
- 320 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Descripción del libro
Las grandes tormentas ideológicas han empezado con las ideas, recuerda Isaiah Berlin, y los grandes hechos históricos del siglo xx son un reflejo de ello. La igualdad, el psicoanálisis, el feminismo, el fascismo, el comunismo, el europeísmo, la relatividad... La acción histórica requiere siempre, además, algún nivel de organización articulada a través de decisiones y actos individuales.
La historia, escribió Carlyle, no es sino la esencia de innumerables biografías. Las recogidas en este libro son en muchos sentidos claves necesarias para entender y explicar el siglo XX. Aparecen, entre otras, personalidades tan fundamentales como Freud, Pankhurst, Trotski, Einstein, Keynes, Ortega y Gasset, Hitler, Churchill, Gandhi, Mao Zedong, Jean Monnet, Ben-Gurión, Sartre, Simone de Beauvoir, Martin Luther King, Mandela, Hannah Arendt, Isaiah Berlin... Cada una de sus vidas refleja su personalidad, su capacidad de liderazgo, sus ideas y el contexto en el que se desarrollaron, de manera que cada biografía aspira a ofrecer, siguiendo a Dilthey, "el hecho histórico fundamental, de una manera pura, completa, en su realidad".
La historia, escribió Carlyle, no es sino la esencia de innumerables biografías. Las recogidas en este libro son en muchos sentidos claves necesarias para entender y explicar el siglo XX. Aparecen, entre otras, personalidades tan fundamentales como Freud, Pankhurst, Trotski, Einstein, Keynes, Ortega y Gasset, Hitler, Churchill, Gandhi, Mao Zedong, Jean Monnet, Ben-Gurión, Sartre, Simone de Beauvoir, Martin Luther King, Mandela, Hannah Arendt, Isaiah Berlin... Cada una de sus vidas refleja su personalidad, su capacidad de liderazgo, sus ideas y el contexto en el que se desarrollaron, de manera que cada biografía aspira a ofrecer, siguiendo a Dilthey, "el hecho histórico fundamental, de una manera pura, completa, en su realidad".
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Información
Categoría
HistoriaCategoría
Biografías históricas‘Brutal amistad’: Mussolini y Hitler
Benito Mussolini
Predappio, Reino de Italia, 29 de julio de 1883
Giulino, Reino de Italia, 28 de abril de 1945
Adolf Hitler
Braunau am Inn, Austria-Hungría, 20 de abril de 1889
Berlín, Alemania, 30 de abril de 1945
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la guerra por muchos conceptos más amplia y destructiva de la historia, fue, como se sabe, resultado de la confluencia y acumulación, ya a partir de 1930, de varios conflictos separados pero enseguida convergentes: crisis de Manchuria, Abisinia, Guerra Civil española… En octubre de 1936, Hitler y Mussolini proclamaron el eje Berlín-Roma; en mayo de 1939, firmaron el Pacto de Acero. En 1937 Japón atacó China. En 1938 Alemania se anexionó Austria; en 1939 ocupó Checoslovaquia (e Italia, Albania). El 1 de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia. Gran Bretaña y Francia declararon la guerra; Italia se unió al conflicto, al lado de Alemania, en junio de 1940.
La “brutal amistad” entre Hitler y Mussolini –título del libro de 1962 de F. W. Deakin, el historiador de Oxford y primer director del St. Antony’s College– fue, pues, factor determinante en el desencadenamiento de la guerra. Sus personalidades fueron, además, hechos esenciales en la formación y definición del fascismo italiano y del nacional-socialismo alemán. Liderazgo y personalidad fueron, en efecto, factores fundamentales de los regímenes fascistas, dictaduras totalitarias de poder personal. Los conceptos de Führer y duce (como caudillo en el caso, en España, de Franco) no fueron títulos honoríficos, propaganda retórica; fueron categorías jurídico-políticas excepcionales institucionalizadas.
liderazgo y personalidad
De origen modesto, nacido en Predappio, una aldea cerca de Forlì, de padre herrero y de madre maestra, de temperamento turbulento y agresivo, musculoso y no muy alto, calvo prematuro, poco comunicativo, rudo; ateo, anticlerical, estudiante mediocre, Mussolini fue maestro, aunque nunca ejerció. Tuvo una vida desordenada y anárquica: contrajo sífilis en 1906, no bautizó a sus primeros tres hijos legales –de su mujer, Rachele Guidi– hasta 1923 y tuvo numerosas amantes. Militó desde 1910 en el sector sindicalista y revolucionario del Partido Socialista Italiano (PSI). La Primera Guerra Mundial alteró su visión de Italia. Contra el neutralismo de su partido, Mussolini optó por la intervención en la guerra. Vio en ella una guerra nacional y revolucionaria; entendió que, con su intervención al lado de Gran Bretaña y Francia, Italia podía recuperar sus territorios “irredentos” (la región de Trento, Trieste e importantes enclaves en el Adriático), enclavados aún en el Imperio austro-húngaro, y completar así la unidad nacional.
“Es deber del Estado Racista reparar los daños ocasionados en este orden. Tiene que comenzar por hacer de la cuestión de la raza el punto central de la vida general; tiene que velar por la conservación de su pureza […]”
Hitler, Mi lucha, 1924-1926
Expulsado del PSI, Mussolini creó el fascismo en marzo de 1919. Como su líder, líder de oratoria hinchada y apasionada que acompañaba con gestos desafiantes –el mentón protuberante, la cabeza exageradamente inclinada hacia atrás, el pecho hinchado, las piernas abiertas, los brazos en jarras–, el fascismo fue una ideología confusa y desordenada que combinaba elementos del nacionalismo y del sindicalismo revolucionario, un movimiento de excombatientes, jóvenes, intelectuales desclasados, elementos de la pequeña burguesía urbana y rural, que se rodeó de un estilo y aparato ritual ostentoso y retórico (culto al líder, camisas negras, saludo con el brazo en alto, estilo militar, exaltación del heroísmo, apelaciones al Imperio romano), al servicio de una teoría violenta de regeneración nacional que aspiraba a la destrucción de las instituciones liberales y parlamentarias, y a la creación de un régimen nacional autoritario basado en la exaltación del Estado, de la fuerza, del heroísmo, de la nación y del duce (del latín dux: ‘guía’, ‘líder’): “Una mezcla incoherente y extraña de demagogia y apelaciones a la autoridad –escribía Croce en 1925–, de descreimiento y concesiones a la Iglesia católica, de huida de la cultura y búsqueda estéril de una cultura sin base, de lenguajes místicos y cinismo”.
De origen también modesto, hijo de un aduanero y de una mujer muy humilde, nacido en 1889 en la localidad austriaca de Braunau am Inn, estudiante igualmente mediocre –de joven, en Viena, quiso ser estudiante de Bellas Artes, dormía en un hostal de pobres, vendía postales coloreadas, llevaba pelo largo y barba–, Hitler fue una figura inquietante y extraña –variable, ciclotímico–, un hombre “poseído”, como dijo de él un embajador francés, cuya personalidad bordeaba siempre, en palabras de uno de sus mejores biógrafos, Alan Bullock, el reino de lo irracional. Hitler, en efecto, fue un hombre arrebatado, un iluminado –lo que no impediría que, como Mussolini, fuera a la vez un político agudo y astuto–, un formidable orador de masas, un maestro en el conocimiento de la psicología de las multitudes y en la manipulación de sus reacciones emocionales.
Cuando se incorporó al Partido Obrero Alemán en septiembre de 1919, su bagaje ideológico era una mezcla atropellada de nacionalismo fanático, fantasías racistas pangermánicas, antisemitismo patológico y odio visceral a todo lo que representaba y suponía la República de Weimar alemana, los “criminales de noviembre”, la república proclamada el 11 de noviembre de 1918 tras la capitulación de Alemania, la Alemania del Segundo Reich (1871-1918), en la guerra mundial de 1914. Era un mundo intelectual, bien reflejado en Mi lucha, el libro que Hitler publicó en 1925, que combinaba vulgarizaciones social-darwinistas sobre la vida como lucha y supervivencia de las razas más aptas con supercherías teóricas sobre la superioridad de la raza aria; que integraba simplificaciones geopolíticas sobre pueblos y espacios geográficos con alucinaciones conspirativas que hacían de los judíos la encarnación de todo aquello –el internacionalismo, la democracia, el pacifismo, el capitalismo financiero, el marxismo obrero– que pudiera representar una amenaza para la unidad racial del pueblo alemán y para la realización de su misión histórica. Hitler añadía a todo ello una doble pasión (al margen de su gusto por los perros, los Alpes bávaros, las flores y el cine): su pasión por la arquitectura monumental y neoclásica, que le hacía verse a sí mismo como el reconstructor grandioso de las formidables ciudades alemanas; y la pasión por la música wagneriana –decía que las horas que pasaba en el Festival de Bayreuth, al que asistía todos los años, eran las más felices de su vida–, que le atraía por su sentido de lo heroico y lo mitológico, por su dramatismo teatral y por su germanismo exaltado.
A diferencia de Franco, un militar, Hitler y Mussolini fueron hombres absorbidos totalmente por la política. Ambos tenían tras de sí importantes partidos de masas. Mussolini creía en el mito de Italia como gran nación, la nueva Roma. Hitler quería el poder para la realización de su megalomanía racial y nacionalista. Líderes de movimientos populistas y antisistema, supieron capitalizar las gravísimas crisis políticas, morales y económicas que vivieron sus respectivos países: Italia entre 1919 y 1922 (reacción ultranacionalista contra la Paz de París de 1919, intensa agitación laboral, extrema debilidad gubernamental, crisis del sistema de partidos); Alemania entre 1929 y 1933 (debilidades estructurales de la República alemana, crisis económica de 1929, ruptura del equilibrio político y económico del país, seis millones de parados, profunda polarización política y social, inseguridad económica extrema). Mussolini llegó al poder el 30 de octubre de 1922, con treinta y ocho años, al frente de un partido que tenía solo treinta y cinco diputados pero cerca de trescientos mil afiliados, y que desde 1920 había recurrido de forma sistemática a la agitación y la violencia callejeras como forma de acción política y de movilización de efectivos y masas, y como forma de asaltar el Estado, la última de las cuales, la Marcha sobre Roma de los días 27 a 29 de octubre de 1922, decidió al rey y a sus asesores, con la aceptación de parte de la clase política italiana, a encargarle la formación del Gobierno. Hitler llegó al poder en enero de 1933, con cuarenta y cuatro años, tras la victoria en las elecciones de 1932 de su partido, el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP), el Partido Nazi, como líder por tanto del que era el primer partido del país, que en 1932 tenía un millón de afiliados, y que en las elecciones de noviembre de ese año había logrado 11.737.386 votos (el 33,1% del voto) y 196 escaños.
fascismo y nacionalsocialismo
El régimen fascista italiano (1922-1943/45) se concretó en cuatro cosas: 1) dictadura fundada en la concentración del poder en el líder máximo del partido y de la nación (Mussolini); 2) encuadramiento y adoctrinamiento de la sociedad a través de la propaganda, la acción cultural, las movilizaciones ritualizadas de la población y de la integración de esta en organismos estatales creados a aquel efecto; 3) política económica y social basada en el decidido intervencionismo del Estado; 4) política exterior ultranacionalista y agresiva, encaminada a afianzar el prestigio internacional de Italia y a reforzar su posición “imperial” en el Mediterráneo y África. El fascismo suprimió las libertades políticas y sindicales y prohibió los partidos y las huelgas. Se configuró como un Estado corporativo, en el que confederaciones patronales y obreras quedaron integradas unitariamente bajo la dirección del Estado al servicio de los intereses de la colectividad. Grandes inversiones públicas en obras de infraestructura –pantanos, autovías, electrificación del ferrocarril– y la creación de un gran sector público (tras la constitución en 1933 del Istituto per la Ricostruzione Industriale) hicieron del Estado el principal inversor industrial del país.
El régimen nacionalsocialista alemán fue la versión radical, absoluta, del totalitarismo de la ultraderecha nacionalista. Una ley de plenos poderes (23 marzo 1933) convirtió virtualmente a Hitler en dictador de Alemania. El Partido Nazi fue declarado partido único del Estado: centenares de dirigentes socialistas y comunistas, cuyos partidos fueron ilegalizados, fueron enviados a campos de concentración. Los sindicatos de clase fueron prohibidos y se crearon en su lugar sindicatos oficiales, el Frente Alemán del Trabajo. La huelga y la negociación colectiva fueron prohibidas. En 1934, Hitler disolvió los Parlamentos regionales y el Reichsrat, la cámara de representación regional. En agosto, asumió la presidencia de Alemania (usaría siempre el título de Führer), tras un plebiscito clamoroso en que logró el 88% de los votos.
Los nazis hicieron un uso excepcionalmente intensivo de los mecanismos totalitarios de control social (policía, propaganda, educación, producción cultural). El primer campo de concentración para prisioneros políticos se abrió el 20 de marzo de 1933, antes de transcurridos dos meses de la llegada de Hitler al poder. En 1936, con la integración de todas las fuerzas policiales y parapoliciales (SS, Gestapo o policía secreta, Policía de Seguridad, Policía Criminal, Policía Política) bajo un mando unificado, la Alemania hitleriana se convirtió en un Estado policiaco. El número de presos políticos era en 1939 de treinta y siete mil. Los nazis establecieron un rígido control sobre prensa, radio y todo tipo de manifestación cultural, e hicieron de la propaganda –mítines de masas, desfiles ritualizados, coreografías colosalistas– el instrumento complementario del terror en la afirmación del poder absoluto de Hitler y su régimen. Las bibliotecas, la educación, la universidad fueron depuradas. La educación quedó en manos de profesorado nazi. Los jóvenes fueron obligados a afiliarse a las Juventudes Hitlerianas. El...
Índice
- Prólogo. Razón biográfica del siglo XX
- Sigmund Freud
- Emmeline Pankhurst
- Emiliano Zapata
- Lawrence de Arabia (T. E. Lawrence)
- Tres que hicieron una revolución: Lenin, Trotski, Stalin
- Albert Einstein
- John Maynard Keynes
- José Ortega y Gasset
- ‘Brutal amistad’: Mussolini y Hitler
- Manuel Azaña Díaz
- Winston S. Churchill
- Franklin Delano Roosevelt
- Mohandas K. “Mahatma” Gandhi
- Mao Zedong
- Jean Monnet
- Jean-Paul Sartre y Albert Camus
- Simone de Beauvoir
- David Ben-Gurión
- Gamal Abdel Nasser
- John F. Kennedy
- Martin Luther King
- Pablo VI (Giovanni Battista Montini)
- Ernesto “Che” Guevara
- Nelson R. Mandela
- Hannah Arendt
- Isaiah Berlin
- Créditos de las imágenes
- Bibliografía básica