
- 288 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Historia de la confianza en la Iglesia
Descripción del libro
Diversos episodios de la historia ayudan al hombre a entenderse a sí mismo y a entender la profunda lógica de la confianza.
El recuerdo es clave para la construcción de la confianza. Volver a la historia y analizar momentos de crisis puede ayudarnos a superar las dificultades. La confianza mira hacia el futuro, pero tiene como motor el pasado. De hecho, la historia personal y la historia de los hombres proporcionan objetividad y facilitan la esperanza.
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Información
Editorial
Ediciones Rialp, S.A.Año
2011ISBN de la versión impresa
9788432139499ISBN del libro electrónico
97884321395121. EL APOCALIPSIS Y EL MILENARISMO
Desde los comienzos de la Iglesia, los primeros cristianos confiaban en que alcanzarían la salvación si seguían a Jesús. Si buscaban a Dios y cumplían su voluntad en todo, las demás cosas quedarían entonces en segundo plano, pero orientadas hacia ese objetivo.
Con la seguridad de poseer la confianza de Dios Padre, las dificultades y contrariedades de la jornada alcanzaban así un sentido en el plan providente de Dios para cada persona. San Pablo lo expresaba gráficamente: «Pues sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios» ( Rom 8, 28).
Así, el día de la Ascensión, mientras Jesús envió a sus discípulos por el mundo entero, les prometió que estaría con ellos hasta el final de los tiempos. Como muestra la literatura de la primitiva comunidad cristiana, siempre experimentaron la compañía de Dios y aún con más claridad en la persecución y en el martirio.
La venida de Jesús al final de los tiempos y el juicio final les hacía perseverar por amor en cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios. Así les había enseñado el Señor: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo» (Mt 6, 9).
Es fácil de constatar cómo la escatología fue tema habitual de predicación por parte de los pastores de la Iglesia. Así lo manifiestan los Hechos de los Apóstoles, como en las Cartas Apostólicas. San Pedro escribía a los fieles: «Pero hay algo, queridísimos, que no debéis olvidar: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. No tarda el Señor en cumplir su promesa, como algunos piensan; más bien usa de paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan» (2 Pet 3, 8-9).
El horizonte escatológico, lo que sucederá al final de los tiempos, es abordado por san Juan en el último libro del canon de los libros divinamente inspirados. El Apocalipsis es la gran revelación de Dios sobre Cristo y la Iglesia, y lo que acaecerá al final, y sostendrá a los cristianos en las pruebas y dificultades, mientras esperan el fin de los tiempos.
Como todos los libros sagrados, también este debía ser leído en el conjunto de la Escritura santa y en la Tradición. Pero, también, de modo personal: «Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y observan su contenido, porque el tiempo está cerca» (Apc 1, 3). De ese modo todos debían contemplar a Cristo: «Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el Omnipotente» (Apc 1, 7).
El libro contiene dos partes claramente diferenciadas: en primer lugar, el autor se dirige en forma de carta a las siete iglesias (Apc 1, 4-3, 22), es decir, a los cristianos agrupados en torno a los obispos del Asia Menor, y también a los cristianos de todos los tiempos. En ellas se resumen los errores que debían ser rectificados por los primeros cristianos, y las tentaciones habituales de una comunidad eclesial: el enfriamiento de la primitiva caridad, los pecados personales, las persecuciones y las herejías que irán surgiendo en su seno. A la vez, se subrayaban los medios perennes para vencerlos: vivir para Dios, buscar la santidad de vida y la caridad.
La segunda parte agrupa las visiones escatológicas de lo que acaecerá al final de los tiempos (Apc 4, 1-22, 15): Dios aparece en su gloria y desde allí dirige los destinos del mundo y de la Iglesia, se desatan las persecuciones finales y se alcanza la salvación: Dios aparece como justo y veraz (Apc 21, 7); el poder creador y su amor infinito le llevarán a Dios a restaurarlo todo (Apc 21, 5); Dios, como juez universal e inapelable (Apc 1, 7), vencerá al mal definitivamente. La figura de Cristo Redentor reina mediante su muerte en la cruz (Apc 1, 7) y su lucha contra Satanás se produce en la historia (Apc 20, 7).
La finalidad del libro es, por tanto, prevenir a los cristianos de las pruebas a las que se verán sometidos, y también anunciarles los peligros que surgirán para la fe y consolarles durante la persecución mediante la esperanza.
San Juan utiliza un lenguaje profético y escatológico, mediante imágenes de Ezequiel y de la literatura Apocalíptica, que florece en Judea desde el siglo II a.C., en la línea de las usadas por san Pablo en su segunda carta a los Colosenses.
Como el resto de obras dirigidas a sostener la confianza en Dios a lo largo de la historia de la Salvación, el Apocalipsis se referirá a los problemas habituales subrayando la palabra divina a favor de sus escogidos. Ahí radica la esperanza y la confianza: en el amor de Dios, que es fiel a sus promesas.
Antes de continuar, conviene recorrer con brevedad los tres grandes temas del Apocalipsis: la figura del Anticristo, la Parusía y el milenarismo.
1. EL ANTICRISTO
Se trata del adversario de Dios en los tiempos finales de la historia, ya presente en la apocalíptica judía. El antagonista de Dios es el dragón o Satanás, a través de la figura humana de un tirano perseguidor o bien mediante un falso profeta, corruptor de los hombres buenos. La palabra anticristo se cita en muchos lugares del Nuevo Testamento.
Por una parte, se presenta como una figura política. Su poder externo y su seducción, que en la segunda carta de san Pablo a los Tesaloniceses se unen en la misma figura, en el Apocalipsis se divide entre el anticristo y un pseudo profeta.
Por otra, en la segunda epístola a los Tesalonicenses, el anticristo aparece como una figura individual, mientras que en el Apocalipsis se atribuye al emperador y al imperio romano. Finalmente, en la primera carta de san Juan se muestra como una masa de anticristos.
En la Didajé figura como una contrapartida del Hijo de Dios, es decir, un corruptor con poder universal[4]. San Ireneo de Lyón, también el s. II, se esforzó en deducir el término anticristo de la cifra 666 de Apocalipsis 13, 8 y describió su apostasía y sus pretensiones de ser adorado como Dios[5].
El anticristo, por tanto, según el Nuevo Testamento, es uno o varios; es anticristológico; utiliza milagros diabólicos para arrastrar a muchos, y solo quien hace oración y penitencia puede desenmascarar su falsedad.
Su llegada tendrá lugar en tiempos de una apostasía generalizada. El anticristo es a la vez el del final de los tiempos, y también todo aquel que se opone a Cristo, la totalidad de los poderes hostiles al cristianismo y protegidos por el diablo. De ahí que las persecuciones sean su más clara manifestación: una especie de Nerón recidivo. Es decir, personajes concretos o una ideología en el más estricto sentido: sistemas cerrados de pensamiento que pretenden explicar la realidad desde fuera de la Verdad.
El anticristo y el final de los tiempos, que en el Nuevo Testamento no son más que elementos marginales de la espera en la parusía, son sin embargo dos temas principales de la apocalíptica cristiana desde el s. II. En cualquier caso en la predicación de san Juan hay una llamada a la confianza en Dios que vencerá a todos sus enemigos con su poder omnipotente.
2. LA PARUSÍA
Así se llama la esperanza de los primeros cristianos en la segunda venida del Señor, que quedaba en cierto modo colmada cuando lo recibían en la Eucaristía.
Parusía es un término griego que significa la venida gloriosa de Jesús anunciada por Él mismo en varias ocasiones. La incertidumbre de la fecha provocó diversas especulaciones, como el milenarismo. Otra, más simple, esperaba la llegada inminente de Jesús. Tan cercana, que sus seguidores dejaron de trabajar. Con contundencia, san Pablo les responde que quien no trabaje, no coma.
Algunos consideran esta esperanza como una traba para la vida de los cristianos. Hay paganos que acusan entonces a los cristianos de vivir esperando la llegada del mesías, desentendiéndose de la construcción de la sociedad.
Para los Padres de la Iglesia, la parusía evocaba el gran juicio universal y, por tanto, el momento de reparar la justicia divina dañada por los atropellos cometidos contra los cristianos, especialmente por los juicios inicuos y las penas de muerte. Es decir, evocaba la presencia de Dios junto a sus mártires.
La Parusía de Cristo al final de los tiempos hará que todos los hombres se conozcan a sí mismos, y tenga lugar así la separación de buenos y malos en el transcurso del juicio universal. Como ha recordado Benedicto XVI en su Encíclica Spes Salvi, en ese juicio se restañarán todas las injusticias[6]. Además, tendrá lugar la resurrección de los cuerpos, como enuncia el Credo.
Así pues, se trataba de una visión teológica de toda la historia, subrayando su aspecto trascendente y religioso. Los tiempos finales ya están incoados, en cierto modo, desde la llegada del Hijo de Dios hecho hombre en la Encarnación.
Hasta la Parusía o segunda venida al final de los tiempos hay un intervalo, cuya extensión nadie conoce: ese tiempo es una invitación constante y personal de Dios a cada hombre, y también una invitación a su respuesta libre. En ese sentido no es la misma la espera de un judío que la de un cristiano: el cristiano espera la llegada de Cristo cultivando la amistad y el amor con Jesucristo vivo; es decir tiene ya la posibilidad de amar e imitar a Jesucristo.
El desenlace final ya ha sido desvelado en la Resurrección y Ascensión de Cristo, y se está preparando a lo largo de la historia mediante la santidad, las buenas obras y los sufrimientos de los justos. Al final llegará el tiempo definitivo de Cristo y la exaltación de la Iglesia en un mundo nuevo, donde ya no habrá ni llanto ni dolor (milenio: Apc 20, 1-7).
Ese intervalo de espera es lo que denominamos historia. De ahí que para san Agustín el Apocalipsis es el final, que conecta ...
Índice
- Portadilla
- Introducción
- 1. El Apocalipsis y el milenarismo
- 2. San Pablo. Unidad y confianza
- 3. San Policarpo. La persuasión
- 4. Tertuliano y La Iglesia de los pecadores
- 5. San Cipriano y La penitencia
- 6. Pelagio y el exceso de confianza
- 7. San Agustín. La sociedad de La confianza
- 8. Focio. La desconfianza del Oriente
- 9. La alegría de San Francisco de Asís
- 10. Inquisición y conversión
- 11. Los estatutos de limpieza de sangre
- 12. Lutero y las desconfianzas
- 13. La desconfianza en los moriscos
- 14. Japón. La desconfianza de los gobernantes
- 15. Tirso de Molina. Condenado por desconfiado
- 16. Infalibilidad pontificia. Autoridad y confianza
- 17. La sencillez de Santa Teresita del Niño Jesús
- 18. San Josemaría y la filiación divina
- 19. La dictadura del relativismo
- 20. La esperanza del Vaticano II
- Conclusiones
- Bibliografía
- Créditos