La mano del muerto
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La mano del muerto

El ocaso del Salvaje Oeste según Pat Garrett, Calamity Jane y Deadwood Dick

  1. 344 páginas
  2. Spanish
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La mano del muerto

El ocaso del Salvaje Oeste según Pat Garrett, Calamity Jane y Deadwood Dick

Descripción del libro

Infancia, feminidad y negritud: desde luego, no se puede decir que sea una buena mano para andar jugándosela en un saloon de Deadwood. Cualquiera identificaría La Mano del Muerto, doble pareja de ases y ochos, y le dejaría la silla a Wild Bill Hickock o a otro de los legendarios "hombres blancos" que, con el tiempo, llegarían a forjar la mitología secularizada del western. Pero a aquel niño, a aquella mujer y a aquel negro no les quedó otra que jugársela. Y se la jugaron, no una sino varias veces. La Verdadera Historia de Billy el Niño. El famoso Bandido que Sembró el Terror en Nuevo México, Arizona y el Norte de México, por Pat Garrett, Sheriff del Condado de Lincoln (Nuevo México) que persiguió al Niño y le dio Muerte. Un Relato Fiel y Apasionante, es el texto con que Pat Garrett quiso probarse a sí mismo su existencia, no tanto la del Niño, al entender que con la muerte de este, pese a la fama que tal hecho le reportó, su propio rastro había empezado a desdibujarse. En 1896 el Oeste es ya cosa de museos y circos. Kohl & Middleton han contratado a Calamity Jane para presentarla en su circo de "curiosidades" como "La Famosa Mujer Scout del Salvaje Oeste", "La Camarada de Búfalo Bill y Wild Bill" o "El Terror de los Malhechores de las Black Hills". Durante el tour, a modo de souvenir, se ofrece a la venta un libreto de siete páginas con este texto, Vida y Aventuras de Calamity Jane, por ella misma. En Vida y Aventuras de Nat Love, más conocido en el territorio ganadero como "Deadwood Dick", por él mismo, lo que comienza siendo una "narración de esclavo" al uso, se transforma de pronto en un auténtico western. Un esclavo emancipado que participó en la guerra ganadera del condado de Lincoln, coincidió en Deadwood con Wild Bill y Calamity Jane, cabalgó junto a Billy el Niño y los hermanos James y trató personalmente con Búfalo Bill, Kiowa Bill, Kit Carson y Yellowstone Kelley. Tres westerns crepusculares.

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Información

Año
2015
ISBN del libro electrónico
9788491140184
Edición
1
Categoría
Historia

La auténtica vida de Billy el Niño

Pat F. Garrett
image
Pat Garrett

Preliminar

CEDIENDO A repetidas peticiones de diversa procedencia, abordé la tarea de recopilar, para su publicación, la verdadera historia de la vida, las aventuras y la trágica muerte de William H. Bonney, más conocido como “Billy el Niño”, cuyas audaces hazañas y sangrientos crímenes han provocado durante estos últimos años el asombro de medio mundo y la admiración o el odio de la otra mitad.
A esta labor me ha llevado, en cierta medida, el impulso de corregir las incontables declaraciones falsas que han ido apareciendo en los diarios públicos y en las novelas baratas y sensacionalistas. De estas últimas, no menos de tres, que ya corren de mano en mano, podrían referir la historia de cualquier forajido, pero se encuentran a kilómetros de la exactitud en lo que se refiere al “Niño”. Estas novelas pretenden revelar su nombre, su lugar de nacimiento, los detalles de su carrera, las circunstancias que le condujeron a su vida desesperada, detallando cientos de crímenes temerarios e imposibles de los que nunca fue culpable, y en localidades que jamás visitó.
Yo separaré la memoria del “Niño” de la de los maleantes más viles cuyas hazañas se le han atribuido. Procuraré hacer justicia a su carácter, dando crédito a todas sus virtudes (que no eran pocas), pero no me ahorraré el merecido oprobio que acabó ganándose por sus atroces delitos contra la humanidad y la ley.
Me relacioné personalmente con el “Niño” desde el estallido y posterior desarrollo de lo que ha venido a conocerse como “La guerra del condado de Lincoln”, hasta el momento de su muerte, de la cual fui el desgraciado instrumento en el desempeño de mi cargo oficial. He escuchado, en torno a fuegos de campamento, en el camino, en las praderas y en muchas plazas diferentes, los inconexos relatos que hacían de las peripecias tanto de su vida anterior como de la más reciente. Al reunir información exacta, he entrevistado a muchas personas (desde la muerte del “Niño”) con las que llegó a intimar y a conversar libremente de sus asuntos, y mantengo contacto diario con un amigo que fue huésped en la casa de la madre del “Niño” en Silver City, Nuevo México, en 1873. Este hombre conoció bien a Bonney desde aquel entonces hasta su muerte, y ha seguido el rastro de su carrera meticulosamente y sin indiferencia. Me he comunicado, por carta, con diversas partes implicadas de Nueva York, Kansas, Colorado, Nuevo México, Arizona, Texas, Chihuahua, Sonora y otros estados de México, con el objeto de dar con cualquier eslabón perdido de su vida, y puedo garantizar sin miedo a equivocarme que el lector encontrará en mi librito una relación verídica y concisa de los principales sucesos de interés, sin exageraciones ni excusas.
No albergo pretensiones de habilidad literaria, sino que me propongo ofrecer al público “un relato llano y redondo” en un inglés inteligible, sin adornos de palabrería superflua. La verdad, en la vida del joven Bonney, no precisa que se hunda la pluma en sangre para estremecernos el corazón y mantener el pulso. Bajo el nom de guerre “El Niño”, perpetró sus hazañas más sangrientas y desesperadas (un nombre que pervivirá en los anales del crimen mientras se recuerden las temeridades de Dick Turpin y Claude Duval). Sin embargo, se han escrito un centenar de volúmenes que han terminado por agotar la imaginación de una buena docena de autores (autores cuyo único repertorio consistía en poseer una imaginación desbordante) para inmortalizar a estos dos últimos. Esta historia verificada de las proezas del “Niño”, desprovista de exageración, le muestra igual que cualquier bandido legendario del que se tenga constancia, sin par en valentía temeraria, presencia de ánimo ante el peligro, fidelidad a sus aliados, generosidad con sus enemigos, galantería y todos los elementos que apelan a los sentimientos más sagrados, mientras quienes gocen con las escenas de matanzas podrán aprovecharse hasta saciar sus morbosos apetitos con la relación de cruentos combates y enfrentamientos mortales, sin necesidad de recurrir a la fantasía o a la pluma de la ficción.
Aun a riesgo de que me tachen de prolijo, me gustaría añadir unas palabras a esta nota dirigida al público con respecto a un sermón (entre otros muchos) predicado recientemente por un eminente teólogo en una ciudad del este cuya disertación versaba, aunque no de un modo declarado, sobre el “Niño”.
Aunque no me propongo ofrecer a mis lectores una novela sensacionalista, tampoco encontrarán aquí una homilía de escuela dominical en la que se muestre al “Niño” como un ejemplo de la venganza de Dios sobre la juventud pecadora. El hecho de que mintiera, blasfemara, jugara y no guardara el domingo en su infancia, sólo prueba que la juventud y la eufórica humanidad proliferaron en el niño. Él no hizo más que emular a miles de predecesores que vivieron hasta la edad adulta y murieron honrados y venerados (algunos por sus virtudes públicas, otros por sus virtudes domésticas, algunos por su inteligencia superior y muchos más por su riqueza, una riqueza que el mundo nunca se detuvo a preguntar cómo habían alcanzado). La carrera criminal del “Niño” no fue la extensión de un carácter malvado ni consecuencia de desenfrenadas indiscreciones juveniles, fue el resultado de unas circunstancias adversas y desgraciadas que afectaron a un espíritu audaz, temerario, incontrolable e incontrolado, que ningún freno físico pudo dominar, ningún peligro horrorizar y ninguna fuerza menos poderosa que la muerte conquistar.
Los juicios implicados en el sermón al que me refiero son tan antediluvianos en su razonamiento, lenguaje y sentido monótonos como las leyes dominicales de Connecticut. ¿La no observancia del domingo fue la única e inevitable causa de los asesinatos, robos y cruenta muerte del “Niño”? Impecable mentor espiritual. “El Niño” nunca supo cuándo era domingo aquí en la frontera, salvo de un modo accidental, y sin embargo sabía tanto al respecto como cientos de otros jóvenes que gozaron de la reputación de una juventud modélica. ¡Y dar por sentado que “El Niño” violaba adrede la fiesta dominical! Él tenía a Cristo y a sus discípulos como modelos sagrados (aunque limitara sus expolios a reunir un montón de cabezas de ganado, que no le pertenecían, en vez de asaltar el maizal de su vecino y robar mazorcas para asarlas al fuego).
“El Niño” tenía un demonio merodeándole dentro; se trataba de un diablillo jovial y amable, o de un demonio cruel y sediento de sangre, según cuáles fuesen las circunstancias. Las circunstancias favorecieron al peor de los ángeles y “El Niño” cayó.
Me han ofrecido una docena de declaraciones juradas para publicarlas como verificación de la verdad de mi obra. Las he rechazado todas con mi agradecimiento. Los que quieran dudar, que duden.
PAT F. GARRETT

Capítulo I

Familia, nacimiento, infancia y juventud – Indicios proféticos a los ocho años – Joven caballero modélico – Defensor de los desvalidos – Una madre – “Sagrada Naturaleza” – Un joven matón – Primera prueba de sangre – Fugitivo – Adiós al hogar y la influencia materna
WILLIAM H. Bonney, el héroe de esta historia, nació en la ciudad de Nueva York el 23 de noviembre de 1859.
Pero poco se sabe de su padre, pues murió cuando Billy era muy pequeño y este apenas guardaba recuerdos de él. En 1862, la familia, compuesta por el padre, la madre y los dos niños de los que Billy era el mayor, emigró a Coffeyville, Kansas. Poco después de asentarse, murió el padre y la madre, con los dos niños, se trasladó a Colorado donde volvió a casarse con un hombre llamado Antrim de quien se dice que vive ahora en Georgetown o en sus alrededores, en el condado de Grant, Nuevo México, y que es el único superviviente de esta familia de cuatro miembros que se mudó a Santa Fe, Nuevo México, poco después de la boda. Billy tenía entonces cuatro o cinco años.
Estos hechos constituyen todo lo que puede averiguarse de la primera infancia de Billy que, hasta el momento, no despertará el menor interés en el lector.
Antrim permaneció en Santa Fe y sus alrededores algunos años, al menos hasta que Billy tuvo cerca de ocho años.
Fue aquí donde el muchacho manifestó el espíritu de audacia temeraria, si bien de sentimiento generoso y tierno, con el que se ganó el cariño de sus jóvenes compañeros cuando estaba de buenas y su terror cuando le poseía la furia. Fue aquí donde se hizo experto de la baraja y destacó entre sus camaradas por imitar con éxito los refinados vicios de sus mayores.
Se ha dicho que a esta temprana edad fue declarado culpable de hurto en Santa Fe, mas como un minucioso examen de los archivos del juzgado de dicha ciudad no confirma tal rumor, y como Billy, en el curso de toda su vida posterior, nunca fue acusado de una vileza pequeña o de un delito menor, la afirmación ha de ponerse en tela de juicio.
Alrededor del año 1868, cuando Billy tenía ocho o nueve años, Antrim volvió a mudarse y fijó su residencia en Silver City, en el condado de Grant, Nuevo México. Desde esta fecha hasta 1871, o hasta que Billy cumplió doce años, no manifestó ninguna característica que profetizara su desesperado y desastroso futuro. Audaz, atrevido y temerario, era al mismo tiempo generoso, franco y valiente. Era el favorito de gente de toda clase y edad, y fue amado y admirado especialmente por los ancianos y los decrépitos, así como por los jóvenes y los desvalidos. Para estos fue un paladín, un defensor, un benefactor, un brazo derecho. Jamás se le vio faltar el respeto a una dama, especialmente si era anciana, sino que con su sombrero en la mano, y si el atuendo o la apariencia de esta evidenciaban pobreza, era todo un poema observar la expresión impaciente, comprensiva y de modestia en el risueño rostro de Billy cuando brindaba su ayuda o proporcionaba información. A un niño pequeño nunca le faltaría propulsión para salvar una cuneta o la ayuda de un brazo fuerte para llevar una carga pesada cuando Billy se hallaba cerca.
Para quienes conocieron a su madre, su espíritu cortés, amable y benevolente, nunca resultó un misterio. Ella no podía negar su origen irlandés. Su marido la llamaba Kathleen. Era de estatura media, de figura erguida y elegante, rasgos regulares, ojos azul claro y exuberante cabello dorado. No era una belleza, sino lo que la gente suele llamar una mujer agraciada. Aceptó huéspedes en Silver City y su caridad y bondad fueron proverbiales. Muchos colonos recién llegados y hambrientos tuvieron motivos para bendecir la buena fortuna que les había llevado hasta su puerta. En toda su conducta exhibía las inconfundibles características de una dama: una dama por instinto y educación.
Billy amaba a su madre. La amaba y la respetaba más que a nada en el mundo. Aunque él no se sintiera feliz en su hogar. A menudo declaró que la tiranía y la crueldad de su padrastro le habían alejado de su hogar y de la influencia de su madre, y que Antrim fue el responsable de que escogiera el mal camino. Como quiera que fuese, tras el fallecimiento de su madre, unos cuatro años después, habría sido una desgracia para el padrastro volver a entrar en contacto con su hijastro mayor.
Los méritos educativos de Billy fueron limitados, como los de todos los jóvenes de esta región fronteriza. Asistió a la escuela pública, pero adquirió más información en las rodillas de su madre que en las aulas del pedagogo del pueblo. Con una gran inteligencia natural y una mente despierta llegó a ser un buen alumno. Tenía buena letra y se defendía tolerablemente en aritmética, pero no aspiraba a más.
El mejor y más brillante rasgo del carácter de Billy ya ha quedado retratado más arriba. El escudo tenía otra cara que nunca mostró a sus mejores amigos: la de la debilidad y el desvalimiento. Su genio era temible y cuando se enfadaba era un peligro. No montaba escándalos. No fanfarroneaba ni alborotaba. Nunca amenazaba. No ladraba, y si lo hacía, primero mordía. Nunca se aprovechó de un adversario, sino que haciendo caso omiso del tamaño y el peso, cuando le ofendían, luchaba con cualquier hombre de Silver City. Su desgracia fue que no pudiera soportar que le vencieran. Cuando le superaban en tamaño y le derrotaban en una pelea buscaba las armas que podía comprar, tomar prestadas, pedir o robar, y las llegó a utilizar, en más de una ocasión, con intenciones asesinas.
Durante la última etapa de la estancia de Billy en Silver City, fue compañero inseparable de Jesse Evans, no más que un muchacho, pero tan temerario y peligroso como muchos de los más viejos y experimentados bandidos. Era mayor que Billy y se constituyó a sí mismo en una suerte de preceptor de nuestro héroe. Ambos estaban destinados a participar conjuntamente en muchas aventuras peligrosas, muchas fugas por los pelos y varias refriegas sangrientas en los años siguientes, y aun siendo como eran tan amigos por aquel entonces, no tardaría en llegar el momento en que se enfrentaran sedientos de sangre sin que ninguno diese su brazo a torcer. Se separaron en Silver City, pero sólo para volver a encontrarse muchas veces a lo largo de la breve y sangrienta carrera de Billy.
El joven Bonney rondaba los doce años cuando se manchó las manos de sangre humana por primera vez. Ha de decirse que este suceso marcó un punto de inflexión en su vida, lo convirtió en un forajido, víctima de sus peores impulsos y pasiones.
Cuando la madre de Billy pasaba junto a un grupo de holgazanes en la calle, un gandul inmundo del corrillo hizo un comentario ofensivo sobre ella. Billy lo oyó y, sin pensárselo dos veces, con los ojos en llamas, le plantó un incisivo puñetazo en la boca al muy canalla, luego se precipitó a la calzada y se inclinó para hacerse con una piedra. El bruto le persiguió, pero al pasar junto a Ed Moulton, conocido ciudadano de Silver City, recibió un tremendo impacto en la oreja que le hizo caer al suelo mientras atrapaban y sujetaban a Billy. No obstante, el castigo infligido al ofensor no satisfizo ni mucho menos a Billy. Ardiendo en deseos de venganza, visitó la cabaña de un minero, se procuró un rifle Sharp y se lanzó en busca de su deseada víctima. Por suerte, Moulton lo vio con el arma y, no sin dificultad, le persuadió para que se la devolviera.
Unas tres semanas después de esta aventura, Moulton, que era un tipo asombrosamente fuerte y enérgico, versado en el arte de la defensa personal y con algo de boxeador profesional en su constitución, se vio envuelto en una riña de bar en el saloon de Joe Dyer. Tuvo que enfrentarse a dos matones, y les estaba dando una buena tunda cuando el “odiado” por Billy, el hombre que había sido el destinatario de uno de los ganchos de Moulton, que estaba a un lado, creyó ver la oportunidad de vengarse como un cobarde de Moulton y se lanzó sobre él blandiendo una pesada silla del bar. Billy solía ser espectador, cuando no protagonista, de cualquier pelea que pudiera desencadenarse en la ciudad, y esta no fue una excepción. Vio la jugada y se lanzó como un rayo bajo la silla (una, dos, tres veces alzó y bajó el brazo) y después, precipitándose entre la multitud, la mano derecha alzada por encima de su cabeza empuñando una navaja con la hoja chorreante de sangre, salió a la noche, un paria, un vagabundo, un asesino que se acababa de bautizar a sí mismo con sangre humana. Se marchó como Caín desterrado, aunque con menos fortuna que el primer asesino, pues no se pronunció ninguna maldición contra quiénes le hicieran daño. Su mano estaba ahora contra todos los hombres, y las manos de todos los hombres contra él. Se alejó para siempre del cuidado, el amor y la influencia de una madre que le adoraba a la que nunca volvería a ver (ella que tan amorosamente le había criado y a quien él había amado tan tiernamente y con tanta reverencia). Nunca volvería su suave mano a acariciarle la frente ceñuda al tiempo que sus balsámicas palabras hacían desaparecer de su hinchado corazón la cólera que abrigaba. Sin mentor ni amor que contuvieran su pasión maligna o controlaran su mano desesperada, ¿cuál sería su destino?
Billy amaba y respetaba verdaderamente a su madre, y toda su posterior vida criminal estuvo marcada por una profunda devoción y un enorme respeto a las buenas mujeres cuyo origen, sin duda, estaba en su adoración por ella.
...desde antes de saberlo,
inmerso en los ricos presagios del mundo,
amé a la mujer; quien no lo hace vive
una vida ahogada, embrutecido en dulce egoísmo,
o se consume en una triste experiencia peor que la muerte,
o mantiene sus alados afectos cortados por el crimen;
sin embargo, hubo una a la que amé, una
que no era docta, salvo en los refinados asuntos domésticos,
no era perfecta, no, pero estaba llena de tiernos anhelos,
no era un ángel, pero era un ser adorable, llena
de instintos angelicales, por ella respiraba el Paraíso,
intérprete entre los dioses y los hombres,
que parecía natural en su sitio y, sin embargo,
de puntillas daba la impresión de rozar una esfera
demasiado tosca para ser pisada, y todas las mentes masculinas
no podían evitar girarse hacia ella desde sus órbitas, al moverse,
y la rodeaban de música. ¡Dichoso quien tiene
una madre así! La fe en las mujeres
palpita con su sangre, la confianza en todas las cosas nobles
le viene dada sin dificultad y aunque tropiece y caiga,
el barro jamás cegará su alma”*.
¡Ay de Billy! Todas las buenas influencias se apartaron de su camino. La paloma de la paz y la buena voluntad con su prójimo no halló lugar de reposo en su mente, deformada por una pasión feroz, y cuando el ansia de mortífera venganza sacudía su alma, hubiera arrancado a la mensajera de su percha “aun cuando tuviera por grillos las fibras de su corazón”**. Él tropezó y cayó: y el ...

Índice

  1. Un niño, una mujer y un negro
  2. La auténtica vida de Billy el Niño
  3. Vida y aventuras de Calamity Jane
  4. Vida y aventuras de Nat Love