Los profetas, mensajeros de Dios
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Los profetas, mensajeros de Dios

  1. 136 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Los profetas, mensajeros de Dios

Descripción del libro

¿Quiénes eran los profetas? La autora de este libro los define como mensajeros de Dios. Pero... ¿qué hacían? ¿qué tipo de vida llevaban? ¿en qué circunstancias históricas vivieron? ¿qué mensajes transmitían? ¿cómo influyeron en la historia del Antiguo Testamento? Y... ¿qué mensaje nos transmiten a nosotros? A lo largo de estas páginas, de una forma muy sencilla, este libro nos va respondiendo a estas preguntas. En primer lugar, explicándonos el significado de la misión profética, y después acercándonos a cada uno de los profetas. Para descubrir, aunque sea tan sólo como una pequeña cata, todo lo que, a través de ellos, Dios quiso manifestar a su pueblo de Israel y sigue manifestándonos a nosotros.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788491653004
Edición
1
Categoría
Biblias
Los profetas y sus libros
Segunda parte
1. Amós
Además de ser el primer profeta cuyo mensaje ha sido transmitido por escrito, Amós (en hebreo, “Yahvé lleva”) es el más antiguo de todos los profetas clásicos, anterior a Oseas, Isaías (el primer Isaías) y Miqueas, todos activos en el siglo VIII a.C., época que se conoce como el “siglo de oro” de la profecía.
¿Cuál era la situación política, social y religiosa de Israel en esta época? Bajo el reinado de Jeroboán II (793-753), Israel conoce una época de expansión territorial y prosperidad que no se había repetido desde los lejanos tiempos de Salomón. Florece el comercio con Arabia y Fenicia. Crece la población. Los edificios son espléndidos y lujosos. Aumentan los recursos económicos y agrícolas. Se desarrolla la industria textil y de tintes. En una palabra, el reino de Israel es una nación rica. Por desgracia, esta prosperidad y bienestar esconden una terrible desintegración social. La situación de la mayoría era tremendamente dura y el estado no se preocupaba lo más mínimo para mejorarla. Existían grandes injusticias y un contraste brutal entre pobres y ricos. Los pequeños agricultores eran los que más sufrían, siempre a merced de los usureros y las calamidades naturales.
Este sistema, ya duro de por sí, se agravaba con la ambición de los ricos y comerciantes que se aprovechaban de las fianzas dadas a los pobres para aumentar sus riquezas y poder. Falsificaban pesos y medidas, manipulaban las leyes y corrompían a los jueces con regalos. A esta corrupción social hay que añadir la corrupción religiosa que reinaba en los grandes santuarios, muchos de ellos paganos, donde se fomentaban los cultos de la fertilidad y la prostitución sagrada. En los santuarios que se decían yahvistas se practicaba un culto falso y vacío, mediante ritos y sacrificios con los que se pretendía acallar la conciencia y encubrir la injusticia. A pesar de todo, el pueblo seguía esperando en “el día del Señor”, es decir, una intervención maravillosa de Dios en favor de Israel que iba a cambiar radicalmente su destino y lo iba a convertir en jefe de las naciones.
Pues bien, en esta situación de prosperidad económica y estabilidad política, de injusticias sociales y corrupción religiosa, ejerció su ministerio profético Amós, de quién tenemos muy pocos datos. No sabemos cuándo nació ni cuando murió, ni tampoco tenemos información sobre su vida privada. Los únicos datos de que disponemos se refieren a su lugar de origen y a su profesión. Nació en Tecoa, una pequeña ciudad situada al sur de Belén, a unos 20 kilómetros de Jerusalén. Así pues, Amós era del sur. No obstante, el Señor lo mandó a profetizar al reino del norte. Parece que era ganadero (para algunos, en cambio, un simple pastor) y cultivador de sicomoros, lo que le llevó a viajar con frecuencia, pues en Tecoa no hay sicomoros. Para encontrarlos hay que ir al Mar Muerto o a la llanura de la Sefelá.
Sin tener ninguna relación con la profecía, pues se movía en un ambiente completamente rural, Amós recibió la llamada del Señor: “Yo no soy un profeta profesional. Yo cuidaba bueyes y cultivaba higueras. Pero el Señor me agarró y me hizo dejar el rebaño diciendo: «Ve a profetizar a mi pueblo Israel»” (Am 7,14). No sabemos cuándo exactamente tuvo lugar la vocación del profeta, aunque se supone, quizás por analogía con Isaías y Jeremías, que fue durante su juventud. Podríamos situarla entre los años 760-750 a.C. Sea como fuere, el Señor irrumpe en la vida de Amós con un mandato ciertamente sorprendente. Tiene que abandonar su tierra, su casa y su trabajo para ir a profetizar al reino del norte, precisamente él que era del sur. Probablemente estuvo predicando durante semanas o meses en diversos localidades del norte (Betel, Samaría, Guilgal…) hasta su enfrentamiento con el sacerdote Amasías, seguramente el máximo responsable del santuario de Betel. Escandalizado por los ataques contra el rey Jeroboán y sus profecías sobre el exilio del pueblo, Amasías lo denuncia, le impone el silencio y lo expulsa del país: “Vete, vidente, márchate a Judá; gánate la vida profetizando allí. Pero no sigas profetizando en Betel, porque es el santuario real y el templo del reino” (Am 7,12-13). La respuesta de Amós fue terrible y, según algunos, determinó el final de su ministerio profético:
“Tú dices: «No profetices contra Israel,
no pronuncies oráculos
contra la estirpe de Isaac».
Pues bien, así dice el Señor:
«Tu mujer será deshonrada en la ciudad,
tus hijos y tus hijas caerán a espada,
y tu tierra será repartida a cordel;
tu mismo morirás en tierra impura,
e Israel será deportado lejos de su tierra»” (Am 7,16-17).
¿Cómo era el mensaje de Amós? ¿Cómo lo podríamos definir? Pues bien, se trata de un mensaje duro, tanto que recuerda “el rugido del león” (Am 1,2). Un mensaje que insiste en el castigo que el Señor infligirá a su pueblo descarriado y corrupto. Ahora bien, el profeta no se limita a anunciar el castigo divino sino que explica a la gente la motivación del mismo. Por eso, Amós denuncia una serie de pecados concretos, entre...

Índice

  1. Introducción
  2. El profetismo bíblico
  3. Los profetas y sus libros