Qué entiendo yo por marxismo
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Qué entiendo yo por marxismo

Alain Badiou, Guadalupe Marando

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Qué entiendo yo por marxismo

Alain Badiou, Guadalupe Marando

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A doscientos años del nacimiento de Marx, el marxismo es el nombre de una derrota. La modernidad democrática del capital, con sus voceros y sus propagandistas, se ocupa de recordárnoslo una y otra vez: lo presentan como un error grosero y además una utopía criminal. A él se adhiere otra palabra maldita, "comunismo", un espectro que carga con el peso de un estigma. Pero el marxismo, dice Alain Badiou en este texto inspirador, sigue proponiendo la única modernidad capaz de competir con el capitalismo. No hay ninguna otra.En un estilo conversado y personal, en el que prima la apuesta intelectual antes que el desencanto o la nostalgia, Badiou explica en qué consiste esa potencia de construcción y transformación que se pone en juego, en cada escenario concreto, tanto en el pensamiento como en la práctica política. Después de un sustancioso recorrido por figuras célebres –Marx, Lenin, Mao, nuevamente Marx– y textos canónicos, sostiene que el marxismo no es una ciencia, una doctrina ni una filosofía, tampoco una política en el sentido de la teoría política. Como el psicoanálisis, el marxismo es un pensamiento alternativo que, desde dentro de la sociedad capitalista, trabaja para el advenimiento de un mundo material y subjetivo absolutamente nuevo.Contra el sujeto cautivo de la neurosis del consumo y la competencia, pero sin caer en las reacciones fascistas al capitalismo, Badiou propone reinventar el marxismo, recuperando su potencialidad para descifrar los intereses en pugna y para generar encuentro, organización y acción colectiva. Así, este texto se afirma como un llamamiento razonado y poderoso para confluir en una práctica que, lejos de negar sus contradicciones y disidencias internas, las transforme en vital fortaleza política.

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Qué entiendo yo por marxismo
Me pidieron que explique ante ustedes mi relación con el marxismo. Así, la de esta tarde es una suerte de comparecencia ante un jurado que podemos imaginar receloso: “Cuéntenos, Badiou: en definitiva, ¿cuál es su relación con el marxismo?”.
Comenzaré cautelosamente con algo que acaso les parezca una defensa: “Desde luego” –diré–, “como en todas las relaciones, en la que sostengo con el marxismo hay dos términos, dos polos: el marxismo y yo, que soy el punto vacío, representado aquí por mis libros, por lo que escribí, por lo que pude pensar y transmitir”. Con eso, una vez resguardado contra cualquier acusación prematura, puedo compartir con ustedes mi exposición.
Por supuesto, nuestro punto de partida debe ser una pregunta célebre y muy controversial: ¿qué hay que entender por marxismo? Tan compleja e intrincada es esta cuestión, y tan presente está siempre, de manera implícita o explícita, en las discusiones marxistas, las conferencias sobre marxismo, las controversias entre marxistas y los libros marxistas, que de hecho ella insumirá la casi totalidad de lo que voy a decir. Es que, como veremos, la palabra “marxismo” nunca logró ser unívoca. Nunca admitió que se la redujera a algo constitutivamente simple que por sí solo permitiera encarar sin rodeos el problema de la relación de un pensamiento, en este caso el mío, con el marxismo.
Para mí, la cuestión es tanto más punzante en cuanto puede sostenerse, y se ha sostenido, que en mi clasificación de las verdades no hay lugar para algo así como el marxismo. Eso mismo pensaba el camarada Negri cuando en Berlín, durante una conferencia sobre el comunismo, afirmó que “ciertas” personas –¡obviamente, de estas ciertas, la más “cierta” estaba allí presente!– intentan ser comunistas sin ser marxistas.[1] Por mi parte, cuando me tocó hablar, respondí que “ciertas” personas creían poder ser marxistas sin ser comunistas, lo que era peor.
Queda claro que en esta polémica un poco teatral el punto de indistinción está en los conceptos. Antes de entrar de lleno en esta cuestión, digamos, sin más, que en la relación entre marxismo y comunismo la dificultad se debe a que tenemos que lidiar con dos significantes por cierto estrechamente asociados, pero que, como tales, no son sustituibles, ya que ni cuando analizamos su significado ni en su funcionamiento práctico operan en el mismo registro.
Es cierto que en lo que propongo como clasificación sistemática de las verdades o, más exactamente, como procedimientos de verdad, es difícil que el marxismo encuentre un lugar, y eso por el siguiente motivo: para nada llamo “verdad”, como suele hacerse, a una categoría del juicio o al estatuto lógico de un enunciado, sino que con ese término me refiero a cualquier proceso de creación de una realidad concreta (obra de arte, secuencia política, teoría científica, aventura existencial…) que tenga un valor universal. Entonces, esa “verdad” se concibe en un sentido bastante amplio, ya que no se trata de la veracidad de un juicio, sino del valor potencialmente universal de una creación surgida de la práctica humana.
¿Qué tipo de creación? Al respecto, propuse cuatro, que son cuatro registros posibles de esta creación: las ciencias, las artes, las políticas y los amores. Y planteé que este sistema de representación de las verdades, abierto en una amplia gama y constituido por cuatro tipos distintos, condiciona la filosofía. Si ustedes quieren, habría cinco estratos o cinco configuraciones del pensamiento y de la creación en general; por un lado, las cuatro condiciones, y por otro, un término condicionado, la filosofía. Al decir que la filosofía no está en el mismo nivel temporal ni de existencia que los cuatro tipos de verdades, permanezco fiel al espíritu de Hegel: seguramente saben que escribió la frase “El ave de Minerva” –esto es, la lechuza, que representa la filosofía– “alza vuelo solo al crepúsculo”, lo que para él significaba que la filosofía llega después del día de las verdades efectivas.
¿Puede el marxismo tener cabida en este dispositivo de cinco instancias del pensamiento? ¿Bajo qué condiciones? Aquí vemos el punto de partida –clasificatorio o topológico, en cierto modo– de la cuestión.
Desde luego, puede sostenerse que el marxismo es una ciencia. Fue una de las facetas de la tentativa de Althusser, además de otros, antes y después de él. Ahora bien, ¿una ciencia de qué, exactamente? Si el marxismo tiene un valor científico, ¿en qué campo, en qué ámbito, en qué espacio se ejerce? La idea más banal señala que el marxismo sería una ciencia revolucionaria de la economía y que, en ese sentido, el núcleo íntimo del pensamiento marxista sería el edificio –analítico, crítico y dialéctico a la vez– representado sobre todo por El capital.[2] Aquí todavía estamos en un nivel muy abstracto. Sin embargo, creo que esta tesis banal presenta dos dificultades. En primer lugar, el subtítulo de El capital es Crítica de la economía política. En sentido estricto, no se presenta como una nueva ciencia de la economía, sino sobre todo como una crítica (ciertamente creadora, pero muy marcada de negatividad) del dispositivo de la economía liberal inglesa de Smith y Ricardo, entre otros. En segundo lugar –y esta objeción es más seria–, no parece que el sistema general de las ideas verdaderas o de las ideas operacionales que constituyen el marxismo pueda deducirse, por transitividad, de la economía o incluso de una crítica de la economía. Aquí pienso en una reflexión incluida en “¿De dónde provienen las ideas correctas?”, texto de Mao Tse-tung;[3] en definitiva, las ideas correctas, incluso en su despliegue práctico, ¿provienen de la economía considerada como una ciencia? Esto pregunta Mao y –algo muy conocido– recuerda que en realidad las ideas correctas tienen tres fuentes muy diversas:
  1. La lucha por la producción, situada en la relación dialéctica entre el hombre y la naturaleza, tal como la organizan las relaciones de producción.
  2. La lucha de clases; por ende, el campo de la contienda política.
  3. La experimentación científica.
Esta tercera fuente ocupa una posición singular de descentramiento parcial en relación con las otras dos. Por lo demás, esto trae a la memoria un texto absolutamente asombroso en el cual Lenin afirma que “en cierto sentido, el progreso científico y técnico está por encima de las clases”. La experimentación científica tiene relativa independencia del sistema de apropiación de las relaciones sociales que la rodean. En la medida en que la actividad científica no es inmediatamente reductible a los resultados prácticos de lo que se juega en las relaciones de producción ni a la lucha de clases, no vemos cómo el marxismo podría reducirse a una nueva ciencia de la economía.
La otra hipótesis en boga entraña variar el planteo: el marxismo ofrecería por primera vez una ciencia de la historia. Incluso si la economía está en posición de infraestructura, una ciencia de la historia es, con todo, algo más complejo y de mayor despliegue. Se hablará entonces de “materialismo histórico”, como ustedes saben. Al menos en un primer momento y en la medida en que se busque ads...

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