Trincheras de tinta
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Trincheras de tinta

  1. 380 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Trincheras de tinta

Descripción del libro

Cuando planteamos la investigación sobre la escritura histórica y sobre el cambio en el régimen de historicidad1 en el siglo XIX en Colombia,2 es tamos enfrentando los dilemas que en torno al pasado, a la memoria y a sus representaciones afronta nuestra sociedad. A menudo ronda la pregunta sobre la utilidad del conocimiento histórico en una época en la que la inmediatez es la medida de profundidad que rige el conocimiento y en la que el pasado, a menudo, es considerado un lastre que hay que deshechar.3 No obstante, el conocimiento histórico sigue proveyéndonos de mecanismos para analizar las dinámicas y vertiginosas transformaciones de la sociedad, y más aún, para explorar posibles alternativas para encarar el porvenir. Pero ¿de qué modo el estudio sobre pequeños libros olvidados de Historia, cuando aún hacía parte de la retórica, puede plantearnos explicaciones acerca del presente? La respuesta sería de muchas y variadas formas. Esos libros, ya olvidados en los anaqueles dedicados a las antiguallas, fueron una vía de construcción y representación del pasado, fueron el medio por el cual cobraron forma los consensos sobre los hechos que habrían de signar el "ser colombiano" y la pertenencia a una entidad con un pasado concebido como punto de convergencia de la vida comunitaria y política.

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Información

Año
2016
ISBN del libro electrónico
9789587203417
Categoría
Histoire

1. Formatos y saberes: condiciones epistémicas de la Historia patria

El estudio de la historia es uno de los primeros que debe ocupar el espíritu humano: nada forma mejor el corazón del hombre que los grandes modelos
Pedro Neira Acevedo
La historia, en su acepción moderna (que llamamos análisis histórico), cuenta con procedimientos prácticos y metodológicos sustentados en la lectura y la escritura: el historiador lee manuscritos e impresos, elabora sus hipótesis y metodologías de indagación, construye un relato escrito.1 Esta escritura se cristaliza en una forma determinada: sean artículos para revistas especializadas, o libros para pares académicos o para un público más amplio. El historiador John Burrow nos recuerda que, en 1777, el erudito historiador William Robertson (1721-1793) escribía para el mercado, “obteniendo por parte de su Carlos V una suma de su editor que asombró a sus coetáneos”.2
Las formas en las cuales cobra materialidad el texto histórico son básicas para comprender el grado de relevancia que alcanza el estudio del pasado en una sociedad. El desarrollo del análisis histórico está en correlación con aspectos como la formación política de la sociedad, la existencia de versiones canónicas del pasado, de un público interesado en tales producciones, la actividad de escritores inclinados por indagar el pasado y su consecuente divulgación. A ello se suman la conservación de corpus documentales que sirven como puntales de tales narrativas, la institucionalización de archivos y bibliotecas encargados de la conservación, la divulgación y la circulación de manuscritos e impresos necesarios en la elaboración de textos históricos.

Libros, soportes y sentidos

En Colombia, desde 1825 y hasta mediados de la década de los cincuenta del siglo XIX, se elaboraron libros de Historia que lograron establecer el canon de la totalidad temporal de la llamada entonces Nueva Granada. Estos textos ya partían de versiones que provenían de la Colonia, y sus autores, sin ser historiadores en el sentido contemporáneo, recogían documentos, hacían uso de la crítica para diferenciar la ficción de la realidad e intentaban mostrar la fidelidad de sus narraciones mediante el uso de testimonios oculares o de testigos autorizados que refrendaban la veracidad de los hechos narrados.
A ello se sumó el progresivo desarrollo de las imprentas asentadas en la capital de la República y en general del país, gracias a la importancia que adquirían los periódicos como medios de expresión política y trincheras de lucha y debate ideológico, además de ser verdaderos medios de formación política y de vinculación cultural del país, y de este con el exterior.3
Raramente los historiadores de las ideas o los filósofos del lenguaje prestan atención a las circunstancias en las que se enuncia un discurso, y a los medios en los cuales se materializa. Paul Ricoeur es uno de los filósofos que más ha contribuido al análisis de la condición narrativa de la historia y a su relación con la experiencia.4 Él abordó la pregunta por los modos de legibilidad que debe tener un texto en una sociedad determinada, aludiendo sin duda a su organización, al uso de tropos y figuras reconocibles sobre las cuales se estructura la narración, y a los contenidos que son pertinentes y comprensibles en un ambiente y en un momento específico.5
Quentin Skinner ha ayudado a comprender los modos de circulación, apropiación y debate de las doctrinas políticas especialmente del siglo XVI y XVII, ha indicado la importancia de los denominados escritores y libros menores para reconocer la trayectoria y la trascendencia de una teoría, sin descuidar el problema de las condiciones editoriales que incidieron en su publicación. La idea de contexto de este autor se comprende desde el punto de vista de las condiciones intelectuales en que se producen los textos.6 Pero aunque reconoce los modos de transmisión de los textos, en los trabajos de Skinner no son centrales los soportes ni los formatos.
Los trabajos de Roger Chartier han abierto un campo para la comprensión de los textos en su doble dimensión: una hermenéutica, de la que hacen parte los contenidos, los juegos retóricos y narrativos y el lenguaje utilizado en su enunciación, y otra denominada morfológica, de la que participan los soportes, los formatos y las condiciones materiales que permiten la existencia de un texto. Según Chartier, todo texto se materializa en un soporte particular que atiende a un público;7 su materialización resulta de intercambios entre múltiples actividades y niveles sociales, de diferentes intervenciones técnicas y estéticas, de los modos de comprender un saber, un discurso o un género, de la pertinencia histórica que cobran objetos, rituales, prácticas cotidianas que posibilitan la inteligibilidad de un texto. Dice Chartier: “El proceso de publicación, cualquiera que sea su modalidad, siempre es un proceso colectivo, que implica numerosos actores y que no separa la textualidad del libro de la materialidad del texto”.8
La propuesta de Chartier rompe con la idea tradicional, proveniente de la lingüística, que supone al receptor como agente pasivo. Esta ruptura lleva a entender que el receptor concede sentidos más allá de los propuestos por el emisor; la apropiación pertenece al mundo histórico, es decir, es mutable y se define de acuerdo con las condiciones culturales, políticas y económicas de una sociedad.9 Chartier entiende que en el proceso de comprensión y creación de sentido, el soporte es un elemento central, pues es el modo mediante el cual el texto se materializa para el público.10 La apropiación no es, pues, una experiencia individual; está entrelazada con las condiciones sociales, culturales y emocionales de una sociedad. De allí la utilidad de la noción de comunidad de interpretación que retoma de Stanley Fish.11
Donald F. McKenzie acuñó el término “texto como forma expresiva”12 para significar las modalidades de “publicación, diseminación y apropiación de los textos”. De esta manera se comprende que un texto es un objeto que circula en contextos precisos y con ritualidades específicas; que “las formas repercuten en los significados”, y que son tan importantes los procesos técnicos, como los procesos sociales de transmisión.13
Nos interesa estudiar los libros de historia de uso escolar como objetos particulares, en los cuales el saber histórico moderno encontró una forma de divulgación, y el Estado, un medio de formación política y de lazos comunitarios entre sus habitantes.14 Esos libros permiten apreciar los procesos de consolidación del análisis histórico en el país, las modalidades bajo las cuales se fueron atemperando no solo los contenidos, sino también los escritores, sus formas de indagación y elaboración de la narración histórica, y sus posibles públicos.
No pretendemos desconocer el papel ideológico de tales producciones, pero tampoco ver en sus contenidos imposiciones hegemónicas a las clases populares. La recepción no es un acto pasivo, es un acto de apropiación: la acción de hacer suyo lo que viene de otros. En esa acción se establecen mecanismos de comprensión, uso y transformación de lo que se ha recibido; es una acción histórica en la que participan tanto las tradiciones como las necesidades culturales a las que se enfrenta una sociedad.
Sin hacer extrapolaciones, pero procurando establecer una relación dialógica entre la forma, esto es, entre las características físicas de un texto, y el contenido, según Chartier entre hermenéutica y morfología, y estableciendo “que una obra se da para leer o para oír en uno de sus estados particulares”,15 buscamos entender asuntos relacionados con la paulatina institucionalización del análisis histórico moderno en Colombia, y algunos elementos sociales, culturales, políticos y editoriales que confluyeron en ese proceso. En ese ámbito, las producciones historiográficas, particularmente los libros, serán el hilo que nos guiará.
Del libro16 como objeto, fruto de trayectorias, oficios y relaciones sociales, participan tradiciones en los modos de transmitir conocimientos y saberes, usanzas editoriales, además de agentes como escritores, copistas, correctores, editores, vendedores y finalmente el público. Hacen parte también abastecedores de materias primas como el papel, tintas e insumos para las imprentas.
Entendemos por libro de historia no solo el objeto material, sino también las diferentes relaciones sociales que se cruzan en una publicación de este tipo. Con Chartier asumimos que es necesario considerar la textualidad expresada en un forma material concreta, y con McKenzie, sostenemos que todo texto comporta unas formas de transmisión17 y de apropiación que les son convenientes e históricamente mutables, ya que guardan relación con los cambios técnicos que, a su vez, delimitan soportes, nuevos usos e inéditas prácticas sociales.
La Historia como análisis de tipo moderno está definida por un conjunto de prácticas y procedimientos técnicos que empezaron a diferenciarle de la literatura y le convirtieron en un saber con un grado relativo de autonomía. De manera temprana, los estudios históricos empezaron a materializarse principalmente en impresos: los libros de historia, convertidos en la encarnación de un saber académico que debía impartirse en ámbitos educativos. Aunque el libro de historia ocupó significativos espacios sociales y culturales, debió compartir su protagonismo con la transmisión oral, mecanismo por excelencia de difusión de saberes y creencias, heredados de la tradición religiosa y ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Contenido
  5. Presentación
  6. Introducción
  7. 1. Formatos y saberes: condiciones epistémicas de la Historia patria
  8. 2. Historia y divulgación: formas, usos y públicos
  9. 3. Las obritas de Historia patria. Homogeneización ética, concordia y pasión
  10. 4. La Historia patria. Retórica, formatos y usos
  11. 5. Sobre escritores de obritas y mercado de libros
  12. Síntesis y conclusiones
  13. Bibliografía