueron diferentes, aunque siempre relacionados con la teoría del valor y su distribución.
Entre los académicos que realizaron estudios sobre el pensamiento económico, hay pleno consenso en que Smith efectuó un aporte fundamental por ser la piedra basal del liberalismo económico; sin embargo, al mismo tiempo sus propias ambigüedades en el estudio de la problemática del valor abrieron la puerta para la irrupción de las dos corrientes del pensamiento económico que se disputaron la hegemonía de la disciplina de allí en más.
Smith fue uno de los primeros académicos de esta disciplina, pero, a pesar de sostener un alegato fuertemente clasista a favor de la burguesía industrial y de hacerlo de manera contemporánea con la Primera Revolución Industrial, sus referencias a esta transformación histórica son escasas e inexistentes respecto de la actividad textil que, como se dijo, era el núcleo de esa industrialización liviana inicial. Si bien esto resulta llamativo, no le impidió predecir el porvenir. Mark Blaug fue muy agudo al poner de manifiesto este rasgo de Smith:
En realidad, no hay nada en el libro que permita suponer que Adam Smith se da...

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