La teoría social, ahora
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La teoría social, ahora

Nuevas corrientes, nuevas discusiones

Claudio Benzecry, Monika Krause, Isaac Ariail Reed, Isaac Ariail Reed, Ana Bello

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La teoría social, ahora

Nuevas corrientes, nuevas discusiones

Claudio Benzecry, Monika Krause, Isaac Ariail Reed, Isaac Ariail Reed, Ana Bello

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Información del libro

Ni un manual, ni un libro de texto, ni un simple comentario de la obra de "grandes nombres": este libro es a la vez más ambicioso y más aplicable al trabajo real y concreto de los investigadores en ciencias sociales del siglo XXI. La teoría social, ahora propone y explora, en palabras de sus AUTHORes, una nueva lista de tradiciones teóricas relevantes para entender y participar en la compleja trama de temas y enfoques que representa en la actualidad la teoría social.Académicos prestigiosos y activos en sus campos, especialmente convocados para este libro, despliegan capítulo a capítulo un panorama conceptual de la tradición teórica en la que están enmarcadas sus propias investigaciones y argumentan sobre el camino que esos desarrollos podrían tomar en los años que vienen. Por estas páginas, que dan forma a un mapa riquísimo y variado de las ciencias sociales tal como hoy se practican, pasan las discusiones fundamentales y los conceptos centrales de esos debates: del feminismo a la sociología de las convenciones, de la teoría poscolonial a la del actor-red, de la teoría de los campos a los enfoques de la hegemonía mundial, de las microsociologías a la teoría pragmática.Tres décadas después de la publicación de La teoría social hoy, la influyente y original obra que compilaron Anthony Giddens y Jonathan Turner, este libro recupera aquella ambición de diálogo, pero intenta reenfocar la actividad de teorizar en el contexto institucional y disciplinario actual, más cercano a una pluralidad de voces no exenta de conflicto.De especial interés para estudiantes y docentes de grado y posgrado, con destino de clásico, este libro aspira a abrir debates, orientar la investigación hacia caminos nuevos y creativos e impulsar el avance de la teoría que sigue siendo, dicen los AUTHORes, "un nexo entre la enseñanza, la investigación y el debate".

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Información

Año
2019
ISBN
9789876299466
1. Sobre la idea misma de una sociología cultural
Isaac Ariail Reed
En el terreno del estudio de la cultura en sociología, tenemos una serie de definiciones superpuestas del objeto de estudio, otro conjunto de debates metodológicos sobre cómo recopilar e interpretar la prueba relacionada y, por último, un catálogo de argumentos teóricos sobre lo que hace o no hace a, para o con los actores, las personas, las organizaciones, los Estados-nación, los laboratorios, las vieiras, etc.[2] Que todavía no exista acuerdo sobre su definición, método o teoría puede resultar extremadamente frustrante, tanto para quienes dan sus primeros pasos en la subdisciplina de la sociología cultural o en las áreas de las ciencias humanas que se ocupan de la cultura en un sentido levemente similar, como para los veteranos en ambas. Una suerte de historia triste sobre una ciencia preparadigmática parece amenazar la totalidad del proyecto; si se las busca, abundan las descalificaciones académicas sobre el estudio de la “cultura”, en especial las relacionadas con la multiplicidad de temas que se estudian bajo el apodo de “sociología cultural” o “estudios culturales” (algunos de ellos, inevitablemente, inútiles) y las repetidas inestabilidades de los debates teóricos (algunos de ellos, inevitablemente, innecesarios). Y, de hecho, la investigación en sociología cultural no se asemeja al fantástico progreso (supuesto o real) de la física desde Newton ni al refinamiento valorado o a la sofisticada radicalidad de la teoría literaria. En cambio, la sociología cultural existe en el centro de un gran conjunto de argumentos entrecruzados, tanto lógicos como analógicos, basados al mismo tiempo en la experiencia de la etnografía y en los formalismos del análisis computacional de textos, y que en última instancia se centran en la relación entre el significado y la sociedad. Esto puede parecer un caos y así se percibe, porque, en varios aspectos, lo es. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Propongo preguntar “¿qué cosa no es cultura?” y a partir de esta pregunta derivar algunas ideas sobre las premisas de nuestras propias preguntas y dificultades para definir. No me refiero a “¿qué cosa no es cultura?” en el sentido de la teoría de los conjuntos (una estrategia probada usualmente –y a menudo fallida– para responder la pregunta “¿qué es la cultura?”). En otras palabras, no busco un conjunto de objetos, procesos, seres del mundo o áreas de estudio que queden por fuera del conjunto de cosas que llamamos “cultura”. En cambio, me refiero a hacer la pregunta en el sentido saussureano de a qué términos y significados se opone el significado de la cultura (véase Saussure, 2011).[3] Las oposiciones que ayudan a dar al término “cultura” su significado en el discurso académico existen para personas reales; este ensayo está dirigido a algunas de ellas, una comunidad de investigadores de cierta manera afines que trabajan en la sociología de la cultura y en torno a ella. Esta comunidad utiliza un juego de lenguaje derivado tanto de las inquietudes de la sociología académica estadounidense como del discurso más amplio y global de la teoría social. Para estas personas, entonces, ¿qué cosa no es cultura?
La pregunta misma desencadena una cantidad de efectos; para algunos, resultará problemática precisamente porque supone una teoría (relacional) del significado derivada de la semiótica –y de Clifford Geertz (2000a)–. Pero de ningún modo la teoría del significado necesaria aquí es peculiar (parte del significado de “largo” reside en su contraste con “corto”; el de “perro”, con “gato”), y el argumento que sigue no depende de la veracidad de una teoría específica sobre la influencia causal de la cultura en la acción, ni de esta o aquella teoría del lenguaje humano. Además, dichos efectos quizá sean necesarios frente al carácter interminable de los debates sobre las definiciones. Entonces, preguntémonos lo siguiente: ¿a qué términos se opone (y se asocia implícitamente) el término “cultura” en nuestra comunidad de investigación? Y luego, ¿cuáles son las diferencias y semejanzas entre la forma en que entendemos la cultura y la forma en que entendemos sus opuestos o contrapuntos? Y por último, ¿qué preguntas esperamos responder al hablar de la cultura, al elaborar un argumento cultural o al buscar una sociología cultural en lugar de otro tipo de sociología? Según creo, esto revelará no tanto una nueva definición de la cultura ni un enfoque que resuelva los problemas de años de debate, sino lo que está en juego en la idea misma de una sociología cultural.
La cultura y la economía
La cultura no es la economía. Esta parece constituir la condición sine qua non de la hermosa debacle que es la teoría social, que se remonta a Karl Marx y Friedrich Engels en La ideología alemana (Marx y Engels, 1978). Hay algo sobre las ideas, las creencias, el significado-significante-referente, el tema, el género, el símbolo, la filosofía, la religión; algo relacionado con la cultura que (de una manera todavía por definir) es diferente de la aglomeración de diversas instancias de dos acciones prácticas en el mundo: hacer algo e intercambiar algo por otra cosa. Una vez estipulada la diferencia entre la cultura y la economía, se puede eludir, combinar, exagerar, explicar en términos históricos, explicar a partir de su funcionalidad, tomar como referencia indirecta, atacar eternamente o adoptar en secreto como fundamento para que los materialistas acepten las explicaciones, pero no deja de ser una diferencia. ¿Por qué es importante para nosotros esta diferencia? ¿Qué refleja sobre el mundo que queremos captar conceptualmente y poner de relieve en nuestras explicaciones sociológicas? ¿Y por qué reaparece en el debate sobre la acción social de cada generación?
La oposición conceptual entre la cultura y la economía es importante, en primer lugar, porque codifica siglos de pensamiento sobre la tensión entre la retórica y el propósito, especialmente cuando este último es financiero.[4] La capacidad de valerse de la palabra y la inventiva para, sin coerción física, convencer a alguien de hacer algo –luchar en una guerra, comprar determinada marca de cerveza, etc.– no siempre está directamente relacionada con quien se beneficia con la acción (como sea que definamos, para bien o para mal, los beneficios). La propensión a idear formas creativas de teorizar este hecho ha producido muchas innovaciones en la teoría sociológica. Mientras tanto, los descubrimientos empíricos de transiciones complejas en la forma en que los grupos de personas valoran los bienes y las acciones y obran en consecuencia son algunos de los enfoques más importantes del campo de la sociología cultural. Así, uno de los principales aportes de la sociología cultural ha sido brindar mayor poder intelectual a las teorías de dominación y las explicaciones de las desigualdades duraderas que hacen referencia a la ideología, la hegemonía y la violencia simbólica. Y esto supone una diferencia entre la lealtad profesada (creída de manera variable) y el beneficio acumulado (intencional o involuntario).
Más allá de la constante atención de los sociólogos a la utilidad de la cultura para los poderes y los intereses, la distinción entre la cultura y la economía es importante por otro motivo. Decir que la cultura no es la economía sugiere que, aunque hablar sea parte del trabajo, trabajar puede asegurarle a uno el poder de ser escuchado, e indudablemente hacer arte es trabajo; sin embargo, cabe hacer una distinción entre el trabajo mental y el trabajo manual en las sociedades humanas. Para satisfacer las necesidades biológicas del animal humano, hay que hacer y producir ciertas cosas materiales; las sociedades se han organizado de distintas maneras para satisfacer o no satisfacer tales necesidades de sus miembros. El estudio de estas disposiciones es fundamental para las ciencias humanas. Sin embargo, reconocer la existencia de imperativos e incentivos materiales y clasificar sus formas manifiestas no ha sido suficiente para explicar la variación en la fuerza de la producción, la distribución y el consumo que es importante investigar y explicar en la vida social (Sahlins, 1976).[5] Para obtener una mejor explicación de la amplia variedad de formas en que los grupos sociales humanos se organizan para a su vez organizar los recursos materiales, hay que ir al cine, estudiar cómo se compone música, leer acerca de cómo se adora a los dioses y mucho más. Entonces, después de sumergirse en El Rey Lear y el espectáculo del entretiempo del Super Bowl, entre otros, cuando uno regresa a la economía, inevitablemente la ve de otra manera. Porque si nos vemos obligados a aceptar la intersección de los significantes, las subjetividades y el trabajo inherentemente mental de dar sentido al mundo y a nuestras acciones en él, también nos veremos obligados a contextualizar el acto de intercambio (Geertz, 2000b; véase también Alexander, 2011).
Este salto al mundo mental de la significación y a los vastos territorios inexplorados de la fantasía subjetiva da a la sociología cultural su carácter distintivo por encima y en contra de las invocaciones ocasionales de la cultura que salpican la economía, la ciencia política y las áreas de la sociología indiferentes al significado y que no son motivadas por la comprensión. También es el principal motivo por el cual la sociología cultural extrae tantos conceptos y energía de las humanidades. Por último, el compromiso con la subjetividad quizá sea el causante de ciertos malentendidos atroces de la iniciativa que emanan de otros campos de las ciencias sociales, cuyos miembros acusan rutinariamente a la sociología cultural de idealismo, relativismo, y otros.
La sociología cultural no decide a priori que los valores culturales explicarán un resultado económico. Tampoco insiste en considerar la economía como causa de la vida social última (mediada, de aquí al infinito, por la cultura). Sin embargo, la sociología cultural insiste en la necesidad de examinar la relación entre el significado y el comercio, entre la ideología y el interés. De hecho, y en retrospectiva, examinar de nuevo este nexo parece una formidable fuente de creatividad para la mente sociológica, y cada generación sociológica vuelve a plantearse el problema. Esta revisión es posible debido a la diferencia teórica significativa entre la cultura y la economía.
La cultura y las personas
La cultura no es una persona. Pero las personas –los seres humanos individuales– existen en un contexto cultural. Esto significa que una persona o cualquier grupo de personas actúan en un mundo que no es una función cartesiana de su propio cerebro. En cambio, el idioma que hablan, los alimentos que consumen o la masculinidad a que aspiran o que detestan provienen de un mundo significativo que los rodea, constituido por otras personas –tanto vivas como muertas– y sus comunicaciones –del presente y el pasado–. La acción humana tiene lugar dentro de un mar semiótico, y para explicar lo que yo hago, debes decir algo sobre el agua en la cual nado.
Esta cuestión, expresada de manera bastante metafórica, es otro lugar teórico de debate porque está en las raíces de la noción de que la cultura es mediadora. ¿Qué es la mediación? Si situamos algo en una persona individual, en muchas personas individuales o en la gente en general –una búsqueda de poder, una necesidad de reconocimiento, un deseo de acostarse con su propia madre o su propio padre–, podemos decir que esta cosa bastante incipiente que no es cultura y que es parte de un individuo está, al mismo tiempo, mediada por la cultura. Diríamos que se expresa por medio de la cultura. Así, para entender lo que ocurre en el mundo humano, debemos entender que aquello que está dentro de los individuos (las intenciones, los impulsos inconscientes, etc.) toma forma mediante la cultura, en el antiguo sentido aristotélico de un escultor que da “forma” a una estatua (Reed, 2011: 140-146).
La mediación del contexto cultural en los proyectos, deseos e intenciones es un tropo muy común en la sociología cultural. Debajo de esta forma de hablar hay una cuestión endémica de cómo –y en qué medida– la gente está constituida por el contexto cultural. Los investigadores cautivados por Michel Foucault sienten que las “esencias” individuales que se manifiestan y expresan a través de la cultura también están, en efecto, formadas por ella, constituidas por ella o provienen de ella. Desde esta perspectiva, decir que la cultura “es mediadora” es demasiado débil.[6] Para los verdaderos foucaultianos, las características esenciales del sujeto no preceden (en términos lógicos, ontológicos ni de cualquier otra manera) a aquello que lo o los media. Así, por ejemplo, podría argumentarse que en una coyuntura histórica dada, no solo los deseos sexuales se manifiestan por medio de una cultura heteronormativa estricta y punitiva, sino que en primer lugar esos deseos en sí mismos se producen en las personas debido a la trama de la cultura (heteronormativa).[7] Sin embargo, cabe señalar que la afirmación de que la cultura moldea a las personas en ciertos tipos de sujetos y de que rastrear ese proceso es clave para entender la transformación histórica de Occidente todavía se basa sobre una diferenciación entre el discurso y las personas, ya que es a ellas a quienes el discurso moldea como sujetos.
De personas a actores
El siguiente paso es tan polémico como usual: el sociólogo cultural reemplaza a las personas reales, concretas e individuales con una definición más generalizada de los actores, y también las opone a la cultura. Los actores pueden ser organizaciones no gubernamentales, corporaciones, Estados nación, iglesias, entre tantos otros. Estos, a la vez, se muestran sujetos al contexto cultural, la formación discursiva, la illusio, etc. El grado en que esta sustitución de las personas por una noción más general de actores implica un cambio fundamental en la dinámica que se produce entre el contexto cultural y los actores es la esencia del debate sobre la posibilidad de generalización de ciertos modelos de cultura e instituciones (por ejemplo, la teoría del campo).[8] También es posible considerar como actores algunos subfactores de las personas individuales; los ejemplos clásicos son los cuerpos y los impulsos psíquicos. Por último, si realmente queremos poner todo en contexto y estamos decididos a ser agnósticos sobre qué causas nos conciernen como científicos humanos, también podemos poner objetos materiales en contexto y tratarlos como actantes. Pero lo que subsiste en todo esto es una distinción entre la cultura y aquello que actúa dentro y por medio de ella: por un lado, un actante, persona u organización y, por el otro, el espacio sociocultural donde actúa (Alexander, 1988).
Nótese que muchas de las oposiciones y argumentos entre la cultura y el actor se dan, además, cuando relacionamos al actor con la economía. No ...

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