
- 358 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Memorias de viaje (1929)
Descripción del libro
Con una escritura agradable y humorística, sin ser avaro ni recargado con las descripciones, considero que mi abuelo [Raúl Vélez González] en cierta forma, con este estilo, pudo haber sido sin saberlo el autor del primer blog de viajes en Colombia conocido. Con su pequeño cuaderno de profesor, convertido en diario de a bordo, para su mamá y el recuerdo personal, sin duda marcó un ritmo dialéctico bien parecido al de los actuales blogeros de viajes que inundan internet con sus relatos, pero más fino en el estilo, por supuesto.
Debo aclarar que la decisión de publicar íntegro este diario de viajes, que inicialmente el mismo autor no lo vio como un texto para enviar a una editorial ni lo escribió para eso, se debe a que tenemos conocimiento en la familia de que en algún momento mi abuelo sí manifestó que quería publicarlo. Lo cierto es que lo fue posponiendo, como nos suele pasar a todos los viajeros empedernidos con nuestros propios escritos sobre esos temas, y es un honor para nosotros poder cumplir ese deseo como un homenaje a su memoria.
David Roll Vélez
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Información
Editorial
Universidad EAFITAño
2020ISBN del libro electrónico
9789587205787SEGUNDO CUADERNO
PARÍS (CONTINUACIÓN), PARTE DE ESPAÑA, VIAJE A ORIENTE (ARGELIA, TURQUÍA, GRECIA, SIRIA, PALESTINA Y EGIPTO), ITALIA, MÓNACO, SUIZA Y PARTE DE BARCELONA
[30 de junio]
No creí que terminara el cuaderno anterior todavía en París. Cuadernos y más cuadernos terminaría quizá si me demorara algún tiempo más, pero es fuerza salir de esta ciudad que con sus caricias nos invita a no dejarla nunca. Y lo grave es que no sé por qué París nos atrae. En todas partes hay calles bonitas, almacenes lujosos, hoteles confortables, monumentos, bellas mujeres, buena mesa. Pero algo extraño habrá en el ambiente de esta metrópoli, que no nos deja ir. Sin embargo, saldré de París en esta semana; es domingo; el viernes partiré después de haberle sacado el último jugo a este llanito sin semejante, en estos cinco días.
En el restaurante me sirve un criado joven que es el súmmun de la cortesía. Se llama François y es de Checoslovaquia; tiene veinte años apenas y se vino de su tierra a buscar fortuna. Así estarán de pobres en ese mundo, cuando vienen a Francia a buscar la vida, con la pobreza que hay aquí. Es de ley dar al criado el 10% sobre el valor gastado; mi almuerzo vale 27 centavos, es decir 6,75 francos, yo le doy los 8 francos y por tanto mi propina es de 1,25, que vienen a ser 5 centavos de peso, cuando solo me obligan 2 ½. Esto ha bastado para que Francisco quiera servirme de rodillas, para que me cambie los platos que no me gustan, aún después de probarlos y para que me manifieste el deseo de venir conmigo a América, en compañía de un señor tan magnífico que da 5 centavos en vez de 2 ½.
Hay en el bosque dos campos de carreras de caballos: el de Long Champs y el de Auteuil. He asistido a las carreras y allí es donde he visto más gente junta. Alrededor de veinte mil personas se reúnen en esos lugares y todas ellas están instaladas con comodidad. La pista es de forma irregular, alargada y con rutas por el centro que forman laberintos. Para las carreras se señala con banderitas el camino que se ha de recorrer. Los recorridos son de cerca de una legua.
Paseé el Museo del Louvre, en la galería de Apolo, una vitrina con las joyas de la corona, donde llama la atención especialmente el diamante llamado Regente, porque perteneció a Felipe de Orleáns. Esta piedra, única en el mundo, aparenta el tamaño de un huevo de paloma y está avaluado en diecinueve millones de francos oro. Los diamantes más grandes que yo conocía no alcanzaban a tres quilates, y este pesa ¡ciento treinta y seis! Entre otras joyas notables se ven allí el diamante de cinco caras del cardenal Mazarino, la espada de Carlos X, la corona de Napoleón, el rubí de Bretaña y otras de valor incalculable aunque la historia menos importante.
Tiene París, en servicio, unos treinta mil automóviles de alquiler. La sociedad llamada S.Z.C.R.P. (Sociedad de transportes en común de la región parisiense) es la dueña del Metropolitano, del tranvía y de los autobuses. En el primer trimestre de este año expidió doscientos setenta y ocho millones de pasajes, lo que significa más de tres millones por día. De estos pertenecen al Metro más de dos millones.
Las estadísticas dan la cifra de unos trescientos mil visitantes que entran diariamente en la ciudad, y más o menos el mismo número que sale. En el presente año se han expedido más de un millón de permisos a extranjeros para residir en París.
Detrás de la Magdalena están, sobre el muro, en sendos nichos, las estatuas de los cuatro Evangelistas. Tranquilos en este lugar casi escondido, estuvieron siempre estos discípulos amados de Jesucristo; pero he aquí que el 14 de mayo de 1918 se le propone a un artillero alemán hacer blanco en la famosa iglesia y ¡zas! Viene un obús derechito a la cabeza de S. Lucas. La cabeza rodó al suelo y se hizo harinas, pero el cuerpo, decapitado, continúa firme en su nicho, como diciendo que así y todo, sin cabeza, allí estará enseñando su evangelio.
Cerca del hotel donde vivo está el teatro llamado Palace. Allí actúa desde hace tiempos la renombrada canzonetista española Raquel Miller. Fui a verla. La dulzura de la voz y la gracia española de esta morena valenciana son únicas. Pero no es bonita: es pequeñita, muy delgada, demasiado morena y de boca muy grande. Sin embargo, fascina con su sal inimitable.
Debido a la afluencia de extranjeros, París puede sostener centenares de teatros que trabajan casi todos desde medio día hasta el amanecer. Gran parte de ellos repiten una misma pieza indefinidamente. Me dicen que el “Quo–Vadis” en cine lo dieron durante tres o cuatro años, de día de noche. Ahora están dando en el Mogador una opereta llamada “Rosa María”. El domingo ajustaron mil cuarenta veces. Hace, pues, unos tres años que la están repitiendo diariamente y hay que comprar las boletas con anticipación de cuatro días por lo menos. Los vestidos se han acabado ya por cuatro veces, gastados por el uso continuo. París es único en estas cosas.
[3 de julio]
Cuando fui a Versalles no tuve tiempo de llegar hasta los Trianones, dos castillejos que se levantan dentro de la floresta, en lugar encantador. No hice caso de ello porque, habiendo visto la magnificencia del castillo que visité, ya no creí de importancia ver más. Pero a causa de la demora a que me tiene sometido la salud del O. Manuel, me ha sobrado el tiempo, y el domingo treinta me fui a ver los tales Trianones. Nunca me hubiera consolado de no conocer esas maravillas. En el centro de una gran llanura de bosque con ligeras ondulaciones, está el llamado Gran Trianón, a quince minutos de Versalles. Es un elegantísimo edificio solo de planta baja, y como todo lo magnífico, difícil de describir: tiene dos alas que limitan el gran patio por los lados, y al fondo, uniendo las dos alas, uno como salón al aire libre sostenido por hermosas columnas que son de mármol rosado o lo imitan a la perfección. Más allá de este salón está el jardín, de belleza increíble. Todo el edificio parece de mármol rosa y da la apariencia de una enorme ágata, enclavada en un campo de esmeralda. Fue construido por Luis XIV para alojar allí a una de sus amigas, la histórica y conocidísima Madame de Maintenon. Internándose en el bosque por senderos pintorescos se van encontrando lagos, jardines, colinas pequeñitas como glorietas, y en fin, el Pequeño Trianón, residencia favorita de María Antonieta, que tiene solo primer piso y planta baja, es pequeñito y elegante pero no muestra una gran magnificencia sino en los jardines. Más hacia el bosque se halla la “aldea de la reina”, grupo de casitas dispersas en la espesura, todas de paja y de ladrillo, donde la corte gozaba de fiestas pastoriles. Todo está lleno de estatuas y bustos. A un lado de la cabaña mayor está el Templo del amor, en una isla del estanque que está cerca del Pequeño Trianón; es un quiosco donde se daban las representaciones teatrales y tiene en el centro una estatua de Cupido construyendo un arco, de donde le viene el nombre. Difícilmente se puede inventar nada tan aparente a los placeres tranquilos e íntimos como aquel bosque con aquella decoración.
El martes 2 de julio fui a Saint Cloud. Nunca me había llamado la atención este nombre, pues sabía que el castillo había sido destruido por los prusianos en el setenta. Sin embargo, sobrándome tiempo fui por entretenerme y vi maravillas: un bosque bellísimo sobre la falda que da al Sena, jardines preciosos, que forman, sobre el fondo de céspedes, bordados increíbles con plantas florecidas de diversos colores, las ruinas del castillo, y sobre todo, la gran cascada, monumental construcción de cemento y piedra que baja desde la parte superior del bosque hasta la orilla del río, formando caídas, escalas, pilas, etc., todo adornado de estatuas y de figuras raras: dragones y sapos muy grandes echando agua por la boca, mujeres derramando cántaros, serpientes, fantasmas y mil cosas más.
Mucha historia tiene Saint Cloud, pero para mí basta que fue allí donde Napoleón desbarató el Directorio, y, como quien dice, comenzó en firme el edificio de su grandeza. Fue el lugar favorito de la corte de Napoleón III, quien le dio la brillantez cuyos restos se ven aún.
[5 de julio]
Mañana salgo de París. Estoy decidido pero contra mi voluntad. París me ha embriagado de manera que creo fácil vivir aquí siempre. En esta última semana he procurado beber a grandes sorbos las inocentes delicias que yo me permito en esta “ciudad luz”.
Como un glotón de bienestar he recorrido por últimas vez los lugares de mi mayor gusto; las Tullerías con sus incomparables avenidas de árboles y sus dos majestuosos edificios; la Concordia; el Trocadero, la Magdalena, Notre Dame, el Bosque. Esta tarde, en automóvil, muy despacio, como sacándole el último jugo, recorrí gran parte del bosque; me bajé del auto repetidas veces para internarme en la enmarañada floresta, en la gruta de la cascada, en las avenidas del lago; suspiraba como si el bosque fuera mi casa y hubiera de dejarla. Ya tarde crucé la avenida Foch, pasé el Arco del Triunfo, bajé por los Campos Elíseos, la Concordia, calle de Rívoli, Castiglione, Columna de la Vendome, Pirámides, la Ópera, y por los grandes bulevares, al restaurante a decirles adiós al vino de Burdeos, a los trozos de cordero y a François. Luego a la cama, porque ha que madrugar… a las ocho. Eso llaman aquí madrugar.
Y terminó por fin lo que de París diré. Descontento quedo por no haber anotado más, ¿pero con qué tiempo? Se me quedan por describir entre otras cosas notables: las columnas de la Vendome y la Bastilla, lo que queda del Temple, lo que son las Tullerías, las estatuas de Víctor Hugo, de Molière, de Lavoisier, de Ney, de Carlomagno, de Enrique IV, de Luis XIV, de Gambetta, etc. Pero es bien que cierre ya mi cuaderno y que me acueste a dormir mi última noche de París, del París que no volverá más.
[6 de julio]
Acabamos de llegar a Bayona, ciudad casi en la frontera española, y lugar muy histórico donde me llama la atención especialmente la casa de la famosa entrevista de los reyes de España con Napoleón. Salimos de París a las ocho y ocho minutos, en tren sudexpress y gastamos en el viaje catorce horas y media. Llegamos, pues, a las diez y media, cuando ya había oscurecido casi. No me cansó el tren, a pesar de ser muy largo, a causa de los muchos lugares históricos que atravesamos: a las diez, Orleáns, teatro de Santa Juana de Arco; de allí por las fértiles orillas del Loira, hasta Tours, asiento de la comunidad de las meritorias hermanas de la caridad, viendo a lo largo los tan nombrados castillos de la edad media, todos ellos con su torre cónica y su construcción complicada y dispersa; a las doce dejamos a Tours y luego pasamos por Châtellerault y empezamos a rodar por las famosas llanuras de Poitiers (1 ½). “Y vosotras, llanuras de Poitiers, donde la Medialuna cayó hecha pedazos al estrellarse contra la cruz…”, pienso yo recordando la bella expresión de Montalvo. Allí Carlos Martel hizo morder el polvo a los coros, que pretendían hacerse señores de Europa, como lo eran ya de casi toda España. Luego viene Angulema, patria de los nobles duques (3 ¼). A las cinco y media pasamos el Garona y entramos en Burdeos, grandísimo puerto recostado al estero del mencionado río. Allí en seguida un accidente sin más importancia que una hora de retraso, nos demora: se trata de un descarrilamiento de un tren eléctrico que obstruyó la vía. En Dax comienza a anochecer (9:25) y a las diez y media estamos en Bayona, con buenas piezas y tomando café, calientito en el restaurante. Voy a acostarme rendido de sueño para mañana ver mucho aquí.
[7 de julio]
Bayona
Pues no he visto mucho en Bayona, es una ciudad pequeña, dividida en dos mitades desiguales por el río Adour, no muy importante pero que se ve caudaloso aquí por la represa del mar. Por él suben barcos de consideración hasta la ciudad. Hay un museo de pinturas y de cerámica, bastante bonito, que posee sobre todo muchos bosquejos de los cuadros más notables de las escuelas española y flamenca. Un solterón llamado Bomat lo hizo y al morir lo regaló a la municipalidad de Bayona. La casa de la entrevista es un antiquísimo castillo (de 1130)12 donde ha habitado D. Pedro el cruel, Carlos V, Francisco I, Luis XI, etc. Muy interesante es el castillo por todos sus detalles arquitectónicos: torres, muros en piedra tosca y ligeramente oblicuos con troneras para la defensa, los fosos, el lugar del puente levadizo, las cavas, etc. Pero nada queda del histórico pacto, o al menos nadie me dio razón de nada. Solo saben los habitantes que en aquel castillo fue la conferencia en que la corona de España hizo malabares hasta caer en la mal puesta cabeza de Pepe Botella.
Nos tocó aquí la terminación de un Congreso Eucarístico que se celebró la última semana. Las calles estaban adornadas con colgandejos de papel y ramazones, igual que en los Corpus de nuestros pueblos. La procesión, ni más ni menos que la del Corazón de Jesús en Medellín. Por entre un grupo apretado de devotos y curiosos, desfiló durante tres horas toda la gente devota de Bayona y los pueblos vecinos, comunidades, asociaciones, bandas de música, colegios. Había de extraordinario la reunión de veinte o treinta obispos y un nuncio. Aquello parecía un bosque de báculos. Mañana por la mañana nos vamos para Biarritz.
[8 de julio]
Biarritz
A las ocho de la mañana nos fuimos para Biarritz, el balneario elegante de Francia durante mucho tiempo, pero que ha ido perdiendo su concurrencia a causa de su gran distancia de París, pero que es lo más bello que hay en balnearios. Bajamos a lo largo del río y del estero que forma este hasta el mar. Luego, por la costa que va mostrando y ocultando alternativamente el océano, llegamos al hermoso pueblecito que se asienta en la honda formada por dos cerritos que dominan la bahía. Una leve alza del terreno separa el pueblecito de la playa. Mis ojos no habían contemplado nunca un balneario en forma, así es que quedé maravillado de ver aquella playa llena de tolditos de lona rayada de colores vivos y de contemplar el ejército de bañistas de todos los sexos, edades, y aficiones: unos se lanzan corriendo a encontrarse con la ola, otros se tienden en la arena a que el agua los vaya invadiendo, otros nadan mar adentro y en fin, otros se la pasan en la puerta del toldo aguantando sol, medio tumbados en el suelo. La naturaleza ha sido pródiga en Biarritz y ha formado el perfil más caprichoso que verse pueda: aquí la playa curvada como una hoz; allá un peñasco gigantesco se mete en el mar, formando puente, con canales por debajo, con grutas oscuras y playitas diminutas a su lado; en otra parte la orilla y recta y rocallosa y las olas parece que se empeñaran en romper su rigidez. Por otra parte, la mano del hombre ha hecho maravillas en hoteles, restaurantes, casinos, jardines, atalayas, carreteras, túneles, puentes y escaleras. En un alto pico de una roca que emerge en el mar muchas cuadras, hay una estatua de la Virgen a donde se llega por un sendero de caracol que rodea la roca. ¿Y qué más? Que cada metro de playa da tema para una crónica. Donde quiera que uno se pare ve cosas raras: un viejo gordo, con la calva al aire, remangado hasta las rodillas y con los zapatos en la mano, recorre la playa dejándose azotar por la ola; una muchacha de vistosa sombrilla se va entrando, descalza, en el mar y naturalmente va alzando sus ropas, y cuando vuelve a lo seco, se le ha olvidado que ya no está en el agua y sigue recorriendo con la falda alzada hasta la cintura, y en fin una legión de niños que juguetea con azadoncitos, baldes y palos, haciendo canales que barre y destruye en seguida la marea… A las siete vuelvo a Bayona por otro camino. Mañana muy temprano partiré para Lourdes, distante ciento treinta y siete kilómetros para volver a las diez de la noche.
[9 de julio]
Lourdes
A las siete tomamos el tren para Lourdes. Por primera vez tengo un pequeño accidente y es que equivoqué el tren y tomé el de Burdeos. Cuando caí en la cuenta bajé en la próxima estación y el jefe me facilitó […] la combinación conveniente con el lugar de mi destino, de modo que no fue más que perder una hora en la espera y el regreso. Pasamos muchas ciudades importantes como Pau y recorrimos los hermosos campos a donde van a morir las estribaciones de los Altos Pirineos, de rocas peladas, valles estrechos y riachuelos torrentosos. Por fin esbozamos las márgenes del río Gave y llegamos a Lourdes entre las doce y la una de la tarde.
La población, pequeña y mal trazada, tiene el más bonito panorama visto de la estación: toda ella se agrupa alrededor de un altísimo peñón que tiene encima un viaje castillo, defensa del valle. El río pasa dividiendo el pueblo en dos partes: la vieja, ya citada, y la nueva en cuyo extremo occidental está el santuario. Renuncio a dar idea de esta maravilla de construcción, como lo hago siempre que hay que describir algo maravilloso. En todo caso se entra por una avenida muy larga y muy ancha, llena de árboles y jardín, hasta llegar al gran patio que es circular; en el fondo está la puerta del templo que se hunde horizontalmente en la montaña; de la entrada al patio, arrancan, encerrándolo, dos avenidas en declive que van a reunirse al fondo en un atrio que tiene en el centro la cúpula de la iglesia subterránea ya dicha y de allí se sube por unas gradas a la basílica que está encima de todo lo demás. Debajo de la parte izquierda del santuario está la gruta, no muy llamativa pero imponente por su sencillez y seriedad: es una tajada en la peña, con un nicho que tiene la estatua de la Santísima Virgen con su inscripción: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. El nicho está a la derecha en parte muy alta, emplazado en el propio lugar de la aparición. En el centro un gran candelabro que tiene constantemente docenas de cirios encendidos, obsequio de los peregrinos y que ha ahumado completamente la peña; a la izquierda hay centenares de muletas, bastones, bragueros, joyas, etc., testimonios de los prodigios operados en la gruta en enfermos desahuciados. Al centro un altar sencillísimo y al lado de la Virgen en púlpito también muy pobre. El agua ha sido recogida y sacada por tubería interior a un lado donde hay unas seis llaves a disposición de los peregrinos. A cualquier hora están allí gentes de todo el mundo bebiendo con religiosa unción sus vasitos de agua, lavándose un ojo, una mano, mojándose el cerebro, un pie, en fin, el órgano que no funcione. La peña que está a los pies de la Virgen está lisa y gastada de besos que ha recibido y de sobados de manos y cabezas; todos los peregrinos depositan un momento alguna cosa. Yo deposité la cartera, que es el órgano más enfermo que tengo hoy por hoy. Hay al lado un hospital con muchos enfermos que son llevados en carritos de mano a la gruta.
Al pié del peñón del castillo, cerca del río, está la humilde casita de Bernardita Soubirous con un museo de cosas de su uso y el retrato en varias formas. A la derecha de la parte superior de la basílica, un sendero que sube hasta una alta cumbre tiene el Vía crucis en estatuas de bronce de tamaño natural y de perfección extraordinaria. Y en fin, detrás de la dicha basílica un sencillo palacio episcopal y casitas del clero, oficinas del dominio de la gruta, etc.
Nos sobró tiempo para hacer una excursión a la montaña y admiramos las llamadas Cuevas del Rey, excavaciones en la roca con una extensión de dos kilómetros, muy pintoresca, pero sin más objeto que el de atraer al turista… y su bolsillo.
A las siete otra vez al tren y a las diez en Bayona nuevamente para salir mañana hacia la soñada España.
[10 de julio]
A las ocho salimos de Bayona con dirección a San Sebastián. Vamos, pues a dejar a Francia; la de las elegancias y del placer, para entrar en España la legendaria, la luminosa, la de historia sin semejante, la del honor caballeresco. Desde la salida del tren nos vemos internados en una complicación de colinas verdes y de vallecitos estrechos, que forman el gracioso conjunto de las estribaciones del Bajo Pirineo. A trechos se deja ver el mar, poblado en sus orillas de estaciones veraniegas, repletas hoy de sociedad elegante. San Juan de Luz, Biarritz, Ville, Hendaya, y más lejos Irún. En Hendaya, límite de las dos naciones, bajamos del tren para tomar un tranvía. El aspecto de todo cambia automáticamente: “Por ici, monsieur”, me dice el conductor del tren para indicarme la salida; “Las maletas, caballero”, dice en el andén el cargador de equipajes. Es la transición entre Francia y España, rápidamente, de sopetón. Y desde ese momento, no más lengua francesa, no más cortesía elegante y amanerada, no más adornos superfluos; en cambio, lengua de Don Alfonso el Sabio, más simpatía, más franqueza, más espíritu, más deseo de servir, menos interés por la propina. Un calor tropical que nos acompañará en toda España por este tiempo, quiere secarnos los sesos; pero nosotros, gentes del ecuador, apenas si lo sentimos. En San Sebastián nos instalamos en un restaurante con honores de hotel, en el bulevar Oquendo, frente al magnífico teatro “Victoria Eugenia”. Buenas habitaciones, mucha simpatía y catorce pesetas pensión completa por día y por persona.
San Sebastián
Ocupa uno de los primeros puestos (si no el primero) entre los balnearios aristocráticos de España. La ciudad, pequeña y muy...
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